domingo, 23 de septiembre de 2018

Se confirma que el vapor de agua amplifica el calentamiento global

1 septiembre 2014

Un nuevo estudio ha confirmado que los niveles crecientes de vapor de agua en la franja alta de la troposfera intensificarán los impactos negativos del cambio climático en las próximas décadas. Este estudio es además el primero en mostrar que el aumento de las concentraciones de vapor de agua en la atmósfera es un resultado directo de la actividad humana.

Para investigar las causas potenciales de la tendencia al aumento del vapor de agua observada durante 30 años en la franja alta de la troposfera, el equipo de Brian Soden y Eui-Seok Chung, de la Universidad de Miami en Estados Unidos, utilizó mediciones del vapor de agua en la franja alta de la troposfera realizadas por satélites de la Administración Nacional estadounidense Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés), y las comparó con predicciones obtenidas mediante modelos climáticos de la circulación del agua entre el mar y la atmósfera para determinar si los cambios observados en el vapor de agua atmosférico podrían ser un resultado de causas naturales o más bien de causas antropogénicas.

Valiéndose de experimentos basados en los modelos climáticos, los investigadores han mostrado que el aumento del vapor de agua en la franja alta de la troposfera no puede ser explicado por la acción de fuerzas naturales, como volcanes y cambios en la actividad solar, pero sí por el aumento en la atmósfera de gases de efecto invernadero, como el CO2, un aumento provocado en gran medida por el hombre.


Los gases de efecto invernadero elevan las temperaturas al atrapar y retener el calor dentro de la atmósfera. Este calentamiento también incrementa la acumulación de vapor de agua atmosférico, el gas de efecto invernadero más abundante. Esta acumulación retiene calor adicional y eleva aún más las temperaturas. Los modelos climáticos predicen que a medida que el clima se caliente a causa del uso de combustibles fósiles, las concentraciones de vapor de agua también aumentarán en respuesta al calentamiento. Este vapor de agua adicional, a su vez, absorberá más calor y elevará aún más la temperatura en el planeta.

En la investigación también han trabajado B.J. Sohn de la Universidad Nacional de Seúl, en Corea del Sur, y Lei Shi, del Centro Nacional de Datos Climáticos en Ashville, Carolina del Norte, dependiente de la NOAA.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

El cambio climático provocaría transformaciones radicales en los ecosistemas terrestres del planeta

Desierto de Atacama.
Si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan sin reducciones sustantivas, el clima global hacia el año 2100 no solo alteraría o acabaría con parte de la biodiversidad, también podrían surgir ecosistemas nuevos y desconocidos hasta ahora.

31 agosto 2018

Desde sus inicios, la Tierra ha experimentado una serie de cambios climáticos que provocaron la transformación, migración o desaparición de numerosas especies de flora y fauna. Hace más de 10 mil años se produjo un calentamiento, asociado al fin del último periodo glacial, cuya magnitud sería similar al cambio climático proyectado para los próximos 100 a 150 años, con la gran diferencia que este último se desarrolla en una escala temporal ínfima, producto del impacto sin precedentes que ha ocasionado el ser humano.

Frente a este escenario, la prestigiosa revista Science publicó un estudio global que alerta sobre el riesgo que enfrentan los ecosistemas terrestres del planeta frente al alza de temperatura y otros fenómenos que perturban la biodiversidad. El mensaje es claro: si no se disminuye de forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero, las consecuencias serían catastróficas e, incluso, inéditas. En la investigación participaron dos científicos del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), en representación de Chile y Sudamérica, junto a expertos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Australia, Rusia, Nueva Zelanda, Japón y Alemania.

«Aún no podemos estimar ni dimensionar con los modelos actuales cómo van a cambiar los ecosistemas completos en el futuro. Lo que sí sabemos, gracias al análisis del pasado, es que cuando se altera la temperatura de forma significativa, se producen cambios gigantescos en los ecosistemas terrestres», afirma tajante Claudio Latorre, paleoecólogo del IEB, académico de la Universidad Católica, y uno de los autores de la investigación.

Patricio Moreno, investigador del IEB, académico de la Universidad de Chile, y otro de los autores de la publicación, destaca la importancia de la colaboración internacional: «Pudimos representar sectores de todo el mundo —impactados en niveles severos, moderados o bajos— con sus respectivos cambios de temperaturas, asociados al término de la última glaciación. De esta manera, fue posible realizar un análisis global, establecer una regresión y proyectar, en base a eso, lo que podría suceder en diversos escenarios de cambio climático futuro. Si de aquí al año 2100 ocurren alteraciones de elevadas magnitudes, la flora y fauna va a tener una gran dificultad para enfrentar esta transformación extremadamente rápida.»

Los ecosistemas terrestres se rigen, principalmente, por la vegetación, ya sea por su estructura —por ejemplo, la distribución como bosque, estepa o desierto— y su composición, correspondiente a la riqueza de especies que la conforman. Los efectos del cambio climático sobre ella perturbarían su funcionamiento y desencadenarían la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos [existentes], es decir, la multitud de beneficios que la naturaleza aporta a las personas.

En el estudio se utilizaron los registros paleoecológicos —de polen y macrofósiles— de 596 sitios de todo el mundo, para evaluar el impacto de los cambios climáticos pasados en la vegetación, y para hallar un pronóstico más certero sobre lo que podría ocurrir en el futuro. En el caso de Chile, se recopilaron elementos datados entre los 15 mil y 25 mil años atrás, provenientes de la zona norte, centro y sur.
 
Paleomadriguera de chinchillas
de hace 11.000 años.
Latorre describe el contexto en ese entonces: «Los registros del desierto de Atacama, por ejemplo, corresponden a paleomadrigueras de roedores, las cuales poseen restos vegetales que permiten identificar la composición de especies y la modificación en el ecosistema. Son como la foto de un paisaje que existió hace mucho tiempo. Es así como sabemos que en el norte había un desierto absoluto, que en sus márgenes fue ocupado por vegetación a fines de la última glaciación. Por otro lado, desde Chile central hacia el sur tenemos registros de polen preservados en sedimentos lacustres (lagos). En esta zona había estepas, las cuales fueron reemplazadas por bosques. La transformación fue dramática en todas partes.»

Aunque los científicos recalcan el alto grado de incertidumbre que existe, se prevé que los impactos van a ser mucho mayores en las altas latitudes del planeta. Latorre señala que «en el caso de nuestro país, lo más probable es que los ecosistemas más afectados sean los del sur, pero eso no lo podemos contestar con certeza todavía. Hay que ser cautelosos».

Más de un culpable

El aumento de la emisión de gases de efecto invernadero es la principal causa del cambio climático. No obstante, este fenómeno es una de las aristas del cambio global, un conjunto de transformaciones —a gran escala— que afectan a la Tierra, y que han sido generadas por las actividades humanas. En ese sentido, hay otros factores que están empeorando el escenario, como las especies invasoras, el uso insostenible de los suelos, los incendios forestales, o la fragmentación de ecosistemas que ha dejado sin corredores biológicos a numerosas especies, impidiéndoles moverse con facilidad hacia otros hábitats. Esto provocaría extinciones ante la velocidad del cambio.

«Al tener un mundo más globalizado, las especies invasoras encuentran mayores oportunidades para desplazar a la biodiversidad nativa. Además, está el efecto del fuego, el cual exacerba y cataliza modificaciones en la vegetación, induciendo un recambio rápido de especies en las áreas afectadas. Si comprimimos toda esta historia en lo que resta del siglo XXI, debemos prepararnos para una transformación global sin precedentes», indica Moreno.

El artículo publicado en Science advierte que, de seguir igual, gran parte de esta modificación podría ocurrir durante este siglo. Las presiones ambientales llevarán a la reorganización o desaparición de la biodiversidad, lo que se traducirá, por ejemplo, en el reemplazo de especies claves o dominantes, la simplificación de las cadenas tróficas (las cuales perderán diversidad y complejidad), e inclusive la aparición de nuevos ecosistemas que no conocemos en la actualidad. En este último caso, podrían presentar una composición, estructura y función novedosas, o bien podrían ser efímeros si el cambio climático se despliega muy rápido.

La clave está en el compromiso de todos los actores de la sociedad para impulsar medidas de mitigación y una mirada resiliente que permita, tanto a la humanidad como al entorno, la mejor adaptación y recuperación posible. En el caso de Chile, el alto valor turístico de sus paisajes no es lo único que está en juego, sino también los servicios ecosistémicos relevantes que estos proveen, como el agua limpia, la captura de carbono, la desintoxicación, entre otros.

«Hay indicios de que, a mediados del siglo XXI, dispondremos de tecnologías más limpias o adecuadas para reducir las emisiones. Eso evitaría los escenarios más trágicos y dramáticos al que aluden en el estudio, y llegaríamos a una situación intermedia», comenta Latorre.

En Islandia, por ejemplo, se desarrolla un revolucionario proyecto que pretende capturar el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera para convertirlo «en roca». Para ello el CO2 es disuelto en agua y, al entrar en contacto con el basalto, se solidifica y almacena en los poros de dicha piedra, mineralizándose con una apariencia parecida al sarro.

En la misma línea, Moreno valora el fuerte aumento de otras tecnologías y fuentes de energía, como las renovables no convencionales (ERNC), aunque recalca que no es suficiente. «Necesitamos modificar nuestros hábitos. Hay maneras alternativas, más simples y económicas de vivir. Es necesario disminuir, por ejemplo, nuestro nivel de consumo energético, la población humana, y el traslado por medios de transportes contaminantes como los autos y aviones. Además, podemos consumir productos locales, y promover un pensamiento consciente que nos motive a generar menos impacto a nivel planetario», sentencia.

jueves, 13 de septiembre de 2018

No hay que abolir el trabajo sexual. Hay que abolir todo trabajo

 

Describir el trabajo sexual como «un trabajo como cualquier otro» es solo un replanteamiento positivo si consideramos que el «trabajo» es algo bueno por definición.*

Por LAURIE PENNY

¿Es el trabajo sexual «un trabajo como cualquier otro»? ¿Es eso algo bueno? Amnistía Internacional adoptó hoy oficialmente una política que recomienda la despenalización del trabajo sexual en todo el mundo como la mejor manera de reducir la violencia en el sector y salvaguardar tanto a las trabajadoras como a quienes son objeto de trata para la prostitución.

«Las trabajadoras sexuales corren un mayor riesgo de sufrir toda una serie de abusos contra los derechos humanos, como violación, violencia, extorsión y discriminación», dijo Tawanda Mutasah, director de leyes y políticas de Amnistía Internacional. «Nuestra política describe cómo los gobiernos deben hacer más para proteger a las trabajadoras sexuales de las violaciones y el abuso.

»Queremos que las leyes se reorienten para mejorar la seguridad de las trabajadoras sexuales y mejorar la relación que tienen con la policía al abordar el verdadero problema de la explotación», dijo Mutasah, enfatizando la política de la organización que describe al trabajo forzado, la explotación sexual infantil y la trata de personas como abusos contra los derechos humanos que, en virtud del derecho internacional, deben ser penalizados en todos los países. «Queremos que los gobiernos se aseguren de que nadie sea forzado a vender sexo, o no pueda dejar el trabajo sexual si así lo desea.»

La propuesta de la organización de derechos humanos más conocida del mundo ha causado un alboroto, particularmente de parte de algunas activistas feministas que creen que la despenalización «legitimizará» un sector que es especialmente dañino para las mujeres y las niñas.

Mientras que las trabajadoras sexuales de todo el mundo se manifiestan para exigir mejores condiciones de trabajo y protecciones legales, cada vez más países adoptan versiones del «Modelo Nórdico», intentando tomar medidas drásticas contra el trabajo sexual criminalizando a los compradores de sexo comercial, la mayoría de los cuales son hombres. Amnistía, junto con muchas organizaciones de derechos de las trabajadoras sexuales, afirma que el «Modelo Nórdico» de hecho obliga al sector a esconderse y hace poco para proteger a las trabajadoras sexuales contra la discriminación y el abuso.

Las líneas de batalla se han trazado y las «guerras sexuales feministas» de los años 80 están en marcha otra vez. Gloria Steinem, que se opone a la medida de Amnistía, es una de las activistas que creen que el concepto «trabajo sexual» es dañino. «El término 'trabajo sexual' pudo haber sido inventado en los EEUU con buena voluntad, pero es un concepto peligroso, permite incluso a los gobiernos poder retener el dinero del paro y otras ayudas a aquellas que rechacen este tipo de ofertas laborales», escribió Steinem en Facebook en 2015. «Obviamente, somos libres de llamarnos a nosotros mismos lo que deseemos, pero al describir a los demás, cualquier cosa que requiera la invasión del cuerpo, ya sea la prostitución, el trasplante de órganos o la subrogación gestacional (vientres de alquiler), no debe imponerse». Quiere que la ONU reemplace el concepto «trabajo sexual» por el de «mujeres, menores o personas prostituidas».

El debate sobre el trabajo sexual es el único lugar donde se puede encontrar a los progresistas modernos discutiendo seriamente si el trabajo en sí mismo es un bien social inequívoco. La expresión «trabajo sexual» es esencial porque precisamente hace que la pregunta sea visible. Tomemos la carta abierta recientemente publicada por la exprostituta «Rae», ahora miembro militante del campo abolicionista, en el que ella concluye: «Tener que llevar a cabo actividades sexuales debido a la desesperación no es consentimiento. Utilizar a una mujer pobre para la satisfacción íntima, sabiendo que solo lo hace contigo porque necesita el dinero, no es un acto neutral y amoral.»

Estoy de acuerdo absolutamente con esto. La cuestión de si una persona que necesite desesperadamente dinero en efectivo puede dar su consentimiento para el trabajo es vital. Y es precisamente por eso por lo que el término «trabajo sexual» es esencial. Deja claro que el problema no es el sexo, sino el trabajo en sí, llevado a cabo dentro de una cultura de violencia patriarcal que degrada a los trabajadores en general y a las mujeres en particular.


Describir el 'trabajo sexual' como «un trabajo cualquiera» es solo un replanteamiento positivo si consideramos que el «trabajo» es algo bueno por definición. En el mundo real, las personas hacen todo tipo de cosas horribles que preferirían no hacer, por desesperación, para conseguir dinero en efectivo y para sobrevivir. La gente hace cosas que les parecen aburridas, desagradables o las desgarran el alma, porque no tienen otra elección. Se nos alienta a no pensar demasiado en esto, sino a aceptar estas condiciones simplemente porque así es «como funciona el mundo».

La filósofa feminista Kathi Weeks llama a esta despolitización universal del trabajo «la sociedad del trabajo»: una ideología en cuyos términos se considera que un trabajo de cualquier tipo es liberador, saludable y «empoderador». Esta es la razón por la cual el aspecto «trabajo» del «trabajo sexual» causa problemas tanto para los conservadores como para las feministas radicales. «¿Opresión o profesión?» Es la pregunta que plantea un subtítulo del excelente texto de Emily Bazelon sobre el tema en el New York Times de este mes. Pero ¿por qué vender sexo no puede ser ambas cosas?

Las feministas progresistas han tratado de cuadrar el círculo insistiendo en que el trabajo sexual no es «un trabajo como cualquier otro», igualando todo el sexo vendido, en palabras de Steinem, con una «violación comercial», y oscureciendo cualquier posibilidad de mobilización dentro del sector para conseguir mejores derechos para las trabajadoras.

La cuestión de si las trabajadoras sexuales pueden dar un consentimiento válido se puede pedir a cualquier trabajador en cualquier industria, a menos que él o ella sea económicamente independiente. La elección entre el trabajo sexual y morirse de hambre no es una elección completamente libre, pero tampoco lo es la elección entre limpiar escaleras y el hambre, o entre trabajar de camarera y la miseria. Por supuesto, todos los trabajadores en esta economía precaria están obligados a realizar cosas que no quieren hacer, como recoger basura o servir café con leche para los oficinistas exhaustos o quien sea que les pague. No es suficiente presentarse y hacer un trabajo: debemos realizar una sumisión existencial a la sociedad del trabajo todos los días.

En las agotadoras «guerras sexuales feministas», que han durado décadas, la definición que aparentemente se nos ofrece se encuentra entre una visión radicalmente conservadora de la sexualidad comercial (según la cual cualquier transacción que involucre sexo debe ser no solo inmoral y dañina, únicamente) y una versión del trabajo sexual en el que debemos pensar que la profesión es un «empoderamiento» precisamente porque la ortodoxia neoliberal sostiene que todo trabajo es fortalecedor y reafirma la vida.

Estas dos visiones a menudo pueden hacer sentir a las trabajadoras sexuales que no pueden quejarse de sus condiciones de trabajo si quieren argumentar a favor de más derechos. La mayoría de las trabajadoras sexuales que he conocido y entrevistado, de todas las clases y todos los antecedentes, solo quieren poder ganarse la vida sin ser molestadas, lastimadas o intimidadas por el Estado. Quieren las protecciones básicas que otros trabajadores disfrutan en su trabajo: protección contra el abuso, el robo de salarios, la extorsión y la coacción.

A menudo se dibuja un falso dilema entre los sectores en conflicto dentro del feminismo a favor del sexo (sex-positive) y en contra (sex-negative). Personalmente, ni soy sex-positive ni sex-negative: soy crítica hacia el sexo y contraria al trabajo.

Consideremos la preocupación de Steinem de que si el «trabajo sexual» se convierte en una terminología aceptada, los Estados pueden exigir a las personas que lo practiquen para poder acceder a los servicios de asistencia social. Por supuesto, esta es una idea monstruosa, pero asume una actitud relajada hacia los Estados que obligan a las personas a hacer otro trabajo que no han elegido para acceder a los servicios de asistencia social. ¿Cuándo se volvió normal eso? ¿Por qué el obligar a trabajar solo es horrible y degradante cuando se discute sobre el trabajo sexual?

Apoyo la abolición del trabajo sexual, pero solo en la medida en que apoyo la abolición del trabajo en general, donde el «trabajo» se entiende como «la obligación económica y moral de vender su mano de obra [y tiempo] para sobrevivir». No creo que obligar a las personas a pasar la mayor parte de sus vidas haciendo un trabajo que los menosprecie, los enferma y los agota a cambio del privilegio de tener un lugar seco donde poder dormir y algo de comida para llevar a su boca sea un «acto moralmente neutral».

A medida que más y más empleos se automatizan y se vuelven peor remunerados e inseguros, la izquierda redescubre las ideas contra el trabajo: unas ideas que exigen no solo el derecho a un trabajo «mejor», sino el derecho, si las condiciones lo permiten, a trabajar menos. Esto debe ser también un tema feminista.

Entendida a través de la lente de las ideas contra el trabajo, la legalización del trabajo sexual consiste en el control de daños dentro de un sistema que siempre es opresivo. Es el comienzo, y no el final, de una discusión sobre si es moral obligar a los seres humanos a trabajar con sus cuerpos sabiendo el tiempo limitado que tienen para vivir en la Tierra.

El trabajo sexual debe ser legal como parte del proceso por el cual comprendemos que la sociedad del trabajo en sí misma es dañina. La insistencia del feminismo liberal sobre el carácter único explotador del trabajo sexual oscurece el carácter explotador de todo trabajo asalariado y precario, y no tiene por qué. Quizás si realmente comenzamos a escuchar a las trabajadoras del sexo, como ha hecho Amnistía, podemos hablar más calmadamente en este lugar doloroso y problemático, y hablar sobre la explotación más honestamente, no solo dentro de la industria del sexo, sino dentro de cada industria.

26 mayo 2016


   * Artículo traducido por el colectivo AMOR Y RABIA, que forma parte del número 71 de su revista y que podéis descargaros desde esta dirección (¡ya que está el tema candente!):
http://revistaamoryrabia.blogspot.com/2018/03/revista-amor-y-rabia-n71-contra-el.html
 

sábado, 8 de septiembre de 2018

Bienestar animal: una cuestión ética pero también económica


En 2016 había en la Unión Europea 89 millones de cabezas bovinas, 147 millones de cerdos y 87 millones de ovejas. La ciencia del bienestar animal estudia cómo mejorar la calidad de vida de los animales de granja y cómo eso beneficia económicamente a los propios ganaderos.

Agencia SINC
4 septiembre 2018

Se calcula que hace más de 10.000 años que el ser humano cría animales para sacar provecho de ellos en forma de carne, leche, tejidos y otros materiales. La ganadería de hoy poco se parece a la de entonces, pero para muchos urbanitas, cuyo único contacto con una granja se remonta a las excursiones de los años escolares, la idea de una granja sigue siendo la de una casa, un establo y un corral en el campo donde un puñado de animales corretea por los prados verdes.

Pocas granjas hoy cumplen con esa definición. La gran mayoría son más similares a una fábrica: grandes naves industriales en las que viven de media unos 3.000 animales organizados en jaulas o corrales. Solo de esa forma pudieron criarse en 2016 en la Unión Europea 89 millones de cabezas bovinas, 147,2 millones de cerdos y 87,1 millones de ovejas.

Las granjas son hoy lugares automatizados, con flujos constantes de movimiento de animales, en los que la comida y el agua sale de dispensadores automáticos regulados con precisión. Se calcula cuánto tiempo y alimento hacen falta para que el cerdo o la vaca alcancen el peso ideal de la forma más eficiente para después trasladarlo al matadero y vender su carne. Al fin y al cabo, esto es un negocio y el ganadero quiere maximizar sus beneficios.

La idea resulta escalofriante para muchos ciudadanos que preferimos no saber de dónde sale la comida que llena los estantes del supermercado. Es fácil pensar que la de estos animales es una vida de miedo, sufrimiento y dolor.

No maltrates a quien te da de comer

Sin embargo, la industrialización de las granjas no debería significar que los animales que viven en ellas lo hagan en condiciones de maltrato. «Piensa que para un ganadero, los animales son sus recursos. Puede sonar frío, pero es así. Y nadie maltrata los recursos que le dan de comer», explica Arancha Mateos, investigadora del Departamento de Bienestar Porcino de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid.

«Siempre hay un descerebrado que es cruel con su ganado, pero eso no es ni mucho menos habitual por una cuestión ética pero también de lógica y economía», añade la investigadora. También científica: la calidad de vida de los animales de ganado influye en la velocidad a la que crecen y en el estado final de su carne.

La ciencia del bienestar animal (que no se centra solo en los de granja) ya es parte indispensable del esfuerzo general por mejorar la calidad de los alimentos, y cada vez se percibe un vínculo concreto más evidente entre ese bienestar animal y la seguridad alimentaria.

«Las amenazas al bienestar animal, incluyendo la inmunosupresión inducida por el estrés, la dispersión de patógenos en sus alimentos o las modificaciones genéticas pueden comprometer la salubridad y seguridad de los alimentos», explica un capítulo publicado en la monografía Food Chain Quality de la editorial científica Woodhead Publishing.

El texto continúa advirtiendo que «el crecimiento de la ganadería orgánica tiene sus propios desafíos en cuanto a bienestar animal y seguridad alimentaria en lo que se refiere a la seguridad de los animales, la prevalencia de enfermedades parasitarias y la presencia de residuos tóxicos en los alimentos producidos».

No hay por tanto una forma de ganadería, ni intensiva ni orgánica o ecológica, que esté libre de preocupaciones sobre el bienestar animal y la seguridad para el consumidor.


Libertades de los animales sintientes

Un bienestar que la Universities Federation for Animal Welfare, que impulsa el uso de herramientas científicas para asegurar y aumentar esa calidad de vida, concreta en lo que llama las cinco libertades de los animales sintientes, dentro de los que se incluyen todos los vertebrados, y por ello, todos los animales de granja.

— Que estén libres de hambre y sed, asegurándoles el acceso a agua fresca y una dieta suficiente y apropiada para que mantengan su salud y su vigor;

— Que estén libres de dolor, heridas y enfermedades, a través de la prevención y, si hace falta, el diagnóstico y el tratamiento rápido de sus dolencias;

— Que estén libres de la incomodidad, dándoles un entorno apropiado que incluya un refugio y un área cómoda para descansar;

— Que estén libres de miedo y estrés, asegurándoles condiciones y cuidados que eviten también el sufrimiento mental;

— Que sean libres de expresar un comportamiento normal, dándoles espacio suficiente, instalaciones adecuadas y la compañía de otros animales de su especie.

¿Pero cómo afectan estos esfuerzos por mejorar la vida de los animales de granja al resultado de un empresario ganadero, que es al final quien debe considerar el invertir o no en estas mejoras?

Los animales tranquilos crecen mejor

El equipo de Mateos se dedica precisamente a responder esa pregunta. Como parte de sus investigaciones han participado en la construcción de una novedosa nave de bienestar porcino en Madrid, muy cerca de Moncloa, con la que persiguen un doble objetivo: por un lado, reducir las emisiones de amoniaco y otros desperdicios resultado de la actividad ganadera porcina, y por otro, analizar en qué circunstancias los cerdos viven mejor en las explotaciones intensivas y cómo eso afecta a su rendimiento.

«La composición nutricional de un filete es siempre casi la misma, independientemente de cómo haya vivido el animal o lo que haya comido, pero sus condiciones de vida influyen mucho en su ritmo de crecimiento, en su capacidad de reproducción y en su vulnerabilidad ante las enfermedades», explica Mateos.

El estrés de los animales, explica, es el principal enemigo de los ganaderos, entendiendo como estrés el malestar y la agitación general que los animales padecen cuando están enfermos, asustados o, sobre todo, pasan demasiado calor.

«El estrés térmico les sienta fatal. Algo tan simple como que haga demasiado calor hace que no coman y no se muevan, y si no comen, no crecen». Ocurre lo mismo con el miedo: los animales asustados se estresan, pueden ser agresivos y comen menos, lo cual supone menos crecimiento y, de nuevo, menos beneficios.

Los científicos buscan nuevas y mejores formas de controlar ese estrés. El enfoque tradicional consiste en medir los niveles de determinadas hormonas, principalmente cortisol, unidos a determinados cambios de comportamiento e inmunológicos, pero a día de hoy se empiezan a considerar insuficientes estos métodos tradicionales y se recurre a modernas tecnologías de genómica y proteómica para identificar biomarcadores y mecanismos moleculares relacionados con el estrés.

Calidad de vida hasta el último momento

Existe un momento en especial en el que ganaderos y veterinarios ponen especial cuidado en evitar el sufrimiento de los animales y es en la antesala a su muerte. Las horas previas al sacrificio del ganado deben ser tranquilas para ellos, sin miedo, sin hambre, sin calor y sin dolor. Si estas circunstancias no se cumplen pueden sufrir el llamado estrés ante mortem, una circunstancia por la que cambios hormonales bruscos que afectan a la composición química de la sangre y del tejido muscular del animal.

En un estudio publicado en la revista Journal of Animal Science que analiza las opciones nutricionales para reducir este estrés se explica que «las respuestas fisiológicas al estrés ante mortem incluyen la deshidratación, el desequilibrio de los electrolitos, la disminución del glucógeno en el músculo y la destrucción de grasa y proteínas».

Hay que considerar que todo lo que ocurre entre las 24 y las 48 horas previas a la matanza tiene un potencial efecto económico sobre el negocio del ganadero, que va desde una disminución de peso del animal todavía vivo hasta problemas de calidad de la carne a posteriori, identificados con las siglas DFD (dark, firm and dry u oscura, dura y seca) o PSE (pale, soft and exudative o pálida, blanda y exudativa), que hará que esta valga mucho menos cuando llegue al mercado.

En un entorno en el que los consumidores cada vez imponen más el criterio ético a sus decisiones alimentarias, tratar bien al ganado es una cuestión económica. No se trata de demonizar al sector ganadero y su industrialización, sin la que difícilmente sería posible alimentar a una sociedad acostumbrada a comer más carne de la que debería, sino de estudiar cómo hacer que la vida de esos animales sea lo más apacible y feliz posible.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Que vuelva Kropotkin

Kropotkin a los 22 años.

Por JULIÁN SOREL

Puede que hablar aquí, a propósito del centenario de una revolución en la cual no triunfó precisamente el modelo de comunidad que él hubiera preferido (y en la cual además terminó, por el contrario, imponiéndose ese «socialismo de estado» que, como él señaló pronto [1], «en realidad no es más que capitalismo de Estado»), del príncipe anarquista Piotr Kropotkin parezca raro, e incluso inoportuno, por no decir francamente disparatado, pero, como ya saben de sobra los lectores y cuantos me conocen, yo soy un bicho raro, e incluso inoportuno, por no decir francamente disparatado.

Han de saber que el anarquista Piotr Alexeyevich Kropotkin, que tanto conocía, quería y respetaba el mundo y la cultura campesinos, era, por derecho de nacimiento, uno de los señores de este mundo, y no lo digo porque su familia fuera dueña de latifundios y de miles de siervos en tres provincias de la Santa Rusia —lo que incluso podría parecer una vulgaridad—, sino por algo menos común que la riqueza, y es que nuestro amigo el príncipe, hijo de Ekaterina Nikolaevna Kropotkina y Alexei Petrovich Kropotkin —príncipe de Smolensk—, nacido en Moscú el 9 de diciembre de 1842, era descendiente directo de los Rurik, que gobernaron Rusia antes que los Romanov.

Cuando Piotr tenía cuatro años, Ekaterina murió. A los diez, en un gran baile al que fueron los hijos de la nobleza, el zar reparó en su precoz inteligencia y en su belleza, y fue invitado a convertirse en uno de sus pajes [2]. Unos pocos jóvenes nobles se preparaban para integrar este selecto grupo en la institución educativa más exclusiva y excluyente del Imperio, «que combinaba el carácter de una academia militar y de una escuela selecta para los hijos de la nobleza» [3], el Cuerpo de Pajes, en San Petersburgo. Tan selecta era, que sólo tenía ciento cincuenta plazas, y estudiar en ella abría casi automáticamente el paso a los cargos más codiciados de la corte [4]. Piotr ingresó en esa institución a los quince años.

Pero este príncipe, Piotr tenía la peculiaridad de no sentirse tan cerca de la nobleza de la cual por nacimiento formaba parte cuanto de los campesinos que, al fin y al cabo, eran quienes lo habían cuidado de niño, y esta anomalía desvió de su cauce —del cauce que hubiera sido habitual en su caso— el curso completo de su vida.

Por puro amor (que no por amor puro) a la frivolidad de las anécdotas, mencionemos que, perseguido Kropotkin en su país debido a su notoria actividad revolucionaria, tuvo que escapar de prisión y exiliarse, y que, dado el esnobismo que nos caracteriza a los seres humanos de todo tiempo y lugar, a fuer de erudito, de extranjero y de aristócrata, se convirtió, naturalmente, en una figura de moda en Londres, donde fue alabado por todos, desde William Morris hasta Ford Madox Ford, y descrito por Óscar Wilde como un «bello Cristo blanco», «a beautiful white Christ».

Perdón por la trivialidad del párrafo anterior. En Londres, Kropotkin escribió casi todo el primer número de la revista Freedom, que dio lugar al sello Freedom Press. Este, con su pequeña librería, sigue funcionando en el mismo edificio de ladrillo marrón verdoso del número 84 del mismo callejón, Angel Alley, en Whitechapel, desde ese año de 1886 hasta hoy, domingo 29 de octubre del 2017.


Las tesis más importantes de Kropotkin se encuentran en dos libros: La conquista del pan (1892) y Campos, fábricas y talleres (1899). Kropotkin consideraba un buen modelo de organización social, libre de la dominación tanto del estado como del mercado, las comunidades campesinas que había conocido en Siberia, y pensaba (no era un nostálgico) que la tecnología moderna aplicada a la agricultura y demás actividades económicas permitiría un productivo desarrollo descentralizado acorde a las necesidades medioambientales (sí era lo que llamaríamos hoy un ecologista).

Es preciso aclarar aquí que, contra darwinistas sociales como Herbert Spencer, para quien todo estaba regido por la «lucha por la vida» (como dice con bella, áspera sonoridad la expresión original [5], «the struggle for life»), Kropotkin veía un mecanismo de supervivencia eficaz más importante en la ayuda mutua, título de otro libro suyo, El apoyo mutuo (1902), escrito y publicado en inglés, en el exilio londinense, en el que, por ejemplo, leemos que «los animales que adquieren hábitos de ayuda mutua son sin duda los más aptos. Tienen más probabilidades de sobrevivir y alcanzan, en sus clases respectivas, el mayor desarrollo de la inteligencia y organización corporal».

Esto fue escrito por Kropotkin luego de la lectura de un artículo del zoólogo Thomas Henry Huxley, afectuosamente apodado «el Bulldog de Darwin».

Thomas Huxley (abuelo de Aldous, el gran escritor, por cierto, y de Julian, el ilustre evolucionista, y de Andrew, el Nobel de Fisiología, y profesor de biología de H. G. Wells cuando este, becario pobre del Royal College of Science, aún no había escrito ninguna de sus grandes novelas de ciencia-ficción) había publicado su artículo «The struggle for existence in human society» en The Nineteenth Century en febrero de 1888, y Kropotkin, también en The Nineteenth Century, le respondió con varios artículos luego reunidos en El apoyo mutuo.

La idea de la cooperación como fuerza natural expuesta en ese libro recopilatorio de 1902 encaja coherentemente en la opera omnia del príncipe Kropotkin, que creía que el ser humano era por naturaleza solidario, o, al menos, propenso a colaborar con los demás, y a quien, por ende, la idea de una sociedad integrada por comunidades basadas en la democracia directa le parecía perfectamente razonable.

Las ideas de Kropotkin, sobre todo entre las décadas de 1880 y 1920, ganaron muchos simpatizantes en todo el mundo; los wobblies las recibieron muy bien en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, los modelos estatales centralizados parecían de algún modo ser los únicos realistas y firmes, más aún en las décadas de 1950 y 1960, con el este comunista y el oeste capitalista enfrentando sus respectivas versiones de «progreso» y desarrollo.

No creo desentonar si digo que esos modelos hoy están cada vez más lejos de la estima general. De hecho, no soy el primero en decirlo, y se suelen señalar diversos factores de tal descrédito: la crisis económica desde la década de 1970, el respeto, desde la década de 1960, del individuo, sus búsquedas y valores por encima de cualquier lealtad a estados nacionales y demás abstracciones opresivas, son un par. Tal vez sea cierto. A veces tenemos, en efecto, la impresión —no creo ser el único— de que un espíritu libertario recorre lo mejor de nuestra época, de sus expresiones espontáneas de desobediencia civil, de sus diversas protestas contra el poder de las empresas y las evasiones fiscales sistemáticas del 1% más rico, ya sea el 15-M en España, ya sea el Occupy Wall Street, de las diversas formas de disidencia general, en suma, de la última década, o quizá de las últimas dos décadas.

Los retos que tendríamos que enfrentar para sostener estas expresiones de una nueva o renovada voluntad de autodeterminación son en realidad los mismos retos que ya enfrentaba el anarquismo de pensadores como el príncipe Kropotkin. ¿Cómo construir algo capaz de sostenerse en el tiempo sin instituciones centralizadas y sin los peligros que estas implican, sin una excesiva delegación de poder en autoridades demasiado distantes de los individuos reales y faltas, por lo tanto, de control, y sin un malsano, o kafkiano, crecimiento de la burocracia? ¿Qué ofrecer, para disuadirla de seguir corriendo hacia el abismo, que ya asoma, a una inmensa mayoría mundial embarcada ciegamente en la inercia de un crecimiento sin límites —un crecimiento, no ya a mediano, sino a corto plazo, destructivo y suicida— y adicta a un nivel de vida cada vez más alto? ¿Cómo podrían unas comunidades fundadas en la democracia directa local y en la igualdad real enfrentarse a lo opuesto, a concentraciones de poder tan enormes como las existentes en los Estados y los mercados internacionales?

Ante los fracasos sociales y económicos del llamado «socialismo real» —del capitalismo de Estado, para ser exactos y justos— y del capitalismo global, y ante la evidencia de la alarmante incapacidad de estos sistemas —tan alejados de todo posible control de las personas reales, de los individuos concretos, de carne y hueso, que somos— para lidiar con sus sombras, con la degradación ambiental, con los explosivos depósitos de desesperación e inequidad tóxica sembrados y ahondados cada día en todas partes, ¿cómo salvarnos y salvar al mundo?

Tal vez pensadores como Piotr Kropotkin puedan venir hasta nosotros desde el pasado, a bordo de la fabulosa máquina del hoy citado de pasada H. G. Wells, y ayudarnos a inventar otro futuro.

29 octubre 2017


NOTAS

[1] La cita completa dice así: «La adoración del Estado, de la autoridad y del socialismo de Estado, que en realidad no es más que capitalismo de Estado, triunfó en las ideas de toda una generación» («The worship of the State, of authority and of State Socialism, which is in reality nothing but State capitalism, triumphed in the ideas of a whole generation»). Piotr Alexeyevich Kropotkin: «Caesarism», en: Freedom, Nº 139, junio de 1899.

[2] Roger Nash Baldwin (ed.): Kropotkin’s Revolutionary Pamphlets, Nueva York, Dover Publications, 1970, 311 pp., pp. 14-16.

[3] Piotr Kropotkin / Sir Herbert Read: Selections from his Writings, edición e introducción de sir Herbert Read, Londres, Freedom Press, 1942, 150 pp., p. 8.

[4] Alain Vieillard-Baron: «Dos cartas de Kropotkin», en: Revista de Filosofía, Nº 6, 1960, p. 286.

[5] «This survival of the fittest, which I have here sought to express in mechanical terms, is that which Mr. Darwin has called "natural selection", or the preservation of favoured races in the struggle for life» («Esta supervivencia del más apto, que aquí he tratado de expresar en términos mecánicos, es lo que el señor Darwin ha llamado la "selección natural", o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida»). Herbert Spencer: Principles of Biology, Londres-Edimburgo, Williams and Norgate, 1864, vol. 1, p. 444.