jueves, 8 de febrero de 2018

Nuestros pequeños sistemas autorreguladores terrícolas


 Por LYNN MARGULIS y DORION SAGAN

Las tareas que realizan los equipos de bacterias son, nada menos, que el acontecimiento del planeta entero. Son ellos los que evitan que la materia viva acabe convirtiéndose en polvo. Ellos convierten unos organismos en alimento para otros. Mantienen los elementos orgánicos e inorgánicos en el ciclo de la biosfera. Las bacterias purifican el agua de la Tierra y hacen los suelos fértiles. Perpetúan la anomalía química que es nuestra atmósfera, produciendo constantemente reservas nuevas de gases reactivos. James Lovelock, químico británico especializado en el estudio de la atmósfera, sugiere que algunos gases producidos por microbios actúan como un sistema de control para estabilizar el medio ambiente vivo. El metano, por ejemplo, puede actuar como un mecanismo regulador de oxígeno y ventilador de la zona anaeróbica (sin oxígeno), mientras que el amoniaco —otro gas que reacciona fuertemente con el oxígeno y que debe ser, por lo tanto, repuesto continuamente por los microorganismos— probablemente desempeña un papel más importante en la determinación de la alcalinidad de lagos y océanos. Es un gas de los llamados de «invernadero» (como el dióxido de carbono), que retienen las radiaciones produciendo, como consecuencia, un aumento de la temperatura del planeta, y puede haber tenido importancia en el control del clima en épocas pasadas. El cloruro de metilo, un gas del cual se encuentran restos en la atmósfera, puede regular la concentración de ozono en las capas más altas de aquélla, lo que, a su vez, afecta la cantidad de radiación que alcanza la superficie. Y esto influye en el crecimiento posterior de microorganismos productores de gas. Y así sucesivamente. El medio ambiente están tan entrelazado con las bacterias, y la influencia que éstas ejercen es tan intensa, que, en realidad, no hay manera de señalar con el dedo un punto y decir «aquí acaba la vida y aquí es donde comienza el reino inorgánico de la materia inerte».

El mundo bacteriano, efectivamente, ha detenido el tiempo en aquel punto en que un ser vivo no dependía del cuidadoso paquete de ADN que se encuentra en los organismos con núcleo celular, sino que tenía muchas opciones abiertas. El ADN bacteriano y el ARN no quedaron atrapados en el núcleo de las células de las especies que se reproducen sexualmente, sino que se conservaron flexibles de una manera modular. En el mundo bacteriano, fragmentos de ADN independiente, suspendidos entre la vida y el mundo inanimado, constituyen un repertorio poderoso de herramientas para la empresa imparable de la evolución. Cuando un virus penetra en nuestras células y emite sus extrañas instrucciones, puede hacer estragos. Para las bacterias, sin embargo, y para aquellas partes de nuestras células que más recuerdan a bacterias, las intrusiones víricas y de otros tipos en su ADN son pura rutina y, en conjunto, tienen un significado adaptativo. En el microcosmos se van ensayando nuevas combinaciones continuamente y la evolución de esos cambios sustenta también la evolución de las capas no bacterianas de la biota.

A medida que la vida avanza por el camino de la senda eucariótica, se va haciendo más rígida y limitada, en un sentido fundamental. Para conseguir el tamaño macroscópico, la energía y los cuerpos complejos de que disfrutamos, nos valemos de la flexibilidad genética. Con la única posibilidad de intercambio genético sólo durante la reproducción, estamos encerrados en nuestra especie, en nuestro cuerpo y en nuestra generación. Como se expresa a veces en el lenguaje técnico, intercambiamos nuestros genes «verticalmente» (a través de las generaciones), mientras que los procariotas los intercambian «horizontalmente» (directamente con sus células vecinas en una misma generación). El resultado es que mientras que las bacterias genéticamente fluidas son funcionalmente inmortales, en los eucariontes la sexualidad va ligada a la muerte.

 

Con equipos de bacterias que crecen y mueren poblando toda localización posible en la superficie de la Tierra y seleccionando continuamente las mejores soluciones locales para resolver el problema de mantener la vida en un momento determinado, la superficie se mantiene en un estado estacionario y acogedor. Al estar formado por organismos vivos, el ambiente es regulado continuamente por la vida y para la vida. El éxito supremo de intercambio celular para asegurar el máximo número de bacterias acaba aumentando el número de formas de vida, incluyendo animales y plantas, y acelerando todos los ciclos biológicos. Además, en su alianza con animales y vegetales, que no podrían vivir sin ellas, las bacterias de la Tierra forman un completo sistema regulador planetario, cuyo efecto específico es estabilizar las proporciones de gases atmosféricos reactivos y cuyo resultado general es mantener la Tierra habitable. Los humanos no podrán nunca apreciar esta proeza de ingeniería genética hasta que exploradores espaciales traten de colonizar Marte o hagan los satélites habitables en una base continua, que es lo que las bacterias han venido haciendo en la Tierra a lo largo de toda su larga historia.

Microcosmos
(1995)

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