lunes, 26 de noviembre de 2018

La felicidad


Por HELENO SAÑA

Cuanto más viejo me hago y más experiencia acumulo, más persuadido estoy de que la vida sólo adquiere su pleno sentido cuando la vinculamos a un ideal que trascienda el área escueta y limitada de nuestro yo. Pensar sólo en sí mismo me ha parecido siempre una forma de la autorreducción y la autonegación. He vivido y moriré con la profunda convicción de que lo único que puede darnos la paz de espíritu que siempre anhelamos es el intento de ser buenos. Y creo asimismo que todo modo diferente u opuesto de conducta no conduce más que al extravío y la alienación, como le ocurre hoy frecuentemente al individuo medio de la sociedad de consumo.

No se trata de seguir o asumir miméticamente los principios de una doctrina religiosa, de un sistema de ideas o de una ideología, sino de elegir voluntariamente y por convicción propia una determinada manera de ser y de obrar. La moral deontológica, desde la mosáica a la kantiana, es por sí sola insuficiente para movilizar nuestra buena voluntad y nuestros buenos sentimientos, ya por el hecho de que nos llega en forma de imposición externa. Sin nuestra participación interior, toda moral o credo religioso acaba por convertirse en letra muerta o en rito mecánico. También en el plano de la conducta ética, la verdad se halla en el interior del hombre, como sabía ya San Agustín, o en las «raisons de coeur» de que nos habla Pascal.

He llegado desde hace tiempo a la conclusión de que la forma más bella de ser felices es la de contribuir a la felicidad de nuestros semejantes. Quienes no comprendan este principio ético o norma de conducta no comprenderán tampoco lo que es la verdadera dicha. Yerran quienes creen que la felicidad es un bien fundamentalmente individual o solipsista; se trata, al contrario, de un bien vinculado intrínsecamente a los demás. Si recuerdo todo esto es porque el mundo moderno ha conducido a un embotamiento de nuestra sensibilidad comunitaria. El culto al egoísmo y al propio Yo no ha hecho olvidar que vida verdadera y digna de este nombre es siempre vida compartida y en común.

El concepto de lo que Aristóteles llamaba vida buena o lograda se ha externalizado y perdido la dimensión interior y espiritual que el Estagirita —siguiendo aquí a Sócrates y Platón— le adjudicaba. La mayoría de la gente parte del supuesto de que la felicidad consiste en tener éxito, y ello en sentido estrictamente cuantitativo y externo. Ello es por lo demás lógico en una sociedad que lo reduce todo a números, estadísticas, sondeos demoscópicos, estudios de mercado, gráficos comparativos, términos medios y listas de 'best sellers', esto es, a competencia y lucha de todos contra todos. Lógico es asimismo que esta misma sociedad tenga a menos todos aquellos atributos y modos de ser que no se dejan contabilizar, como la conciencia moral, el amor al prójimo, la honestidad, el espíritu de sacrificio, la humildad, la generosidad o la grandeza de espíritu. A diferencia de las actividades externas y tasables, estas virtudes no afloran a la superficie y permanecen alojadas en el interior de las personas que las ejercen. Quien obra bien no compite, sino que sigue únicamente los impulsos de su corazón y los dictados de su conciencia. Y quien espera recompensa o trofeos por sus buenas acciones tampoco comprenderá lo que es la verdadera felicidad, cuya esencia es la de no buscar otra compensación que la de haber hecho el bien. Eso es también lo que pensaba Montaigne: «Pero las acciones virtuosas son demasiado nobles de por sí para buscar otra recompensa que la de su propio valor» (Ensayos, II). El gran solitario francés, imbuido de estoicismo y de cultura clásica, no hacía más que expresar lo que había proclamado siempre la 'philosophia perennis', una tradición interrumpida por la llegada de la burguesía y su apología del individualismo posesivo y de la codicia material. Es a partir de ese momento que el valor del hombre empieza a ser medido por el volumen de su cuenta bancaria.

Freud adjudicaba al hombre dos instintos básicos: el erótico y el tanático. Pero no menos profunda es su inclinación a la vulgaridad y a la autodegradación. Eso explica que haya un gran número de personas que no viven realmente, sino que se limitan a vegetar y a contentarse con el 'Ersatz' (sustituto) que la moda y la publicidad le ofrecen. Son quienes no comprenden que existe una jerarquía de valores y que renunciar a lo elevado y hermoso significa renunciar a la verdadera plenitud.

LA CLAVE
Nº 294 / 1-7 diciembre 2006

martes, 20 de noviembre de 2018

1918: el final de la guerra y el fantasma de la revolución


EN EL CENTENARIO DEL ARMISTICIO

Por JESÚS RODRÍGUEZ BARRIO*

El 14 de noviembre de 1918, el recluta estadounidense Arthur Yensen se hallaba registrando las márgenes del Mosa, campo de batalla sembrado de cadáveres en descomposición. Dentro del terrible espectáculo que se ofrecía a sus ojos pudo ver, entre otras cosas, «una pierna con los genitales colgando de un extremo», «una cabeza sin cuerpo», «un estómago esparcido sobre la hierba, y enrollados en las ramas de un árbol cercano, los intestinos» y por último, «un soldado estadounidense pateándole la cara a un alemán muerto hasta hacérsela papilla» [1]. La peor matanza vivida hasta entonces por la humanidad (la Gran Guerra) había terminado en el frente occidental, a las 11 horas del día 11 de noviembre de 1918, en virtud del Armisticio acordado según las condiciones pactadas el 6 de noviembre por el representante del gobierno imperial del káiser, Matthias Erzberger, y el mariscal Foch, quien le había hecho entrega del paquete de condiciones impuestas por los Aliados en un vagón de tren estacionado en el claro de un bosque cerca de Compiègne [2].

El espíritu que impregnó el Armisticio de 1918, y todo el final de la guerra, queda perfectamente representado por las concesiones realizadas a última hora por Foch en aquella entrevista, permitiendo al ejército alemán entregar un número menor de camiones, aparatos aéreos y ametralladoras con el objetivo de «mantener una fuerza disciplinada para utilizarla contra el bolchevismo». Por el mismo motivo se eliminó también la exigencia de la retirada inmediata de suelo ruso [3].

El detonante que puso en marcha la secuencia de acontecimientos que confluyeron en el alto el fuego del 11 de noviembre de 1918 fue la noticia, recibida el 28 de septiembre, de que Bulgaria había solicitado un armisticio. Ese día, después de las derrotas continuadas de aquel verano en el Marne y Amiens, el general Ludendorff (máximo dirigente en la práctica del Ejército y el Gobierno de la Alemania Imperial) sufrió una crisis nerviosa y llegó a la conclusión de que Alemania debía solicitar inmediatamente la paz, iniciando contactos con el presidente de los Estados Unidos (Woodrow Wilson) para conseguir cuanto antes un armisticio en el frente occidental. Como dijo el propio Ludendorff a los miembros de su Estado mayor, era prioritario «evitar que la derrota provocara una retirada desordenada del Ejército convirtiéndolo en un instrumento inútil para combatir la revolución». Los soldados ya estaban envenenándose de ideas socialistas y resultaba imposible confiar en las tropas ante el previsible avance en masa de los Aliados. Había que evitar a toda costa el derrumbamiento del Ejército [4].

Como parte de la operación era imprescindible una democratización perfectamente orquestada (una revolución desde arriba, para evitar otra desde abajo). Los socialistas [o socialdemócratas] debían entrar en el gobierno para compartir la responsabilidad de la derrota. En realidad, las posiciones no estaban tan lejanas en este punto pues el presidente (Wilson) deseaba la permanencia de Guillermo II en el trono (aunque fuera solo nominalmente): lo consideraba incluso una garantía de que Alemania no cayera en manos bolcheviques.

Durante el mes de octubre tuvo lugar un intercambio continuado de mensajes entre Berlín y Washington al margen de los aliados europeos. En el curso de la negociación, Ludendorff endureció su posición y finalmente se enfrentó con el káiser, que lo relevó en el mando, y con el canciller (príncipe Maximiliano) que estaba convencido de que si no satisfacían el deseo de paz del pueblo «la revolución acabaría con ellos como había acabado con los liberales en Rusia» [5].

Los Aliados discutieron las condiciones del armisticio en dos conferencias celebradas en París entre el 6 y 9 de octubre y entre el 29 de octubre y el 4 de noviembre. Entre ambas tuvo lugar el hundimiento de los socios de Alemania. El 30 de octubre, el imperio otomano firmó el armisticio aceptando unas condiciones muy duras (la noticia de la petición había llegado a Berlín el día 19) y el Imperio Austrohúngaro se desintegró durante el mes de octubre como consecuencia de diversas revoluciones nacionales que también tuvieron un importante componente social en las grandes ciudades, particularmente en Viena y Budapest. El 3 de noviembre se firmó el armisticio en el frente italiano.

La desintegración de Austria-Hungría abría una importante amenaza para Alemania a través de la frontera sur de Baviera, pero el episodio final del hundimiento tuvo lugar en Kiel, cuando los marineros de la III Escuadra de acorazados se amotinaron como respuesta a los planes de la SKL (Dirección de Guerra Naval) para llevar a cabo una acción suicida contra la Royal Navy en los últimos días de la guerra. El 3 de noviembre el Ejército disparó sobre una gran manifestación contra la guerra que recorrió el centro de la ciudad. El 4 de noviembre (Lunes Rojo) los marineros se hicieron con el control de los grandes barcos. La guarnición de la ciudad se les unió y se creó un consejo de soldados que se hizo con el poder local. El SPD envió a uno de sus líderes, Gustav Noske [6], con el objetivo de controlar el movimiento y restablecer el orden. Noske fue elegido presidente del consejo de soldados de Kiel pero la revolución se extendió como la pólvora por todas las capitales de provincia y los insurgentes se hicieron con el control de los puentes sobre el Rin, lo cual hacía casi imposible restaurar el orden mediante las tropas del frente occidental.


El día 6, como consecuencia del hundimiento de todos sus aliados y el estallido de la revolución, el gobierno alemán envió su delegación para negociar con los aliados, con el mandato de conseguir un alto el fuego a cualquier precio. Pero cuando Erzberger transmitió las condiciones negociadas en Compiègne el gobierno del káiser ya había dejado de existir.

El día 7 los líderes del SPD comunicaron al canciller Maximiliano que, si el káiser no abdicaba, estallaría una revolución social. El canciller dimitió y el 9 de noviembre anunció, por su propia iniciativa, que el káiser había abdicado transmitiendo el poder a un gobierno presidido por el socialista Friedrich Ebert. Los jefes del SPD, aunque republicanos en teoría, habían manifestado sus preferencias por una monarquía constitucional, pero ese mismo día el socialista Scheidemann (copresidente del SPD junto a Ebert) proclamó la República desde el edificio del Reichstag para evitar la proclamación espartaquista de un régimen soviético [7].

En realidad el káiser aún no había abdicado, pero lo hizo ese mismo día después de comprobar que la mayoría de los altos mandos del ejército consideraban imposible restablecer el orden monárquico ante la falta de unidades militares de confianza. El día 10 partió camino de Holanda, cuyo Gobierno le había ofrecido asilo político.

Ese mismo día el socialista Ebert, nuevo jefe del Gobierno, comunicó a los Aliados su aceptación del armisticio con las condiciones pactadas en Compiègne y entabló conversaciones secretas con el general Wilhelm Groener (sucesor de Ludendorff como jefe del Ejército) en las que se comprometió a mantener intacto el aparato burocrático imperial, combatir el bolchevismo y a respetar los derechos de mando de los oficiales con el objetivo fundamental de mantener el orden público y frenar la revolución. La 'Revolución de Noviembre' también preservó las élites judiciales, académicas y empresariales de la Alemania Imperial [8].

El armisticio dejó sin efecto los tratados de Brest-Litovsk y Bucarest pero permitió, en la práctica, el mantenimiento de algunas tropas voluntarias (freikorps) en el este de Europa para contener a los bolcheviques. Desde el principio, se impusieron duras limitaciones y condiciones de desmovilización al Ejército alemán (concretadas posteriormente en el Tratado de Versalles) pero permitiendo a Alemania conservar intacta toda su estructura de mando y el cuerpo de oficiales.

Lloyd George y Henry Wilson (jefe de la Fuerza Expedicionaria Británica, BEF) sintieron gran alivio cuando supieron que sus tropas no tenían que invadir unas regiones enemigas infestadas de bolcheviques, eludiendo la posible contaminación que se hubiera podido derivar de una presencia continuada en un territorio hostil lleno de elementos revolucionarios [9].

El 10 de diciembre de 1918 el socialista Ebert recibió, en la Puerta de Brandeburgo, a las tropas que regresaban del frente con unas palabras que pasaron a la historia: «Ningún enemigo os ha vencido». El objetivo evidente era congraciarse con las fuerzas del militarismo reaccionario para prevenir un golpe militar y conseguir su apoyo para hacer frente a la inminente amenaza de la revolución comunista. Acababa de nacer la leyenda de la puñalada por la espalda, cultivada posteriormente, con gran éxito, por el oportunista Ludendorff y el Partido Nazi como elemento fundamental para potenciar el revanchismo militarista alemán y la persecución de todos los traidores del frente interior.

Más de medio millón de soldados perdieron la vida o resultaron heridos durante las semanas de negociaciones del armisticio, durante las cuales los combates continuaron con gran ferocidad en Flandes y en el Mosa [10]. Durante el mes de octubre la epidemia de gripe mataba diariamente a 7.000 personas en Gran Bretaña. La gripe mató a más de 500.000 estadounidenses, superando el número total de soldados muertos en combate entre las dos guerras mundiales, la guerra de Corea y la guerra de Vietnam. Se calcula que entre 20 y 30 millones de personas murieron en el mundo como consecuencia de la epidemia. Aparte de las víctimas de la gripe, se calcula que casi medio millón de civiles murieron en Alemania durante el último año de la guerra como consecuencia del hambre y la miseria causados en gran parte por el bloqueo impuesto por los Aliados.


Todos estos datos son, sin duda, argumentos en favor de los beneficios que representó para la humanidad la conclusión anticipada de la guerra mediante un armisticio sin llegar a la invasión de Alemania y su ocupación militar. Pero es muy probable que, de haber continuado la guerra, la resistencia militar de Alemania hubiera sido prácticamente nula después de la revolución de noviembre y, por otra parte, el armisticio no significó el final del bloqueo, que fue mantenido como instrumento de presión durante el tiempo que duraron las negociaciones del tratado de Versalles, prolongando el hambre, la miseria, la muerte y el sufrimiento entre la población civil de Alemania.

En aquel momento no faltaron voces, entre los propios Aliados, que previnieron sobre los posibles efectos futuros de la conclusión anticipada de los combates; entre ellos, Poincaré (presidente francés), Pershing [11] (jefe de la Fuerza Expedicionaria de los Estados Unidos, AEF) o el propio Lloyd George (primer ministro británico) quien, a pesar de sus sentimientos reaccionarios favorables a preservación de la estructura de la Alemania Imperial como garantía frente al bolchevismo, mostró un destello de clarividencia durante la última conferencia de paz, que finalizó en París el 4 de noviembre, cuando preguntó «si un armisticio en aquellos momentos no dejaría a los alemanes la sensación de no haber sufrido derrota alguna, impulsándolos a declarar de nuevo la guerra en menos de 20 años» [12].

Sin duda, más allá de cualquier consideración humanitaria, fue el miedo a provocar el hundimiento completo del Ejército y del Estado de la Alemania Imperial (y el consiguiente peligro revolucionario) el principal motivo que provocó el deseo confluyente de las dos partes para concluir de forma urgente los combates mediante el armisticio de noviembre de 1918 [13].

El Armisticio de 1918 y la política de la socialdemocracia alemana perdonaron la vida a las fuerzas más reaccionarias de la Alemania Imperial, pero en aquel momento los gobiernos aliados de ambos lados del Atlántico y las fuerzas democrático-liberales (incluida la socialdemocracia) ya no percibían al militarismo alemán como el principal peligro para la paz, la democracia y el futuro de la humanidad (como repetidamente había manifestado durante los años de la Gran Guerra). A pesar de sus peligros [14], el militarismo reaccionario de la Alemania Imperial era incluso considerado un útil aliado para hacer frente a lo que entonces percibían como el principal peligro para la estabilidad y la supervivencia de las democracias capitalistas que dirigían.

Desde hacía más de un año un viejo fantasma recorría otra vez Europa 70 años después. El fantasma del comunismo, mucho más real y material que nunca, sembraba el terror entre la burguesía y las clases medias de la vieja Europa. El miedo a ese fantasma impidió ver los monstruos que crecían en la sombra y que volvieron a traer al mundo el sufrimiento, la destrucción y la muerte, a una escala imposible de imaginar, tan solo 20 años después.


10/11/2018


 
* Jesús Rodríguez Barrio es economista y miembro de La Comuna


Notas:

[1] Mead, Gary: The doughboys: America and the First World War.(Woodstock, Overlook Press, 2000) pp. 344-345.Recogido en: John H. Morrow Jr. La Gran Guerra (Edhasa, Barcelona, 2014) p. 604.

[2] El paquete de condiciones impuestas por los Aliados para el Armisticio se había cerrado el 4 de noviembre en la segunda conferencia de París.

[3] Stevenson, David: 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial. (Penguin, Barcelona, 2013) p. 643.

[4] Stevenson, op. cit. p. 610.

[5] Stevenson, op. cit. pp. 615-616.

[6] El socialista Gustav Noske ejerció, durante las jornadas de enero de 1919, como jefe de las fuerzas militares y paramilitares reaccionarias que aplastaron el levantamiento revolucionario en Berlín y asesinaron a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

[7] La Liga Espartaquista había sido creada en 1916 por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin (y otros militantes de la izquierda socialista) a partir del llamado Grupo de la Internacional, que había crecido durante la guerra como una fracción marxista-revolucionaria dentro del SPD (Partido Socialdemócrata). Liebknecht fue el único miembro del Reichstag que votó contra los créditos de guerra en 1914. Esta organización fue, junto con otros grupos izquierdistas, el embrión del Partido Comunista de Alemania (KPD), creado en el Congreso de Berlín que tuvo lugar entre el 30 de diciembre de 1918 y el 1 de enero de 1919.

[8] Ebert había declarado, en una conversación con el canciller Maximiliano, que lo último que deseaba era una revolución comunista: «Yo no quiero eso, de hecho lo detesto con toda mi alma». Gerwarth, Robert: Los vencidos (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2017) p. 133.

[9] Declaraba Lloyd George, en su Memorandum de Fontainebleau, escrito en 1919: «el mayor peligro que veo en la situación actual es que Alemania pueda unirse al bolchevismo y poner sus recursos, su inteligencia, su enorme capacidad de organización a disposición de los fanáticos revolucionarios cuyo sueño es conquistar el mundo para el bolchevismo por la fuerza de las armas». (Gerwarth, op. cit, p. 188).

[10] Stevenson, op. cit. p. 625.

[11] El 30 de octubre, Pershing abogó por la rendición incondicional de las fuerzas alemanas en la Segunda Conferencia de Paz de París (Morrow, op. cit. p. 602).

[12] French, D.: Had We Known…, recogido en «Treaty of of Versailles» (Boemeke et al., eds.) y citado en Stevenson, op. cit., p. 620.

[13] En el caso de Inglaterra y Francia existió una motivación adicional, de carácter puramente imperialista: los primeros ministros de Inglaterra y Francia (David Lloyd George y Georges Clemenceau) coincidían en su apreciación de la conveniencia de firmar un alto el fuego antes de que los estadounidenses adquirieran mayor preponderancia en el esfuerzo y la conducción de la guerra, lo que les habría permitido dictar las condiciones de paz al margen de las ambiciones imperiales de ambos países. A finales de octubre, el gabinete de guerra británico había llegado a la conclusión de que en 1919 Estados Unidos sustituiría al Reino Unido «como principal potencia militar, diplomática y financiera del planeta». (Stevenson, op. cit., p. 622 y Morrow, op. cit. p. 600).

[14] Esos peligros ya se manifestaron de forma muy temprana en los golpes fascistas que fracasaron en Alemania en 1920 (Kapp) y 1923 (Hitler). Aquello era, tan solo, un anticipo de lo que estaba por venir.

viernes, 16 de noviembre de 2018

De la lucha a la cooperación


Por JEAN-MARIE PELT

Haeckel había definido la ecología como el estudio de las relaciones entre los seres vivos y el medio en que viven, «relaciones amigables o antagónicas, que Darwin consideraba como las bases de la lucha por la vida». Las relaciones de los insectos y las flores ilustran, de manera sorprendente, las crueldades de las que no son avaras ni la naturaleza ni la sociedad. Pero también las complicidades amigables desarrolladas para organizar la existencia en común de seres vivos muy alejados, sin embargo, en los caminos de la vida.

Porque el egoísmo y la crueldad de algunas especies no debe hacernos perder de vista el designio global de la evolución común de los insectos y las flores. El árbol no debe taparnos la visión del bosque. Contrariamente a un aforismo muy extendido, la vida social no se rige sólo por las leyes de la selva. Y, por otro lado, la ley de la selva no es únicamente la ley del más fuerte. El espíritu de lucha encarnizada, propio de las sociedades industriales y productivistas, ha acabado por imponer, a nuestros ojos, cierta representación de la naturaleza que, sin embargo, no es toda la naturaleza, pero nos sirve para justificar todos los excesos de la sociedad. De ello deriva la increíble prioridad que se concede a las luchas y a los enfrentamientos, en las sociedades contemporáneas, y que se manifiesta pertinentemente en el vocabulario cotidiano.

Mientras la sociedad medieval insistía en los valores asociativos (el corporativismo, los gremios, la permanencia y aceptación de la categoría social, limitando cualquier forma de lucha, con, por otro lado, todos los inconvenientes inherentes a este tipo de sociedad), las sociedades modernas, en cambio, han valorado exclusivamente las virtudes competitivas. Se habla siempre de guerra económica, de combate político, de conflictos sociales, de lucha de clases, de competiciones electorales. Estas expresiones, por la carga de violencia que contienen, expresan una realidad que debería sorprendernos si no estuviéramos tan acostumbrados a ella. Y el vocabulario guerrero del mundo político debería ser causa de reflexión. Cuando promueven una campaña, los militantes debidamente movilizados, ¿no atacan al adversario para batirlo?

Al conceder demasiada importancia a las luchas y a la competencia, la sociedad actual vuelve la espalda a las aportaciones recientes de la ecología, de la que toma sólo un aspecto. Porque la sociedad hace poco caso a las fuerzas de la cooperación, que equilibran siempre las tensiones y las luchas, las cuales, si actuaran en exclusiva, hace tiempo que habrían puesto punto final a la historia del mundo viviente. Lucha y cooperación son los dos polos del equilibrio de la vida, y no pueden existir el uno sin el otro.


Entre los insectos y las flores, colaboraciones cada vez más finas y elaboradas se han desarrollado y mejorado en el transcurso de los milenios. Del escarabajo asolador y devastador, que realiza la polinización sólo por accidente, a la abeja meticulosa y organizada, capaz de desencadenar en la flor mecanismos de alta precisión, se ha recorrido un largo camino, se han economizado muchísimos medios y se ha progresado en la organización y eficacia del trabajo. El insecto, al inducir a la flor ha perfeccionado su arquitectura, se obliga a sí mismo a desarrollar sus propias facultades psíquicas y sociales. Éste es el secreto de todas las verdaderas historias de amor. Porque una pareja sólo se logra verdaderamente en la preocupación compartida del progreso y desarrollo del compañero. Desprendiéndose de sí mismo, es como se 'enamora' del otro. Perdiendo su vida, es como la gana. Sin los insectos, no existirían las flores más bonitas de nuestros jardines e invernaderos. Nuestros horticultores sólo intervienen en última instancia, para acabar la obra maestra que han iniciado los insectos. Y, sin duda, jamás habrían existido las abejas ni las mariposas, si las plantas no hubieran inventado la «flor», hace cien millones de años.

Las plantas. «Amores y civilizaciones» vegetales
(1981)

viernes, 9 de noviembre de 2018

10 formas de censura en las redes sociales


¿DE CUÁNTAS FORMAS ESTÁS SIENDO CENSURADO?*

 
Por TERRENCE NEWTON

Desde hace más de una década, activistas y buscadores de la verdad han estado observando la creciente influencia de Internet en la sociedad y la política, afirmando que cuando millones de personas se informen sobre la verdad, esto cambiará drásticamente el panorama político en EEUU y en todo el mundo.

Y lo ha hecho.

Al mismo tiempo, hemos sido advertidos de que, cuando el intercambio masivo y virtualmente gratuito de información por parte del público en general se convierta en una amenaza real para el establishment y el statu quo, detrás de las bambalinas hay un «interruptor de Internet» listo para apagarlo todo.

Y así es.

Pero mientras, hace diez años, esa idea evocaba imágenes de un interruptor real en una instalación de DARPA, en algún lugar de las Montañas Rocosas que literalmente apagaría la infraestructura y la columna vertebral de la World Wide Web, hoy en día estamos viendo cómo es realmente ese «interruptor». En realidad se trata de un tema de las corporaciones y el Gobierno que tiene como objetivo la información no deseada.

Esta es la verdadera forma del interruptor para apagar la Internet tal como se muestra en 2018.

1) «Violación de las pautas de la comunidad» (La prohibición absoluta): Lo primero y más importante es el comunicado omnipresente y general que los usuarios de las plataformas sociales de grandes corporaciones reciben cuando sus páginas, canales y cuentas son cerradas. Nunca señala a nada específico, ni ofrece una oportunidad para corregir la transgresión. Es jerga legal para decir «¡jódete, aquí no eres bienvenido!».

2) Shadow Banning: Consiste en permitir que una persona non grata continúe usando una plataforma social de grandes corporaciones, pero sin permitir que sus mensajes o contenido sean vistos por nadie (y sin avisar a la persona afectada, AyR).

3) Disminución del alcance ('Throttling of Reach'): Las empresas y las organizaciones del mundo de los medios de comunicación en general han estado viendo una disminución constante y dramática de su capacidad para llegar a su audiencia. El número de páginas que le gustan realmente no significa absolutamente nada, y mientras que estas personas se han inscrito para recibir tu contenido, las plataformas sociales de grandes corporaciones se aseguran de que sólo una pequeña fracción de su audiencia realmente obtenga aquello para lo que se inscribió.

4) Listas negras de dominios: Plataformas como Facebook han demostrado la capacidad de evitar que un dominio específico tenga algún alcance.

5) Borrar mensajes y contenido: Si un mensaje o contenido en particular no es deseado en una plataforma, por cualquier razón, puede ser borrado.

6) Marcar el contenido como 'Fake News': Esta es una forma de censura particularmente insidiosa porque las plataformas de medios sociales están usando organizaciones de noticias corporativas como ABC y compañías privadas supuestamente independientes que han quedado desprestigiadas como Snopes para verificar contenidos. Esta calificación es a menudo errónea y a veces puede ser apelada, pero tener esa calificación daña la reputación y el alcance de los proveedores de contenido.

7) Downranking e indexación de búsquedas: Google utiliza sus algoritmos para dirigir y ocultar información de los resultados de búsqueda.

8) Tiempos de espera ('Timeouts') por 'Mala Conducta': A menudo Twitter, Facebook y otros paralizan el funcionamiento de una página o un administrador de página por violar alguna política oculta. Los administradores quedarán bloqueados fuera de sus páginas durante períodos de tiempo determinados o su funcionalidad se verá reducida, lo que les impedirá publicar contenido y llegar o comunicarse con sus audiencias.

9) Cerrar páginas web y confiscar contenidos: WordPress.com está cerrando actualmente páginas alojadas en sus servicios de hosting, de nuevo con el argumento ambiguo de una 'violación de las pautas de la comunidad'. Los propietarios de páginas son bloqueados sin previo aviso y tienen prohibido acceder a su contenido o a las copias de seguridad de sus sitios, lo que en la práctica es un robo de la propiedad intelectual de las personas.

10) Desconectando servicios: Servicios como MailChimp, Spotify, Disqus y una variedad de redes publicitarias están demostrando ahora su voluntad de dejar de hacer negocios con organizaciones por razones políticas. Esta es la forma de censura más insidiosa, porque va más allá de la censura de contenidos y tiene como objetivo excluir a la gente de su derecho legal a realizar negocios.

Reflexiones finales

La crisis de la censura de Internet en Occidente se está desarrollando actualmente y acaba de salir a la luz. Parece que las agencias gubernamentales ejercen una fuerte influencia sobre estas políticas, junto con las compañías tecnológicas monolíticas que ahora están demostrando su voluntad de permitir que las creencias políticas de los ejecutivos influyan en los servicios empresariales que proporcionan. Dado que se trata de empresas, es lógico esperar que no pase mucho tiempo antes de que estas empresas sufran una reacción violenta por cruzar la línea de la censura y el control del pensamiento.

17 agosto 2017


* Traducción del Colectivo Amor y Rabia

jueves, 1 de noviembre de 2018

El marxismo y los movimientos nacionalistas (retazo)

 [Retazo de un texto de Andreu Nin sobre el catalanismo, donde pecaba de ingenuidad, tras los Sucesos de Mayo de 1937 Nin fue secuestrado y asesinado por los estalinistas, los cuales tuvieron el apoyo de los nacionalistas catalanes para destruir la Revolución social.]



Por ANDRÉS NIN

... Existen en España dos movimientos de emancipación nacional de vitalidad indudable: el de Cataluña y el de Euskadi. El de Galicia, por el momento, no es más que un balbuceo regionalista, falto del calor de las grandes masas, y refugiado, por ello, en los cenáculos literarios y en las academias. Para que se convierta en un movimiento nacional, en el verdadero sentido de la palabra, le faltan las premisas económicas necesarias. En todo caso, hoy no es todavía una realidad y, mientras no lo sea, carece de interés para los marxistas, los cuales deben operar siempre con hechos. De Euskadi hablaremos en otra ocasión. Por hoy, nos limitamos a examinar someramente, aplicándole el criterio teórico esbozado, el problema concreto de Cataluña.

España, como hemos indicado ya más arriba, pertenece a la categoría de los Estados pluri­nacionales, cuya formación ha precedido al desenvolvimiento capitalista. En todos los grandes Estados de Europa —como hace observar Marx en sus luminosos estudios sobre la revolución española— las grandes monarquías se crearon sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las ciudades. En los demás países, «la monarquía absoluta apareció como un centro de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laboratorio en el cual los distintos elementos de la sociedad se mezclaron y transformaron, hasta tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia medieval por la superioridad y la dominación burguesa». En cambio, en España la monarquía absoluta «hizo todo cuanto dependió de ella para entorpecer el aumento de los intereses sociales, que trae aparejada consigo la división natural del trabajo y una circulación industrial múltiple, y así suprimió la única base sobre la cual podía ser fundado un sistema unificado de gobierno y de legislación común. He aquí por qué la monarquía absoluta española puede ser más bien equiparada al despotismo asiático que comparada con los otros Estados europeos».

La poderosa inteligencia de Marx señaló magistralmente, en estas líneas, el carácter regresivo de la unidad española, en el cual hay que buscar la causa de su inconsciencia y de la agudeza extraordinaria adquirida por los problemas de emancipación nacional. A la luz de esta interpretación y de las consideraciones expuestas en la primera parte de este estudio, aparecerán claramente los motivos por los cuales los focos más considerables del movimiento de liberación nacional se han concentrado, principalmente, en Cataluña y en Euskadi, es decir, en los dos centros industriales más importantes del país.


La lucha de Cataluña por su emancipación

Si los rasgos distintivos de una nación los constituyen la existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura, Cataluña es indudablemente una nación. Cataluña, cuna de una burguesía comercial poderosa, entra desde los primeros momentos en lucha con el Estado unitario español, representado por las castas parasitarias y feudales. Y cuando, como consecuencia del descubrimiento de América, el Mediterráneo pierde su importancia comercial y se prohíbe a los catalanes comerciar con el Nuevo Mundo, la decadencia de la burguesía determina un colapso en el desarrollo económico y cultural del país.

Con la aparición de la industria y de la burguesía industrial, se acentúa el antagonismo con la oligarquía que rige los destinos de España y se inicia el movimiento de emancipación nacional, cuya intensidad aumenta en proporción directa con el desarrollo de la industria. La Renaixença literaria que caracteriza los inicios del movimiento no es más que la envoltura externa, el medio de expresión inconsciente de ese antagonismo fundamental, que no tarda en manifestarse en toda su desnudez. En efecto, cuando el catalanismo empieza a tomar cuerpo como movimiento político, es para expresar las reivindicaciones de carácter económico de la burguesía industrial. Y cuando, con la pérdida de las colonias, Cataluña se ve privada de sus mercados más importantes y la incapacidad de la oligarquía gobernante aparece en toda su trágica magnitud, el catalanismo adquiere un nuevo y poderoso impulso. La protesta de la burguesía catalana se acentúa y se precisa. En la prensa de la época aparece reflejado el antagonismo de intereses entre la Cataluña industrial y la España agrariofeudal. La tesis de la burguesía catalana, expresada por uno de sus órganos más caracterizados, el Diario del Comercio, según un artículo que resumimos, es la siguiente: la industria catalana necesita importar algodón, lino, cáñamo, seda, lana, etcétera, con franquicia absoluta. A las demás regiones les conviene, en cambio, exportar sus frutos y sus primeras materias en las mejores condiciones posibles e importar, a bajo precio, los artículos manufacturados. «Esta es la verdad escueta que, sin ambages ni rodeos, cabe expresar concisamente de esta manera: Cataluña, económicamente, es un pueblo independiente que se basta a sí mismo; el resto de España, salvo raras y honrosísimas excepciones, es una colonia.» Añádase a esto el descontento por el expedienteo, las trabas administrativas opuestas al desarrollo económico y al establecimiento de las industrias, y se tendrá una idea clara de los orígenes del movimiento catalán, movimiento indudablemente progresivo frente al Estado semifeudal y despótico.

En este sentido, como hemos hecho ya observar más arriba, el movimiento de emancipación nacional de Cataluña no es más que un aspecto de la revolución democraticoburguesa en general, que tiende a destruir, en interés del desarrollo de las fuerzas productivas, las reminiscencias de carácter feudal y se distingue por los mismos rasgos característicos. La emancipación nacional como la revolución democrática, no es posible más que con la participación de las masas obreras y campesinas, y esta participación, en las circunstancias históricas presentes, presupone la lucha contra los privilegios de la clase capitalista, el desbordamiento de los límites fijados por la burguesía. De aquí que ésta tienda al compromiso y a la alianza pura y simple con el poder central para aplastar el movimiento de las masas. Así, en 1899, en uno de los momentos más graves para el centralismo español, la burguesía catalana presta su apoyo a Polavieja, el asesino de Rizal; en 1917, aterrorizada por la huelga general de agosto, da dos ministros a la monarquía; en 1919-1922 colabora directamente en la sangrienta represión ejecutada por los representantes del poder central; en 1923 facilita el golpe de Estado de Primo de Rivera, y, finalmente, intenta apuntalar a la monarquía tambaleante participando en su último gobierno.

La traición de la gran burguesía en el terreno de la lucha por la emancipación nacional la desplaza —exactamente igual como en la revolución democrática— de la dirección del movimiento. Y entonces aparece, en primer término, la pequeña burguesía, la cual, gracias, por una parte, a su radicalismo y a su programa demagógico —es el caso de Maciá y de la Esquerra Republicana de Catalunya— y, por otra, a la ausencia de un gran partido proletario, consigue arrastrar tras de sí a las grandes masas populares. Pero la pequeña burguesía manifiesta desde el primer momento las vacilaciones y la indecisión propias de una clase incapaz, por su propia naturaleza económica, de desempeñar un papel independiente. Llevada del impulso inicial, proclama la República catalana, para batirse en retirada dos días después y contentarse con un Estatuto que establece una autonomía limitadísima. Y cuando los campesinos obligan al Parlamento catalán a consagrar de derecho —mediante la ley de Contratos de Cultivo— lo que habían ya conquistado de hecho, adopta una actitud de rebeldía frente al poder central, que se transforma progresivamente en actitud defensiva y se transformará indefectiblemente en una claudicación o en un compromiso equívoco.

Y, sin embargo, el movimiento nacional de Cataluña, por su contenido y por la participación de las masas populares, es, en el momento actual, un factor revolucionario de primer orden, que contribuye poderosamente, con el movimiento obrero, a contener el avance victorioso de la reacción. De aquí se deduce claramente la actitud que ha de adoptar ante el mismo el proletariado revolucionario:

1.° Sostener activamente el movimiento de emancipación nacional de Cataluña, oponiéndose enérgicamente a toda tentativa de ataque por parte de la reacción.

2.° Defender el derecho indiscutible de Cataluña a disponer libremente de sus destinos, sin excluir el de separarse del Estado español, si ésta es su voluntad.

3.° Considerar la proclamación de la República catalana como un acto de enorme trascendencia revolucionaria; y

4.° Enarbolar la bandera de la República catalana, con el fin de desplazar de la dirección del movimiento a la pequeña burguesía indecisa y claudicante, que prepara el terreno a la victoria de la contrarrevolución, y hacer de la Cataluña emancipada del yugo español el primer paso hacia la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia.

(1934)