jueves, 29 de agosto de 2019

Elogio del cientificismo


Por MARIO BUNGE

Es sabido que todo puede falsificarse. El motivo principal es que los crédulos son más que los escépticos. Además, lo falsificado suele ser más rentable que lo genuino. Esto vale incluso para las ciencias. Baste recordar el éxito comercial de la medicina «alternativa» y el psicoanálisis.

Lo que ocurre con la ciencia también pasa con el cientificismo. El pseudocientificismo consiste en presentar pseudociencias como si fuesen ciencias auténticas porque exhiben algunos de los atributos de la ciencia, en particular el uso conspicuo de símbolos matemáticos, aunque carecen de sus propiedades esenciales, en especial la compatibilidad con el conocimiento anterior y la contrastabilidad empírica.

El pseudocientificismo es particularmente dañino cuando se alía con el poder político. Baste recordar la oposición de los filósofos soviéticos a la ciencia «burguesa» y la reputación que ganó el contable Robert McNamara, ministro de Defensa en los gobiernos de Kennedy y Johnson, por garantizar que su equipo ganaría la guerra contra Vietnam porque la librarían «científicamente». Lo que McNamara llamaba «estrategia científica» era programación que usaba teorías que parecían científicas pero no lo eran.

Las teorías de la decisión y de juegos eran piezas cruciales en el maletín intelectual de McNamara. Estas teorías presuponen la tesis individualista de que la sociedad es una colección de individuos libres motivados por intereses personales, así como dotados de la capacidad de calcular tanto la probabilidad como la utilidad del resultado de todas sus acciones posibles, más la capacidad de idear la mejor estrategia para maximizar el producto de ambos números. No hay ciencia en la aplicación de estas teorías a la política, ya que a) los individuos que postula son imaginarios; b) lo que importa en política no es el individuo aislado sino el grupo social; y c) los números en cuestión no han sido hallados sino inventados, y ningún experimento ha corroborado la conjetura de la maximización.

En todo caso, si los estrategas norteamericanos utilizaron esas teorías en esa guerra, sobreestimaron sus propias probabilidades y utilidades al tiempo que subestimaron las de sus enemigos, como sostuve antes del fin de esa guerra. Desde luego, esa derrota no fue la de la ciencia ni la del cientificismo; los perdedores fueron la arrogancia imperial y la pseudociencia.

¿Qué tiene de especial la ciencia?

¿Por qué es preferible el cientificismo a su alternativa «humanista»? La respuesta habitual es porque el enfoque científico da más resultados que sus alternativas: tradición, intuición o corazonada (en particular, Verstehen), ensayo y error, y contemplación del ombligo (en particular, modelación matemática a priori). Pero, a su vez, esta respuesta suscita la pregunta: ¿Por qué funciona mejor la ciencia?

Respondo: la vía científica es la que mejor conduce a verdades objetivas o impersonales porque se adecúa tanto al mundo como a nuestro aparato cognitivo. En efecto, el mundo no es la colección de retazos de apariencias que imaginaron Ptolomeo, Hume, Kant, Comte, Mill, Mach, Duhem, Russell y Carnap, sino el sistema de todos los sistemas materiales. Y los seres humanos pueden aprender a usar y aguzar no sólo sus sentidos —que solo dan apariencias— sino también su imaginación, así como controlarla de cuatro maneras diferentes: por observación, por experimento, por cálculo y por compatibilidad con otros elementos del conocimiento anterior.

Además, a diferencia de la superstición y la ideología, la ciencia puede crecer exponencialmente por un mecanismo conocido: la retroalimentación positiva, en la que parte del producto se invierte en el sistema. Pero está claro que la continuación de este proceso requiere invertir alrededor del 3% del PIB en investigación y desarrollo, y esto es algo que no están dispuestos a hacer los políticos anticientificistas.

Esto se aplica, en particular, a la investigación politológica, que la National Science Foundation dejó de subvencionar por atenerse a la restrición de «malgasto» aprobada por el Senado de los EEUU en 2013. ¿No es emblemático que Condorcet, un gran politólogo y el redactor del primer manifiesto cientificista, se suicidara para evitar que lo hiciera guillotinar Robespierre, admirador de Rousseau, quien había antepuesto el sentimiento al razonamiento?

En resumen, la adherencia al cientificismo ha sido muy rentable tanto cultural como económicamente, mientras que la obediencia al anticientificismo amenaza el crecimiento del saber, el cual, aunque con algunos retrocesos temporales, ha venido ocurriendo desde los tiempos de Galileo, Descartes y Harvey.

sábado, 24 de agosto de 2019

Naturaleza desde Valladolid


Interesante nuevo blog que es una visión personal sobre la Naturaleza que nos rodea desde la provincia de Valladolid. Como dice el autor (compañero también de aquí) sobre lo que quiere expresar:

   «Naturaleza de la que somos parte y debemos, también, responsabilizarnos de su (y nuestra) existencia. Para ello uso como epicentro el pueblo de mis raíces, situado al este de la provincia de Valladolid, que es Quintanilla de Abajo —su verdadero nombre para muchos—, aunque oficialmente siga denominándosele con el nombre que le puso la dictadura franquista: Quintanilla de Onésimo. En esta localidad podemos disfrutar de la visión de varios ecosistemas continentales, concentrados en unos pocos kilómetros cuadrados, dando el aspecto de un auténtico 'punto caliente' de biodiversidad. Y, como Quintanilla no está aislada ni forma parte de ningún universo paralelo, desde aquí quiero expandirme al resto de nuestro planeta viviente.»

El autor, aficionado a salidas al campo, desde el centro de la meseta castellana (que no es tan llana como parece) nos muestra cosas de los diferentes ecosistemas de la zona y pretenderá introducirnos en la Nueva Biología que cuestiona el dogma neodarwinista imperante. Sin titulación académica, solo su experiencia (incluidas lecturas) nos ayudará a conocer el mundo natural del que formamos parte.

Esta es la dirección (tiene buena pinta, solo falta que el tiempo diga como seguirá).


¡Aconsejable!