martes, 29 de enero de 2019

Comunicado del Colectivo Amor y Rabia ante la situación actual en Venezuela


AMOR Y RABIA
28 enero 2019

La decisión de EEUU de reconocer diplomáticamente a un líder opositor como presidente de Venezuela sin haber sido elegido mediante unas elecciones es una nueva injerencia de Washington en lo que considera su «patio trasero» y un paso más en su guerra contra un gobierno que considera dañino para sus intereses. Un simple repaso a la voluminosa historia de la injerencia de EEUU en los asuntos internos de otros países basta para darse cuenta de las consecuencias nefastas que han tenido para los países afectados.

EEUU y la oposición afirman querer salvar la democracia en Venezuela, pero los hechos hablan un idioma diferente. El autonombrado presidente de Venezuela jamás se ha presentado como candidato para unas elecciones presidenciales; una de las cuatro personas que componen la comisión creada por el Congreso de EEUU para «arreglar la democracia» venezolana es la congresista demócrata Wasserman Schultz, condenada por manipular las elecciones internas de Partido Demócrata para que fuese elegida candidata Hillary Clinton; y Trump ha nombrado como representante de EEUU en Venezuela a Elliott Abrams, organizador de la financiación de los escuadrones de la muerte en Centroamérica y que apoyó el golpe de Estado contra Chávez en 2002.

A diferencia de las anteriores actuaciones de EEUU para desestabilizar a Venezuela (apoyando un golpe militar, organizando una 'revolución de colores' o saboteando su economía), esta vez el objetivo es mucho más amplio. En primer lugar, se pretende sumergir el país en una guerra civil que sirva de aviso a quienes pretendan gobernar en América Latina en contra de los intereses de EEUU: Washington no quiere solo su petróleo, sino tener el país entero subordinado a sus intereses; en segundo lugar, se profundiza la división del mundo entre países aliados y países enemigos, sentando las bases de un nuevo enfrentamiento similar a la de la Guerra Fría; y tercero, se pretende impedir la política anunciada recientemente por Maduro de abandonar el uso del petrodólar.

Desde Amor y Rabia condenamos sin paliativos la injerencia de EEUU en Venezuela u otros países que cuestionen su hegemonía mundial, así como la actitud servil de la Unión Europea y el papel nefasto en la crisis de muchos medios de formación de masas, que pretenden que no distingamos entre los agresores y los agredidos.

«Las grandes potencias no tienen
principios, solamente intereses.»
HENRY KISSINGER

domingo, 27 de enero de 2019

Trump tiene un objetivo: acabar con el chavismo

 

Por ALEX ANFRUNS

Ocho meses después de las elecciones presidenciales de mayo de 2018, que designaron a Nicolás Maduro como el ganador con más de 6 millones de votos (67,8% y 46% de participación), los intentos de deslegitimar a su gobierno aumentaron este mes de enero. Aunque democráticamente elegido, el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela está siendo desafiado por una parte de la oposición…. ¡que se negó a participar en las elecciones!

Enero, el mes de todas las resoluciones

Por mal que les pese a algunos, el 10 de enero, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, asumió oficialmente su cargo. Inmediatamente, la OEA (Organización de Estados Americanos) lo declaró «ilegítimo» en una declaración que fue incansablemente difundida por los medios de comunicación. No es banal observar que la OEA, con sede en Washington, esté presidida por un Luis Almagro repudiado por su propio partido en Uruguay, así como por todas las fuerzas progresistas del continente. Cabe destacar que el nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador rechazó la injerencia y envió a un representante mexicano a la investidura, al tiempo que explicó que el respeto a la soberanía es un principio sagrado regido por la Constitución mexicana.

Al día siguiente, antes de hacer lo mismo con el gobierno nicaragüense (elegido con el 72% de los votos y el 68% de los votos), la OEA se reunió para declarar que el voto de más de 6 millones de venezolanos en las elecciones de 2018 no tendía el menor valor, contradiciendo a observadores tan improbables como el expresidente Jimmy Carter, cuya fundación participó en los muchos procesos electorales de Venezuela y calificó a su sistema de «el mejor del mundo».

El 15 de enero, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, inauguró su primera sesión destacándose como la figura principal de la oposición y proponiendo, en el primer punto de la sesión, declarar que el presidente Nicolás Maduro fuese considerado como un «usurpador». ¿El segundo punto? Alentar a los militares a un golpe de Estado. Muy ordinario todo ello.

Después del fallido levantamiento de un grupo de soldados el lunes 21 de enero, que coincidió con el reciente llamado a deslegitimar al gobierno venezolano por parte del presidente de la oposición en la Asamblea Nacional y las amenazas recurrentes de Estados Unidos, el miércoles 23 de enero se llevaron a cabo sendas marchas de la oposición y de chavistas en Caracas. En los días anteriores, hubo episodios de violencia dirigidos, como los desperfectos al Centro Cultural Robert Serra, nombrado en homenaje al asesinato de un joven diputado chavista. En las redes sociales, los usuarios compartieron una foto de un busto de Chávez colgado de un alambre, otro símbolo del discurso de odio que tampoco perdona a los periodistas. Efectivamente, Madeleine Garcia, una reportera de TeleSUR que se ha dado a conocer por su numerosa cobertura de las crisis políticas sobre el terreno, es designada como objetivo por su supuesta complicidad con la «dictadura». El día anterior a la marcha, se registraron 4 muertos en enfrentamientos y saqueos.


¿Y ahora qué? No se excluye que la oposición trate de aprovechar un nuevo ciclo de confrontación y violencia para intentar un nuevo golpe de Estado con el apoyo de medios de comunicación internacionales a través de noticias falsas, como fue el caso en abril de 2002. En ese caso, es probable que Estados Unidos esté dispuesto a «ayudar al pueblo de Venezuela a restaurar la democracia».

La tradición golpista de la oposición

Desde la muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo de 2013, la oposición ha utilizado todos los métodos posibles para evitar la continuidad del chavismo. Ya durante las primeras elecciones de Nicolás Maduro contra Enrique Capriles, había pedido a sus votantes que salieran a la calle después de que se hicieran públicos los resultados que proclamaban la ventaja de Maduro sobre él. El resultado fueron 7 muertes. Esta reacción no sería aceptada en la mayoría de los países, y la oposición que actuara de esta manera sería culpable de una falta de ética en el proceso electoral y una actitud contraria a la separación de poderes. Pero sea lo que sea que haga, independientemente de la gravedad y las consecuencias, la oposición a Venezuela parece confiar en los favores de la opinión pública internacional.

Pocos meses después, a finales de 2013, Leopoldo López, líder de un partido (Voluntad Popular) clasificado en la extrema derecha del espectro político, lanzó abiertamente un llamamiento a la insurrección, «La Salida». Siguiendo un patrón similar al de las revoluciones de colores en Europa del Este, López inauguró un ciclo de manifestaciones presentadas como pacíficas, con una avalancha mediática de «falsas noticias» que escondieron su verdadero carácter violento. El resultado: 43 muertos y más de 800 heridos. Pocos meses después del fracaso de este intento de golpe de Estado, el presidente Barack Obama intervendrá a principios de 2015 para activar un decreto que considera a Venezuela como una «amenaza extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos». Esta afirmación forma parte de la tradicional injerencia estadounidense en lo que sus élites han considerado desde 1823 como su «patio trasero», como fue claramente establecido por la doctrina Monroe.

En las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, la oposición venezolana obtuvo la mayoría de votos en la Asamblea Nacional por primera vez desde la elección de Hugo Chávez. Aunque la oposición anunció el riesgo de fraude electoral en las semanas anteriores a la votación, no impugnó el resultado de las elecciones cuando la designó como ganadora. Sin embargo, tras algunas denuncias de irregularidades, la Corte Suprema de Justicia invalidó la elección de tres diputados de la oposición que se habrían beneficiado de un sistema basado en la compra de votos. A pesar de que, según la Constitución, la Asamblea Nacional está sujeta a las decisiones judiciales de la Corte Suprema, su entonces presidente, Julio Borges, abrió la sesión con la juramentación de los diputados en cuestión. No contento con tomar posesión, la oposición declaró que no aplicaría las decisiones tomadas por el poder ejecutivo, considerando que el gobierno de Maduro era ilegítimo y que sus días estaban contados. Sin embargo, una vez más, el papel que la Constitución otorga a la Asamblea Nacional es asegurar el funcionamiento normal de las políticas públicas mediante la aprobación de las orientaciones generales del poder ejecutivo. Desde entonces, el gobierno ha acusado a la oposición de haberse establecido en una situación de «desacato».

Sin tener un segundo de respiro, 2016 fue el año en el que la situación económica del país se deterioró de manera decisiva, principalmente debido a un modelo económico basado en la dependencia del precio internacional del petróleo para la exportación. Los intentos de estabilización en el seno de la OPEP tardarán en dar algunos resultados. Paralelamente, se observaron mecanismos de «guerra económica», como el que se libró contra el Chile de Allende o la Nicaragua sandinista, pero fueron minimizados o incluso considerados como un argumento falaz por los críticos del chavismo.

Sin embargo, mientras tanto las sanciones financieras aumentaban en número, y la llegada de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos a finales de 2016 no iba a ser una excepción a la regla. La administración Trump volverá al hábito de sus predecesores en la política regional, en particular contando con el papel cada vez más activo de la Organización de Estados Americanos (OEA), pero también tratando de involucrar a los nuevos gobiernos de derecha de la región para que trabajen juntos en un ataque colectivo contra Venezuela, como lo demuestran las tres giras de Mike Pence por América Latina y la más reciente de Mike Pompeo.

En la primavera de 2017, la oposición volvió a las andadas repitiendo el plan de 2014, contando esta vez con el descontento popular que se esperaba que suscitara el deterioro económico. El número de víctimas fue aún mayor que en la última crisis, con 131 muertos esta vez.

Pero esa estrategia demostró ser otro fracaso. Por un lado, gracias a la iniciativa gubernamental de los CLAPs (Comités Locales de Abastecimiento Popular) para enfrentar las dificultades de la población. Por otra parte, las medidas sociales continuaron, como lo demuestra la entrega de dos millones y medio de nuevas viviendas, como parte de la «Gran Misión Vivienda» iniciada en 2011. Sobre todo, Maduro tuvo la audacia de detener este nuevo ciclo de violencia solicitando la participación ciudadana a través de la convocatoria de un referéndum a favor de una Asamblea Constituyente. Logró movilizar a la población en favor de la paz y del retorno a la normalidad democrática.


Dividida, la oposición tuvo que replegarse en sí misma y fue sorprendida por aquel golpe maestro. A pesar de las rivalidades internas y de la indecisión sobre la necesidad de representar sus intereses, la oposición volvió a refugiarse en una posición de negación ante el anuncio de las nuevas elecciones presidenciales de 2018. Observando que aún existía el apoyo popular al chavismo, Trump afirmó entonces que Estados Unidos tenía una «opción militar» para Venezuela. El año pasado, funcionarios estadounidenses admitieron que «el gobierno de Trump mantuvo reuniones secretas con militares rebeldes venezolanos para discutir sus planes de derrocar al presidente Nicolás Maduro».

La 'Estrategia del Caos' para el Caribe

Después de la huida al extranjero de algunas figuras de la oposición, como Julio Borges y Antonio Ledezma, Venezuela se enfrenta constantemente a una campaña mediática destinada a establecer en la opinión pública internacional la idea de que este país es una dictadura.

El nuevo Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, por lo tanto, no improvisa cuando, el 15 de enero, inaugura la primera agenda de la Asamblea Nacional, con el objetivo de un «acuerdo sobre la declaración de usurpación de la Presidencia de la República y la aplicación de la Constitución para restituirla» en el primer punto, y un «decreto para otorgar amnistía y garantías constitucionales a los militares y civiles que contribuyan a defender la Constitución» en el segundo punto.

El martes 23, en un mensaje de flagrante injerencia, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, alentó a parte del pueblo venezolano a salir a las calles para «restaurar la democracia y la libertad». En otras palabras, destruir a Venezuela, como a otros países del Sur. Después de tantas intervenciones, ¿la democracia perfecta que Estados Unidos quiere ver emerger sería similar a la de Ucrania, Honduras, Libia o Afganistán? En este momento, no es ningún secreto que el multilateralismo de la ONU no es del gusto de los Estados Unidos. La ilusión que algunas personas tenían en la gestión del presidente Obama se ha hecho añicos. Su promesa de cerrar Guantánamo fue una cortina de humo.

En muchos países europeos, Venezuela sirvió como espantapájaros para asustar a los votantes, haciendo creer a quienes estuvieran tentados por un candidato progresista que la experiencia bolivariana no había beneficiado a su pueblo de ninguna manera. Al actuar de esta manera caricaturesca, la derecha internacional y sus medios de comunicación han ocultado deliberadamente los hechos indiscutibles sobre la reducción de las desigualdades sociales que han caracterizado la política del gobierno venezolano, como el derecho a la vivienda o a la educación. Centrándose en la realidad de los problemas económicos y sus aspectos sensacionalistas, en lugar de tratar de explicar las complejas razones de esta situación, los medios de comunicación han creado la imagen de una Venezuela sumida en el caos con fines políticos.

La oposición política de Venezuela, ahora representada por Juan Guaidó, no sólo acoge con los brazos abiertos cualquier apoyo externo, es decir, lo que empieza a ser ya una tradición de injerencia, sino que ¡depende de ella para sobrevivir! El hecho de que la UE, el Gobierno francés y otros adopten una postura tan clara contra el Derecho Internacional y la soberanía, de la que dependen la paz y el pleno respeto de los derechos humanos, es algo que debería preocuparnos enormemente.

Cuando algunos medios de comunicación asumen por su cuenta la autoproclamación de un opositor de Venezuela que niega la separación de poderes y la Constitución, y justifica su petición de apoyo externo, eso no se llama información, sino propaganda de guerra.

La humanidad está pasando por tiempos difíciles. El derecho a una información justa y objetiva es asunto de todos. Después de tantas guerras y golpes de estado hechos posibles por nuestros gobiernos y cuyo balance nunca se ha hecho, la expresión de la solidaridad entre los indignados, rebeldes, chalecos rojos/amarillos, los luchadores y resistentes de nuestros países y los de los pueblos amenazados de América Latina es la menor de las posibilidades que nos quedan.

24 enero 2019

miércoles, 23 de enero de 2019

La exclusión social favorece el extremismo en jóvenes vulnerables a la radicalización


Por primera vez un estudio con técnicas de neuroimagen en jóvenes de Barcelona muestra que la exclusión social incrementa el número de valores ideológicos y comunitarios por los que los jóvenes vulnerables a la radicalización están dispuestos a luchar y morir. Los resultados podrían ayudar a orientar políticas y acciones que contrarresten la vulnerabilidad a la radicalización y la propensión al extremismo violento.
8 enero 2019

Un estudio liderado por investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y el Instituto Hospital de Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), junto a otras instituciones internacionales, ha explorado las interrelaciones neurales y de conducta entre los valores sagrados, el extremismo violento y la exclusión social en una muestra de chicos jóvenes marroquíes residentes y escolarizados en Cataluña, y vulnerables a la radicalización.

El trabajo, publicado en Frontiers of Psychology, ha estudiado el sustrato neural de valores sagrados que son percibidos como innegociables, es decir a los que no se renuncia bajo ninguna condición, y que tienen un componente identitario unido a la percepción del individuo como miembro de su grupo social de referencia. En el trabajo se han analizado los relacionados con la adscripción ideológica, así como los vinculados con la identidad religiosa o nacional/comunitaria.

En particular, los científicos se han centrado en la actividad cerebral asociada a la voluntad de luchar y morir en defensa de valores sagrados, así como los efectos de la exclusión social sobre esta actividad, en una región del cerebro previamente relacionada con estos valores y el procesamiento de reglas, denominada giro frontal inferior izquierdo.

Los resultados confirman mediante 'neuroimagen' la relación entre una mayor actividad de esta zona del cerebro con la voluntad de luchar y morir por valores sagrados. «Junto con otros estudios, este resultado sugiere que los valores sagrados son procesados a través de un razonamiento deontológico o basado en el deber más que en la evaluación de costes y beneficios, mientras que los valores que no tienen esta cualidad son más flexibles y sujetos a negociación», señala Óscar Vilarroya, coordinador del trabajo e investigador de la UAB y del IMIM.

La investigación también muestra cómo la exclusión social, inducida a través de un juego interactivo online, tiene efectos apreciables tanto a nivel neuronal como conductual. Comparando un subgrupo de la muestra que pasó por la condición de exclusión social con un subgrupo control se halló en el primero un aumento de la disposición a luchar y morir específicamente por valores que antes de la exclusión no eran sagrados, así como un incremento paralelo de la actividad del área cerebral estudiada.

«Esto lleva a pensar que la exclusión social puede tener un efecto sacralizador sobre estos valores comunitarios, haciéndolos más similares a los sagrados, tanto a nivel de actividad cerebral como a nivel de la disposición de luchar y morir para defenderlos», indica Clara Pretus, investigadora postdoctoral de la UAB y primera autora del artículo. Hasta ahora, solo un estudio de neuroimagen había detectado actividad neural asociada a los valores sagrados en el giro frontal inferior izquierdo en una muestra de estudiantes universitarios norteamericanos.

El trabajo actual es el primero en encontrar esta actividad en un grupo de jóvenes vulnerables a la radicalización y también el primero en demostrar los efectos de la exclusión social sobre la actividad cerebral identificada. «El estudio se ha realizado en un grupo de jóvenes marroquíes, pero los resultados pueden ser extrapolables a cualquier otro grupo de jóvenes vulnerables a la radicalización», señala Vilarroya.

«Los resultados tienen implicaciones a la hora de tratar con grupos que tengan valores sagrados, puesto que estar en conocimiento de estos valores y saber gestionarlos como algo más que un capital económico puede favorecer un acercamiento efectivo», destaca Pretus.

Un experimento bajo anonimato

El estudio se ha realizado en dos fases. En la primera se llevó a cabo un trabajo de campo extensivo, entrevistando a pie de calle a más de 500 jóvenes marroquíes de Barcelona y alrededores para detectar aquellos con mayor vulnerabilidad a la radicalización. Se consideraron vulnerables si se manifestaban dispuestos a defender valores sagrados promovidos por grupos yihadistas, ya sea por la aceptación de acciones y protestas violentas, apoyando económicamente a milicias, enrolándose en uno de estos grupos o luchando y muriendo por ellos.

Los 38 participantes que cumplían estos criterios y que se mostraron dispuestos a participar en el experimento bajo condiciones de anonimato total fueron invitados a una sesión de neuroimagen. Al inicio de la sesión, fueron entrevistados para identificar qué valores promovidos por los yihadistas consideraban sagrados y hasta qué punto estaban dispuestos a luchar y morir para defenderlos.

A continuación se dividieron en dos subgrupos asignados a dos versiones diferentes del juego Cyberball: uno sometido a condiciones de exclusión social y otro que sirvió de control. En este juego interactivo de exclusión online, el participante se pasa la pelota con tres jugadores virtuales, que se caracterizaron con nombres locales típicos (Dani, Javi y José). En la versión de exclusión, estos tres jugadores solo pasaron la pelota al participante dos veces al principio y después ninguna vez más durante el resto del juego. En la condición de control el participante recibía la pelota con la misma frecuencia que los otros jugadores.

Al finalizar el juego se midió la actividad cerebral de todos los participantes en una máquina de resonancia magnética mientras respondían sobre hasta qué punto estarían dispuestos a luchar y morir en defensa de los valores sagrados y no sagrados identificados al inicio de la sesión.

En la investigación han participado investigadores del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la UAB y del IMIM, del University College London, de la New School, de Artis International y de la Universidad de Oxford.


Referencia bibliográfica:
   Clara Pretus, Nafees Hamid, Hammad Sheikh, Jeremy Ginges, Adolf Tobeña, Richard Davis, Oscar Vilarroya y Scott Atran. «Neural and Behavioral Correlates of Sacred Values and Vulnerability to Violent Extremism». Front. Psychol. doi: 10.3389/fpsyg.2018.02462

jueves, 17 de enero de 2019

El fin de las cucarachas


La entomología nos dice muchas cosas. Nos dice que somos una especie asesina pero también nos advierte de que estamos construyendo nuestra propia tumba

Por GUSTAVO DUCH

Como preparación a mis estudios de veterinario, de bien jovencito practiqué 6 o 7 veranos la ciencia de la entomología. Aún conservo en la casa del pueblo la caja con las mejores piezas. Clavados con sus agujas entomológicas debe de haber una decena de ejemplares de mantis religiosas de diferentes tamaños y colores pero todas en su posición de rezo; de escarabajos con cuernos de rinoceronte y con cuernos de ciervo; abejas y avispas; y varias libélulas con sus alas extendidas para contemplar su belleza. Tiempo después cuestiono esta práctica que, «por el bien de la ciencia», supuso la muerte de 100 o 200 individuos, pero reconozco que la disfruté mucho, saliendo todas las tardes cargado de artilugios para la observación y captura de insectos, de los cuales llevaba un registro y unas fichas descriptivas bastante trabajadas. La afición me llevó a visitar con cierta asiduidad la famosa tienda 'El Taxidermista' en la Plaza Real de Barcelona, donde se podía encontrar todo el material necesario así como algunas muestras de insectos grandes y exóticos de otros países. Les tomé cariño a los invertebrados, incluso a las cucarachas.

Les hablo de cuarenta años atrás, tiempo corto desde el punto de vista geológico, pero que nos permite, empíricamente, sacar muchas conclusiones. No es que estén desapareciendo las abejas, es que estamos acabando con todos los insectos. Yo mismo, recorriendo los mismos lugares de mi infancia, este verano solo he visto una mantis religiosa. Hace mucho que no tropiezo con ningún escarabajo rinoceronte y mi hija y mi hijo, con más de 20 años, solo han visto luciérnagas en un par de ocasiones. Y en el piso de Barcelona, ya ni recuerdo cuántos años han pasado sin la presencia de las repelentes cucarachas.

He querido contrastar estas observaciones personales buscando información. Efectivamente, son muchos los estudios y artículos que hablan del «apocalipsis de los insectos». A los más numerosos, que hablan de la desaparición de las abejas, podemos añadir estudios en Estados Unidos, donde han podido tasar, por ejemplo, en un 90% el descenso de la población de mariposas monarca en los últimos 20 años; o un tipo de abejorro endémico en 28 estados, el abejorro parcheado, que ha descendido en un 87% también en los últimos 20 años. En Alemania, un estudio de 2017 explica que las poblaciones de insectos voladores en reservas naturales han descendido en más del 75% en un periodo de 27 años de estudio. Cifras de 75, 80, 90% son gravísimas, casi definitivas, que se repiten en muchos otros casos de insectos que, no olvidemos, son el 70% de todas las especies animales.

En los diferentes informes que he podido leer, las causas de la desaparición de los insectos coinciden. De hecho, coinciden también con mi propia experiencia. Los hábitats naturales de todo el mundo están cada vez más degradados y cada vez son más reducidos, como los lugares donde cacé las mantis religiosas, hoy es una urbanización perfectamente cuadriculada y cementada, solo con algunos árboles dispersos. Las pozas reducto de las libélulas ya están secas. Y mis admirados escarabajos, seguro, que han sido víctimas de la segunda gran causa de la extinción animal en el planeta: el uso indiscriminado de todo tipo de pesticidas en las prácticas de la agricultura industrial. Entre ellos, sus asesinos más eficaces, los insecticidas organoclorados, organosfosforados, piretroides o neonicotinoides, elaborados y vendidos por multinacionales bien conocidas como Syngenta o Bayer.

La entomología nos dice muchas cosas. Nos dice que somos una especie asesina pero también nos advierte de que estamos construyendo nuestra propia tumba. Quien nos observe en un futuro, solo dispondrá de algunos especímenes de humanos disecados y clavados en bonitas cajas de madera. Es evidente que necesitamos las abejas y otros insectos para polinizar nuestros campos de cultivo; es evidente que los insectos están en la base de la cadena trófica y que de ellos depende, por ejemplo, todas las aves insectívoras, pero es que hasta la repudiada cucaracha es vital para la vida en el Planeta...

Como he podido leer, el profesor Srini Kambhampati, titular de una cátedra de biología de la Universidad de Texas, explica que en la Tierra viven de 5.000 a 10.000 especies de cucarachas y son también una fuente importante de alimento para muchas aves y pequeños mamíferos como ratones y ratas. A su vez, estos depredadores son el alimento de otros animales como gatos, coyotes, lobos y reptiles, así como para las águilas y otras aves rapaces. Además, la mayoría de las cucarachas se alimentan de materia orgánica en descomposición, que contienen gran cantidad de nitrógeno. Vamos, que son unas basureras que limpian los bajos fondos de las casas de cualquier resto orgánico, y que posteriormente liberan por sus heces el nitrógeno que en la tierra es esencial para el crecimiento de las plantas.

Las cucarachas, ¿nos sobrevivirán?

Aunque como les decía al principio, yo he dejado de ver cucarachas, no tengo datos claros sobre la amenaza de extinción de esta especie, pero no debería extrañarnos que pronto tengamos que incluirla en el catálogo.

Es cierto que la cucaracha puede vivir un mes sin comer, que incluso vive un tiempo con la cabeza separada del cuerpo. Es cierto que una cucaracha con el nombre de Nadezhda fue enviada al espacio por científicos rusos durante la prueba de Fotón-M, y que incluso fue capaz de parir en el espacio. No es leyenda sostener que las cucarachas son (casi) inmortales. Es cierto, como narró Gabriel García Márquez, que las cucarachas pueden sobrevivir a un holocausto nuclear, y «que los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos; la creación habrá terminado; en el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas». Incluso podemos dar por buena la afirmación de Mohinder Suresh que «son las cucarachas, y no los humanos, la cima de la evolución».

Pero lo que ya no sé si será realidad es la explicación de Richard Morris en favor de la adaptabilidad de la cucaracha frente la fragilidad del ser humano: «Aunque el género Homo sólo tiene dos millones de años de existencia, ya dispone de la capacidad para destruirse a sí mismo. (...) Ni tan siquiera lograremos probablemente emular la trayectoria de la cucaracha, que viene evolucionando desde hace aproximadamente 250 millones de años.» O la de Madonna, que dijo: «Soy una superviviente. Soy como una cucaracha, no puedes simplemente deshacerte de mí.» Mucho me temo que, al ritmo de agricultura industrial, pesticidas y desruralización de la vida, las inmortales cucarachas, y todos los insectos van a desaparecer antes que su cucarachicida, el ser humano.

2 enero 2019

viernes, 11 de enero de 2019

Microbios en la niebla

DESCUBRIENDO EL PAPEL
DE LOS MICROBIOS EN LA BIOSFERA

R. GUERRERO y M. BERLANGA

Hasta alcanzar el conocimiento actual sobre la historia de la Tierra y de la vida, muchas hipótesis han intentado explicar lo que tal vez sucedió en los orígenes. Durante mucho tiempo los humanos creyeron que nuestro planeta era el centro del universo y que desde el principio había ido preparándose para albergar la vida en su seno. Una vida cuya máxima representación iba a ser nuestra especie; una preparación cuya máxima gestación no pasaba de seis días. Y aunque ahora sabemos que nuestro planeta es un punto azul minúsculo perdido en un espacio inmenso, mantenemos la idea de que fueron las características especiales (constitución química, posición en el espacio) de la Tierra las que permitieron que la vida se originase aquí y no en otros lugares.

Una trémula luciérnaga viajera

Nuestro Sol empezó su existencia hace unos 5.000 millones de años. Desde entonces, gira alrededor de la Vía Láctea en una órbita casi circular y tarda en hacerlo unos 226 millones de años. El Sol tiene pequeños cuerpos no luminosos que giran a su alrededor; son los planetas. En el que ocupa la tercera posición a partir del centro, la Tierra, se distingue claramente de sus vecinos: tiene una atmósfera alejada del equilibrio y produce luz propia debido a los grandes incendios de bosques, o la luminosidad de las ciudades. Cada año da una vuelta a su estrella. Pero un año no es mucho para la vida de una persona. Ni 226 millones de años, para la de la Tierra. La biosfera es muy antigua; la Tierra «viva» tiene aproximadamente 3.800 millones de años, «sólo» 750 millones de años menos que el propio planeta. El origen de la vida, o biopoyesis, pudo haberse producido en nuestro planeta, quizás varias veces, poco después de que hubiera agua líquida. Si la biopoyesis se produjo en Venus y Marte en algún momento de su historia «geológica», tal vez no continuó en ninguno de ellos. Lo que hizo posible el mantenimiento de la vida en la Tierra fue el desarrollo de los ecosistemas, o ecopoyesis, que evitó el agotamiento de los elementos biogénicos de la superficie del planeta, cosa que habría ocurrido en un tiempo máximo de 200 o 300 millones de años y que habría provocado la extinción primigenia de la vida. Desde entonces, el establecimiento de las cadenas tróficas, en el que los productos del metabolismo de unos organismos sirven de nutrientes para otros, permite el reciclado de la materia. La actividad de estos ecosistemas determinó la evolución posterior del planeta, que hasta hace aproximadamente 1.800 millones de años tuvo como únicos habitantes los procariotas (Guerrero, 1998). La vida es una fuerza geológica y actúa sobre el planeta de manera que las condiciones ambientales necesarias para el mantenimiento de la misma vida sean «estables» (adecuación de la temperatura, de la composición química de los suelos y de las proporciones de gases presentes en la atmósfera). Eugene Odum (1913-2002) apoyó la idea de la biosfera como un sistema homeostático formado por componentes vivos. La vida puede ser una ineludible consecuencia de la evolución planetaria, una continuación del desarrollo físico del Universo (Guerrero et al., 2002). Sabemos que hay vida en la Tierra «algunos dicen que hasta inteligente»; sabemos que no hay vida en la Luna; el siglo XXI nos dirá si hay vida, o la hubo, en nuestros vecinos más cercanos del sistema solar, como Marte, Venus, Europa (luna de Júpiter) o Titán (luna de Saturno).


Contribución de los microorganismos a la biología

The Microbe's Contribution to Biology (Harvard University Press, 1956) es el título del libro de Albert Jan Kluyver (1886-1956) y Cornelis Bernardus van Niel (1897-1985) basado en las conferencias «John M. Prather» que estos microbiólogos impartieron en la Universidad de Harvard el mes de abril de 1954. Kluyver es el padre de la bioquímica comparativa, propuso la idea de la unidad bioquímica de la vida y promulgó la utilización de los microorganismos para elucidar las vías metabólicas y las transformaciones energéticas de la materia; en su aplicación supuso que toda la vida estaba conectada por el reciclado de la materia y todos los organismos estaban conectados a través de la red de los ecosistemas.

La continuidad y unidad de la vida que conocemos se pone de manifiesto en la uniformidad de los sistemas genéticos y de la composición molecular que la integran («Lo que es cierto para Escherichia coli lo es también para el elefante», según Jacques Monod [1910-1976]). La vida es químicamente conservadora. La biología molecular muestra de forma convincente que toda la vida actual sobre la Tierra comparte un antecesor común. La vida que conocemos siempre está compuesta de la combinación de compuestos químicos (carbono, hidrógeno, oxígeno, azufre, fósforo y migajas de otros) en una solución acuosa. Las primeras células de nuestro linaje fueron sistemas proteicos limitados por membranas, basados en el ARN y ADN y dotados de autopoyesis (automantenimiento) (Maturana y Varela, 1980). Intercambiaban constantemente sus materiales constituyentes con el medio externo. Daban salida a los residuos a medida que adquirían alimento y energía. Nuestros genes provienen, a través de una secuencia ininterrumpida, de las mismas moléculas que estaban presentes en las células primitivas que se formaron en las orillas de las primeras masas de aguas cálidas y poco profundas.

Existe un lazo íntimo entre la evolución y los organismos. La evolución conecta la vida a través del tiempo y, como en todo proceso evolutivo, los organismos y sistemas posteriores no pueden prescindir de los organismos y sistemas que los precedieron. Las primeras formas de vida eran células procariotas y durante el 85% de historia de la vida sobre la Tierra fueron sus únicos habitantes. Los procariotas (bacterias y arqueas) inventaron todas las estrategias metabólicas que conocemos (Leigh, 2002). Un «error» metabólico, la producción de oxígeno, originó la vida aeróbica; otro estratégico, la endosimbiosis, originó la célula eucariota (con núcleo diferenciado). Ambos «errores» han permitido que la vida adopte formas y dimensiones muy variadas, desde los microorganismos y plantas microscópicas hasta las secuoyas, los grandes dinosaurios, las ballenas o los seres humanos. Las plantas y animales emergieron de un mundo microbiano y mantienen un estrecho vínculo de dependencia con los microorganismos (Guerrero y Berlanga, 2003).

Los seres 'invisibles'

La vida no sólo comenzó con los microorganismos procariotas, sino que la continuidad de la existencia de la vida sobre la Tierra recae inconspicuamente sobre ellos. La ubicuidad de los microorganismos se basa en cinco características principales: (1) su tamaño pequeño, que les permite una gran capacidad de dispersión; (2) su variabilidad que les permite ocupar nichos ecológicos muy diversos; (3) su flexibilidad metabólica, que les permite tolerar y adaptarse rápidamente a condiciones ambientales desfavorables; (4) su plasticidad genética (o gran capacidad de transferencia horizontal de genes), que les permite recombinar y recolectar los caracteres favorables; y (5) su capacidad de anabiosis o «letargo» (con formas no activas), que les permite persistir durante largo tiempo adaptándose a condiciones ambientales cambiantes.

Aunque todos sabemos que las bacterias son pequeñas, la importancia de este «simple» hecho no es siempre apreciado. Dado que el principal papel ecológico de estos organismos es el reciclado de elementos, probablemente no es un accidente que las bacterias sean y hayan permanecido pequeñas durante toda la historia evolutiva de la vida en la Tierra. La velocidad y sentido de las reacciones químicas están profundamente determinadas por la relación entre la superficie y el volumen (S/V) de los reactantes (las células), por lo que las células frecuentemente intentan maximizar esta variable.

Las bacterias, cuyos tamaños celulares oscilan entre 0,5 a pocos micrómetros de diámetro, tienen valores de S/V 100-1.000 veces mayor que la mayoría de las células eucariotas, entre 20 y 100 μm de diámetro. El tamaño de las bacterias básicamente está regido por limitaciones en la difusión de los sustratos (límite superior de tamaño) y por el volumen (acumulado) que ocupan las diferentes moléculas y/o estructuras (límite inferior de tamaño) (Nealson, 1997; Schulz y Jørgensen, 2001). Según esto, las periódicas reclamaciones del «descubrimiento» de procariotas de diámetro inferior a 80-100 nm son difíciles de creer (Tabla 1). El último caso que conocemos (primero a través de los media, que dieron de la noticia una amplia difusión) es el del artículo: «Evidence of nanobacterial-like structures in calcified human arteries and cardiac valves», de Miller et al., 2004). Según los autores (catorce, la mayoría médicos del departamento de cirugía de la Clínica Mayo de Rochester, Minnesota), habían descubierto procariotas de 30 nm de diámetro, responsables de la formación de partículas calcificadas en arterias. Ese tamaño, 30 nm es aproximadamente el que tiene un solo ribosoma eucariótico, 80S (el procariótico, 70S, tiene unos 20 nm).


Según el modelo actual de la «célula mínima» que admitimos (unos pocos centenares de genes, maquinaria sintetizadora de proteínas completa), esas dimensiones mínimas no serían posibles, por mucho que nos empeñemos en añadir el prefijo «nano-» delante de la palabra bacteria. (Nota: incluimos la cita del artículo de Miller et al. [2004] no sólo para que el lector/a pueda juzgar por sí mismo/a, sino para contribuir a aumentar el IF [«impact factor», del Institute for Science Information, Philadelphia, Pennsylvania] del artículo en cuestión, con lo cual llegará a ser muy citado dentro de su año de publicación.)

En la naturaleza, la carencia de nutrientes y la exposición a otros factores abióticos adversos constituyen la norma, más que la excepción. Las condiciones de abundancia y hambruna («feast and famine») y la competencia con el resto de la microbiota en un hábitat resultan habituales. Toda célula consume todo lo que tiene alrededor. El destino de una célula, de una bacteria, de cualquier vida, es reproducirse, ocupar un espacio y agotar el ambiente donde se encuentra. La búsqueda de alimento y el movimiento celular es una propiedad emergente de las primeras etapas de la vida donde, independientemente de lo suculento de la «sopa», la presencia de comensales conducía necesariamente a la oligotrofia y a la hambruna.

En los medios acuáticos está ampliamente extendida la alternancia entre microorganismos en estado planctónico, o movible, y células en estado béntico, o sésil. Los microorganismos sésiles forman biopelículas («biofilms»). Una biopelícula es una asociación compleja de microorganismos, constituida por una o varias especies, unidos a una superficie y embebidos en una matriz de polímeros extracelulares de origen microbiano (Stoodley et al., 2002). Las biopelículas carecen generalmente de productores primarios y dependen de fuentes exógenas para el aporte de materia orgánica. La adhesión de los microorganismos desencadena la expresión de compuestos que favorecen la activación de un gran número de genes. Fenotípicamente, estas células sésiles son distintas de cuando eran o se hacen planctónicas. La formación de la biopelícula es un fenómeno de percepción de quórum («quorum-sensing») (Henke y Bassler, 2004; Parkinson, 2004). Generalmente, cada célula secreta pequeñas cantidades de una «molécula de comunicación» (p.ej. N-acil-homoserina lactona). Cuando se agrega un número suficiente de células (es decir, cuando se ha alcanzado un determinado nivel de densidad poblacional), la concentración de esta sustancia en el medio aumenta, con lo que se activan diferentes genes de cada célula de la población. Los tapetes microbianos son unas biopelículas complejas y multilaminares que constituyen auténticos ecosistemas gracias a la presencia de representantes de tres grupos funcionales: productores primarios (es decir, fotoautótrofos), consumidores y descomponedores. Los tapetes microbianos pueden considerarse ecosistemas en el sentido de que presentan un ciclo de materia casi cerrado, al menos en sentido vertical (eje Z), y una expansión superficial no limitada (ejes X, Y) (Guerrero et al., 2002).

Las bacterias en el interior de la biopelícula, o de los tapetes microbianos, forman una comunidad funcional coordinada. De hecho, las biopelículas se asemejarían a los tejidos formados por células eucariotas en su cooperatividad, y en que están «protegidas» de las variaciones bruscas de las condiciones ambientales mediante el mantenimiento de una «homeostasis primitiva» dentro de la matriz de exopolímeros (Paerl et al., 2000; Des Marais, 2003). Estos polímeros retienen la humedad y los nutrientes, y permiten la formación de microambientes dentro de la matriz, que distribuyen los organismos en función de las condiciones abióticas óptimas o permisivas imperantes. Es importante considerar el valor de esta estrategia en la Tierra primitiva. En los primeros ecosistemas acuáticos las bacterias eran atraídas hacia los nutrientes que se concentraban de forma natural sobre las superficies. El agrupamiento, en ausencia de depredación, hacía que las bacterias estuvieran protegidas de la deshidratación, radiación ultravioleta, dispersión por el movimiento del agua, etc. La selección positiva de las biopelículas en los ecosistemas actuales se pone de manifiesto por el predominio de este modo de crecimiento de células «inmovilizadas» en una matriz de exopolisacárido en todos aquellos ecosistemas que lo permiten. G. Evelyn Hutchinson (1903-1991) observó que los actores (microorganismos) pueden cambiar de un teatro (hábitat) a otro, pero la representación en el escenario (procesos fisiológicos) será igual para la misma obra (un ambiente determinado, unas relaciones específicas). Un ejemplo de esta observación puede comprobarse en la gran variedad de tapetes microbianos estudiados (entre otros, Navarrete et al., 2000; Abed y García-Pichel, 2001; Che et al., 2001; Wieland et al., 2003; Villanueva et al., 2004).

Haciendo 'visibles' los microorganismos

En el descubrimiento de los microorganismos se pueden destacar tres etapas: la etapa microscópica, la etapa patogénica y la etapa ecológica. En la primera, se sabía que los microorganismos existían, que tenían una forma definida en el espacio y que permanecían con el tiempo, pero se consideraban simples «curiosidades» para el intelecto humano. Nos resultaba imposible pensar que aquellas minúsculas criaturas tuvieran alguna función. En la segunda etapa, con los padres de la microbiología, Louis Pasteur (1822-1895) y Robert Koch (1843-1910), se tiene la certeza que los microorganismos son los causantes de las enfermedades infecciosas y los agentes contaminantes de los alimentos y las aguas. En la tercera, con la ecología microbiana, que empieza con las investigaciones pioneras de Martinus Beijerinck (1851-1931), Sergei Winogradsky (1856-1952), los microorganismos y sus actividades cierran el reciclado de la materia en los ecosistemas y por tanto controlan la evolución de la biosfera.

La ecología microbiana se desarrolla como disciplina independiente sólo durante la segunda mitad del siglo XX. El primer libro de texto con el nombre de ecología microbiana (Principles of Microbial Ecology) fue publicado en 1966 por Thomas D. Brock (nacido en Cleveland, Ohio, en 1926). Esta ciencia ha demostrado que los principios ecológicos generales son aplicables a los microorganismos y que estos principios pueden integrarse en los actuales paradigmas ecológicos (Pedrós-Alió y Guerrero, 1994). El estudio de la biodiversidad de un determinado ecosistema (un bosque, un lago, un mar) estaría incompleto sin la inclusión de los microorganismos, ya que ellos contribuyen de manera esencial al funcionamiento global del planeta y al desarrollo sostenible de la biosfera (Schaechter et al., 2004).


Es tarea de la ecología microbiana investigar el papel de los microorganismos en la naturaleza. En el pasado, la ecología microbiana estaba fragmentada en muchas disciplinas distintas, tales como la microbiología del suelo, la microbiología de los alimentos, la microbiología marina, etc. Sin embargo, ahora se intenta integrar todos estos campos en una visión unificada y unificadora. Un ejemplo es la nueva visión de cómo actúan los microorganismos que causan las enfermedades infecciosas; de hecho, se piensa que es un problema ecológico del microbio y su ambiente, del huésped en el caso de la enfermedad (Lederberg, 2003; Hall-Stoodley et al., 2004).

El campo de la ecología microbiana ha experimentado cambios revolucionarios en estos últimos años debido al impacto de las nuevas tecnologías de la biología celular y molecular. Los microorganismos constituyen el principal componente de biodiversidad, pero se requiere unas herramientas (avances tecnológicos e intelectuales) apropiadas para cuantificar esta diversidad, tanto en «modelos» como en las comunidades naturales. La evaluación de la diversidad (microorganismos presentes), de la distribución (heterogeneidad espacial y temporal de las comunidades en su ambiente), y de la actividad (funciones de los microorganismos) han estado limitadas durante muchos años al estudio de la microbiota que puede ser cultivada en el laboratorio (cultivos axénicos). Las técnicas de enriquecimiento y aislamiento de microorganismos establecen unas condiciones ambientales artificiales que sólo permiten el desarrollo de unos pocos microorganismos, los más aptos para este ambiente fabricado. Sin embargo, estas «condiciones» son resultado de la habilidad, persistencia y suerte del investigador (Guerrero et al., 1999). No debe sorprendernos, pues, que la vasta inmensidad del mundo microbiano permanezca incultivable (Stahl y Tiedje, 2002). De las especies actualmente conocidas se estima que se han descrito el 85 al 90% de las de plantas y animales vertebrados, menos del 5% de las de hongos y menos del 1% de las «especies» de procariotas (Schaechter et al., 2004).

La información genética proporciona la vía de acceso a aquellas criaturas que son difíciles de cultivar en el laboratorio. La «secuenciación del mundo microbiano» permitirá descubrir qué microorganismos tienen determinados genes necesarios para un particular ambiente y cómo estos genes les permiten adaptarse a otros hábitats menos usuales. Además, aportará las bases para predecir qué características podría tener un nuevo microorganismo basándonos en las actividades (genes) de sus vecinos. No obstante, la genómica por sí sola no puede representar un cuadro acabado de la realidad biológica. Una de las limitaciones de la aplicación de las técnicas moleculares de muestras ambientales es que los resultados obtenidos por el momento suelen ser cualitativos y no cuantitativos. Aunque obviamente sí que es útil saber qué hay en una muestra, en microbiología es también importante conocer la abundancia relativa de los diferentes organismos. Otro reto de la biología molecular es poder convertir estas «piezas inanimadas de información» (genes) en conocimiento de la actividad celular. La integración de los estudios tradicionales de fisiología y genética con las técnicas modernas de la genómica ofrece la oportunidad de avanzar en el estudio de la evolución microbiana y entender cómo actúan los microorganismos y cómo controlan la biosfera. La única manera de comprender un genoma es mirar dónde vive este genoma, conocer su hábitat natural y comprender el complejo entramado de interacciones bióticas y abióticas. El ambiente es el contexto en el que evoluciona y funciona un material genético, y el que, en el fondo, determina la supervivencia y complejidad del genoma (Stahl y Tiedje, 2002).

Otro aspecto de la ecología microbiana que está en sus inicios es el estudio de las asociaciones microbianas con plantas y animales, o entre microorganismos. Es importante determinar la naturaleza fisicoquímica e interdependencia funcional entre los diferentes organismos implicados en una simbiosis. Sin estas relaciones simbióticas con microorganismos, ninguna planta o animal podría sobrevivir en el ambiente natural. Estamos acostumbrados a seguir el proceso de cambio de alimentación en un bebé, desde que nace hasta que tiene año o año y medio. Pero ¿qué es el progresivo cambio de alimentación? ¿Leche sola, leche y papillas, papillas solas, alimentos sólidos desmenuzados? Sino la lenta incorporación de distintas poblaciones microbianas y el establecimiento de una microbiota intestinal cada vez más parecida a la del adulto.

Los microorganismos, componentes imprescindibles de la biosfera

Dos enzimas esenciales para la vida, la rubisco y la nitrogenasa, son exclusivamente procarióticas y cumplen una función primordial en los ciclos biogeoquímicos. La rubisco (ribulosa bisfosfato carboxilasa oxilasa), es la enzima responsable de captar el CO2 de la atmosfera o del agua y juntarlo a una pentosa, para fabricar nuevo alimento. La encontramos en las bacterias fotosintéticas oxigénicas, en las fotosintéticas anoxigénicas rojas del azufre, en muchos quimiolitotrofos y en unos corpúsculos de la célula eucariótica: los cloroplastos de algas y plantas. Los cloroplastos tienen ADN, ARN y ribosomas propios. Su ADN presenta una homología del 95% con algunos grupos de cianobacterias. Los cloroplastos son cianobacterias que han establecido una endosimbiosis permanente. Sin lugar a dudas, la rubisco es una enzima procariótica que ha pasado a la célula eucariota por endosimbiosis permanente.

Pero la nitrogenasa no ha pasado nunca al mundo eucariótico, ni siquiera por endosimbiosis. La nitrogenasa utiliza el nitrógeno atmosférico para la formación de aminoácidos. Esta enzima sólo funciona en condiciones anóxicas, y es exclusiva de bacterias y arqueas. Los procariotas fijadores de nitrógeno pueden ser de vida libre o formar simbiosis, por ejemplo con plantas leguminosas, o con el aliso (Alnus), o con Coriaria, etc. Otra contribución imprescindible de los procariotas en el ciclo del nitrógeno recientemente observada es la oxidación anaeróbica del amonio (proceso denominado «anamox»). La anamox implica la oxidación de amoníaco con nitrito como aceptor de electrones, obteniendo nitrógeno gaseoso. Brocadia anammoxidans es el organismo que cataliza la anamox mejor conocida (Jetten et al., 2002; Guerrero y Berlanga, 2003).


Los microorganismos son los responsables del reciclado de los elementos esenciales para la vida, carbono, nitrógeno, azufre, hidrógeno y oxígeno, etc. Mediante el reciclado de estos elementos en el suelo, los microorganismos regulan la disponibilidad de nutrientes para las plantas, gobiernan la fertilidad del suelo y el desarrollo de las plantas que sustentan la vida animal, incluida la humana. Los microorganismos son capaces de utilizar nutrientes y otros elementos que otros organismos «superiores» no pueden explotar. Por tanto, suelen constituir la base de la cadena alimentaria en la que las sustancias inertes pasan a la biosfera. Los microorganismos desempeñan un papel fundamental en el reciclado de los gases atmosféricos, como los responsables del efecto «invernadero», que, paradójicamente, por un lado sustentan la vida en nuestro planeta pero, por otro, debido al aumento global de la temperatura ponen en peligro la propia vida (eucariótica).

Los microorganismos son los principales, si no los únicos, responsables de la degradación de una gran variedad de compuestos orgánicos, como la celulosa, hemicelulosa, lignina y quitina (los compuestos orgánicos más abundantes en la Tierra). Si no fuera por la degradación microbiana, toda esta materia orgánica se acumularía en los bosques y sedimentos. Además, los microorganismos son responsables de la degradación de compuestos químicos tóxicos derivados de la actividad antropogénica, tales como los policlorinados bifenilos (PCB), dioxinas, pesticidas, etc.

Las plantas, los humanos y otros animales somos completamente dependientes de la vida microbiana. Más del 90% de las células en nuestro cuerpo son microorganismos; bacterias y hongos cubren nuestra piel, tapizan nuestra boca y mucosas, proliferan en nuestro intestino. Aquí, facilitan una correcta digestión de los alimentos, sintetizan nutrientes esenciales, y estimulan nuestro sistema inmunitario. Su presencia influye en nuestra salud. Los humanos vivimos en un estado dinámico de coexistencia con una miríada de formas microbianas. El cuerpo humano constituye el hábitat exclusivo para muchas comunidades microbianas que interaccionan mutualísticamente con «nosotros», ya que podríamos decir que «nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias microbianas». La mayoría de los microorganismos del cuerpo son beneficiosos (nos mantienen sanos), mientras que otros nos provocan efectos adversos (microorganismos patógenos). ¿Es esta relación negativa la que ha marcado nuestro «odio» durante décadas a las bacterias? ¿Por qué en la publicidad de los media, especialmente de la televisión, no aparecen las palabras «microbio» o «bacteria» excepto en el contexto de cuando hay que eliminarlas con el desinfectante tal o son un peligro que hay que evitar con el medicamento tal?

Coda

Todos los seres vivos de la Tierra dependen de la vida procariótica. Los procariotas están presentes en todos los lugares en los que puede existir vida, ocupando un amplio abanico de condiciones ambientales, desde aquellos ambientes en que se dan las condiciones «ideales» para el crecimiento (ideales, obviamente desde el punto de vista de los «macroorganismos»), hasta los ambientes extremos (impensables para las formas «más evolucionadas», es decir, más recientes). Sin el conocimiento de los microorganismos la biología sería mucho más limitada, no sabríamos que hay vida en condiciones de temperatura, salinidad o pH extremas (para nosotros), la fotosíntesis solamente sería aeróbica y oxigénica (cuando fue «inventada» por los procariotas como anaeróbica y anoxigénica) y los seres vivos más longevos (como las secuoyas) no superarían los mil años de edad (que son unas «jovencitas» si las comparamos con los matusalenes de las endoesporas de las baciláceas).

La Tierra es una gran roca en el espacio, pero una roca viva, con múltiples formas cambiantes. Dentro de 5.000 millones de años, nuestro Sol «como le ocurrió a su antecesora, la estrella que nos dio origen» se convertirá en una gigante roja, se expandirá y quemará todos los planetas que tiene alrededor. Ni tan siquiera las bacterias, que desde el origen de la vida han poblado nuestro planeta y han sido capaces de resistir a unas 30 extinciones masivas, podrán escapar a la hecatombe. ¿O tal vez sí? Algunos científicos sospechan que las endoesporas, u otras formas de resistencia de las bacterias, pueden escapar de la Tierra. Polizones en fragmentos de roca disparadas hacia el exterior por el impacto de violentos asteroides, hace tiempo que viajan por el espacio buscando nuevos planetas donde anidar.

Vol 14, Nº 2 – Mayo/Agosto 2005.



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