sábado, 27 de febrero de 2010

El hombre-lobo


No voy a hablar del licántropo, como sugiere el título del post, voy a poner un documental de National Geographic, Viviendo con lobos, sobre el verdadero hombre-lobo, Shaun Ellis. Un incoformista y autodidacta amante de la naturaleza que convive entre los lobos. Recogió tres lobeznos huérfanos de Yellowstone (Tamaska, Yana y Matsi) a los cuales educó como los lobos en un parque de Inglaterra. Durante un tiempo fue el indidividuo Alfa (título que se da al ejemplar 'dominante' según los criterios dominantes, aunque pueda ser otro), hasta que, tras ausentarse por un tiempo, fue relegado del puesto. (En realidad, la complejidad de la grey lobuna se puede reinterpretar con otros canones: la variedad de comportamientos y temperamentos entre los miembros de la manada es complementaria y no jerarquizada.)


Su conocimiento sobre el comportamiento lobuno lo adquirió entre la tribu amerindia de los Nez-Perce, su maestro fue el naturalista Levi Holt. Una de la cosas que aprendió fue que tiene tres tipos de aullidos. Dos de esos aullidos son para el interior de la manada para localizarse y para reunirse para la caza, y el tercero es para mantener alejado a los extraños, puesto que son animales territoriales. Pues, partiendo de este tipo de aullido grabado a lobos salvajes, Shaun Ellis lo ha probado en Polonia para que los granjeros defiendan sus animales domésticos de los ataques de los lobos, y por lo que ve inicialmente la estrategia ha dado resultado manteniendo alejados a los lobos salvajes.







viernes, 26 de febrero de 2010

Lagarto bajo el agua

Cuando vamos por nuestros campos —aunque en estos últimos años, sean más raros de ver nuestros pequeños vertebrados como los anfibios y reptiles— y nos acercamos a un muro de piedra o a una charca, las lagartijas huyen a esconderse entre las grietas o las ranas saltan zambulléndose en el fondo, respectivamente. En nuestra rica herpetofauna ibérica (más de cincuenta especies de reptiles) tenemos algunos endemismos. Uno de ellos es el lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi), especie amante de zonas humedas que se la encuentra en los bosques y orillas de los cursos fluviales de la cornisa cantábrica y el oeste penínsular, incluido algunos puntos del interior. Este saurio que no supera los treinta centímetros de longitud (de los que 11 o 12 corresponden a la cabeza-cuerpo), tiene un comportamiento exclusivo e inusual entre los demás lagartos, no duda en lanzarse al agua en caso de peligro.

Miembros de la Asociación Herpetológica Española que llevan estudiando a estos animales en los Montes de Toledo, pudieron observar, en el Parque Nacional de Cabañeros, a una hembra de este reptil que tras detectar la presencia de los investigadores se arrojaba automáticamente a un arroyo, donde permaneció sumergida bajo una piedra durante unos diez minutos (exactamente 9 minutos y 53 segundos). Siendo esta la primera vez que se calculaba el tiempo bajo el agua, y sorprendió lo que duraba, al cabo de ese tiempo emergió con movimientos lentos.

Yo había oído hablar de otros lagartos tropicales que se meten en el agua, pero no tenía ni idea de esta especie de nuestra Península Ibérica.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Patología de la organización capitalista en el trabajo


Resumen del libro de Michael Schneider
por Jaime Ernesto Vargas-Mendoza
*.

1.— Una teoría materialista de la enfermedad debe partir de la categoría de «trabajo» y no del concepto de la libido, como lo hace Freud.

2.— El principal foco patógeno está en las relaciones capitalistas de trabajo.

3.— El lema que los nazis colocaban en sus campos de concentración decía: «el trabajo te hace libre».

4.— Quien debe «sanar» no es el obrero, sino la empresa.

5.— La enfermedad es la relación del individuo como ser viviente ante una situación de desamparo. Es un conflicto entre individuo y sociedad.

6.— La enfermedad es una negativa al trabajo.

7.— Como explica Marx, el obrero moderno está «enajenado» de su producto, del acto de producción, de los demás hombres y, con ello, de sí mismo.

8.— Ya no es el obrero quien emplea los medios de producción, sino los medios de producción los que emplean al obrero.

9.— El trabajo asalariado es castrante.

10.— El trabajo repetitivo produce una clase de ensueño psicótico y una tendencia a la repetición compulsiva.

11.— Los Gringos han experimentado que con música se elimina la conciencia del obrero y éste trabaja más rápido a destajo.

12.— La máquina no libera del trabajo rudo, sino del contenido o significado del trabajo mismo.

13.— Ha habido un cambio de las enfermedades físicas a las funcionales, que corresponde al cambio del trabajo manual al trabajo intelectual (debido a la automatización).

14.— Es un hecho también, que entre los obreros que trabajan por turnos, se rompen muchos matrimonios y también tienen el estómago estropeado.

15.— Los sistemas de valoración del rendimiento producen una neurósis que se manifiesta con el incremento de los accidentes de trabajo.

16.— El aumento de las enfermedades del corazón y de la circulación como causa de muerte, revela la sobrecarga psíquica del obrero.

17.— El enfermo se convierte en consumidor de una explotación secundaria que es la de la industria farmacéutica. Al obrero se le explota ya sea sano o enfermo (y también muerto).

18.— Solo llegan a ser psicóticos los proletarios, ya que tienen que estar muy destrozados para que el Estado los alimente. No se pueden dar el lujo de una neurósis.

19.— Y cuando no pueda cambiar la realidad, formará alucinaciones.

20.— La ideología Capitalista dice: salud, igual a capacidad para el trabajo. Sólo se deja de trabajar cuando se está enfermo.

21.— La auto-organización de los obreros (sindicatos) y la auto-organización de los enfermos es el modelo político a seguir.

*Vargas-Mendoza, J. E. (2008)
Neurosis y lucha de clases de Michael Schneider. Resumen.
México: Asociación Oaxaqueña de Psicología A.C.
En http://www.conductitlan.net/neurosis_y_lucha_de_clases.html

miércoles, 17 de febrero de 2010

Un mito del Derecho Penal vigente

Del mito «los delitos son expresión de la libertad del ser humano; una decisión individual libre por la que cada uno debe pagar», a «una gran mayoría de ellos tienen una vinculación directa con situaciones de exclusión social»

También está latente el mito de que el sistema penal es eficaz e igualitario y que la población encarcelada es un reflejo de la población delincuente [1]. Sin embargo, los índices de impunidad no se reparten igual entre las clases sociales (ya desde el legislador, que criminaliza el ámbito de la seguridad ciudadana más que el de la delincuencia de cuello blanco por ejemplo; o la actuación del sistema policial y judicial, que actúan sobre todo contra ciertos sectores sociales; o el sistema penitenciario que favorece la salida prisión con más facilidad de las personas socialmente integradas que la de los excluidos…)

Por otra parte, se produce una neta correlación entre exclusión social y control penal (en la marginación existen más posibilidades de ser definido como delincuente). La precariedad social, la discapacidad y la salud mental, incluso la tercera edad, no están suficientemente protegidas socialmente y ello se va constatando en el cambio del perfil del preso que se viene produciendo en los últimos años, lo cual está obligando a la prisión a realizar «funciones de suplencia» de los servicios públicos. Este problema tenderá a agudizarse con los efectos de la actual crisis económica y el incremento de la vulnerabilidad de los colectivos más precarizados, si no se acentúan las políticas de protección social.

A la masificación carcelaria y a la falta de funcionarios y medios para el tratamiento se añaden problemas sobrevenidos que no estaban contemplados cuando se empezó a utilizar masivamente la cárcel como respuesta al delito. En concreto, como revelan estudios específicos, es muy preocupante el paulatino incremento de la población penitenciaria con severas enfermedades mentales (casi 10.000 internos tienen antecedentes por trastornos mentales) [2] que está convirtiendo a los centros penitenciarios y a los albergues para los «sin hogar» en sustitutivos de las gravísimas carencias que presentan los sistemas públicos de sanidad en materia de salud mental. La desinstitucionalización de la enfermedad mental no es tal, simplemente ha habido un cambio de institucionalización: del sistema sanitario al sistema penitenciario; el abordaje de la enfermedad mental ha pasado del ámbito de las políticas sanitarias al ámbito de las políticas de seguridad ciudadana. Asimismo existe una significativa presencia de discapacitados físicos y psíquicos (también cerca de 1.000 internos tienen acreditada esta última situación) y, en proporción creciente, la de ancianos —incluso de más de 70 años de edad [3]—, algunos de ellos dependientes.

Hay que destacar también que las víctimas de los delitos se encuentran entre las clases desfavorecidas, por lo que su protección también pasa por la justicia social, la información y la formación: la atención prioritaria, en fin, a los más desfavorecidos.

Si comparamos el nivel educativo de las personas presas con las personas libres, vemos la importante diferencia en el nivel cultural; sabiendo que éste no sólo puede ser un indicio de menores posibilidades de acceso a la cultura, sino que puede suponer una mayor dificultad de obtener medios lícitos de ganarse la vida, así como de acceder a un mayor nivel de sociabilidad y, por tanto, de posibilidades de respeto a las normas jurídicas y de convivencia. Las personas encarceladas en España tienen un escaso bagaje educativo. Las personas analfabetas (1%) y sin estudios (7,3%) son todavía un grupo importante. Y los que apenas tienen estudios primarios constituyen la inmensa mayoría (el 45%), mientras que los universitarios no llegan al 9% del total. Apenas un 3,4% ha cursado estudios universitarios de Grado Superior.

El bajo nivel educativo de las personas que se encuentran en prisión se pone aún más de relieve cuando lo comparamos con el que tiene la población española adulta ocupada; éste sería el universo de referencia válido con el que contrastar el nivel de formación de las personas presas. Si lo agrupamos en tres grandes tramos, obtenemos el resultado que se muestra a continuación. El nivel de menor formación se encuentra sobrerrepresentado en prisión 3,2 veces lo que sería su peso «natural», mientras que los universitarios lo están 3,9 veces menos de la proporción que les correspondería según criterios de estricta proporcionalidad. Así pues, si sumáramos el efecto multiplicador de ambas circunstancias e hiciéramos abstracción de cualquier otra variable, podríamos decir que un ciudadano español adulto con estudios universitarios tiene 12 veces menos probabilidades de encontrarse en prisión que otro con educación primaria o inferior.

Para tratar de extraer alguna conclusión acerca de la posición social de las personas presas, hemos aplicado [4] a las respuestas dadas la clasificación utilizada por el INE en la Encuesta de Condiciones de Vida 2007 sobre el tipo de ocupación de los asalariados. Si comparamos el resultado de las respuestas que dan las personas presas con la clasificación aplicada al conjunto de los asalariados que se encontraban trabajando en 2007 o, lo que es lo mismo, si comparamos la profesión declarada por las personas presas y la estructura ocupacional española en la misma fecha, el resultado que obtenemos es el que figura en el siguiente gráfico.

Incluso siendo muy generosos en la aplicación de las categorías del INE, es evidente la sobrerrepresentación en la cárcel de los trabajadores no cualificados (33,8% vs. 15,35%) y de los trabajadores vinculados a los servicios de restauración, etc. (22% vs. 15,12%). En este último caso, la inmensa mayoría responden haber sido camareros, ayudantes de cocina, etc.; en definitiva, sectores laborales en los que se concentran muchas personas trabajadoras con escasa cualificación. Entre ambas categorías suman el 56% de las personas presas, cuando su peso en la estructura ocupacional española apenas alcanzaría el 30,5%.

Por el contrario, las ocupaciones «de cuello blanco», con o sin título universitario, vienen a representar el 42% de la pirámide ocupacional española, mientras que apenas representan el 15,6% de las ocupaciones de las personas presas en España.

Si, atendiendo exclusivamente al nivel educativo alcanzado y a la ocupación desempeñada durante más tiempo a lo largo de su vida, queda bastante claro cuál es la extracción social de las personas presas, el asunto se ilumina aún más cuando consideramos ambas variables en la persona de sus progenitores. Al estudiar el nivel educativo y la profesión desempeñada por el padre y la madre, queda diáfanamente claro que a la cárcel siguen yendo, esencialmente, trabajadores pobres, hijos a su vez de trabajadores poco cualificados y sin estudios.

Es verdad que la expansión del nivel educativo a partir de los años 60 ha constituido toda una revolución en la estructura social española; sin embargo, ese proceso de universalización de la enseñanza pública y gratuita no parece haber alcanzado totalmente a la generación de los progenitores de personas presas, puesto que el 70% de los padres sólo tiene estudios primarios o inferiores y, en el caso de las madres, el porcentaje se eleva hasta superar las tres cuartas partes (76%).

Consideremos además que el 10% de los padres y el 15% de las madres de las personas presas son analfabetas.

En cuanto a la profesión, nos encontramos con un panorama que intensifica la baja cualificación de las profesiones de los hijos. Los padres son, abrumadoramente, trabajadores no cualificados (29%) o que han trabajado con muy baja cualificación en la hostelería o el comercio, como camareros o dependientes (13%). Sin embargo, hay que destacar el hecho de que existen bastantes trabajadores industriales con alguna cualificación (21%), lo que de algún modo refleja la vieja estructura ocupacional de la sociedad española que se industrializó rápidamente a partir del año 1959 y del Plan Nacional de estabilización económica.

En el caso de las madres, la gran mayoría han trabajado como amas de casa (58,7%) y cuando han salido a trabajar fuera lo han hecho sobre todo como limpiadoras, jornaleras y trabajadoras no cualificadas (14,8%).

Otro dato que puede servirnos para caracterizar a grandes rasgos el origen sociofamiliar de las personas presas se refiere al tamaño de la familia. En general provienen de familias numerosas. La distribución presenta el perfil que se recoge en el siguiente gráfico.

Si adoptáramos el número de tres hermanos o hermanas para hablar de «familia numerosa», tal y como recoge actualmente la definición oficial, tendríamos que el 80,5% de las personas presas provienen de familias numerosas. De hecho, el 44,3% nació en familias formadas por 5 o más hermanos o hermanas.


NOTAS:

[1] Constituye ya desde Foucault un lugar común el que la cárcel cumple una función social principal de transmitir un mensaje tranquilizador a la sociedad y de identificar a «los buenos» y a «los malos», reproduciendo estereotipos falsos sobre la distribución de la delincuencia en el cuerpo social: que los sectores marginales son los que más delinquen, cuando precisamente la composición de la población encarcelada es más bien la consecuencia de la política criminal y social de un país, la consecuencia de la acción de la policía y del sistema judicial. La acción discriminatoriamente selectiva del sistema penal (legal, policial, judicial y penitenciario) produce una imagen de la delincuencia que es empleada por los mecanismos del control social, cerrando el círculo vicioso de la profecía autocumplida.

[2] Estudio sobre salud mental, Subdirección General de Instituciones Penitenciarias, Ministerio del Interior, Madrid, 2007.

[3] En 2009, cerca de 1.400 personas encarceladas tenían más de 60 años de edad.

[4] Ríos Martín, J., Cabrera Cabrera, P, Gallego Díaz, M., Segovia Bernabé, J.L. Andar 1 KM en línea recta. La prisión del siglo XXI que vive el preso. En prensa.

domingo, 14 de febrero de 2010

Sade contra el amor

Hoy, 14 de febrero, día de San Valentín, todos los enamorados van a regalar a su pareja algo. Como yo creo que el amor es una tontería, y para convenceros de que no caigáis en semejante error os pongo un extracto de la obra de teatro del Marqués de Sade titulado Filosofía en el tocador en el que expone un argumento contra el AMOR:
«Me habláis de los lazos del amor, Eugenia; ¡ojalá no los conozcáis jamás! ¡Ah, que semejante sentimiento, por la felicidad que os deseo, no se acerque nunca a vuestro corazón! ¿Qué es el amor? No se le puede considerar, así me lo parece, sino como el efecto resultante de las cualidades de un hermoso objeto sobre nosotros; esos efectos nos transportan; nos inflaman; si poseemos ese objeto, hénos ya contentos; si nos es imposible tenerlo, nos desesperamos. Pero, ¿cuál es la base de ese sentimiento?... El deseo. ¿Cuáles son las consecuencias de ese sentimiento?... La locura. Atengámonos, pues, al motivo, y prevengámonos de los efectos. El motivo es poseer aquel objeto; ¡pues bien!, tratemos de conseguirlo, pero con cordura; disfrutemos de él en el momento que lo tengamos; en el caso contrario, consolémonos: otros mil objetos semejantes, y a veces mucho mejores, nos consolarán de la perdida de aquél; todos los hombres, todas las mujeres se parecen: no hay amor que resista a los efectos de una reflexión sana. ¡Oh, qué trampantojo esa embriaguez que, absorbiendo en nosotros el resultado de los sentidos, nos pone en tal estado que ya no vemos, que ya no existimos más que por ese objeto locamente adorado! Pero ¿es que eso es vivir? ¿No es acaso más bien privarse voluntariamente de todas las dulzuras de la vida? ¿No es querer seguir en una fiebre abrasadora que nos absorbe ya que nos consume, sin dejarnos otra dicha que goces metafísicos, tan semejantes a los efectos de la locura? Si con todo tuviéramos que amarlo a ese objeto adorable, si fuera seguro que no tendríamos jamás que abandonarlos, ello sería todavía sin duda extravío, pero excusable por lo menos. ¿Sucede tal cosa? ¿Se encuentran muchos ejemplos de esas uniones eternas que jamás se han desmentido? Algunos meses de disfrute, volviendo bien pronto a poner el objeto en su verdadero sitio, nos hacen sonrojarnos del incienso que hemos quemado en sus altares, y no llegamos muchas veces a concebir siquiera que haya podido reducirnos a tal punto.»
Y para finalizar os pongo otro extracto de la misma obra contra la nefasta institución del MATRIMONIO:
«(...) ¿Diréis, por ejemplo, que la necesidad de casarme, sea para prolongar mi raza, sea para ordenar mi fortuna, tiene que establecer vínculos indisolubles o sagrados con el objeto al que me alío? ¿No sería un absurdo, decidme, sostener tal cosa? Mientras dura el acto del coito, puedo, sin duda, tener necesidad de aquel objeto para participar en él; pero, tan pronto como esa necesidad me satisface, ¿qué queda, respondedme, entre él y yo? Y ¿qué obligación real va a dejar encadenados a él o a mí los resultados de ese coito? Estos últimos vínculos fueron el fruto del terror que los padres sintieron de verse abandonados en su vejez, y los cuidados interesados que con nosotros tienen en nuestra infancia no son más que para merecer luego las mismas atenciones en sus años últimos.(...)»
Así, pues, niños y niñas, una vez los hayáis leído, poneros a meditar y no caigáis en semejante demencia.

viernes, 12 de febrero de 2010

Mitos de la competitividad


La competitividad es uno de esos conceptos fáciles de comprender pero difíciles de integrar en el caudal informativo que recibe el ciudadano medio, por lo que conviene disipar algunos mitos que oscurecen su entendimiento, utilizando, en lenguaje corriente, los argumentos de la Teoría económica.

1. La opinión pública está convencida de que la amenaza competitiva viene de los países del tercer mundo, y los medios de comunicación nos ofrecen a diario aparentes evidencias de que la realidad coincide con esta afirmación. Sin embargo, bastaría con preguntar a los empresarios españoles de dónde les llega la competencia para comprender que la más fuerte y peligrosa procede de los países más desarrollados del primer mundo: Alemania, Francia, Estados Unidos, Suiza..., y que esto sucede, no sólo en la industria y en los servicios, sino incluso en numerosos subsectores del sector primario, donde los rivales principales son empresas de esos mismos países.

2. La confusión sobre el origen de la competitividad no se origina en los medios, sino en la Universidad y en la Academia. Allí, se combina la idea de que los costes laborales son decisivos dentro de los totales con la tesis de que éstos últimos siguen siendo determinantes en los precios, para concluir que las empresas y países competitivos son los de salarios más bajos. Sin embargo, esto no es cierto. Normalmente, los salarios altos van unidos a costes bajos (y no altos), y esto tiene su explicación: es verdad que los bajos costes unitarios se reflejan en bajos costes laborales unitarios (por unidad de producto), pero éstos no se deben a bajos salarios per capita sino a altas productividades, que permiten pagar altos salarios y que a la vez éstos representen sólo una pequeña parte de los costes totales (ejemplo: se puede pagar el doble a un trabajador que hace fotocopias con una máquina 4 veces más rápida, y reducir el coste salarial por fotocopia a la mitad). Esto es acorde con la dinámica capitalista, que da al factor objetivo de la producción (instrumentos de trabajo) un papel dominante, y hace que el factor subjetivo (los trabajadores y sus salarios) vaya quedando en segundo plano.

Ciertamente, las empresas con capacidad para instalarse más allá de las fronteras nacionales elegirán un país de menores salarios (o precios de los factores) si les es posible reproducir en él la misma técnica productiva. Pero esto sólo sucederá en unos pocos casos, pues la ausencia de muchos bienes y servicios en estos países, junto a la insuficiente cualificación de su mano de obra y las pobres infraestructuras, son factores que elevan los costes de producción hasta hacer imposible la instalación en ese país. Esto explica que los países más desarrollados del mundo sean los que producen a costes más bajos, sobre todo los bienes de mayor desarrollo técnico, científico y social.

3. En los últimos tiempos, se sugiere que lo que cuenta no son tanto los costes como la calidad y el diseño (la «diferenciación del producto»). En realidad, se trata de una falsa novedad porque se sabe desde hace siglos que las mercancías tienen valor de uso y valor de cambio, y lo decisivo es ofrecer el menor valor de cambio (precio) para un valor de uso dado (calidad), y esto es equivalente a proporcionar un mayor valor de uso sin elevar el valor de cambio. Las amas de casa saben, como las empresas, que lo decisivo es la relación calidad/precio, y que en ella entran ambos factores simultáneamente; pero algunos parecen creer que se trata de factores independientes.

4. Otro mito instalado en la conciencia colectiva es que la vía principal para colocar a un país en la senda competitiva es aplicar una política de competitividad adecuada, y que para ello basta con declararla el objetivo supremo de toda la política económica, subordinando a éste los demás objetivos. Pero esto es sencillamente confundir la realidad con los deseos. En primer lugar, olvida que todos los países buscan el mismo objetivo, y que no todos lo pueden conseguir (no todos pueden aumentar al mismo tiempo su cuota en el mercado mundial). En segundo lugar, ignora que la competitividad depende del nivel de eficiencia de las empresas de un país, que a escala agregada coincide con el nivel científico y técnico de su tejido productivo (grado de desarrollo medio de las fuerzas productivas sociales). Por tanto, puesto que ningún gobierno es libre para escoger éste —que se le presenta como algo dado, fruto de una larga serie de determinaciones históricas—, sólo podrá influir en él a través de su impacto sobre el desarrollo científico y técnico.

5. Por último, existe el mito de que la competencia es buena para todos, a la manera como en el deporte se dice que lo importante es participar. Por un lado, esto contradice llamamientos más realistas que observan la competitividad, no como un juego, sino como algo más dramático: una auténtica guerra económica en la que todos se juegan su futuro. Por otro lado, obliga a distinguir dos sentidos de la competitividad: 1) como capacidad (subjetiva), es sinónimo de eficacia, aptitud o habilidad competitivas; 2) como relación objetiva significa simplemente competencia o rivalidad (con independencia de que se tenga o no esa habilidad). Ambos están relacionados, y es evidente que la necesidad de ser competitivos en el primer sentido deriva de la existencia de la competitividad en el segundo sentido. Pero que en el sistema de mercado -o de competencia- la rivalidad sea una obligación no es garantía de que los obligados a competir tengan asegurado ganar. Al contrario, es más bien imposible, ya que para que unos ganen, necesariamente otros tienen que perder.

¿Qué es indecente?

[Lo he recibido por el correo y no he podido aguantarme. Y luego se quejan de los salarios de los trabajadores.]

SÍ, ES INDECENTE

Me gustaría transmitir a todos lo que en estos tiempos de penuria general para todas las economías, considero indecente.

● Indecente, es que el salario mínimo de un trabajador/a sea de 624 €/mes y el de un "Sr./Sra." diputad@ 3.996 €/mes, pudiendo llegar con dietas y otras prebendas a los 6.500 €/mes;

● Indecente, es que un Sr./Sra. catedrátic@ de universidad o un Sr./Sra. cirujan@ de la sanidad pública ganen menos que un concejal de festejos en un ayuntamiento de tercera;

● Indecente, es que los polític@s se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca, (siempre claro está, por unanimidad, por supuesto y al inicio de cada legislatura);

● Indecente, es comparar la jubilación de un diputad@ con la de una viuda;

● Indecente, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años para percibir una jubilación y a los "Srs./Sras." diputad@s les baste con "SOLO" siete años y los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima necesiten solo jurar el cargo;

● Indecente, es que los diputad@s sean los únicos "trabajadores" (¿?) de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF;

● Indecente, es colocar en la administración a miles de asesores, amigotes con sueldos que ya desearían los técnicos más cualificados; o liberados con sueldo de partidos y sindicatos...

● Indecente, es el millonario gasto en mediocres TV autonómicas creadas al servicio de la pervivencia en el trono de políticos más mediocres;

● Indecente, es el ingente dinero destinado a sostener los partidos políticos, aprobado por los mismos políticos que viven de ellos; (otra de Juan Palomo.)

● Indecente, es que a un polític@ no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer un cargo (y no digamos intelectual o cultural);

● Indecente, es el coste que representa para los demás ciudadanos españoles, sus comidas, sus coches oficiales, sus chóferes, sus viajes (siempre en gran clase) y sus tarjetas de crédito por doquier;

● Indecente, es que sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año;

● Indecente, es que sus señorías cuando cesan en sus cargos, tengan un colchón del 80% del sueldo durante 18 meses;

● Indecente, es que ex-ministros, ex-secretarios de estado y ex-altos cargos de la política cuando cesan son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del erario público;

● Indecente, es que se utilice a los medios de comunicación para transmitir a la sociedad que los funcionarios solo representan un coste para el bolsillo de los ciudadanos.

● Indecente, es que nos oculten sus privilegios y prebendas (sustantivo femenino que significa ganga, inmunidad, sinecura, poltrona, enchufe, momio, chollo, bicoca, etc., etc.,) mientras vuelven a la sociedad contra quienes de verdad les sirven.

● Indecente, es que una sola familia monopolice el cargo de la jefatura del Estado en una democracia, y que tengamos que mantenerles.

¡¡INDECENTES!! ¡¡INDECENTES!! ¡¡¡INDECENTES!!!

TOP TEN DE ESPAÑA

Los 10 políticos mejor pagados a pelo y sin dietas (que también pueden vivir sin ellas)

1. Presidente de la Generalidad de Cataluña, José Montilla 164.043,54 euros
2. Presidente de la Diputación de Barcelona, Celestino Corbacho 144.200 euros
3. Alcalde de Barcelona, Jordi Hereu 117.398 euros
4. Presidente de la Diputación de Lérida, Jaume Gilabert 108.220 euros
5. Alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón 100.743 euros
6. Presidente País Vasco, Juan José Ibarretxe 99.574 euros
7. Presidente de la Diputación de Vizcaya, José Luis Bilbao 99.540 euros
8. Presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre 98.700 euros
9. Presidente de la Diputación de Gerona, Enric Vilert 98.000 euros
10. Presidente de la Diputación de Palencia, Enrique Martín 97.339 euros

Alcaldes mejor pagados del país

1. Barcelona - Jordi Hereu 117.398 euros
2. Madrid - Alberto Ruiz Gallardón 100.743 euros
3. Bilbao - Iñaki Azcuna 92.873 euros
4. Zaragoza - Juan alberto Belloch 92.414 euros
5. Valladolid - Francico Javier León de la Riva 91.000 euros
6. Valencia - Ritá Barberá 90.296 euros
7. Castellón - Alberto Fabra 88.000 euros
8. Vitoria - Patxi Lazcoz 85.570 euros
9. Oviedo - Gabino de Lorenzo 84.588 euros
10. Tenerife - Miguel Zerolo 84.445 euros
11. San Sebastián - Odón Elorza 82.091 euros
12. Huelva - Pedro Rodríguez 81.014 euros
13. Lérida - Ángel Ros 80.645 euros
14. Málaga - Francisco de la Torre 77.678 euros
15. Badajoz - Miguel Ángel Celdrán 73.500 euros
16. Santander - Iñigo de la Serna 72.416 euros
17. Alicante - Luis Diaz Alpieri 72.000 euros
18. Murcia - Miguel Ángel Cámara 72.000 euros
19. Orense - Francisco Rodríguez 72.000 euros
20. Almería - Luis R. Rodríguez Comendador 71.005 euros
21. Salamanca - Julián Lanzarote 70.872 euros
22. Las Palmas - Jerónimo Saavedra 68.148 euros
23. Cuenca - Francisco Javier Pulido 68.000 euros
24. La Coruña - Javier Losada 66.942 euros
25. Burgos - Juan Carlos Aparicio 66.942 euros
26. Cádiz - Teofila Martínez 66.942 euros
27. Guadalajara - Antonio Román 66.492 euros
28. Ciudad Real - Rosa Romero 66.476 euros
29. Granada - José Torres 65.977 euros
30. Zamora - Rosa Baldeón 64.950 euros
31. Sevilla - Alfredo Sánchez Monteseirín 64.450 euros
32. Albacete - Manuel Pérez 63.434 euros
33. Córdoba - Rosa Aguilar 63.260 euros
34. León - Francisco Fernández 63.206 euros
35. Lugo - José López Orozco 63.000 euros
36. Palma de Mallorca - Aina Calvo 62.356 euros
37. Pamplona - Yolanda Barcina 61.982 euros
38. Gerona - Anna Pagans 60.924 euros
39. Segovia - Pedro Arahuetes 60. 824 euros
40. Toledo - Emiliano García 60.389 euros
41. Cáceres - María Carmen Heras 60.200 euros
42. Pontevedra - Miguel Ángel Fernández 60.000 euros
43. Soria - Carlos Martínez 60.000 euros
44. Jaén - Carmen Purificación Peñalver 59.044 euros
45. Logroño - Tomás Santos 58.000 euros
46. Ávila - Miguel Ángel García 58.000 euros
47. Huesca - Fernando Elboj 48.688 euros
48. Teruel - Miguel Ferrer 47.000 euros
49. Palencia - Heliodoro Gallego 45.057 euros
50. Tarragona - Joseph Félix Ballesteros 33.264 euros

Presidentes de comunidades autónomas (salario anual)

1. José Montilla - Cataluña 164.043,54 euros
2. Juan José Ibarretxe - País Vasco 99.574 euros
3. Esperanza Aguirre - Madrid 98.700 euros
4. Marcelino Iglesias - Aragón 87.000 euros
5. Emilio Pérez Touriño - Galicia 83.374 euros
6. Paulino Rivero - Canarias 79.963 euros
7. Manuel Chaves - Andalucía 78.791 euros
8. Juan Vicente Herrera- Castilla y León 78.791 euros
9. José María Barreda - Castilla La-Mancha 78.791 euros
10. José Luis Valcárcel - Murcia 78.791 euros
11. Miguel Sanz - Navarra 78.227,94 euros
12. Francisco Camps - C. Valenciana 77.988,24 euros
13. Francesc Antich - Baleares 70.657,86 euros
14. Miguel Ángel Revilla - Cantabria 68.666 euros
15. Vicente álvarez Areces - Asturias 68.002 euros
16. Pedro Sanz - La Rioja 63.376,32 euros
17. Guillermo Fernández Vara - Extremadura 54.244,56 euros

Presidentes de las diputaciones provinciales (salario anual)

1. Barcelona - Celestino Corbacho 144.200 euros
2. Lérida - Jaume Gilabert 108.220 euros
3. Vizcaya - José Luis Bilbao 99.540 euros
4. Girona - Enric Vilert 98.000 euros
5. Palencia - Enrique Martín 97.339 euros
6. Álava - Xabier Aguirre 92.596 euros
7. Castellón - Carlos Fabra 92.400 euros
8. Tarragona - Josep Poblet 92.000 euros
9. Málaga - Salvador Pendón 89.000 euros
10. Teruel - Antonio Arrufat 85.000 euros
11. Ávila - Agustín González 83. 521 euros
12. Toledo - José Manuel Tofiño 82.908 euros
13. Gran Canaria - José Miguel Pérez 81.538 euros
14. León - Isabel Carrasco 80.920 euros
15. Almería - Juan Carlos Usero 79.660 euros
16. Zaragoza - Javier Lambán 78.000 euros
17. Valencia - Alfonso Rus 77.988 euros
18. Pontevedra - Rafael Louzán 77.988 euros
19. La Coruña - Jesús Salvador Fernández 77.988 euros
20. Salamanca - Isabel Jiménez 77. 591 euros
21. Tenerife - Ricardo Melchior 76.968 euros
22. Cádiz - Francisco González 76.000 euros
23. Lanzarote - Manuela Armas 75.995 euros
24. Ciudad Real - Nemesio De Lara 72.991 euros
25. Segovia - Javier Santamaría 72.568 euros
26. Orense - José Luis Baltar 72.408 euros
27. Alicante - José Joaquín Ripoll 72.061 euros
28. Valladolid - Ramiro F. Ruiz Medrano 70.000 euros
29. Fuerteventura - Mario Cabrera 69.566 euros
30. Albacete - Pedro Antonio Ruiz 68.600 euros
31. Cáceres - Juan Andrés Tovar 68.236 euros
32. Badajoz - Valentín Cortés 68.236 euros
33. Cuenca - Juan Manuel Ávila 68.002 euros
34. Mallorca - Francina Armengol 68.000 euros
35. Huelva - Petronila Guerrero 67.490 euros
36. Ibiza - Xico Tarrés 66.000 euros
37. Jaén - Felipe López 66.000 euros
38. Soria - Efrén Martínez 63.639 euros
39. Menorca - Joana Barceló 63.100 euros
40. Granada - Antonio Martínez 62.493 euros
41. Zamora - Fernando Martínez 61.734 euros
42. Córdoba - Francisco Pulido 61.336 euros
43. Burgos - Vicente Orden 59. 990 euros
44. Guadalajara - María Antonia Pérez 59.336 euros
45. Sevilla - Fernando Rodríguez 51.936 euros

martes, 9 de febrero de 2010

Las reformas silenciadas

José Manuel Naredo

En los últimos tiempos hemos oído que la economía española necesita reformas estructurales que la ayuden a salir de la crisis. Pero cuando ese clamor favorable a las reformas se concreta, sólo una acostumbra a proclamarse con unanimidad: la reforma del mercado de trabajo. Atendiendo a las noticias de prensa, esta fue la principal recomendación que hizo el presidente del Banco Central Europeo en su visita a España, remachada, además, por el gobernador del Banco de España y el presidente de la patronal. Parece como si se trataran de ocultar las más graves irresponsabilidades y debilidades empresariales, financieras o inmobiliarias que provocaron la crisis mirando para otro lado, hacia ese chivo expiatorio del mercado de trabajo.

Merece la pena recordar que el salario medio y el coste laboral por hora trabajada se sitúan en España muy por debajo, no ya de la media de la UE de los 15, sino también de la media de la UE ampliada de los 27 países. Porque la evolución de los salarios en España arrastra todavía la enorme pérdida de poder adquisitivo que sufrieron con la inflación y la represión de la posguerra, que se recuperó durante el tardo-franquismo, para moderarse de nuevo con los pactos de la democracia y con el reciente aumento del trabajo precario. Por lo tanto, puestos a buscar responsabilidades, no son los modestos costes salariales los que han venido lastrando la competitividad y haciendo tan deficitaria la balanza comercial en nuestro país, sino la escasa productividad y vocación exportadora de las empresas. En este contexto —y con una tasa de paro que dobla a la de los países de nuestro entorno— parece una broma de mal gusto hablar de que hay que flexibilizar el mercado de trabajo, abaratar el despido o desvincular la evolución de los salarios de la del coste de la vida, para hacer que el coste laboral caiga todavía más por debajo de la media europea a la vez que se da rienda suelta a las inversiones especulativas y/o improductivas engrasadas con dinero público, atentando contra la convergencia de ingresos y la cohesión social.

En suma, que se habla de reforma laboral pero se silencia lo que de verdad motiva la baja productividad y capacidad exportadora de la economía española. Pues se hace la vista gorda sobre la responsabilidad que tiene el contexto socio-institucional que ha venido primando operaciones especulativas y «pelotazos inmobiliarios» y, como consecuencia, un empresariado más preocupado de cuidar sus relaciones que de orientar bien sus inversiones hacia la eficiencia de los procesos y la calidad de los productos. El propio presidente de la patronal viene a ejemplificar este tipo de empresariado cuyo éxito pecuniario no es fruto de producciones, sino de relaciones que facilitan pingües operaciones, privatizaciones y contratas que poco tienen que ver con la épica del «empresario innovador», la competitividad y las mejoras.

Mientras tanto, se silencian las reformas pendientes de la economía española que van, desde las relacionadas con esos dos protagonistas de la crisis que son el ladrillo y las finanzas… hasta las ligadas a la agricultura, el agua o el territorio.

Público, 20/12/2009.

sábado, 6 de febrero de 2010

Una moneda valaca



I

En mis manos contemplo una antigua moneda valaca. La conseguí en el Parque Rivadavia. El Parque —así, a secas, le dicen los vecinos y los que concurren desde siempre— es uno de los puntos cardinales secretos de Buenos Aires. Uno de sus escasos centros de gravedad. El aire de familia que emparenta las «plazas» —bonsáis que el Estado reserva al vecindario— con los bosques permite que a veces la jardinería barrial salte sobre los cercos emplazados por los geómetras municipales. Luego, tanto el parque edénico como el monte cerrado —arboledas donde no madura el dinero— son imanes para la imaginación urbana. En las plazas hay aduanas que consienten o vedan el cruce a otros tiempos, «conejeros» que conducen a pliegue de la imaginación. Después, el tacto es brújula y el «ábrete sésamo» un pasaje tan bueno como cualquier otro. Pero no por ser enunciadas sirven las formulas mágicas como pasaporte lingüístico.

Algunos comercios y trueques que han subsistido por décadas le han procurado al Parque Rivadavia una aureola de mercado persa que reluce especialmente los fines de semana. Las generaciones que han migrado regularmente hacia la zona lo consideran refugio más que paseo público. Es allí donde las cosas amenazadas por el óxido, el hongo y el olvido quedan resguardados de desatenciones e intemperies. Al turista accidental que pugna por la ganga o el souvenir le es sustraído el «doble de parque», porque en el lugar rigen contraseñas, misterios iniciáticos y pasadizos secretos que son revelados únicamente a quienes lo tienen por meca semanal. Sólo entonces los objetos en exhibición adquieren la cualidad de visas, de varitas mágicas, de bienes cuyo precio está por debajo de su valor. Cuando se agotan los elementos tradicionales de la tabla de Mendeleiev comienzan las así llamadas «tierras raras». Así también, cuando los objetos terminan de dar la talla acostumbrada comienzan a revelar propiedades desconocidas.

Cinco logias tienen jurisdicción sobre el Parque. Los bibliófilos —libreros de viejos y buscadores de raros y agotados–; los melómanos –comerciantes de discos, cassettes y compactos—; los filatelistas; los vendedores de videos piratas; y los numismáticos. No son los blasones que distinguen a los altos grados de estas masonerías las señas de identidad de los puesteros, a pesar de que algún que otro comerciante «establecido» tenga su «carrito» instalado en las veredas interiores del parque. Por el contrario, parecen enorgullecerse de su visible precariedad y del permiso condicional, del barateo y regateo, de la segunda línea y el emplazamiento barrial. La inadaptación a los códigos emblematizados por el código fiscal y la tarjeta comercial los amontonó en las barracas del parque. Sin embargo, a pesar del juego de simetrías que vincula a unos y otros, un perceptible encono los enfrenta: en otras épocas, la policía persiguió a libreros y a rockeros, nunca a los coleccionistas de sellos postales y de billetes. El rumor malévolo asegura que un comisario o un coronel coleccionista protegía a sus pares.

Los numismáticos se han instalado en redondo alrededor de un enorme árbol, a la orilla de la Avenida Rivadavia. Todos ellos, jóvenes o veteranos, comparten el tic obligatorio del coleccionista, el entusiasmo maniático por los círculos de metal. Esa pasión los hace también propietarios de saberes laterales sobre la historia del mundo. Saberes inútiles, fragmentados y en desuso. Saberes de oficio: sobre desaparecidos enclaves coloniales y metales nobles, sobre grandes falsificadores y volteretas geopolíticas en regiones lejanas. En verdad, en una estampilla o en una moneda se ocultan historias soslayadas. Quien ha aprendido a no despreciar a los pasatiempos improductivos o las pasiones de coleccionista no se engaña sobre las claves que los objetos pueden revelar. El amante de artefactos y de ideas perimidas puede ser también el semejante de quien analiza las sutiles ondulaciones de un relieve histórico. Así, Georges Bataille, Director del Gabinete de Monedas y Medallas de la Biblioteca de Orleans redactó, mientras las cuidaba, un curioso tratado de economía, La Parte Maldita, en el cual se postula que los fundamentos libidinales de la economía se sostienen en el derroche y no en el ahorro.

De los momentáneos panoramas que se engarzan a la vista rescatamos pormenores, logos, huellas, siluetas, espejismos, esfumaturas: espectros de la óptica. Pero apenas un puñado logra ser incorporado y macerado en las probetas de la memoria. El resto se escurre y se desliza fuera de foco. En un rutinario paseo dominguero por el Parque Rivadavia la curvatura de una moneda se me encastró en el diámetro de la esfera ocular. ¿Qué fue lo que me acercó hacia su radiación? Quizás el formato antiguo, poco familiar. ¿No ocurre a veces que una moneda que cae al piso desafía la regularidad estadística y comienza a correr sobre su canto? No queda otro camino que seguir la dirección imprevisible de su rodada. Cuando encontré a la moneda valaca buscaba otra cosa, pero es inútil dragar el delta causal: al azar no se le exige pedigree. Ese domingo por la mañana había ido al Parque a buscar monedas rumanas de este siglo para hacer un regalo peculiar a un amigo de origen balcánico. Rumania es un curioso país de lengua latina y alfabeto cirílico, de nombre imperial y consistencia campesina, de apodo relativamente nuevo y gobiernos sucesivos de índole monárquica y colectivista. Pero antes de su nombre, Rumania estuvo cuarteada en otros tantos territorios carpáticos y temblando bajo el knut de los señores austro-húngaros, rusos y otomanos. En los puestos había monedas balcánicas de principios de siglo, billetes emitidos por las autoridades turcas, papel moneda de la época de la Gran Guerra, billetes de valor menudo y otros con clonación de ceros, cría de la hiperinflación. En uno de los puestos había billetes romanos con el cetro y escudo de la dinastía Hohenzöllern y también los «Lei» de la época comunista. Y había, antes que ellos, una moneda renegrida y solitaria.

Una moneda antigua.

II

Una inscripción en el sobrecito de plástico que protegía a la moneda garantizaba que yo tenía en la cuenca de la mano 2 «Para», pieza de bronce sellada entre los años 1770 y 1772 en Valaquia y cuyo radio de valor cubría también a Moldavia. Entre 1768 y 1774 Valaquia fue un Estado-tapón creado artificialmente por el Imperio Romanov luego de la Guerra Ruso-Turca y cuya misión exclusiva consistía en amortiguar tensiones con el Imperio Otomano. Las monedas eran el fruto exprimido de la derrota turca: fueron forjadas con el bronce de los cañones capturados, fundidos y acuñados.

Ciertos territorios —grandes o pequeños, históricamente un pivot o insignificantes, en la cresta de la ola u olvidados— nutren por un tiempo los anecdotarios culturales. De Samarcanda a la Tierra del Preste Juan, de Machu-Picchu a la Isla de Pascua, sus acciones en la pizarra de cotizaciones mito-históricas varían pero siempre subsiste la memoria de un esplendor. Valaquia. Uno más de tantos nombres geográficos legendarios que han sido resucitados por la novela de aventuras, el artículo periodístico de ocasión y las películas de vampiros. Tartaria, Siberia, Patagonia, son vestigios folklóricos que ocultan matanzas y torturas, y cuya sangre licuada y secada la reencontramos en escuetos párrafos de compendios de historia universal. En todos lados se inocenta o minimiza el drama constitutivo del renombre. A Valaquia le bastó un sólo hombre para que se le confiriera el estatuto de territorio legendario; hombre cuya historia temible sólo es posible resucitarla excavando bajo los cimientos de la cinematografía gótica. Poco sabemos de la región carpática. Hasta principios de este siglo Buenos Aires o Río de Janeiro estaban más cerca de Londres o París que la entera península balcánica. Siglos de dominio otomano y un pertinaz rechazo a la irradiación del iluminismo la destituyeron del interés civilizado. Luego, la guerra regional fratricida, el magnicidio en Sarajevo, la ocupación nazi, la «Cortina de Hierro» [Telón de Acero] y al fin el cuarteamiento de Yugoslavia y la guerra étnica. Pero antes, Valaquia fue el dominio de Vlad Tepes, apodado «Drácula», Príncipe de Valaquia y Duque de Transilvania, Almas y Fagaras. El apodo «dracul» fue dado a Vlad II, padre de VIad Tepes, y hace alusión tanto a la palabra dragón como a la más preocupante «diablo». «Drácula"» significa hijo del diablo y ése fue el sobrenombre concedido a ese príncipe valaco muerto hacia 1476.

Una moneda de la región del personaje tremebundo había llegado a mis manos. Estaba bastante deteriorada. Se notaba una inscripción cirílica así como un dibujo troquelado de difícil interpretación. Luego, averigüé que se trataba de dos escudos que sostenían una corona. Las preguntas más difíciles de contestar se me ocurrían mientras examinaba la moneda: ¿Cómo habría llegado al Río de la Plata? ¿Por cuáles y por cuántas manos habría pasado? ¿Qué actividades habría subvencionado? ¿Qué sangre derramada, qué impuestos fiscalizados, qué mercancías encargadas, qué lujos y qué hambre satisfechos se ocultaban en el diámetro de una sola moneda? ¿Quién la habría traído? Pensé que la podría usar como un antídoto, como uno de esos amuletos ambiguos a los cuales les ha sido invertida la carga negativa, como una vacuna. «Drácula», hijo del diablo, fue en aquella zona la encarnación del mal durante cientos de años; y aunque otros alias tuvieron mayor prensa durante la época cristiana —Lucifer, el Anticristo, Mefistófeles—, ningún diccionario de los infiernos puede darse el lujo de prescindir de este «rumanismo». ¿Acaso en esta tierra existe un país del diablo? ¿Un territorio que lo cobijó originalmente luego de la caída? ¿Un refugio al cual retorna luego de cada correría o de cada derrota? Si así fuera, la geografía del Reino de las Tinieblas ha de contener curiosos e inciertos accidentes. Por el retrato que algunos viajeros nos han dejado del panorama visto desde el Paso Borgo, sabemos que se parece a una naturaleza muerta. Hoy se las deseca en museos ó se las retoca para consumo turístico. Pero antes de los bodegones renacentistas, los retratos cortesanos, los interiores domésticos claustrofóbicos, las postales de viaje, la fotografía pornográfica, los cien canales de TV y de otras variantes evolutivas de la naturaleza muerta, ya circulaban en esa época xilografías mostrando los treinta mil prisioneros turcos empalados en un solo día por orden de Vlad Tepes, alias «Drácula», prototipo balcánico de los líderes estatales monstruosos del siglo XX, indiferentes al dolor causado.

Esa moneda parecía acuñada con torpeza. Si se me decía que tenía miles de años de antigüedad, lo hubiera creído. El arte numismático anterior a la modernidad acuñaba monedas sustancialmente distintas de etnia a etnia y de imperio a imperio. Pero las actuales parecen cortadas por el mismo patrón de medida: sus variaciones y diferencias dependen más de imperativos de diseño que de un troquel antropológico. En el patrón oro y en el dólar calzan todas las huellas digitales. Y aunque sea verdad que el dinero es la más alta abstracción de la mercancía, no deja de ser un fetiche concreto y poderoso: cuando la religión o la política titubean, persiste todavía la moneda aherrojándonos a tierra: es el ancla que traba la fuga, la ostia repartida en torno de los becerros de cinco continentes. Imaginé que esa vieja moneda, fragua caliente en donde fue vertida la fuerza de un tiempo pasado, ya era peso muerto. ¿Estaría invertido el orden de los elementos de su aleación? Pero tras la otra cara de mi moneda, como si fuera una lupa, detecté un signo abyecto: entre tanto papel moneda desmonetizado e inútil había en los puestos del Parque ejemplares de una economía de guerra, de la numismática de la Segunda Guerra Mundial. En época de paz, el dinero moderno tasa el tiempo de los hombres y el peso de sus mercancías, y durante las guerras, los intercambios cotidianos entre hombres movilizados por fuerzas desmesuradas que les impiden desconcernirse. Anterior a la secularización de Occidente, la moneda valaca quizás hubiera merecido ser la unidad de medida financiera de la noche de la eternidad.

III

Cuando la búsqueda de monedas romanas en el Parque Rivadavia se volvía infructuosa los puesteros ofrecían sustitutos, suponiendo que mi jurisdicción abarcaba la región entera. Popurri oriental: papel moneda de Polonia y de Montenegro, de Lituania y de la Unión Soviética, de Croacia y de Eslovaquia. Me di cuenta de que en el mercado numismático circulaba bastante moneda de la época de la Segunda Guerra. Compré un billete del protectorado alemán sobre Bohemia y Moravia, país marioneta que subsistió el tiempo que duró el milenio nazi. Luego adquirí otros ejemplares centroeuropeos y balcánicos de esa época. El diseño de esos billetes —al igual que el de los actuales— suele ser hermoso. Así debía ser el rostro de la Hidra de Lerna, una de cuyas cabezas —la inmortal— estaba recubierta de oro. En fin, incluso los perfumes son fijados con la excrecencia genital de las ratas.

Durante la Segunda Guerra Mundial existieron varias naciones-títere eructadas durante la expansión nazi por Europa. La taxonomía contiene al gobierno marioneta en un país aliado al «eje» y a la republiqueta creada ex-profeso. En el primer caso se cuentan el gobierno de Antonescu en Rumania, o los de Austria y Hungría. En el otro, la República de Saló, el Protectorado Alemán sobre Bohemia y Moravia, Croacia, la República de Vichy, la móvil y efímera Ucrania y, quizás, el gobierno de Monseñor Tiso en Eslovaquia. En este segundo grupo, los casos de Ucrania y Croacia, hacia cuya fundación pujaban fuerzas nacionalistas desde hacia un siglo, se diferencian de Vichy y Saló, ampollas territoriales cuyas fronteras se trazaban de acuerdo con los caprichos del führer o a los zigzags dibujados por las peripecias militares. En Alemania, ya se sabe, pero también en esas naciones, se construyeron infiernos para judíos. Cada una pagó al nazismo la cuota más alta posible: Rumania, 750.000; 60.000, Checoslovaquia; 200.000, Hungría; 300.000 judíos de Yugoslavia; y de los 750.000 asesinados en Rusia grande fue la tajada que correspondió a Ucrania. La mayoría de los judíos rumanos fueron asesinados en la Transnistría, región moldava hacia donde habían sido expulsados. El resto sucumbió en el campo concentración de Cluj. Por el Tratado de Trianón de 1919 Hungría había cedido a Rumania su provincia oriental, pero en 1941 la recuperó. Cluj quedaba en esa provincia, llamada Transilvania, donde la sombra de Vlad Tepes aún cubría la memoria de los campesinos. Entre otras etnias y creencias arrasadas en los campos se cuentan los izquierdistas, los homosexuales, los pacifistas, los gitanos, los serbios y los testigos de Jehová. Súmense a ellos los prisioneros de guerra que nunca volvieron, los partisanos y sus simpatizantes asesinados en el lugar donde se los encontrara, los «trabajadores esclavos» muertos de extenuación, la esclavas sexuales humilladas en Oriente, y las nacionalidades asesinadas —especialmente ucranianos, polacos, gitanos (los primeros cobayas en los cuales se probó la eficacia del gas Zyklon-B en 1940 fueron doscientos cincuenta niños gitanos traídos desde Brno hacia Büchenwald)—. Números. Sin embargo, un solo testimonio del espanto los abarca a todos. Eso nunca parece bastar; tampoco en la Argentina.

Entre otras tantas cosas, también la numismática une a esos países: todos emitieron moneda o, más bien, las confiaron a los cuños de la Casa de la Moneda de la ciudad de Leipzig. En Vichy circulaba el dinero francés (cuya divisa grabada era «Travail, Famille, Patrie») pero también se emitieron vales y chapas. Ucrania tuvo al «Karbovanez», billete de ocupación emitido en 1942; Bohemia y Moravia al Koruna entre 1939 y 1945; Eslovaquia al «Halierov» hasta octubre del 44; Estonia al «Krooni», Croacia al «Kuna», Austria al «Kronen», Rumania al «Leu» y así sucesivamente. Todas estas monedas desaparecieron con la «liberación» y al poco tiempo ya eran curiosidades numismáticas. Prole de Valaquia, aquel estado-tapón, estos billetes nacieron de las planchas estatales nazis y terminaron en los libros de coleccionista. También los campos de concentración nazi tuvieron su propia moneda, vales entregados a los «internos» cuando ingresaban a cambio de sus posesiones monetarias o materiales. Su radio de valor terminaba en las alambradas. ¿Un sistema monetario para los impuros? La estrella amarilla los identificaba, pero también el triángulo negro en el caso de los gitanos, el violeta para los investigadores bíblicos, el celeste para los emigrantes caídos en las redadas, el verde para los criminales y el rosa en el caso de los homosexuales; el prontuario rojo bastaba para los demás. El tacto del patriota o el del ciudadano explora el relieve de la moneda con la yema de los dedos o con el canto de la uña. Y con la misma celeridad con que se atrapa al vuelo una moneda se dispara el índice hacia el descastado.

IV

La rutina que garantiza la continuidad social no es la religión, la moral o el deporte, ni mucho menos la televisión o Internet, sino la tactilidad monetaria. Las continuidades son los canales subterráneos y silenciosos de la historia donde naufraga el consuelo de remitir el siglo XX a las contracciones espasmódicas reaccionario-progresista, iluminista-irracionalista, moderno-postmoderno. Y el dinero, lubricante del sistema nervioso de la nación, traslada hasta la última y más fina nervadura los pulsos espirituales de la ciudad moderna, cuyos monumentos no son ya arcos ni estatuas sino cajas fuertes y cajeros automáticos. Esa continuidad monetaria, tierra firme sobre la cual se efectúan las transacciones más imprescindibles, y admite una sola ley germinal para su crecimiento y circulación. Escurridiza electricidad entre los dedos: salario, préstamo, propina, soborno, vuelto, limosna —el dinero pasa de mano en mano—. ¿Es la mano el mejor «conductor» de la circulación financiera? ¿Bastaría con que alguien se niegue a pasar dinero para que se corte el circuito? Es imprescindible hacerse la pregunta si se quiere comprender la decisión y el martirio del carpintero anarquista Georg Elser, solitario responsable de un atentado contra Hitler en 1939.

En Eslovaquia, en Croacia, en Vichy se pasaba el dinero. Las condiciones materiales de vida eran difíciles, aún en países protegidos u ocupados por los nazis: estrechez general, comida escasa, terror cotidiano, circunstancias históricas incomprensibles. ¿Cuánto consintió la población a sus gobiernos de derecha? En Austria mucho, en Vichy también, en Noruega y en Bulgaria poco y nada. En todos lados se espesaba el miedo pero también el desinterés y la resignación. Y en una gradación difícil de establecer, el consentimiento. Debe recordarse que los grupos fascistas regionales («Guardia de Hierro», «Guardia Hlinka», «Cruz de Flechas») no asumieron el poder en muchos de estos países sino hasta el final: operaban como grupos de presión. Esos gobiernos estaban en manos de una panoplia de derechas: «moderada», «conservadora», «anticomunista», «monárquica», lo cual vuelve más preocupante la indiferencia general hacia la protección nazi. Solo algunos países ocupados mantuvieron cierta independencia real ante los reclamos alemanes de recibir su ración de judíos y gitanos: Dinamarca, Finlandia, Bulgaria. Alemania encontraría cómplices más brutales entre lituanos, rusos blancos, ucranianos, eslovacos, croatas y rumanos. La complicidad de la Iglesia Luterana Alemana y del alto clero católico en la matanza así como la sospechosa pasividad de los aliados y las evasivas y omisiones del gobierno ruso son cuentas históricas que no deberían estar cerradas. Por otra parte, para el comienzo de la guerra la mayoría de los que podrían haber organizado algún tipo de resistencia civil ya no podían hablar: en Austria y en Alemania estaban eliminados, y al poco tiempo de ser ocupado el resto de Europa se destrozó físicamente al antifascismo en Croacia (20.000 asesinados), en Polonia, en Ucrania y así sucesivamente. Los que pudieron huir a tiempo sacarán visa de resucitados de por vida. Maquis hubo en todos lados, pero la mayoría de la población sencillamente acataba y sobrevivía. Y hacia circular la moneda. ¿Obligación cotidiana, fatalidad inevitable? Si así fuera, las actividades rutinarias se nos aparecerían como constantes costumbristas interferidas por una época sombría, la cual, sin embargo, no trastornaría sus átomos constitutivos: su lenguaje, sus tradiciones, su sabiduría ancestral. Si la supervivencia es ineludible, las manos serían inocentes y la manipulación ordinaria de billetes y monedas pertenecería entonces a una suerte de ámbito público neutro. Pero en las calles se hace difícil distinguir lo público de lo privado. En los campos de batalla también.

El análisis de las continuidades político-históricas del siglo no conduce a escanciar derecha e izquierda ni a identificar cabezas de mando, sino a preguntar por la sustancia ética colectiva que concede legitimidad a un gobierno. ¿Qué significó colaborar? En el caso de las republiquetas o de los gobiernos aliados de Alemania el humus donde germinaba su legitimidad no fue abonado principalmente por la derrota, la ocupación o el gobierno títere, sino por el acatamiento cotidiano, enraizado en un terreno de cuyas surcos la trilla ya hacia mucho tiempo que separaba la paja del grano. El odio al judío y a la izquierda fue sembrado a veces por ideólogos, a veces por partidos políticos, a veces por la Iglesia, a veces por los gobiernos. Por la indiferencia, siempre. Hay semillas que germinan después de un siglo, incluso cuando se ha renovado el suelo y cambiado el cultivo. En 1416, nueve años después de la llegada del primer grupo de zíngaros a Alemania, se dictó la primera ley antigitana. Se establecerían cuarenta y siete más solo hasta 1774, algunas tan permisivas que permitían matarlos donde se los encontrara previa violación de las mujeres. Evolución aséptica: las mujeres gitanas serían las primeras en ser esterilizadas en Dachau, en el verano de 1936. Los holocaustos judío y gitano, la Shoá y el Porájmos, son simétricos; y no fueron una excepción en la tradición centroeuropea y eslava de inquisición y pogromos, sino su aceleración y perfeccionamiento.

Solo la resistencia a muerte se escurre de la pregunta liberal por la legalidad del poder, porque el partisano comprende que el miedo es la nutrición de la legitimidad política en una nación. Maquiavelo y Bakunin se dieron cuenta de esto, y sacaron sus conclusiones. Los partisanos también. Por cierto, es mucho pedir. Por eso mismo Las Termópilas, Masada, Montségur, La Comuna, constituyen soberbios e inquietantes rechazos, no tanto del apego a la vida del común como de las justificaciones forzadas o cándidas de las filosofías políticas liberales. ¿Qué significa colaborar entonces? Se pueden clasificar las responsabilidades, se puede comprender el terror y la fuerza superior, se pueden graduar las conductas de la población. Pero quien usa un graduante acaso sea el sosía de quien divide la herencia genética en partes alícuotas, porque la plataforma histórica que permitió la matanza de «subhumanos»y «antihumanos» (Lebensunwertesleben) y por donde a la vez circulaba la población estaba forjada de sustancia ética debilitada, cuando no abyecta. En Polonia casi no quedaron judíos, y en Bielorrusia, Crimea y Croacia no quedo ni un solo gitano. Los judíos y gitanos que juntos formaron un grupo resistente en el distrito de Lublin sabían muy bien lo que hacían. Solo el partisano tiene derecho a decir que su futuro no estaba concernido por la moneda de curso corriente. Y es casi un milagro que se hayan organizado grupos armados tras las líneas, incluso en los ghettos. En Francia, en Italia, en Eslovenia, en Serbia, en Rusia. En París se llamaron también «Franc Tireurs», y acuñaron su propia moneda partisana. Un sistema monetario antifascista, del cual quedan tan pocos ejemplares que en el mercado numismático internacional se los considera invalorables: Certificados de partisanos eslovacos en diferentes distritos, Billetes del Gobierno Croata Antifascista, Vales del Gobierno Antifascista de Bosnia y Herzegovina, Vales y Notas de las Brigadas Garibaldi, Ossoppo y del Comitato de Liberazione Ligure, de Italia, los 5 Karvobanez del Ejercito Revolucionario Ucraniano (a la vez anticomunista y antinazi) del General Roman Shujevich. Incluso el depuesto y exiliado Rey de Yugoslavia emitió dinares en Londres a fin de no reconocer la ocupación. El derrotado, y quien se ha marchado al monte no sólo conservan una honra; también una iconología.

La guerra también fue un holocausto para la diáspora antifascista de los años veinte y treinta. Los revolucionarios húngaros de Bela Kun, los campesinos ucranianos de Majno, los marineros de Hamburgo, los fugitivos de los fascismos balcánicos, italianos y alemanes, y los internacionalistas que fueron a la Revolución Española, todos continuaron su cruzada en la Segunda Guerra Mundial al lado de los maquis y a veces integrados en los ejércitos aliados. A las Brigadas Internacionales de España acudieron 35.000 hombres y mujeres desde cincuenta y cuatro países, incluyendo chipriotas, etíopes, australianos, tunecinos, martiniquenses, canadienses y centroamericanos. Algunos llegaron de más lejos aún: en Cataluña, 1937, la Compañía Internacionalista Shevchenko estaba formada por unas decenas de sobrevivientes ucranianos del ejército anarquista de Nestor Majno que había cruzado en 1921 la frontera ruso-rumana a caballo. En 1945, cuando bajan sus armas en el Languedoc, todavía conservaban la moneda revolucionaria acuñada por Makhno veinticinco año antes. ¿Qué historias le contaría Nestor Majno en 1924 —que por entonces trabajaba en una carpintería de París— Buenaventura Durruti antes de que éste fuera encarcelado en la Conciergerie, en la misma celda que en otro tiempo ocupó María Antonieta? Todas estas razas hoy extinguidas, especímenes de un arca que nunca encontró su Ararat, eran testigos y portadores de utopías a-monetarias: en las comunidades catalanas o en las brigadas partisanas se experimentaba con numismática de nuevo cuño. George Orwell recuerda que cuando llegó a Barcelona en 1931 el sindicato de mozos había prohibido las propinas. Tierra adentro, en Aragón, directamente se había abolido el dinero.

El destino posterior del partisanismo europeo sería amargo. Las promesas rotas de los poderes aliados, los servicios no reconocidos, la propias ilusiones políticas desmedidas, el maltrato de los historiadores y de los estados «liberados». Una vez finalizada la lucha, la presencia pública del partisano lo transforma en testigo inconveniente o en radicalista irreductible. El camarada Tito fue el único en lograr el control de un Estado, tan sólo para posponer la terca cuestión balcánica por medio siglo. Un tiempo perdido que ya se ha cobrado demasiadas vidas. Pero los crímenes de los estadistas y de sus estrategias geopolíticas siempre quedarán impunes. ¿Quién se acuerda hoy de la cuestión Ucraniano-Carpática, de las repúblicas de Lemko Rusyn y de Komancza, independizadas del yugo austrohúngaro entre 1918 y 1920 y entregadas inermes a Polonia por decisión de los poderes aliados? Muchos partisanos serían traicionados, antes y después: el responsable de la aniquilación de la resistencia checa luego del atentado a Heydrich quizás haya sido un alfiler pinchado en mapas de estado mayor de Londres, y en los de Washington el que crucificó a la resistencia antifranquista; la matanza de los partisanos griegos, por su parte, fue la tajada otorgada a los Aliados en el Tordesillas sellado en Yalta, ecuador y greenwich del siglo XX. En fin, los designios del Estado son inescrutables para los ingenuos: luego de 1945, mientras Moshe Dayan, quien comandó una compañía de soldados palestinos judíos contra el régimen de Vichy —lo cual le costó un ojo de la cara— llegó a ser merecidamente Ministro de Defensa de Israel, Bao Dai, quien había sido Emperador de Anam entre 1932 y 1945 y, como tal, había colaborado con el régimen de Vichy primero y con las tropas de ocupación japonesas después, pudo continuar su carrera política como Jefe de Estado de Vietnam entre 1949 y 1955 gracias a la protección del gobierno francés democrático. Bao Dai aún seguía vivo en 1997.

Exceptuando un proceso amañado a Krupp, poco y nada le ocurrió a las fuerzas vivas capitalistas que habían promovido el ascenso de Hitler hacia el poder. Siguieron firmes, por así decirlo, al pie del cañón. La industria todo lo recicla. Adolf Eichmann, burócrata exterminador para tiempos de guerra, fue luego capataz de Mercedes Benz en Argentina. Pero en los campos concentracionarios nazis, y en los soviéticos también, millones de prisioneros eran obligados a trabajar a título de esclavos. Quienes iban a morir extrajeron oro y madera en los gulags siberianos, y en los límites de los campos de la muerte se deslomaron en las plantas descentralizadas de Bayer y Telefunken. Quienes iban a sobrevivir malamente, ocho millones de personas provenientes de toda Europa, fueron forzadas a trabajar en fabricas alemanas. Y en el este, veinte millones de internados «políticos» construyeron vías férreas, canales, rutas y ciudades siberianas enteras. Los huesos de siete, o diez millones, ¡quien puede juntarlos ya!, fueron arrojados a las fosas comunes. El salario del ganado humano consistía de una comida diaria y al horario de salida lo marcaba la ducha de gas o la bala en la nuca. Y la extenuación. Así también crecen las naciones en todos los tiempos. En nuestras fábricas y oficinas la curva cerrada de la moneda aún mide y tasa la marcha circular de los bastoneros de Cronos, impasible croupier.

V

Los billetes de Eslovaquia, de Hungría y de Bohemia y Moravia que se vendían en el Parque estaban desgastados; de algunos solo quedaban fibras y habían perdido su coloración original. ¿Adónde fue a parar la tinta y el detrito del papel? Habían pasado por muchas manos. ¿El dinero mancha los dedos? Ciertos venenos sólo requieren del más mínimo roce de los dedos en los labios para intoxicar mucosas y sangre. Mientras más ajados los billetes, más veneno esparcido. Pero en el pequeño mercado numismático de Buenos Aires circula una cantidad considerable de billetes croatas que, a diferencia de los otros, están impecables. En verdad, siguen en estado de impresión reciente. En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial los nazis mayores y menores fugaron hacia tierras amigas. También lo hicieron los fascistas regionales. Milán Stojadinovich, Primer Ministro de la Yugoslavia ocupada, ingresó a la Argentina en 1947 bajo la protección de Bramuglia, Ministro de Relaciones Exteriores. Ante Pavelic, líder de los ustashas croatas, llegó en esa época y aquí prosperó hasta que en 1957 un oscuro atentado le sugirió que el General Franco era un mejor custodio de su integridad física. Moriría amparado por el franquismo. Ante Pavelic ingresó clandestinamente al país parte del tesoro financiero croata: miles de billetes de nulo valor, excepto el numismático, y el nostálgico. Pero son tantos los nazis y colaboracionistas que fugaron a estas costas que constituyen de por sí un grupo estadístico: la última migración europea hacia la Argentina.

Hubo entonces ciudadanos que —aunque no fueran nazis— apoyaron la independencia de algunos de esos países. Ciertas centroderechas, católicos conservadores y nacionalistas en general aceptaron al nazismo protector porque la obsesión por la patria suele ser la excusa oportunista de los irredentistas. Y conduce hacia las alianzas más abyectas. En verdad, el oportunismo es el credo de toda ambición política. ¿Acaso será éste el problema planteado a los argentinos del siglo XXI por la figura histórica del General Galtieri? ¿Se lo detesta tanto como a Videla o a Massera? Él fue respetado, durante dos meses, por la multitud. Ella misma, en nuestros días, ha preferido olvidarlo, tanto como a aquella dudosa gesta. Dos meses de delirio fueron extirpados de la memoria. En el viejo mundo, muchos olvidan también que se imprimieron billetes en la casa de la moneda del protector a fin de poseer un símbolo de peso del Estado-Nación moderno: en los motivos grabados en las monedas de aquella época abundan las águilas rampantes, las cruces sospechosamente parecidas a la svástica, los temas telúricos, los héroes nacionales. ¿Se puede ser alemán e italiano a la vez, o alemán y francés, alemán y croata? Esos líderes nacionalistas suponían que el protectorado nazi era garantía de la supervivencia del aura regional, pero poco se imaginaron que habían optado por una vía impracticable que conduciría a la unificación total del globo bajo conducción alemana, tarea de la que se ocuparían el americanismo y el stalinismo triunfantes en un primer momento, y las industrias globales de la información después. La Segunda Guerra Mundial expandió las fronteras del Campo de Marte hacia las últimas trincheras. La convicción de que el mundo estaba en guerra y de que todas las naciones estaban «ocupadas» es algo que muchos estadistas e intelectuales pronto aceptaron. Por eso mismo, muchos países que se mantuvieron «al margen» prosperaron económica o financieramente: deposito bancario, trafico de armas, comercio en granos. ¿Sorprende que muchos de ellos aceptaran la infiltración de fugitivos con cuentagotas pero el de colaboracionistas a granel?

En 1945 Europa fue desinfectada. Quisling, Mussolini, Tiszo, Laval, son ajusticiados. A Petain, añeja reserva moral de la nación, se le evita la «humillación» de la horca. «Venid a mí con confianza», había pedido Petain a los franceses vencidos en su discurso de asunción del gobierno colaboracionista, y rogó además que evitaran caer «en los brazos del comunismo». El judío «internacional» y la «Internacional» de izquierda, coartadas simétricas de la derecha. En todas esas naciones se procedió a una «limpieza burocrática» de jueces, jefes administrativos, gradaciones militares altas y medias, jefes de redacción, jerarquías en general, de los que se habían jugado demasiado, de algunos sospechosos y también de los antipáticos. Ascendieron entonces los oficinistas, las doñas rosas del periodismo, los secretarios de juzgado, las ramas juveniles de la política, los soldados y oficiales menores. El ejército burocrático de reserva. Uno de tantos se llamaba Kurt Waldheim. Diez años antes, parte de esas cohortes habían sido heredadas a su vez por los nazis y por los gobiernos de la derecha católica. Veinticinco años después, la pérfida locutora Rosa de Tokyo declaraba a unos periodistas: «Ya ha pasado mucha agua bajo el puente».

¿Tanta ha pasado? Luego que en 1991 Alemania fuera el primer país en reconocer por segunda vez la independencia de Croacia, se suscitó en Zagreb un debate aparentemente menor acerca del nombre de la nueva moneda de curso forzoso. Se decidió que seria «Kruna» (corona), pero la presión de la derecha impuso el apodo «Kuna» (marta cibelina), nombre de la moneda croata bajo el régimen fascista de Pavelic. Pronto algunas calles y escuelas fueron bautizadas con el nombre de un escritor ustasha y Ministro de Educación de Pavelic. Luego aún, se le cambió el nombre a la «Plaza de la Víctimas del Fascismo». Las estatuas de Tito desaparecieron de la vista, algunas voladas en pedazos. El populismo nacionalista pretendía rehabilitar al primer Estado croata independiente ocultando su idiosincrasia fascista. Desde 1990 este tipo de cuestiones se multiplicó en la prensa y la política de la derecha de los nuevos estados del este europeo, exponiendo los lazos problemáticos que se pretenden mantener con el pasado abyecto. En Ucrania disponen de un solo héroe nacional de peso, quien logró en el siglo XVII que los zares le concedieran a la región el estatuto de «marca». Fue también un asesino fanático de judíos. El dilema planteado al nacionalismo ucraniano actual por el líder colaboracionista y antisemita entre 1942 y 1943 apellidado «Bandera» es aún peor. Y hay más: el jefe de gabinete de Konrad Adenauer fue en los treinta el funcionario que propuso una resolución «moderada» (clasificación por religión paterna y no por sangre) para resolver la cuestión de la identidad judía. En 1947 el Banco Central de Checoslovaquia mandó fundir 2.000.000 de piezas de Koruns de la época del régimen fascista títere, a fin de reacuñar la nueva moneda checa sobre el metal fundido. ¿Tan nueva seria? ¿Qué secretos de familia se licuaron en esa colada? Las monedas tienen dos caras. En épocas de guerra un hotel de balneario puede ser utilizado como centro de tortura, un estadio de fútbol como campo concentracionario, un buque mercante como presidio. Las luchas bestiales entre nacionalidades y Estado central, la guerra balcánica, la cuestión de los «inmigrantes», el neonazismo, no son secuelas lejanas e irresueltas de las guerras del siglo; son su continuación. Y la limpieza «étnica» que se ha tolerado en la ex-Yugoslavia, donde croatas han sido ustashas y serbios chetniks colaboracionistas, es la prueba más evidente de ello. En las fosas comunes de Bosnia los cuerpos martirizados caen sobre los cien mil gitanos, judíos, izquierdistas y serbios asesinados en el campo croata de Jasenovac en los años cuarenta.

¿Qué lugar ocupa la moneda nazi en el patrimonio imaginario de la actualidad? En cincuenta años más, a lo sumo en un siglo, las atrocidades de las dos guerras mundiales serán estudiadas como hoy lo hacemos con la conquista de América, la esclavitud o la quema de brujas. Masacres más lejanas ni siquiera figuran en los libros de texto. Ellas concernirán únicamente al mundo académico, en donde la culpa y el lamento operan como moneda de cambio simbólica para adquirir becas y reconocimientos. Ya no habrá sobrevivientes y los memoriosos no superarán el círculo cerrado de las sectas refractarias. El Porájmos gitano ya es casi una nota al pie en el libro del siglo. Para el común de la gente, el futuro lo es todo y el pasado aberrante un puente que ya hemos cruzado y demolido. Pero a veces se extraen de cualquier obra en construcción paletadas de huesos. En esos países —como en el nuestro— cada cual marcha a sus asuntos cotidianos pisando cadáveres. ¿Cómo entender la dialéctica entre la continuidad y la discontinuidad? La peste jamás pasa del todo: los antídotos solo consiguen posponer su tarea o hacer mutar su funcionamiento. La tensión entre partisanismo y radicalismo político, por un lado, y colaboracionismo e indiferencia general, por el otro, acaba ocultándose o negociándose en las transiciones políticas. La brasa se apaga. El olvido derrota a la muerte.

¿Cuál es el vínculo entre los rutinarios intercambios físicos de una población y su vida moral? Aún no sabemos como pensarlo. Pero la relación mantenida con la moneda es, desde antiguo, una clave de comprensión. Ya Diógenes se propuso como tarea del pensamiento reacuñar la moneda, es decir, cambiar los valores. Los quirománticos, por su parte, saben que en las manos se puede palpar una orografía simbólica, un himalaya místico, y toda su sapiencia consiste en detectar las caídas y los ascensos del destino. ¿Basta una sola moneda aceptada, cambiada o dada para rehacer el relieve moral de una mano? ¿Un momento biográfico puede dar la clave sostenida de una época? La cuestión tiene sentido si consideramos que todo lo que hacemos, aún lo más modesto y mecánico, afecta el rumbo de nuestra fortuna, imponiéndole un ritmo, señalándole itinerarios, educando el tacto.

Pero a Judas el salario le hundió la mano.

VI

La anatomía contrahecha no escasea en las metáforas populares y literarias o en sistemas filosóficos enteros. Distintos órganos y procesos corporales se reclaman sede del déficit emocional: el corazón turbulento, la melancolía visual, la dispepsia intestinal, la sexualidad sublimada. Pero no abundan las referencias a la experiencia trunca del tacto, a pesar de que las manos son órganos bien dispuestos al contacto. En la historia cotidiana de los intercambios humanos las manos son platillos de una balanza de precisión, aunque descalibrada. Por eso mismo, en el verbo tocar se ocultan complejas operaciones osmóticas. ¿Puede el dinero dar forma a la mano? Todos los sentidos disponen de guías maestros y de domesticadores. Nuestra sensibilidad táctil se instruye tanto en el pago de mercancías como en la exploración de una llaga. En todo tanteo. Y se endurece con el puño o la palma en alto y con el empuñamiento de palancas y controles. En las manos se graba la temperatura irradiada por los cuerpos tanto como las impresiones y contornos de todo aquello rozado o aferrado a lo largo del día. Se depositan sedimentos, queda una borra, un poso. Quizás no haya termómetro táctil más confiable que la mano de un ciego; todas las cosas pueden hallar su medida en esa cuenca. Así fue como un sudario aceptó al rostro de Cristo. Las líneas de la vida se van superponiendo en la palma de acuerdo con la orientación que toma al tacto. El dibujo y el calado de las hendiduras mostrarán luego la aleación que estigma, ruina y gracia fundieron en la piel. En algunos, emociones y experiencias sólo son pátina para una costra, polvo fósil de lo sentido y vivido; en otros, dejan vestigios imborrables y sintientes. En los dedos del torturador queda sangre, en los del torturado también.

Aún al día de hoy, «saber tocar» es fuente de prestigio, asombro y envidia: los pases de magia, la auscultación médica, la celeridad del fullero, el manejo técnico de un arte, la caricia consoladora. ¿Cómo reconocer los atributos de una dignidad manual? La mezquindad, la prepotencia y la avaricia saltan a la vista en la gestualidad manual; y nos irritan. Saludar, brindar, hospedar, son saberes de la confianza de cuya efectuación son también responsables las manos. Rechazar lo inaceptable, brindar ayuda, negar el imaginario simbólico del triunfador, son actos que permean el espacio emocional de una persona y, como ingredientes fundamentales de un cóctel, determinan su sabor y su espesor. Y es insuficiente reducir nuestras relaciones torpes o problematizadas con el dinero a patología subjetiva o a exageraciones de la ortodoxia teórica. Cuando en 1936 muchas aldeas españolas abolieron la propiedad privada y el dinero no sólo proponían un absurdo, también un corte simbólico. De todas maneras, si el sentido del tacto propone un dilema es porque sus búsquedas no concluyen con la exploración —contador geiger— de la realidad exterior. Las manos, valvas partidas, tantean, quieren completarse. Mientras tanto, ajustician o dan lo justo. Pero los hombres que van a ser ejecutados están maniatados.

VII

Las reservas monetarias de los numismáticos del Parque se alimentan de billetes y monedas guardadas por vecinos y amigos. Nadie tira a la basura las monedas y los billetes en desuso. Son escondidas en cajitas, en apartados del escritorio, entre las páginas de un libro. Y se los olvida. Gesto melancólico o reticente a perder dinero, e inadvertidamente, astucia de la memoria que nos quiere hacer tesoreros de la historia contemporánea: en la moneda de uso corriente de una época se muestra el contorno del horror o de la vanidad tan nítidamente cano en un espejo. La numismática fascista, en cambio, suele acabar en sórdidas galerías de la calle Lavalle o en el Parque Rivadavia, porque nadie quiere la compañía espectral y amenazante de objetos siniestros o de recuerdos dolorosos. Pero quien observa atentamente una moneda valaca o un billete de país colaboracionista —a fin de cuentas, objetos pequeños, películas tenues—, acaso se de cuenta de que su peso es tal que pronto se vuelven contrapeso del ajuar del ciudadano común fuera de toda sospecha: libros, fotografías, ropa, recuerdos de viaje, posters, vajilla y muebles. Tormentas de acero acuñaron estas monedas y bruñeron sus diseños. Las leyes que explican su peso no pertenecen al orden físico ni mucho menos al financiero, sino al espiritual. Imanes, promueven o repelen energías: quien tiene estas monedas en su mano no necesariamente las tiene en su poder. Tienen «maná». Fueron tocadas y trocadas por gente que experimentó regímenes abyectos. Nosotros mismos, descuidadamente, estrechamos todo el tiempo las manos de aquellos que hicieron circular esta moneda. ¿Implica esto un principio de continuidad? No se piense que la moneda transmita una peste sino que en todo intercambio monetario hay un manoseo. Es en la circulación rutinaria de valores que no son abstractos donde se constituye una legitimidad y no en las bellas palabras. El cambio de un formato y el borrado de un diseño no comienza la cuenta de nuevo. Hoy podemos estrechar la mano de un anciano que cuando joven pudo haber estrechado la de Pavelic o la de Eichmann, quienes cuando adolescentes pudieron hacerlo con la de otro anciano que a su vez de joven saludó la de otro y así dos generaciones más y ya nos encontraríamos en Valaquia. En verdad, retrocediendo por los saludos de anciano en anciano podemos llegar a estrechar la mano del mismísimo Adán. Pero también la de Caín.

La indiferencia y la crueldad hacia los perseguidos no sólo es la herencia que nos deja el siglo; es también la sustancia emocional que garantizó la constitución de la época: la época de la pertenencia orgánica a instituciones y regímenes que requieren de absoluta y obligatoria colaboración. La indiferencia constituye una forma horrenda del mal, pues es una emoción sin dios y sin demonio. Ignora su pecado, se prohíbe el intento de comprender, no puede hacerse responsable de sí misma. El catálogo de atrocidades de época está repleto de colaboracionistas, calculadores políticos, temerosos, indiferentes, esteticistas bélicos, fanáticos y asesinos. Pero así como la multiplicación de la desgracia suelta muchos de los cabos que atan a los hombres entre sí, también logra que otros lancen amarras en la esperanza solitaria de que alguien las aferre. Un libro quizás imposible podría recopilar la innumerable multitud de gestos solidarios con los prisioneros, los fugitivos, los amenazados y los resistentes: el refugio en los conventos, la protesta solitaria, la huelga holandesa contra la ocupación, el alimento donado, el arma escamoteada del arsenal, la ayuda en condiciones imposibles. Ese libro imposible nos hablaría de un enigma: el milagro del amor anónimo.

viernes, 5 de febrero de 2010

Haití no es un desastre natural

Vicenç Navarro

La enorme tragedia en Haití se ha presentado en la gran mayoría de los medios de información españoles como una catástrofe natural resultado de un terremoto de inusitada violencia que ha generado una gran respuesta humanitaria liderada por EE.UU. Tal interpretación de lo ocurrido en aquel país es errónea. Varios rotativos han señalado que incluso en la capital, Puerto Príncipe, los barrios pudientes apenas fueron afectados por el terremoto, con un número relativamente menor de daños, los cuales se concentraron en los barrios populares y pobres, donde vivía la gran mayoría de la población. Según declaraciones del propio alcalde de la ciudad, el 75% de las viviendas eran de muy pobre construcción, y el 80% de la población vivía en niveles de gran pobreza. No fue el terremoto en sí, sino la inexistente protección de la mayoría de la población, lo que creó la gran tragedia.

Lo primero que hay que acentuar es que, en contra de lo que dicen la mayoría de los medios de información, Haití no es, ni nunca ha sido, un país pobre. En realidad, fue siempre un país muy rico. En 1780, por ejemplo, el 60% del café y el 40% del azúcar consumido en Europa era producido en Haití. Pero, aunque el país era rico, su población era muy pobre: en realidad, el 60% eran esclavos en una colonia francesa. Su rebelión dio pie, más tarde, al establecimiento de una república, la segunda república que se estableció en las Américas, después de la estadounidense.

Más tarde, los problemas de Haití surgieron, en gran parte, debido a su proximidad a EE.UU. y el deseo de las compañías estadounidenses (muy influyentes sobre el Gobierno federal de EE.UU.) de asegurarse el control de los recursos del país, lo cual determinó la intervención activa y repetida (16 veces en el siglo XX) de aquel Gobierno (incluyendo a sus famosos marines) en las políticas del país. Estas intervenciones fueron siempre resistidas, lo que convirtió la historia de Haití de los siglos XIX y XX en una historia de revueltas populares reprimidas por las élites dirigentes y apoyadas siempre por el Gobierno de EE.UU. Una de las más recientes fue el golpe militar que impuso Papa Doc Duvalier, que dirigió uno de los regímenes más corruptos y represivos que hayan existido en las Américas. Fue este Papa Doc al que la Madre Teresa llamó «el gran amigo de los pobres», (en respuesta a las donaciones de Duvalier a sus compañías de caridad en Haití). Tal «amigo de los pobres» gobernó y arruinó al país durante 28 años. Fue sucedido por su hijo, el igualmente corrupto Baby Doc, Jean Claude Duvalier, cuyos Tonton Macoutes mataron a más de 60.000 opositores. El Gobierno federal de EE.UU. apoyó tales dictaduras. Una rebelión forzó a Baby Doc al exilio.

Más adelante, la población, en una de las pocas elecciones que se permitieron, eligió a Jean-Bertrand Aristide con un programa que incluía propuestas altamente populares como la reforma agraria, la reforestación de la tierra (desertizada por una sobreexplotación de la tierra por las compañías extranjeras), la sindicalización de los trabajadores en las empresas textiles (que eran famosas por las condiciones infrahumanas de sus trabajadores) y el aumento de salarios. Fue depuesto por un golpe militar en 1991, permitiéndosele que volviera en 1994 con la condición de cambiar sus políticas públicas, adaptándolas a las políticas neoliberales propuestas por la Administración Clinton. Aristide se resistió a desarrollar tales políticas, lo que generó un bloqueo económico por parte del Gobierno estadounidense que terminó con la expulsión de Aristide del Gobierno de Haití y su exilio. En su lugar, el Gobierno estadounidense y tropas de las Naciones Unidas impusieron un Gobierno títere, presidido por Gérard Latortue, altamente corrupto, que desmanteló las reformas realizadas por el Gobierno Aristide, desarrollando políticas neoliberales que destrozaron la agricultura nativa del país. Al eliminar la protección de la agricultura nativa, la desregulación de los mercados a nivel internacional, llamada globalización, destruyó la economía de Haití —que había sido un país exportador de arroz y azúcar—, pasando a ser importador de ambos productos, pues el arroz y azúcar importados se vendían en el mercado doméstico a un precio menor que el producido en el país.

En el año 2006, se permitieron elecciones de nuevo (aunque no aceptaron que Aristide participara y le forzaron a continuar en el exilio) y salió elegido René Préval. Préval había sido en su día aliado de Aristide, pero su Gobierno se coligió con EE.UU. siguiendo las políticas neoliberales dictadas entonces por la Administración Bush, lo que continuó afectando negativamente la infraestructura económica del país. En este sistema neoliberal, la pobreza la iban a resolver las Organizaciones No Gubernamentales (Haití es el país con mayor densidad de ONG en el mundo), todas ellas realizando su actitud caritativa, apoyadas por las instituciones de ayuda internacional. Mientras, Aristide no podía volver a Haití y su partido, Fanmi Lavalas (que era, ampliamente, el más popular), estaba y aún hoy continúa prohibido: Haití iba a celebrar elecciones el próximo mes, de las que Aristide y su partido estaban excluidos.

En realidad, una de las preocupaciones del Departamento de Defensa de EE.UU. es que el terremoto dé pie a una revuelta popular, tal como ocurrió en los años setenta en Nicaragua después de un terremoto similar (aunque con menor intensidad). De ahí la invasión de Haití por los marines bajo el argumento de «mantener la seguridad».

A la luz de estos hechos, hablar de desastre natural (o, como ha dicho el cardenal Rouco Varela, «de voluntad de Dios») es asignar a la naturaleza o a un poder sobrenatural la responsabilidad de una situación de la cual se conocen fácilmente los culpables, incluyendo a los supuestos benefactores. Tanta «ayuda humanitaria» sirve para ocultar las causas políticas de la pobreza*. Lo que Haití necesita es que se le permita a la población poder desarrollar el sistema político y económico que desee, sin obstaculizar su desarrollo económico y sin demonizar a las fuerzas que intentan romper aquellas enormes estructuras opresivas, tal como está ocurriendo en otros países del mismo continente.


* Ver Las causas de la pobreza mundial.