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sábado, 2 de mayo de 2020

Nuestra crisis ecológica


EL AULLIDO

Aprovechando este confinamiento que se nos ha impuesto desde arriba, experimento de control social cuyas consecuencias nada descartables podrían ser traducidas en pérdidas de algunos derechos que creíamos consolidados, y que no fueron más que concesiones otorgadas por quienes detentan el poder —y que de la misma forma que se dan se quitan—, reflexiono sobre otro asunto.

Antes de esta crisis sanitaria se nos ha hablado de la crisis climática, que no cuestiono, pero matizo. Como problema ecológico principal se nos habla del cambio climático. Creo que no hay que reducir la crisis ambiental mundial solo al cambio climático, es más complejo y diverso el número de problemas por culpa de la mano humana, pero, también hay que reconocer de la manipulación que se está haciendo de ello. Son los organismos internacionales quienes nos lo simplifican al cambio climático por culpa de las emisiones del CO2, un único problema una única solución, reducir tales emisiones. Y no es así, hay más. Y con el llamado Nuevo Pacto Verde lo que se pretende es que los gobiernos inyecten grandes cantidades de dinero para una nueva reconversión industrial a los verdaderos responsables de tales emisiones. Dinero que saldrá de recortes sociales. Para justificarlo se sirve del discurso por el bien del planeta, para que los más débiles paguemos los platos rotos. No es nuevo que se sirvan de bellas causas por otros intereses más egoístas. Se ha bombardeado e invadido países en nombre de los valores democráticos, la defensa de los derechos humanos y la lucha antiterrorista, por otros intereses menos comunitarios. La lucha de clases es consecuencia de la desigualdad de riqueza y poder en nuestras sociedades, y no la causa. El fin del capitalismo supondría su verdadera sustitución por un mundo más justo, y eso es la lucha de clases. El «capitalismo verde» capitalismo es. Aceptar o no el cambio climático es insuficiente.

Entre los vertebrados se conocen unas 4 mil especies de mamíferos y 9 mil de aves, como 8 mil reptiles, 5 mil anfibios y unos 25 mil peces (siendo la mayor partes peces óseos), conforman el grupo más conocido y llamativo de animales, pero se estima que puede haber otras diez mil más. Los vertebrados forman solo uno de los treinta tipos de animales existentes, a los restantes se les conoce vulgarmente como 'invertebrados' y son mucho más diversos (más de un millón que se conozcan), entre los que están los artrópodos y moluscos. Dentro de los artrópodos el grupo con mayor variedad de especies que se tienen clasificados es el de los insectos, unas 900 mil especies (casi la mitad escarabajos), pero se cree que el número real existente puede ser cinco o seis veces mayor. Otros artrópodos son los crustáceos, 40 mil especies; y los arácnidos, datados unos 10 mil, entre los que se estima que pueden existir hasta un millón de ácaros diferentes. De los 200 mil moluscos estimados (cefalópodos, bivalvos y gasterópodos, los más conocidos) solo se conocen menos de la mitad. Faltan por contabilizar las medusas, corales, gusanos y otros, en total se conoce en torno al millón y medio de animales, solo una séptima parte. Pero no son los únicos seres vivos que conforman la vida planetaria.


Unas 300 mil plantas comparten el planeta (de las cuales la mayor parte son las plantas con flor) siendo esenciales para todos los animales, aunque no estén todas clasificadas ya que pueden haber otras cien mil más. Y qué decir del tercer reino de seres pluricelulares que son los hongos, bastante más desconocidos, de unos 90 mil identificados (incluidos los líquenes) se estima que pueda haber hasta 1,5 millones de especies. Recordemos que sin plantas no habría animales, y sin hongos no hay plantas terrestres. Más desconocidos son los microbios, importantes y vitales para el desarrollo de la vida en la Tierra, solo se conocen apenas el 20 por ciento de protozoos y cromistas (microalgas). Como son seres de reproducción asexual, el concepto de especie no es atribuible, tenemos a los organismos más antiguos y versátiles de la Tierra, las bacterias y arqueas. Se desconoce exactamente su número, casi las 10 mil variedades, pero se sabe que es una mínima parte de lo que son. Se estima que nuestra biodiversidad debe tener entre 5 a 9 millones de especies (o más, según otros autores), de los que solo conocemos menos de una cuarta parte (según mi estimación a la baja).

Pero biodiversidad es más que el simple conteo de seres vivos, también están las relaciones que estos forman entre sí y su medio, conformando el conjunto de ecosistemas que hacen la biosfera. Y lo más importante, la vida en este planeta se sustenta a sí misma —incluidos nosotros— a través de servicios ecosistémicos, por ejemplo, como el origen y mantenimiento de la atmósfera (el oxígeno que respiramos es producido por las plantas, algas y cianobacterias), el control y mejoramiento del clima (los gases que producen el efecto invernadero, aunque minoritarios en volumen, son esenciales para la temperatura del planeta dependiendo de su cantidad dentro de unos márgenes), regulación del suministro del agua y su depuración (además de su ciclo natural, la existencia de materia vegetal previene la pérdida de humedad y varios seres vivos actúan para su filtrado), creación del suelo o mantillo terrestre (partiendo de un origen mineral, los microorganismos y pequeños invertebrados intervienen en su formación), reciclado de nutrientes (bacterias que fijan el nitrógeno atmosférico que fertiliza los suelos, y otras bacterias descomponedoras que lo devuelven a la atmósfera, sin olvidar los animales carroñeros y los hongos saprófitos), sumideros de residuos (el mismo dióxido de carbono es absorbido por los bosques y el fitoplancton marino hasta unos límites), control de plagas y enfermedades (papel de los depredadores que controlan superpoblaciones), polinización (sin polinizadores no se reproducen muchas plantas con flor), alimentos y medicamentos, así como variedad genética para los cultivos. Estos servicios no existirían si la mayor parte de los seres vivos desapareciesen. Y este problema no es imaginario, es real, por lo menos lo que marca la tendencia.


La extinción de especies es el problema que conlleva la pérdida de biodiversidad, son sinónimas. Partiendo del exterminio de la megafauna pleistocena tras la última glaciación, que en los continentes australiano y americano la presión humana fue el factor clave para su extinción. Y seguido del comienzo de la alteración de nuestro patrimonio natural que fue la domesticación de plantas y animales, agricultura y ganadería acompañadas de tala de bosques y urbanización con sus infraestructuras, necesaria para el sustento de nuestra especie, dentro de unos límites, límites que se han sobrepasado desde hace tiempo. La degradación de los ecosistemas es un hecho.

Desde el siglo XVI se han exterminado 350 especies de vertebrados, en el último siglo al ritmo de una especie al año, añadiendo que otras han perdido un 30% de su área de distribución mundial. En las últimas décadas un 40% de las poblaciones de vertebrados experimentaron declives importantes, en especial en las regiones tropicales. 500 especies de anfibios han disminuido y 90 se han extinguido en cincuenta años (una cuarta parte en situación crítica por la quitridiomicosis). Un 25% de las poblaciones de insectos terrestres han descendido (aunque haya aumentado las especies acuáticas por la menor contaminación de las aguas), sin olvidarnos de la importancia que tienen algunos como polinizadores. Y una quinta parte de los crustáceos peligran su situación. No se conocen más datos sobre otros componentes del reino animal, pero también se sabe de la disminución de los corales.

Más de 500 especies de plantas han desaparecido desde el siglo XVIII, un 10% de las catalogadas entonces por Linneo. Una de cada cinco especies están en peligro de extinción (1/3 de las coníferas), siendo dos tercios en zonas tropicales. En un solo árbol en la selva tropical existen y dependen muchos seres vivos que con él desaparecen también. Datos exactos de especies de hongos no se saben, en muchas partes del mundo descienden y están amenazados, pero se tienen citados más de 200 especies en Lista Roja. Sin olvidarnos de los microbios, de vital relevancia para la biosfera, que pocos datos tenemos.

Como consecuencia del impacto de la presión humana ha conllevado a la degradación y fragmentación de hábitats y ecosistemas; contaminación; caza, sobrepesca y deforestación; enfermedades e introducción de especies foráneas, y el cambio climático. Se habla de casi un millón de especies de seres vivos amenazados., suficientes para darnos cuenta de lo preocupante de esta situación que supondría la pérdida de biodiversidad y sus servicios ecosistémicos. Tristemente podemos estar presenciando la Sexta Gran Extinción masiva en la Tierra.

Se dice que la vida de este planeta iría mejor sin la presencia humana, cierto es, pero también hay que matizar que aunque para el resto de los seres vivos no somos importantes, ellos sí que lo son para nosotros. Los humanos no estamos al margen ni por encima de la naturaleza, somos parte de ella. Tenemos que ser conscientes que sin biodiversidad nuestra situación empeoraría, ¡no es una letanía catastrofista!

No es cuestión de pregonar el fin del mundo inminente, se puede hacer algo entre todos. Pero, para ello es necesario, junto a un cambio de mentalidad y hábitos, de un cambio social revolucionario, ya que si estamos todos en el mismo barco no podemos responsabilizarnos y sacrificarnos conjuntamente y, a su vez, mantener las diferencias entre pasajeros de primera clase con sus privilegios y los del resto. «Que desaparezcan de una vez las escandalosas distinciones entre ricos y pobres, amos y lacayos, gobernantes y gobernados», como se decía en el «Manifiesto de los Iguales» durante la Revolución Francesa.

(AMOR Y RABIA)

domingo, 10 de febrero de 2019

La caza y el maltrato animal


Por JAIME GÓMEZ MÁRQUEZ

Desde un punto de vista biológico, el instinto de caza es necesario para que los animales carnívoros puedan capturar a sus presas y alimentarse. En la naturaleza, la caza juega también un importante papel como regulador del tamaño de las poblaciones animales, contribuyendo al mantenimiento del equilibrio entre las diferentes especies del ecosistema, y en la selección natural de los organismos más capacitados y la eliminación de individuos débiles, heridos o enfermos.

En el caso de la especie humana —con la excepción de pequeñas poblaciones que necesitan cazar para alimentarse— la obtención de carne para nuestra alimentación ya no depende de la caza. La mayoría de nuestras sociedades han desarrollado sistemas de ganadería, a pequeña y gran escala, que proveen regularmente de carne a las personas sin tener que recurrir a la caza.

El desarrollo urbano e industrial y las grandes infraestructuras, junto con el aumento paulatino e incontrolable de la población humana, han roto el equilibrio natural en numerosos y extensos territorios de nuestro planeta y como consecuencia de ello las especies salvajes cada vez tienen menos territorio para vivir en libertad. Es en este contexto donde la actividad cinegética tiene sentido como un medio de controlar las poblaciones de animales salvajes en un territorio cada vez más menguante. Sin embargo, este control debe estar supervisado por expertos (principalmente biólogos y veterinarios) y no por federaciones de cazadores, porque si no puede utilizarse como pretexto para matar indiscriminadamente a muchos animales. Cualquier exceso por parte de los cazadores legales (y por supuesto de los furtivos) debería ser perseguido y sancionado por parte de la Administración y los tribunales de Justicia. Las administraciones públicas tienen que preservar y ampliar los espacios naturales protegidos y los representantes de los ciudadanos, legislar para proteger la naturaleza y conservar la biodiversidad.

Es interesante resaltar que algunos mamíferos, como por ejemplo el zorro, juegan un papel protector y benefactor de los humanos en el sentido de evitar la transmisión de determinadas enfermedades y de proteger las cosechas. Los zorros son necesarios para mantener controlada de forma natural la población de roedores y esto es muy beneficioso para la protección de las cosechas y para la salud porque reduce drásticamente la enfermedad de Lyme, que es transmitida por garrapatas.

La caza se convierte en una actividad cruel e innecesaria cuando se hace por diversión o deporte y no entiendo dónde está el placer de matar un conejo, una perdiz o un elefante. La caza solamente debería autorizarse cuando su objetivo es controlar las poblaciones animales en la naturaleza o en los espacios protegidos y debería prohibirse como actividad deportiva. Si lo que a uno le gusta es disparar puede hacerlo sobre multitud de objetos inanimados, tanto estáticos como en movimiento. Los únicos disparos que tendrían que hacerse en la naturaleza son los de las cámaras fotográficas.

Si la caza como actividad lúdica o deportiva es moralmente rechazable, porque no tenemos ningún derecho a quitarles la vida a otros animales solo para divertirnos, no lo es menos el maltrato animal. Hay individuos que se divierten o se lucran maltratando a los animales e incluso algunos hacen alarde de su crueldad en las redes sociales. La sociedad tiene que proteger a los animales de los desalmados y explotadores, educar a nuestros jóvenes en el respeto a la naturaleza, reprobar socialmente el comportamiento de estos individuos y castigarlos con el código penal. Si no respetamos la naturaleza tampoco seremos merecedores de respeto y al final en este genocidio ecológico, provocado por la caza y otras actividades humanas, todos saldremos perdiendo.

26/01/2019

domingo, 2 de diciembre de 2018

Un africano en Quintanilla: la gineta


 Por FERNANDO BENITO

«En un tiempo no tan lejano todos fuimos africanos.»
PATXI ANDIÓN

Avanzo despacio sobre el pedregoso camino herido de desnudas «cárcavas». Las escasas, pero intensas, lluvias del verano desagarraron la blanca y frágil piel del muy transitado Basilón. Sedientas sabinas me contemplan mientras asciendo por sus últimos repechos que serpean desembocando en la encrucijada de caminos con la que el pétreo páramo nos recibe.

A la izquierda la vereda nos lleva a la cañada real en cuyo margen aún sobrevive un viejo chozo, antiguo cobijo de pastores. Si tomamos el camino de la derecha nos encontramos con el cabezo de la Matacara, la zona más humanizada de nuestro páramo. Al frente un recto cordón secciona el monte en dos y nos conduce a la Casa de los Tatis. Poco amigo de los caminos trillados, elijo una polvorienta senda que en estas fechas las lluvias otoñales tapizan de numerosos hongos. Las peculiares setas nido, o los coloridos apotecios anaranjados no aparecen. Abandono el camino esperando ver al menos los siempre abundantes y enormes parasoles de pie anillado… nada, ni rastro; tampoco de la gigante cabeza de fraile. Los hermosos morados de las nazarenas que el año pasado a pesar de las pocas y tardías lluvias hicieron acto de presencia, tampoco me regalan la vista… de setas de cardo, níscalos y otras rusuláceas que tras las lluvias de finales de agosto despertaron especulativas, mejor ni hablamos. Este año de sequía extrema y unas temperaturas demasiado altas en la entrada del otoño en algo que solo ha existido en el calendario. Camino por seco musgo, también víctima de la sequía, contemplando los numerosos pinos resineros secos o enfermos a los que la falta de agua también debilita, haciéndoles vulnerables a ataques de hongos y nematodos.

Agazapado entre secas ramas, vigilo un pequeño bebedero de agua al que anhelantes de calmar su sed visitan los confiados petirrojos, los señoriales escribanos y los invisibles garrapinos. Los intrépidos carboneros y herrerillos en estos días con inusitado calor para un septiembre que se acerca a su final, se bañan con alegre frenesí. Absorto contemplo el paso sigiloso a tan solo un par de metros de mí, de una jineta (con 'g' o 'j'). Incrédulo ante el bello espectáculo, contengo la respiración por miedo a que el agudo oído del primitivo carnívoro pueda detectar mi presencia. Este vivérrido (familia a la que pertenece) arbóreo, por sus caracteres primitivos aportan valiosos datos para la comprensión de la evolución filogenética de los Carnívoros. Como no podía ser de otro modo puesto que además del eficiente oído, la jineta posee un olfato excepcional y un sentido de la vista muy bueno (aunque no puede distinguir los colores), a los pocos segundos el astuto animal descubre mi presencia. Lejos de mi esperada previsión de huida inmediata, el intrépido animal clava su mirada profunda en mi mirada inquieta; petrificado e inmóvil siento que naturaleza me contempla. Con su lomo claramente encrespado avanza el más hábil de los vivérridos hacia mí. El latido acelerado de mi pecho apaga el cromático cántico de las aves que hasta hace unos segundos reinara en la soledad del monte. Casi reptando con su vientre a tan solo unos centímetros del suelo, sus enormes y móviles orejas desplazadas visiblemente hacia atrás, me sorprende el ver que su trayectoria perfectamente dirigida a mí se desvía ligeramente y esquiva mi escondite manteniendo en todo momento su actitud vigilante. En unos segundos su cuerpo gris parduzco, perfecto para ocultarse en la noche, desaparece de mi campo de visión. Alucinado no sé si más por ver a este animal de hábitos nocturnos, prácticamente inexistentes a plena luz del día, o del extraño comportamiento que hacía mí mostrase.


La gineta es un animal que hasta muy recientemente fue cazado, por lo que no debería mostrar la más mínima confianza ante nuestra presencia. Se tiene constancia de que los romanos tenían jinetas como mascotas en sus casas antes de que los gatos domésticos fuesen traídos de Egipto. En tiempos de Octavio Augusto se introdujo en las Baleares un animal bajo el nombre de 'ictis' para que acabara con las plagas de conejos de las islas. Descartando el gato, el meloncillo y otras mangostas, 'ictis' pudo ser la jineta. También se le llamó 'gato árabe'; se creía que pudieron ser éstos, ya que los jinetes adornaban su montura con piel de este animal, dando origen así a su nombre. De lo que no cabe duda es que la jineta fuese traída de África, donde se domesticó para liberar a los hogares de los roedores. Una vez llegó a la Península se asilvestró de nuevo enriqueciendo nuestra biodiversidad. Además es un animal beneficioso para el hombre y los ecosistemas naturales, por su papel en la regulación de las poblaciones de micromamíferos y por la dispersión de semillas que realiza con sus excrementos.

Existe una curiosa coincidencia entre el hombre y nuestra amiga la gineta. El Homo sapiens también llegó de África a Europa, pero su llegada es muy anterior al de la jineta; la llegada del sapiens a España tuvo como consecuencia el hibridismo con otra especie de Homo, el neanderthalensis, que durante años consideramos inferior y extinto. Hoy todo parece indicar que ni era inferior ni se extinguió, sino que ambos somos una misma especie. Vemos divisiones donde solo hay un necesario mundo diverso. Y llamar extranjera a nuestra jineta sería sin duda una falacia. Pensar en la vida y su evolución es un buen antídoto contra la estupidez humana.

Nº 23 – INVIERNO 2017


domingo, 21 de octubre de 2018

La tragedia del lobo

 

Y para los lobos la tragedia casi siempre llega, la tragedia es el hombre. El hombre que defiende justamente, sin duda, sus intereses. El hombre que ha declarado la guerra al lobo desde el principio de su cultura neolítica. El hombre que persigue al lobo por todos los medios…


El cepo de hierro, las mandíbulas que se cierran sobre el miembro y lo destrozan en todos los pasos del monte. Y la estricnina agazapada en la carne que tienta el hambre del lobo. Y la gran batida, todos los hombres útiles del valle contra el lobo. Nuevamente la vieja, eterna, implacable guerra entre el hombre y el lobo.

El lobo, sin grandes presas salvajes en la mayoría de nuestros montes, no tiene más remedio que robar la carne al hombre. Y el hombre defiende su carne. ¿Cuándo terminará la guerra entre el hombre y el lobo?

FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

sábado, 8 de septiembre de 2018

Bienestar animal: una cuestión ética pero también económica


En 2016 había en la Unión Europea 89 millones de cabezas bovinas, 147 millones de cerdos y 87 millones de ovejas. La ciencia del bienestar animal estudia cómo mejorar la calidad de vida de los animales de granja y cómo eso beneficia económicamente a los propios ganaderos.

Agencia SINC
4 septiembre 2018

Se calcula que hace más de 10.000 años que el ser humano cría animales para sacar provecho de ellos en forma de carne, leche, tejidos y otros materiales. La ganadería de hoy poco se parece a la de entonces, pero para muchos urbanitas, cuyo único contacto con una granja se remonta a las excursiones de los años escolares, la idea de una granja sigue siendo la de una casa, un establo y un corral en el campo donde un puñado de animales corretea por los prados verdes.

Pocas granjas hoy cumplen con esa definición. La gran mayoría son más similares a una fábrica: grandes naves industriales en las que viven de media unos 3.000 animales organizados en jaulas o corrales. Solo de esa forma pudieron criarse en 2016 en la Unión Europea 89 millones de cabezas bovinas, 147,2 millones de cerdos y 87,1 millones de ovejas.

Las granjas son hoy lugares automatizados, con flujos constantes de movimiento de animales, en los que la comida y el agua sale de dispensadores automáticos regulados con precisión. Se calcula cuánto tiempo y alimento hacen falta para que el cerdo o la vaca alcancen el peso ideal de la forma más eficiente para después trasladarlo al matadero y vender su carne. Al fin y al cabo, esto es un negocio y el ganadero quiere maximizar sus beneficios.

La idea resulta escalofriante para muchos ciudadanos que preferimos no saber de dónde sale la comida que llena los estantes del supermercado. Es fácil pensar que la de estos animales es una vida de miedo, sufrimiento y dolor.

No maltrates a quien te da de comer

Sin embargo, la industrialización de las granjas no debería significar que los animales que viven en ellas lo hagan en condiciones de maltrato. «Piensa que para un ganadero, los animales son sus recursos. Puede sonar frío, pero es así. Y nadie maltrata los recursos que le dan de comer», explica Arancha Mateos, investigadora del Departamento de Bienestar Porcino de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid.

«Siempre hay un descerebrado que es cruel con su ganado, pero eso no es ni mucho menos habitual por una cuestión ética pero también de lógica y economía», añade la investigadora. También científica: la calidad de vida de los animales de ganado influye en la velocidad a la que crecen y en el estado final de su carne.

La ciencia del bienestar animal (que no se centra solo en los de granja) ya es parte indispensable del esfuerzo general por mejorar la calidad de los alimentos, y cada vez se percibe un vínculo concreto más evidente entre ese bienestar animal y la seguridad alimentaria.

«Las amenazas al bienestar animal, incluyendo la inmunosupresión inducida por el estrés, la dispersión de patógenos en sus alimentos o las modificaciones genéticas pueden comprometer la salubridad y seguridad de los alimentos», explica un capítulo publicado en la monografía Food Chain Quality de la editorial científica Woodhead Publishing.

El texto continúa advirtiendo que «el crecimiento de la ganadería orgánica tiene sus propios desafíos en cuanto a bienestar animal y seguridad alimentaria en lo que se refiere a la seguridad de los animales, la prevalencia de enfermedades parasitarias y la presencia de residuos tóxicos en los alimentos producidos».

No hay por tanto una forma de ganadería, ni intensiva ni orgánica o ecológica, que esté libre de preocupaciones sobre el bienestar animal y la seguridad para el consumidor.


Libertades de los animales sintientes

Un bienestar que la Universities Federation for Animal Welfare, que impulsa el uso de herramientas científicas para asegurar y aumentar esa calidad de vida, concreta en lo que llama las cinco libertades de los animales sintientes, dentro de los que se incluyen todos los vertebrados, y por ello, todos los animales de granja.

— Que estén libres de hambre y sed, asegurándoles el acceso a agua fresca y una dieta suficiente y apropiada para que mantengan su salud y su vigor;

— Que estén libres de dolor, heridas y enfermedades, a través de la prevención y, si hace falta, el diagnóstico y el tratamiento rápido de sus dolencias;

— Que estén libres de la incomodidad, dándoles un entorno apropiado que incluya un refugio y un área cómoda para descansar;

— Que estén libres de miedo y estrés, asegurándoles condiciones y cuidados que eviten también el sufrimiento mental;

— Que sean libres de expresar un comportamiento normal, dándoles espacio suficiente, instalaciones adecuadas y la compañía de otros animales de su especie.

¿Pero cómo afectan estos esfuerzos por mejorar la vida de los animales de granja al resultado de un empresario ganadero, que es al final quien debe considerar el invertir o no en estas mejoras?

Los animales tranquilos crecen mejor

El equipo de Mateos se dedica precisamente a responder esa pregunta. Como parte de sus investigaciones han participado en la construcción de una novedosa nave de bienestar porcino en Madrid, muy cerca de Moncloa, con la que persiguen un doble objetivo: por un lado, reducir las emisiones de amoniaco y otros desperdicios resultado de la actividad ganadera porcina, y por otro, analizar en qué circunstancias los cerdos viven mejor en las explotaciones intensivas y cómo eso afecta a su rendimiento.

«La composición nutricional de un filete es siempre casi la misma, independientemente de cómo haya vivido el animal o lo que haya comido, pero sus condiciones de vida influyen mucho en su ritmo de crecimiento, en su capacidad de reproducción y en su vulnerabilidad ante las enfermedades», explica Mateos.

El estrés de los animales, explica, es el principal enemigo de los ganaderos, entendiendo como estrés el malestar y la agitación general que los animales padecen cuando están enfermos, asustados o, sobre todo, pasan demasiado calor.

«El estrés térmico les sienta fatal. Algo tan simple como que haga demasiado calor hace que no coman y no se muevan, y si no comen, no crecen». Ocurre lo mismo con el miedo: los animales asustados se estresan, pueden ser agresivos y comen menos, lo cual supone menos crecimiento y, de nuevo, menos beneficios.

Los científicos buscan nuevas y mejores formas de controlar ese estrés. El enfoque tradicional consiste en medir los niveles de determinadas hormonas, principalmente cortisol, unidos a determinados cambios de comportamiento e inmunológicos, pero a día de hoy se empiezan a considerar insuficientes estos métodos tradicionales y se recurre a modernas tecnologías de genómica y proteómica para identificar biomarcadores y mecanismos moleculares relacionados con el estrés.

Calidad de vida hasta el último momento

Existe un momento en especial en el que ganaderos y veterinarios ponen especial cuidado en evitar el sufrimiento de los animales y es en la antesala a su muerte. Las horas previas al sacrificio del ganado deben ser tranquilas para ellos, sin miedo, sin hambre, sin calor y sin dolor. Si estas circunstancias no se cumplen pueden sufrir el llamado estrés ante mortem, una circunstancia por la que cambios hormonales bruscos que afectan a la composición química de la sangre y del tejido muscular del animal.

En un estudio publicado en la revista Journal of Animal Science que analiza las opciones nutricionales para reducir este estrés se explica que «las respuestas fisiológicas al estrés ante mortem incluyen la deshidratación, el desequilibrio de los electrolitos, la disminución del glucógeno en el músculo y la destrucción de grasa y proteínas».

Hay que considerar que todo lo que ocurre entre las 24 y las 48 horas previas a la matanza tiene un potencial efecto económico sobre el negocio del ganadero, que va desde una disminución de peso del animal todavía vivo hasta problemas de calidad de la carne a posteriori, identificados con las siglas DFD (dark, firm and dry u oscura, dura y seca) o PSE (pale, soft and exudative o pálida, blanda y exudativa), que hará que esta valga mucho menos cuando llegue al mercado.

En un entorno en el que los consumidores cada vez imponen más el criterio ético a sus decisiones alimentarias, tratar bien al ganado es una cuestión económica. No se trata de demonizar al sector ganadero y su industrialización, sin la que difícilmente sería posible alimentar a una sociedad acostumbrada a comer más carne de la que debería, sino de estudiar cómo hacer que la vida de esos animales sea lo más apacible y feliz posible.

lunes, 25 de junio de 2018

El camello

El camello es más que un solo animal.

Por DORION SAGAN

Prensa aparte, para entender la idea de la génesis biosférica, es esencial comprender la naturaleza comunitaria de todas las entidades biológicas, incluso las más familiares y comunes. Los organismos no se adaptan a entornos inertes y sin vida, sino a entornos vivos, a un medio activo de organismos metabolizantes. Vivimos en casa que, si están hechas de madera, son árboles transformados. Dentro de nosotros viven microbios de los cuales somos nosotros el medio ambiente. Cada hábitat en sí mismo contiene una comunidad de organismos en interacción cuyos residuos metabólicos y continuas transformaciones del medio producen una especie de armonía dinámica en que biota y entorno, seres vivos y morada, no pueden nunca separarse totalmente.

Unas diferentes condiciones medioambientales —mayor o menor pluviosidad, grados diversos de luz solar y composición de nutrientes del suelo— se traducen en comunidades de organismos fuertemente distintas. Aunque no les prestamos mayor atención, las comunidades naturales de la biosfera son muy complejas. En muchos casos parecen ser más sofisticadas, si bien de modo inconsciente, que las realizadas por manos humanas, ya sea por arquitectos, científicos o ingenieros. Por ejemplo, los montículos de las termitas del desierto, enormes conos o pirámides que parecen castillos de arena, están orientados en coordinación con el campo magnético de la Tierra. Estos montículos están construidos de modo que cuando el sol está en su punto más alto y más caliente cae sobre su parte más estrecha, lejos de la parte ancha donde viven los insectos. Algunas termitas que viven en zonas áridas de África «climatizan» sus montecillos, logrando una humedad relativa interior del 98 por ciento. Los conos de las termitas están construidos con materia fecal y saliva —materiales «encontrados»— pegados para formar una sustancia a la de los ladrillos y argamasa. No muy diferentes a las construcciones de barro de los cercanos seres humanos, los conos son soluciones orgánicas para contener al entorno local; ambos regulan la temperatura mejor que esas casas de cemento, superficialmente más avanzadas cuyo interior, cuando están expuestas al sol, se vuelven rápidamente más calientes aún que el ardiente desierto que las rodea.

A diferencia de la mayoría de los animales, algunos ratones y langostas del desierto retienen y reutilizan el agua formada químicamente por la respiración. Esta clase de «tecnología» de reciclado del agua está resumida en el camello, que no orina amoníaco, producto final habitual del metabolismo proteínico, sino que, por el contrario, con ayuda de bacterias simbióticas que viven en su cuajar, el amoniaco es reciclado para formar valiosas proteínas. En la mayoría de los mamíferos, el amoniaco es excretado en forma de urea con el agua de la orina. Pero el camello «individual», sin embargo, no tiene nada de individuo. Es una congregación, una comunidad de organismos interdependientes. Más aún, todos los organismos de la Tierra, desde los mosquitos a los elefantes, muestran esta naturaleza múltiple. Los únicos organismos que podría considerarse singulares, como mónadas, son las bacterias. Pero incluso esta apreciación sería errónea, porque las bacterias de la naturaleza funcionan en conjunción, digiriendo detritus, emitiendo gases, alterando la composición química de la atmósfera y los océanos a escala global.

Millones de bacterías se hallan en el interior del sistema
digestivo de los animales, sin ellas no sobreviviríamos.

Mientras que los mamíferos que no expulsan amoníaco en la orina pueden morir de uremia, la «comunidad» que reconocemos como «un camello» recicla hasta un 95 por ciento de su nitrógeno, utilizando el nitrógeno de este compuesto «residual» para sustituir moléculas de ADN, ARN y proteínicas. Debido a que el camello recicla su nitrógeno, sólo necesita una ración de proteínas alimentarias que es la vigésima parte de lo que de otro modo precisaría. Al mismo tiempo, puesto que las bacterias del cuajar reciclan la urea, no le hace falta expulsar amoníaco y agua, un recurso muy valioso en el desierto gracias a su fisiología recirculatoria.

Para que la vida perdure en el espacio hace falta un artificio parecido, una circulación extraterrestre de la vida terrestre que sea, no obstante, casi intrauterina, como un huevo en cuanto a la circulación y la transformación de residuos dentro de «caparazones» tecnológicos. Tenemos que reconsiderar nuestra relación con la materia de desecho para trasladarnos al espacio. En el entorno extraterrestre se hace flagrantemente evidente que los sobrantes —ya sean metabólicos, industriales o tecnológicos— no pueden ser simplemente eliminados, sino reintroducidos en el ciclo de la existencia. En cierto sentido, los humanos en general representamos un sobrante de la faz biogeológica de la naturaleza: algunos de nuestros productos tecnológicos se han resistido a ser absorbidos por la biosfera. El reto para nosotros reside en integrarnos en la biosfera que está en torno y dentro de nosotros, e implicarnos plenamente en el ancestral sistema de circulación biosférica. No el hombre ni la humanidad, sino todo fluido de la individualidad biosférica transhumana y multiespecie pasa a ser la medida de todas las cosas.

La vida es quimérica. Igual que la biosfera exhibe algunos rasgos característicos de un solo organismo, así el individuo es a un tiempo un agregado de organismos y parte de una agregación. Los organismos que comprenden las células y cuerpos de cada planta y cada animal no eran en origen, y siguen sin serlo en muchos casos, del mismo tipo. Las bacterias primigenias pudieron incluso ser hostiles —invadirse y comerse mutuamente antes que crear grados diversos de tolerancia, armonía y desarmonía—. Pero, con el tiempo, triunfaron las parejas disimilares, y los ménages à trois, y las asociaciones de cuatro y de números aún mayores.

Pero por encima de las notas disonantes de competencia y exclusión, la historia de la Tierra toca una melodía de compañerismo y avenencia. Nadie niega que la vida es la lucha por la existencia. Siempre somos demasiados. Pero todo aquello a lo que llamamos vivo ha resuelto ya, o está en proceso de resolver, sus luchas. También la humanidad, tanto tiempo en apariencia separada de la naturaleza y avanzando por su propia vía tecnológica, debe ponerse a la altura biosférica. Desde la perspectiva de la evolución a largo plazo, parece incontestable que tenemos que someternos, a nosotros y nuestros productos, a los antiguos modos de la vida en la Tierra si hemos de sobrevivir. Como civilización global, tenemos que acompañar a la naturaleza como si fuéramos enamorados.

Biosferas. Metamorfosis del planeta Tierra
(1990)
Si somos lo inteligentes que creemos ser,
tenemos que volver a integrarnos en los ciclos de la vida.
Debemos aprender más de la Naturaleza.

jueves, 14 de junio de 2018

La meseta tibetana


Por FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

El Tíbet sigue siendo en gran medida desconocido, y los animales que lo pueblan —que sin duda han tenido, hasta hoy, mejor suerte que los que antaño corrían por las estepas más bajas— lo son también. Su variedad no es muy grande, pues la vegetación tampoco es muy diversa. La meseta tibetana es una sucesión de estepas, semidesiertos y desiertos en los que la hierba, en el mejor de los casos, apenas llega a cubrir malamente la superficie del suelo sin dejar desnudos grandes calveros. Las plantas más comunes son espolines y espartos (Stipa glareosa, astrágalos y algún pequeño arbusto, como acacias amarillas (género Caragana) y belchos (Ephedra). Sólo en algunas mesetas, especialmente aptas, a veces por su clima, pero sobre todo por su suelo, para desarrollar una más más abundante vegetación, aparecen artemisas, grama (Agropyrum), quinquefolios (Polentilla) e incluso plantas típicas de la alta montaña europea, como amapolas alpinas y edelweiss. En las laderas que unen altiplanicies de distintas altitudes puede haber álamos de laurel e incluso abedules.

Si la vegetación tibetana es más pobre que la de regiones circundantes, también con su fauna ocurre otro tanto, al menos en lo que atañe a su variedad. Hace años poblaban estas tierras, cuyos horizontes dilatados permitían atisbar a los predadores a grandes distancias, rebaños enormes de yaks, gacelas tibetanas y hemiones. Hoy, si su reducción no ha sido tan drástica como en Mongolia o Turquestán, la invasión del Tíbet por las tropas chinas ha abierto a la civilización técnica las puertas de este mundo mágico, y las manadas de ungulados se han rarificado en extremo.

¿A qué se debe la pobreza en especies vegetales y animales de las mesetas centrales? Hay varias razones que la justifican. En primer lugar la altitud, ya que la media del Tíbet es de cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar. El oxígeno no es demasiado abundante a esta altura, y la presión es baja, condiciones todas que influyen notablemente sobre la flora y la fauna. Además, dada la rarificación de la atmósfera, el ambiente es muy limpio, y existe una brutal desigualdad entre la temperatura al sol y a la sombra, hasta el extremo de que puede haber hielo a unos metros de unas rocas que, soleadas, abrasarían a quien osara tocarlas. También es extrema aquí la sequedad, pues las barreras montañosas impiden el paso de las nubes al corazón del Himalaya. Como resultado de la falta de humedad ambiental, las nieves perpetuas sólo se encuentran a gran altitud, por encima de los seis mil metros en el Tíbet Central, y a cinco mil doscientos metros en las montañas del Himalaya y Sikkim. La temperatura es muy fría, y vientos helados barren la meseta todos los días, habitualmente durante la tarde.

El clima del Tíbet, como todos los climas del mundo, influye no sólo en las adaptaciones físicas de los hombres que lo pueblan, sino también en su espíritu. Por eso el infierno de la religión tibetana es un antro helado, en lugar de la gran caldera de fuego que representa al averno en las religiones nacidas en los desiertos y estepas cálidas.

Cinturones climáticos y faunísticos

El naturalista alemán Ernst Schäfer fue el primer aventurero que, atravesando las estepas tibetanas cumplido el primer cuarto del siglo XX, observó las diferencias climáticas y faunísticas entre las mesetas de diversa altitud y latitud, y se dio cuenta de que existían tres claros cinturones caracterizados cada uno por un animal fitófago.

Por debajo de los tres mil seiscientos metros, sobre todo en las mesetas meridionales, vive la gacela tibetana o de Przewalsky, llamada así por haber sido este explorador el primero en citarla con carácter científico. Su aspecto es muy parecido al de la gacela de Mongolia, hasta el extremo de que a veces ambas son reunidas en una sola especie. Carece de marcas faciales, y los cuernos están presentes en ambos sexos. El cinturón faunístico de la gacela se caracteriza por su clima benigno y la abundancia de hierba y florecillas, ya que los vegetales pueden crecer durante cuatro o cinco meses del año. Se reúnen allí innumerables rebaños domésticos, guiados por los pastores nómadas, y abundan los roedores y pequeños carnívoros.


El cinturón del kiang, o hemión tibetano, está comprendido por encima de los tres mil seiscientos metros y al menos hasta los cinco mil. El clima es más duro y la vegetación más escasa, aunque en primavera y verano menudean las florecillas, blancas, amarillas y rojas, entre la hierba. El kiang es un gran hemión, que llega a pesar cuatrocientos kilos. Sus hábitos son muy parecidos a los de los hemiones que ocupan las estepas de Turkestán y Mongolia, pues como ellos vive en pequeños grupos guiados por un garañón durante la primavera y el verano, y en manadas mucho más grandes durante el invierno. El celo tiene lugar en agosto y septiembre, y la gestación dura once o doce meses.

Por encima del cinturón del kiang, en la desolada «azotea del mundo», a seis mil metros de altura sobre el nivel del mar, nomadean los mayores, más imponentes y más importantes animales silvestres del Tíbet: los últimos yaks salvajes. Los grandes machos pesan mil kilos y miden dos metros de altura, con unos cuernos mucho más sólidos que los de cualquier toro doméstico. Las hembras son mucho más pequeñas. Su color es marrón oscuro uniforme, aun cuando, como fruto de la domesticación, aparezcan ejemplares con capas bayas. Pero lo que más llama la atención es su pelo. Obligados a soportar, durante el invierno, temperaturas de 35 y 40 grados bajo cero, están dotados de un larguísimo y áspero pelambre que les cuelga de la cabeza, espalda, flancos y muslos, y que oculta una densa capa de borra que, cayendo en primavera, supone en la estación fría una estimable capa protectora.

El yak representa en el Tíbet tanto como el reno en la tundra, el camello en el desierto y el caballo en la estepa. La cultura del Tíbet está montada alrededor del yak, y la supervivencia de los hombres del techo del mundo depende de manera directa de este bóvido. El tibetano come la carne y grasa del yak, bebe la leche del yak, de la que extrae además mantequilla, se viste con piel de yak, aprovecha la lana del yak y construye sus tiendas de campaña, e incluso sus embarcaciones, con cuero de yak. Además, le sirve de montura y utiliza su estiércol como abono y como combustible en unas tierras donde la leña es muy escasa.

Con el yak, comparte el último cinturón el chiru o antílope tibetano, de aspecto poco agraciado. Con el cuerpo cubierto de lana espesa y unos largos cuernos, sólo presentes en los machos, llama la atención el gran desarrollo de sus vestíbulos nasales, tal y como ocurre en la saiga. Al parecer, la misión de los vestíbulos respiratorios del chiru no es tanto retener el polvo como calentar el frío aire de las cumbres antes de que pase a los pulmones. Difícilmente visible, el chiru se protege en huecos y agujeros del terreno, que a veces él mismo excavaría.

Enciclopedia Salvat de la Fauna
(1970)

jueves, 10 de mayo de 2018

Vivir en el aire

Casi la totalidad de sus vidas la pasan volando.

Tanto las aves marinas pelágicas como los vencejos comunes prescinden de la tierra firme durante la mayor parte de sus vidas, y sólo recurren a ella en la época de cría, mientras están ocupadas con la incubación de la puesta y la ceba de los pollos. Pero si las primeras se posan con frecuencia sobre la superficie del mar cuando las circunstancias se presentan adversas, los vencejos vuelan incasablemente sin otro soporte que su propio esfuerzo a lo largo de una ruta que une dos continentes y hasta dos hemisferios.

El cuerpo del vencejo está diseñado según los planos de la más completa máquina voladora. La forma de sus alas, largas y estrechas, muy rígidas y sin digitaciones, responde a la necesidad de desarrollar altas velocidades con un consumo mínimo de energía. El húmero ha quedado reducido a una mera prolongación de la articulación del hombro, mientras que los huesos del antebrazo y de la mano son comparativamente más largos que los de otras aves de su tamaño. Esta estructura interna les permite ejecutar un aleteo ágil y sin fisuras, de trayectoria cambiante a uno y otro lado, que transmite la falsa sensación de que las dos alas no se mueven de forma sincronizada. Su dominio del espacio aéreo es tan perfecto que pueden poner en práctica un repertorio de vuelo muy variado en el que la cola desempeña una función transcendental. Alternan el vuelo batido con planeos lanzados, súbitas remontadas, y virajes y picados profundos, que constituyen todo un recital y un alarde de precisión.

La desproporción que existe entre la longitud de las alas, que alcanzan una envergadura de hasta 48 centímetros, con una superficie de sustentación de 165 centímetros cuadrados y una capacidad de carga de 4,5 centímetros cuadrados por gramo, y la debilidad de unas patas diminutas, útiles sólo durante apenas un mes y medio para agarrarse a las paredes que rodean el nido, queda de manifiesto cada verano cuando un buen número de pollos volantones van a parar al suelo tras una primera intentona fallida y no son capaces de remontar el vuelo. Los adultos caídos o los jóvenes completamente emplumados lo consiguen después de grandes esfuerzos o cuando han tenido la suerte de arrastrarse hasta una elevación suficiente. Las raquíticas patitas no tienen bastante fuerza para impulsar en el aire los treinta y tantos gramos que pesa un vencejo, y las alas chocan contra el suelo antes de completar el recorrido de descenso. Es una situación desesperante. A veces basta con auparlos un palmo para que se puedan alejar chirriando.
 
Incluso copulan los vencejos en el aire.
Hasta el amor, volando

Los vencejos tienen la quilla muy desarrollada como consecuencia de la inserción de sus potentes músculos pectorales. El cuerpo es completamente aerodinámico y la cabeza presenta un perfil plano y huidizo, de aspecto inconfundible, con los ojos sepultados y unas «cejas» más claras que, aunque les prestan un semblante «huraño», favorecen la penetración e impiden el impacto de los detritus flotantes. Con semejante equipo, los vencejos cazan y comen en vuelo, beben sobre la marcha con una pasada rasante sobre las aguas quietas de las charcas, recogen en el aire los vilanos, las plumas y las hebrillas vegetales con las que tapizan el nido, duermen describiendo amplios círculos a 1.500 o 2.000 metros de altura y hasta copulan volando en el no va más de la acrobacia aérea.

Se ha comprobado que también copulan en el interior del nido, pero las cópulas aéreas, pese a ser fáciles de confundir con los vuelos intimidatorios y de expulsión de los jóvenes sin pareja, son más frecuentes de lo que se creía en un principio. Como si de un juego de persecución se tratara, la hembra alcanza al macho y se sitúa bajo él con un vuelo acompasado; en un instante se produce el acoplamiento y macho y hembra aletean juntos a lo largo de nos metros antes de separarse.

El reto de la vida.
Enciclopedia Salvat del comportamiento animal
Tomo 7: «El vuelo»

domingo, 8 de abril de 2018

Ha muerto un elefante


 Animales en los circos

La noticia del accidente de un camión de un circo cargado de elefantes en una autovía española en la tarde del 2 de abril se hizo viral en cuestión de horas. Las impactantes imágenes de uno de los elefantes agonizando en el arcén de la carretera y de otros cuatro desorientados y ensangrentados en medio de la autovía han producido perplejidad, tristeza e indignación en prácticamente todos los sectores de la sociedad, tanto en España como en el extranjero.

4 abril 2018

Ante la imagen de cinco elefantes en una autovía entre Albacete y Murcia, una imagen que parecía irreal por su propia incongruencia, las preguntas que cabe hacerse, y que sin duda se han hecho miles de personas en todo el mundo, es: ¿Cómo puede ser que esto haya ocurrido? ¿Cómo puede ser que todavía esté permitida la utilización de animales salvajes en los circos?

Un accidente de tráfico es efectivamente eso, un accidente. Puede pasarle a cualquiera. El problema añadido viene cuando uno transporta a cinco elefantes, y cuando además lo hace con regularidad. En este caso, las probabilidades de que esta tragedia ocurra aumentan considerablemente, y los riesgos, ya no solo para estos animales, sino para los ocupantes humanos del propio camión y de los demás vehículos, se multiplican.

La prohibición de los circos con animales es un proceso que comenzó hace ya mucho tiempo. En los últimos años hemos asistido a una aceleración de este proceso, tanto en España como a en otros países, como consecuencia de una demanda social que exige un mayor respeto por los demás animales con los que compartimos el planeta.


Conductas que antes parecían normales han dejado de serlo. La utilización de elefantes, tigres, osos o hipopótamos en espectáculos, condenados a una vida de absoluta privación solo para entretenimiento de un público cada vez más exiguo, ha dejado de considerarse aceptable por la inmensa mayoría de la población.

En España más de 470 municipios han reivindicado su postura aprobando mociones para declararse libres de circos con animales. Cuatro Comunidades Autónomas —Cataluña, Baleares, Galicia y Región de Murcia— han prohibido ya la utilización de animales en sus circos.

La ciencia en contra de los circos con animales

Más allá de consideraciones éticas, la propia ciencia veterinaria ha hecho público su parecer. La Federación de Veterinarios de Europa (FVE) emitió en 2015 una declaración oficial en la que instaba a las autoridades competentes a prohibir la utilización de animales salvajes ante la imposibilidad por parte de los circos itinerantes de satisfacer sus necesidades básicas (fisiológicas, mentales y sociales).

La denigración de animales
no tiene nada de educativo.

A esta declaración se adhirió posteriormente el Consejo General de Colegios Veterinarios de España. De modo que, cuando las principales autoridades científicas en materia animal a escala europea y española, respectivamente, sostienen la imposibilidad de garantizar la protección y el bienestar de estos animales salvajes en los circos, parece que el sector circense se queda sin argumentos.

Son ya pocos los circos españoles que siguen empleando animales en sus espectáculos. Las restricciones municipales y autonómicas en aumento han contribuido a que los circos se vean obligados a dar ese paso tan esperado por la mayoría de nosotros: la transformación en espectáculos sin animales.

El año pasado, un circo muy popular en Francia dio este paso a la reconversión. Entendían que la sociedad había cambiado y que mucha gente había dejado de llevar a sus hijos al circo porque no querían ver animales en un entorno tan ajeno a su propia naturaleza. En honor a lo que siempre habían sido, un espectáculo familiar, y para no seguir produciendo malestar entre la gente, tomaban la decisión de dejar de utilizar animales.

Fue una decisión muy valiente, sobre todo por la manera de hacerlo público. El sector circense que todavía utiliza animales no lleva bien que alguno de los suyos tire la toalla, porque le acerca cada vez más a una reconversión necesaria.

En España, en menos de un año hemos asistido a los tres primeros casos de circos españoles que han decidido dejar de utilizar animales en sus espectáculos y los han donado a la ONG AAP Primadomus, que cuenta en la provincia de Alicante con el principal centro de rescate de animales salvajes al sur de Europa.

La decisión de estos circos no fue fácil. Sin embargo, las sociedades cambian, y con ello sus costumbres, sus percepciones y sus principios. Los circos tienen que adaptarse a la realidad de los tiempos. Nadie quiere su desaparición. Pero casi todo el mundo quiere la desaparición de los animales en los circos.

El proceso culminará y los circos con animales dejarán de existir en España. Será más tarde de lo que nos hubiese gustado, pero esperamos que ocurra lo suficientemente rápido como para que tragedias como esta no vuelvan a suceder.

Porque ha muerto un elefante. Un elefante que fue capturado de su hábitat natural y obligado a llevar una vida de encierro, privación y sufrimiento, para terminar muriendo agonizante en una cuneta.

Marta Merchán