viernes, 30 de junio de 2017

Thoreau, la naturaleza como ideología


  Tras Cape Code y Los bosques de Maine, Baile del Sol publica Un yanqui en Canadá, obras de Henry David Thoreau que se editaron póstumamente entre 1864 y 1866.
03/01/12

A Henry David Thoreau se le conoce sobre todo por su Walden, el relato que publicó en 1854 como diario de su experiencia durante «dos años y dos meses» en una cabaña construida por él mismo junto a la orilla de la laguna de Walden, cerca de la ciudad de Concord, al nordeste de EEUU, allí donde Emerson había formado su grupo de trascendentalistas.

También se han leído sus influyentes escritos políticos sobre la desobediencia civil, sus textos a favor de la abolición de la esclavitud y sus reflexiones acerca de una vida plena. Se pueden encontrar estudios sobre su vida y sus ideas (Thoreau. Biografía esencial, de Antonio Casado da Rocha), pero apenas se conocía, hasta la edición de Los bosques de Maine (Baile del Sol, 2007) y Cape Code (Baile del Sol, 2009), la materia ideológica común a la mayor parte de su obra: la concepción de la naturaleza como el lugar privilegiado en el que el ser humano puede pensarse. Estos libros son anotaciones en forma de diarios de varios viajes, algunos realizados en años diferentes, que tratan de explorar el territorio nororiental norteamericano donde vive Thoreau. Las descripciones de montañas, lagos, ríos; de fauna y flora, de tribus y actividad de cazadores y empresas madereras; los sonidos y sensaciones. Y, sin embargo, estos libros no son los de un «turista» que viera el territorio como lugar de satisfacción ociosa, ni los de un «naturalista» enfrentado a la tarea de catalogar y cartografiar lo que ve.

Desde el primer momento Thoreau intenta ver de otro modo. Este rasgo para el que se requiere «dejar la ciencia de lado y disfrutar de aquella luz», que hace que la naturaleza produzca la expectación de un lugar del conocimiento, es significativo porque está en la base de toda una literatura norteamericana que venía a retirarse del gran proyecto liberal de construcción del capitalismo, sin abandonar por ello esta misma ideología.

Thoreau siguió en este sentido el programa que Ralph Waldo Emerson puso al frente de su Naturaleza: «Nuestra época es retrospectiva. Construye los sepulcros de sus padres. Escribe biografía, historia y crítica. Las generaciones que nos precedieron miraban a la cara a Dios y a la naturaleza; nosotros, miramos con sus ojos. ¿Por qué no tener también el privilegio de una relación original con el universo? ¿Por qué no tener una poesía y una filosofía que inquieran en los arcanos, no en la tradición; y una religión que nos sea revelada, y no la historia de la religión de nuestros padres? Dentro del seno de la naturaleza por un tiempo, con su afluencia de vida correteando alrededor y a través nuestro, invitándonos con sus poderes a toda acción proporcionada a su naturaleza, ¿por qué andar a ciegas buscando entre los huesos del pasado, o hacer escarnio de todo lo viviente por lo ajado de sus ropas? También hoy luce el sol. Hay más lana y lino en nuestros campos. Hay tierras nuevas, hombres nuevos, ideas nuevas. Exijamos nuestras propias obras, y leyes, nuestro propio culto». Es por ello que Thoreau ensaya una vida libre «de los puros artificios e innecesarias labores», donde construir «considerando qué fin guardan en relación con la naturaleza del hombre una puerta, una ventana, un sótano o una buhardilla», buscar la soledad, «mirar lo que ha de ser visto» y entrar en la naturaleza.

Pero esta vida olvida (es también función de la ideología) lo histórico del ser humano, omite las determinaciones y la otra gran enunciación política, 'yo soy por otro', que se opone radicalmente a la del 'yo soy por mí mismo' producida y reproducida hasta la nausea por las ideologías liberales. Así, Thoreau, suscribiendo la conocida anotación de Emerson de que «no hay Historia, sólo biografía», escribe en todos estos libros el nudo fundamental de la ideología liberal: «vivir deliberadamente, enfrentarse sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si puedo aprender lo que ésta tenga que enseñarme». Entrar en la naturaleza, como entrar en lo salvaje, es para Thoreau absorber lo vivo de ella, lo no sometido a la humanidad, entrar en una edad primitiva. En la película de Sean Penn Hacia rutas salvajes es posible encontrar esta directriz: el viajero abandona su identidad civil, quema el dinero como si fuera un digger, abandona amigos y familiares, y se dispone a llegar al centro de lo salvaje, afrontar qué se es en tanto que individuo. Sólo que Penn restituye lo que falta en Thoreau: a los otros seres humanos.

En los tres libros de viajes de Thoreau los seres humanos apenas son algo más que parte del territorio. Penn los muestra como una relación. Con todo, el gran mito liberal fracasa: Thoreau lee la naturaleza, la comprende y le da un sentido solamente a partir de lo que la cultura y la sociedad ha hecho con él. De lo que otros han hecho de él. La naturaleza es, verdaderamente, un documento de cultura. Las constantes interpretaciones de sonidos, lugares, animales y situaciones a partir de textos literarios como El paraíso perdido de Milton o Robinson Crusoe, de mitos y otras obras científicas (mapas y descripciones de naturalistas de otros viajeros) lo ejemplifican bien. El proyecto de Emerson, que Thoreau emprende, de «retirarse tanto de sus aposentos como del resto de los hombres» para estar solos es imposible.

Los libros de Thoreau lejos de nuestro tiempo en buena medida, nos permiten vislumbrar entre sus páginas el momento crítico en el que la ideología liberal se quebró, el modo en que se produjo la división y la dominación de unas tendencias filosóficas sobre otras, de la disfunción y las contradicciones en que empezó a manifestarse la ideología liberal en un momento histórico en que triunfa el desarrollismo capitalista (sostenido en el liberalismo económico) y el parlamentarismo (sostenido en el liberalismo político). La naturaleza en estos libros trata de invertir la dirección de esa historia. Como residuo ha funcionado contra la sociedad industrial y después contra la sociedad de consumo, influyendo en el anarquismo y en el ecologismo. Años después de Thoreau, otros escritores, como Jack London o Bruno Traven, abordaron la naturaleza como parte de una relación social. Entonces el liberalismo ya había entrado en conflicto con el socialismo y la naturaleza fue desplazada del debate ideológico.

viernes, 23 de junio de 2017

Miedo


Por HELENO SAÑA

El gran protagonista del mundo actual es el miedo: miedo al terrorismo, miedo a la inmigración legal e ilegal, miedo a la competitividad económica, miedo al desempleo, miedo a la delincuencia común, miedo al belicismo estadounidense, miedo a la contaminación medioambiental, miedo a las prohibiciones gubernamentales, miedo a la pérdida de libertad y miedo, en fin, a lo que pueda venir. Aunque en general nadie lo confiese, quien más quien menos es presa del mismo o parecido miedo que Kafka confesaba abiertamente en una de sus cartas a su prometida Milena: «Mi ser es miedo». La sociedad liberal, basada en la confianza mutua y el 'fair play', se resquebraja cada vez más para dar paso a la desconfianza, al juego sucio y a la corrupción. En su Minima Moralia Adorno tomaba posición contra la glorificación moderna del progreso, señalando, con plena razón, su doble faz, puesto que si de un lado contiene la posibilidad de la libertad, del otro encierra también el peligro de la opresión. Creo que el tiempo le ha dado la razón. El mundo es, en efecto, cada vez menos libre y más opresivo. Los gobiernos encuentran toda clase de pretextos para reducir la autonomía del ciudadano y aumentar su grado de heteronomía. Asistimos a una restauración larvada del principio de libertad. Eso explica que la democracia sea cada vez menos democracia real para ir convirtiéndose a la chita callando en democracia formal. Y lo peor es que la gente apenas ofrece resistencia a este proceso involutivo. Oscar Wilde decía que allí donde existe un hombre que ejerce autoridad, hay otro que se rebela. Lo que quizá era cierto o verosímil para la sociedad de su tiempo, no lo es para la de hoy, por lo menos en el mundo occidental, caracterizado por su alto grado de conformismo. 'L’homme révolté' evocado por Albert Camus en su gran libro del mismo nombre se está convirtiendo en una figura de museo. Lo que se ha impuesto no es la «civil desobedience» de la ciudadanía, sino el ordeno y mando de los gobernantes de turno, cada vez más despóticos, arbitrarios y ávidos de poder. El Estado-Beneficencia de ayer es hoy ante todo un Estado-Prepotencia.

Para justificar su proceder y tranquilizarnos, nos aseguran que si restringen las libertades civiles y se saltan a la torera las leyes nacionales e internacionales es para nuestro bien, lo que quiere decir que, lejos de ser nuestros opresores, resulta que son nuestros protectores. Como buenos ciudadanos debemos, pues, estarles agradecidos de que metan las narices en todas partes, de que acumulen cada vez más datos sobre nuestras idas y venidas, nuestras conversaciones telefónicas, nuestras amistades, nuestras ideas políticas y nuestra 'privacy'. Agradecidos, en fin, de que se erijan en jueces permanentes de nuestros gustos y nuestra manera de ser y nos indiquen, por orden gubernativa, lo que tenemos que hacer o dejar de hacer. De ahí el aumento incesante de leyes, prescripciones, imposiciones, controles, aparatos burocráticos y amenazas de toda clase. Ultraliberales en el plano económico, los nuevos mandamases están resucitando el Estado-gendarme y paternalista que ingenuamente creíamos ya superado. Su lógica es archiconocida: desconfiar del ciudadano y partir del supuesto de que se portará mal e infringirá las leyes. Por eso hay que vigilarle e impedir que haga de las suyas. El único que se porta bien y cumple con su deber es el Estado. Por tanto, a obedecer toca.

¿Cómo no tener miedo? Miedo no sólo de los peligros reales y potenciales del mundo, sino de la manía persecutoria de quienes lo administran. La paradoja no puede ser más grotesca: los gobernantes son elegidos por la sociedad civil, pero una vez en el poder se erigen en dueños y señores del mismo electorado al que deben su encumbramiento, de manera que la razón democrática queda anulada por la razón de Estado, una aporía que desde Rousseau a hoy ninguna politología ha podido superar. La razón de Estado, base de lo que Foucault ha llamado «nouvelle gouvernementalité», es un concepto tan abstracto como elástico y, por ello, muy difícil de delimitar en términos concretos. De ahí que contenga intrínsecamente la posibilidad de extralimitarse y pasarse de la raya. Los gobiernos que se autolimitan en sus funciones suelen ser escasos; los más se exceden. Lo que sigue llamándose pomposamente Estado de Derecho con el derecho a usurpar derechos que no le corresponde a él, sino al ciudadano. He ahí la causa del miedo que se ha apoderado de la gente.

Revista LA CLAVE
Nº 293 / 30 noviembre 2006.

sábado, 17 de junio de 2017

Bakunin, la leyenda

Por PAUL AVRICH

Los jóvenes anarquistas encontraron que la personalidad de Mijail Bakunin era tan fascinante como su credo. Hijo de nobles terratenientes y educado para ser un oficial, Bakunin había abandonado su linaje y su mundo por la carrea revolucionaria; en 1840, a la edad de 26 años, abandonó Rusia y se dedicó a una lucha inagotable contra la tiranía en todos sus aspectos. Bakunin participó en los levantamientos de 1848 con un irreprimible entusiasmo, destacándose como una figura prometeica que se trasladaba con la marea revolucionaria que avanzó desde París hasta las barricadas de Austria y Alemania. Detenido en 1849, pasa los ocho años siguientes en la cárcel, seis de ellos en las más oscuras mazmorras de la Rusia zarista, las fortalezas de San Pedro y San Pablo y de Shlisselburg. Su sentencia fue conmutada por la de deportación perpetua en Siberia, pero Bakunin escapó de sus guardianes y se embarcó en una odisea impresionante por todo el mundo, una odisea que haría de su nombre una leyenda y habría de convertirle en objeto de veneración de todos los grupos radicales de Europa.

La gigantesca humanidad de Bakunin, su entusiasmo infantil, su ardiente pasión por la libertad y la igualdad, su lucha volcánica contra los privilegios y las injusticias, le otorgan un enorme atractivo humano sobre los círculos libertarios. «Lo que más me dolía», escribía Piort Kropotkin en sus memorias, «era que la influencia de Bakunin se dejaba sentir mucho menos desde su autoridad intelectual que como personalidad moral». Como fuerza activa en la historia, Bakunin ejerció una atracción personal con la que Marx nunca pudo competir, conquistando un puesto incomparable entre los aventureros y mártires de la tradición revolucionaria.

(...)

Bakunin intuía el autoritarismo inherente a la llamada «dictadura del proletariado». El Estado, decía, aun si adopta una forma popular, siempre servirá como instrumento de explotación y esclavitud. Predecía la inevitable constitución de una nueva «minoría privilegiada» de sabios y expertos, cuyo nivel superior de conocimiento la capacitaría para utilizar el Estado como instrumento de gobierno sobre los trabajadores manuales e ineducados de los campos y las fábricas. Los ciudadanos del nuevo Estado popular se despertarían bruscamente de sus ilusiones para descubrir que se habían hecho «los esclavos, los juguetes, las víctimas de un nuevo grupo de ambiciosos». La única posibilidad de que el pueblo escapase a este lamentable destino era la realización de la revolución por sí mismo, una revolución total, brutal, caótica, primitiva, y sin límites de ninguna clase. «Es necesario abolir completamente, en los principios y en la práctica, todo lo que pueda llamarse poder político», ya que, concluía Bakunin, «mientras exista el poder político habrá gobernantes y gobernados, amos y esclavos, explotadores y explotados» (…)

Por encima de todo, la filosofía anarquista de Bakunin era una protesta ferviente contra todas las formas de poder centralizado, tanto político como económico.

Los anarquistas rusos
(1967)


domingo, 11 de junio de 2017

A reconectarse con la naturaleza antes de que sea demasiado tarde


«Debemos ser plenamente conscientes de que sin un ambiente sano no gozaremos de nuestros derechos humanos básicos», subrayó un experto de la ONU. Sin embargo, el presidente Donald Trump anunció el retiro de Estados Unidos, el mayor contaminador de la historia, del Acuerdo de París sobre cambio climático.

Por BAHER KAMAL
09/06/2017

En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, el relator especial de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) para derechos humanos y ambiente, John H. Knox, declaró en Ginebra: «Todos debemos alarmarnos frente a la acelerada pérdida de biodiversidad, de la que dependen los ecosistemas saludables».

Es tal la dependencia de ecosistemas saludables para la nutrición, la vivienda, la vestimenta y el agua misma que bebemos, además del aire que respiramos, que Knox recordó: «sin embargo, las áreas boscosas disminuyen, los ecosistemas marinos están cada vez más cercados y se estima que las poblaciones de animales vertebrados se redujeron en más de la mitad desde 1970».

De hecho, muchos científicos temen que estemos al comienzo de la sexta extinción mundial de especies, la primera en más de 60 millones de años, indicó el profesor de derecho internacional de la estadounidense Universidad de Wake Forest.

«Los Estados llegaron a acuerdos para luchar contra las causas de la pérdida de biodiversidad, que incluye a la destrucción de hábitats, la sobreexplotación, la caza furtiva, la contaminación y el cambio climático», recordó Knox.

«Pero los mismos estados fallan de forma lamentable en el cumplimiento de sus compromisos, los que buscan revertir las tendencias perturbadoras», apuntó.

Tala, pesca y caza ilegal

Knox recordó que casi una tercera parte de los sitios naturales que son Patrimonio Mundial soportan la caza furtiva, la tala y la pesca ilegales, lo que ha dejado a especies en peligro al borde de la extinción y ha puesto en riesgo a las fuentes de ingresos y el bienestar de comunidades que dependen de ellas.

«La extinción de especies y la pérdida de la diversidad microbiana socava nuestros derechos a la vida y a la salud al destruir posibles fuentes de nuevos medicamentos y debilitar la inmunidad de los seres humanos», explicó.

«La menor variedad, producción y seguridad de la pesca y de la agricultura pone en peligro nuestro derecho a la alimentación. La capacidad diezmada de la naturaleza de filtrar, regular y almacenar agua amenaza el derecho al agua limpia y segura», añadió.

El experto independiente de la ONU insistió en que la biodiversidad y los derechos humanos están «interrelacionados y son interdependientes» y que los estados tienen la obligación de protegerlos a ambos.

El mundo debe tomar medidas de forma urgente para reducir otro 25 por ciento las emisiones contaminantes previstas para 2030, señala el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Crédito: PNUMA.

Sin biodiversidad ni seguridad alimentaria ni nutrición

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) subraya que la biodiversidad es «esencial» tanto para la seguridad alimentaria como para la nutrición.

«Miles de especies interconectadas constituyen una red vital de biodiversidad en los ecosistemas de los que depende la producción mundial de alimentos», señala la FAO.

«Con la erosión de la biodiversidad, la humanidad pierde el potencial para adaptar los ecosistemas a nuevos desafíos, como el crecimiento demográfico y el cambio climático. Alcanzar la seguridad alimentaria para todos está intrínsecamente vinculado al mantenimiento de la biodiversidad», alerta.

La agencia aporta algunos datos clave al respecto.

De las 8.800 razas de animales [domésticos] conocidas, siete por ciento están extintas y 17 por ciento, en peligro de extinción. Y de las más de 80.000 especies de árboles, menos de uno por ciento ha sido estudiada para su posible uso.

El pescado aporta 20 por ciento de la proteína animal a cerca de 3.000 millones de personas. Solo 10 especies proporcionan 30 por ciento de la captura marina y 10 especies, alrededor de 50 por ciento de la producción acuícola.

Mientras, más de 80 por ciento de la dieta de los seres humanos procede de las plantas. Y solo cinco cereales aportan 60 por ciento del aporte calórico.

La tierra finita

La Convención de la ONU para la lucha contra la Desertificación (UNCCD) se concentra en la tierra, «que es finita en cantidad».

La competencia por bienes y servicios aumenta las presiones sobre los recursos terrestres en prácticamente todos los países, alerta.

La conexión con la naturaleza nos convierte en guardianes de nuestro planeta. Para el director del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Erik Solheim, la cercanía con la naturaleza nos ayuda a ver la necesidad de protegerla. Crédito: PNUMA.

La variabilidad climática, el crecimiento demográfico y la globalización económica generan un cambio de uso de la tierra y malas prácticas de gestión en todas las escalas, señala el documento. Por lo general, esos cambios y prácticas seguirán degradando el valor «real» actual y futuro de nuestros recursos terrestres, como el suelo, el agua y la biodiversidad.

«Ahora es momento de reconocer los límites biofísicos a la productividad de la tierra y la necesidad de restablecer la multifuncionalidad tanto de nuestros paisajes naturales como de los de producción. La evidencia comprueba la necesidad de actuar a corto plazo para evitar posibles resultados negativos e irreversibles a mediano y largo plazo», añadió.

La secretaría de la UNCCD, con sede en Bonn, indicó que su Perspectiva Mundial de la Tierra (GLO, en inglés) ofrece una visión estratégica para transformar la forma en que pensamos sobre el valor, el uso y la gestión de nuestros recursos terrestres, mientras planificamos un futuro más resiliente y sostenible.

La primera edición del GLO es la nueva publicación emblemática de la UNCCD, al igual que la Perspectiva Mundial sobre Biodiversidad, del Convenio sobre la Diversidad Biológica, y la Perspectiva sobre el Medio Ambiente Mundial, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

«Es una plataforma de comunicaciones y de publicación estratégica que demuestra la importancia central de la calidad de la tierra para el bienestar de los seres humanos, analiza las tendencias actuales en la degradación, la pérdida y la conversión de la tierra, identifica los factores responsables y analiza los impactos, así como ofrece escenarios de oportunidades y desafíos futuros», indica.

«La pérdida tanto de la calidad como de la cantidad de recursos terrestres saludables y productivos es un motivo de preocupación inmediato, en especial en los países en desarrollo y en aquellos con una elevada proporción de tierras secas frágiles y vulnerables», añadió.

Esos son algunos de los motivos por los cuales el lema de este Día Mundial del Ambiente, «Reconéctate con la naturaleza», subraya los vastos beneficios, desde la seguridad alimentaria, pasando por las mejoras a la salud y el suministro de agua hasta la estabilidad climática, que los sistemas naturales y un ambiente limpio ofrecen a la humanidad. Pero hay más razones.


Salud mental, estrés, depresión

Numerosos estudios prueban que pasar tiempo en espacios verdes es bueno para algunos problemas de salud mental como el estrés y la depresión. Esta última, que afecta a 350 millones de personas, es la principal causa de discapacidad a escala mundial, según la ONU.

«El espacio verde urbano es un arma clave en la lucha contra la obesidad: se estima que las 3,2 millones de muertes prematuras de 2012 pueden atribuirse a la falta de actividad física», precisa el foro mundial.

Cada vez son más las ciudades que plantan árboles para mitigar la contaminación aérea, el mayor riesgo ambiental para la salud. De hecho, 6,5 millones de personas mueren por año debido a la exposición diaria a un aire de mala calidad.

Por último, la ONU recuerda que el uso de plantas en la medicina tradicional se remonta a los comienzos de las civilizaciones y que la medicina herbal tiene claros efectos terapéuticos reconocibles y desempeña un papel importante en la atención primaria de la salud en muchos países en desarrollo.

Los analgésicos comunes y los tratamientos contra la malaria (paludismo), así como los fármacos empleados en la lucha contra el cáncer, enfermedades coronarias y presión alta, derivan de las plantas.

¿Todavía necesitan más razones para conectarse, o mejor dicho, para reconectarse, con la naturaleza?

Traducido por Verónica Firme

IPS Noticias

sábado, 3 de junio de 2017

Una cultura culta

'Las ruinas de Eldena' de Friedrich (1825).

Por JOAQUÍN ARAUJO

«La Cultura es las culturas.»
OCTAVIO PAZ

Cierto es que CULTURA no solo es demasiadas realidades imprescindibles sino también acaso demasiadas acepciones; más de 150 en los buenos diccionarios de las lenguas románicas. Por si eso fuera poco tenemos ahora la mala suerte de que como comodín lingüístico resulta abuso, ya que la palabra, ahora hueca y huérfana, puede ser unida prácticamente a cualquier otro término o concepto. Todo lo contrario sucede con la acepción de cultura que resulta cada día más imprescindible. Me refiero a la que se imbrica con la idea y la acción de cuidar, por cierto sugerida por la misma semántica de la palabra.

Es cultura así mismo toda forma de relacionarse con el entorno. Lo que nos obliga a precisar. Cuando se descuartiza con frenesí, como ahora, el respeto y la hondura en buena parte de los comportamientos conviene reflexionar. Poco o nada tan necesario como una refundación. Porque se ha incluido, se ha entendido, con lucidez, que es la confluencia lo que convierte en culto al conocimiento del medio y en necesario su defensa. No menos relevancia adquiere una inclusión muy enriquecedora: la de los elementos y ciclos básicos para la continuidad de la vida. Toda. Porque algunas actividades y formas de pensamiento excluidas, casi oficialmente, de los círculos culturales resultan todo lo contrario. Conviene al respecto recordar que la Naturaleza no solo proporciona y ha proporcionado la totalidad de lo necesario para los despliegues de la cultura, sino que también es la materia prima de la búsqueda de conocimiento y no menos de la inspiración artística para buena parte de las manifestaciones de la creatividad humana. Pero comprenderla supone el fundamento de la filosofía y de la física, aprovecharla es la permanente relación y conservarla la mejor manifestación de la sensatez. Todo eso también contribuye a no crear falsas fronteras entre Natura y Cultura. Si Octavio Paz borra fronteras cercanas con la frase que se ha citado, conviene ampliar tan encomiable propósito con esta otra: La Cultura es hija de la Natura y es culto quien cuida y respeta a sus progenitores. Todo ello permite acuñar que la ecológica es a una cultura culta.

GRACIAS Y QUE LA VIDA OS ATALANTE.

2 marzo 2012