viernes, 19 de junio de 2009

La estrategia del ballenero

Paul H. Koch

El mundo es un inmenso decorado para una guerra que sostienen desde tiempos inmemoriales dos fuerzas opuestas y equivalentes. No podía ser de otra manera puesto que todo en el universo es producto del choque de los opuestos, de acuerdo con la vieja ley de la Polaridad que nos explica por qué no puede existir el día sin la noche, el blanco sin el negro o lo masculino sin lo femenino. La vida se genera en el roce constante de ambos extremos, que en el fondo no son sino la misma cosa en diferente gradación.

Para cualquier persona que se acerque libre de prejuicios al estudio de la Historia, esta lucha entre ambos campos resulta obvia, incluso desde tiempos mitológicos o ahistóricos (el combate entre dioses y gigantes o entre los ángeles de Dios y los de Lucifer, sin ir más lejos), y ha generado la dicotomía Bien contra Mal que se encuentra detrás de la práctica totalidad de la obra cultural del ser humano. Porque no son los pueblos, en abstracto, los que generan los acontecimientos sino nombres públicos concretos, detrás de los cuales hay siempre un grupo reducido de personas que anhela determinadas metas. Estos grupos elitistas se protegen a sí mismos adquiriendo la forma de sociedades secretas que se ven a sí mismas (con razón o sin ella) por encima del resto de los mortales y disponen a discreción de sus propias leyes y reglas del juego.

Una secta no es una sociedad secreta. Los miembros de la primera (que buscan objetivos terrenales a corto plazo para su gurú) se diferencian de la segunda (cuyas aspiraciones son más amplias y suelen trascender este mundo), básicamente, en su individualización. Un sectario es, por definición, un individuo carente de criterio que sólo aspira a defender a su líder y sus ideas, caiga quien caiga. Se automargina de la sociedad general, para vivir en la mini-sociedad generada por la secta, que no tiene por qué ser religiosa. Muchos seguidores de partidos políticos y organizaciones radicales, aficionados deportivos o fans entregados a ciertos artistas actúan (y en consecuencia se les puede considerar) como sectarios. Pueden llegar a salir de la secta, pero necesitan normalmente que les ayude alguien ajeno a ella.

Un miembro de una sociedad secreta ingresa no por fanatismo sino por convencimiento personal, no es reclutado sin más sino que debe superar unas pruebas para que se le permita el acceso, y no busca sumisión a un gurú sino poder o conocimiento, o ambas cosas, a nivel personal. Se trata de tú a tú con el resto de los miembros dentro de una jerarquía que, por lo demás, puede ir escalando. Y una vez que ha tenido acceso a cierto grado de conocimientos estará unido a esta sociedad para siempre, obligado por juramentos que apelan a sí mismo en un nivel más profundo que el de la simple identidad social.

En este sentido, las sectas en realidad no afectan demasiado a la marcha del mundo. Las sociedades secretas, sí. Ellas sin las creadoras e impulsoras de movimientos benéficos o nefastos. Ejemplo del segundo tipo es la famosa globalización, antes conocida como mundialismo, que aspira a destruir la rica diversidad de la Humanidad unificando todos los sistemas políticos, económicos, sociales y hasta religiosos. ¿Para qué? Cuando los empresarios anglosajones fletaban un barco ballenero en el siglo XIX, seleccionaban muy bien su tripulación. Nunca formaban un grupo homogéneo. Enrolaban un puñado de irlandeses, otro de neozelandeses, holandeses, maoríes, portugueses… Así garantizaban tranquilidad a bordo pese a las muy penosas condiciones del viaje, ya que al pertenecer a distintos grupos y países resultaba muy complicado que la marinería se pusiera de acuerdo para organizar motines contra el capitán y sus oficiales, que podrían conducir el ballenero a su antojo. Es la estrategia del ballenero, aunque Napoleón conocía este principio como Divide y vencerás.

Hablar de estas cosas resulta extraordinariamente molesto. Para los que mandan, porque muchos de ellos pertenecen a alguna sociedad secreta (por eso mandan). Para los mandados, porque supone despertarles del sueño en el que creen ser «ciudadanos libres» (a los que, por otra parte, no es importa demasiado quién dirija el mundo ni para qué, mientras puedan comer sin problemas, trabajar lo menos posible, ver el futbol o el culebrón televisivo e irse de vacaciones).

¿Usted se siente un arponero irlandés? ¿O un cocinero portugués?

Paul H. Koch, periodista de investigación especializado en sectas.
Suplemento especial sobre las sectas en La Clave, nº 243
(9 de diciembre de 2005).

miércoles, 17 de junio de 2009

¡Vaya tropa!

El pasado 5 de junio, durante una celebración homenaje a los carabineros de la ciudad italiana de Lecco, con la asistencia de la ministra de Turismo, Michela Bambrilla; al acabar el himno nacional, el brazo de ella, o el subconsciente, la delató. Ni más ni menos que saludando al estilo fascista, con el brazo en alto (igual que su papá). Desde luego a los italianos les han tocado a unos gobernantes que son unos impresentables (empezando con su presidente, Berlusconi, y acabando con el Papa).

sábado, 13 de junio de 2009

Etnicidad y raza


Cien mil años abarcan a unas cinco mil generaciones de homínidos, lo que no es mucho tiempo a escala evolutiva. Así pues, si la dispersión de los humanos modernos desde África al resto del mundo comenzó hace cien mil años, cabría esperar que la diferenciación genética entre la poblaciones humanas no debería ser muy grande, incluso si excluimos las entremezclas entre poblaciones, lo cual se está produciendo a un ritmo creciente en los tiempos actuales.

Los científicos han descubierto que la mayor parte de la variación genética humana se distribuye entre todas las poblaciones humanas, de modo que sólo una pequeña fracción de la variación genética, en torno a un diez por ciento del total, difiere entre los pueblos de diferentes continentes del mundo. Esto en principio podría parecer sorprendente, porque somos conscientes de la manifiesta apariencia distinta de los humanos de diversas zonas del mundo (las razas humanas o grupos étnicos), pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que la divergencia de las poblaciones humanas es de origen reciente, como se dijo en el párrafo anterior, que en el caso de los grupos más divergentes se remonta a sólo cinco mil generaciones y a mucho menos entre otras poblaciones.

El diagrama de la figura muestra que, de la variación genética total presente en toda la humanidad, el ochenta y cinco por cien está presente entre individuos de la misma población, digamos, de la misma aldea o pueblo. (Esto sin tener en cuenta los cruces con emigrantes procedentes de otras poblaciones, lo que eleva el porcentaje por encima de ochenta y cinco). Aproximadamente, el seis por ciento adicional de la variación se halla entre personas de diversos lugares dentro del mismo continente; y un adicional nueve por ciento de la variación se halla entre individuos de distintos continentes.

Como he señalado, cabría esperar estos resultados debido a la evolutivamente reciente dispersión de las poblaciones humanas, pero parecen contradecir la experiencia común. Sabemos que los habitantes del África tropical son bastante diferentes de los escandinavos y ambos son muy diferentes de los japoneses. La explicación de este enigma tiene dos componentes. La primera parte de la explicación es que nuestros antepasados africanos ya eran genéticamente bastante variables por la época en que empezaron a colonizar el resto del mundo. Esto no es sorprendente porque tal es el caso en la mayoría de las especies animales: son muy variables desde el punto de vista genético. De hecho, los chimpancés son genéticamente más variables que los seres humanos, aunque el total de la población mundial de chimpancés es mucho menor que los seis mil millones y medio de seres humanos.

La segunda parte de la explicación es que las características estereotípicas que distinguen a los grupos étnicos, tales como el color de la piel, el color y la textura del pelo, y los rasgos faciales, implican relativamente pocos genes. Algunos de estos genes han evolucionado como adaptaciones en respuesta a diversos climas. Consideremos, por ejemplo, una de las diferencias más llamativas entre los grupos étnicos: la pigmentación de la piel. Los melanomas son graves cánceres causados por una exposición sostenida a la radiación ultravioleta procedente del sol. Así pues, los pueblos que llevan viviendo durante generaciones en latitudes bajas poseen genes que producen mayores cantidades de eumelaninas (melanina marrón y negra) que filtran la mayor parte de la radiación ultravioleta, protegiendo sí a la piel del daño. Por otra parte, es necesaria algo de radiación ultravioleta para efectuar la síntesis de la vitamina D en las capas más profundas de la piel. Así, la cantidad de eumelanina que es adaptativa en los trópicos es menos que óptima en latitudes altas, donde la radiación ultravioleta es mucho menor. En latitudes altas, la selección natural ha favorecido genes que dan como resultado una piel pálida, de modo que los rayos ultravioletas alcanzan las capas de la dermis donde se sintetiza la vitamina D. El mito de una gran diferenciación genética entre «razas» es justo eso, un mito sin respaldo científico.

viernes, 12 de junio de 2009

Abuso patronal...

Si hace dos días, comenté una noticia alegre, hoy es triste.

Casi dos semanas después del suceso, nos enteramos en la presente, de un grave accidente laboral ocurrido en las periferias de Gandia (Valencia), en el polígono industrial El Real de Gandia. El 28 de mayo, un trabajador inmigrante pierde uno de sus brazos en la amasadora de harina de la empresa del sector de la alimentación: Hornos Rovira de la Safor S.L.. A eso de la una de la madrugada, se cae un plástico en el interior de la máquina, al cogerlo se le quedó enganchado el brazo izquierdo. Cuando pudo parar la máquina, que pudo tragarlo entero, ya había perdido la extremidad. Uno de sus jefes, que llegó quince minutos tarde, dice «¡mierda!» y lo traslada a las cercanias del hospital San Francisco de Borja, Gandia, y lo abandona a unos cincuenta o más metros de distancia, diciéndole «Baja. Si te preguntan algo tú di solo que has sufrido un accidente y nada más». Después se largó. Un viandante fue el que le ayudó a llegar a Urgencias.

Al llegar el jefe a la fábrica, ordena limpiar la máquina y arroja el brazo al contenedor de residuos, para él es solamente basura: «era necesario seguir trabajando». El hospital denunció el caso, y la fiscalía ordenó el cierre de la nave y la detención de los jefes por omisión de socorro y vulneración de todos los derechos de los trabajadores.

Los propietarios —«Los Veneno», el padre y los dos hijos, muy conocidos en la comarca— además de esta panificadora, tienen otro horno cerca del Ayuntamiento de la localidad y varias tiendas, tenían sobreexplotados a la víctima (Edgar Franns Rilles Melgar, de Bolivia) y a sus compañeros bajo penosas condiciones laborales: sin contrato alguno ni vacaciones; cobrando unos veintitres euros al día (menos de 700 euros al mes) y trabajando más de doce horas diarias (entre medianoche y mediodía) de lunes a sábado, aunque hace dos años cobraban 900 se los rebajaron; con una maquinaria defectuosa, sin dispositivos de protección ni seguridad, alguna para rendir más rápido y mejor. ¡Unos auténticos «caciques» canallas! Y los muy hipócritas, se escudaban en que el trabajador iba borracho, cuando los análisis médicos demostraban todo lo contrario.

Y ahora, los sindicatos se personan en la denuncia y, a su vez, interviene Inspección de Trabajo... «¡A buenas horas, mangas verdes!»

jueves, 11 de junio de 2009

Un poema antinacionalista

El nacionalismo de los de arriba sirve a los de arriba.
El nacionalismo de los de abajo sirve también a los de arriba.
El nacionalismo, cuando los pobres lo llevan dentro, no mejora:
es un absurdo total.

Bertolt Brecht

miércoles, 10 de junio de 2009

La recompensa del trabajador

Por lo que me he enterado por ahí. Resulta que en marzo del 2001, en la excavación de unas obras, para el Instituto Valenciano de Vivienda, en el barrio del Carmen de Valencia, un obrero de Construcciones Hnos. Felipe S.L. encontró 1.940 monedas de oro de hace más de mil años (valoradas actualmente en unos dos millones de euros). El trabajador entregó el tesoro a sus jefes, y estos a la administración pública. Y la obra en cuestión no se paralizó para nada.

Tiempo después Antonio Martínez, el albañil, reclama su parte de la recompensa, amparándose en las leyes vigentes:

«El tesoro oculto pertenece al dueño del terreno en que se hallare. Sin embargo, cuando fuere hecho el descubrimiento en propiedad ajena, o del Estado, y por casualidad, la mitad se aplicará al descubridor. Si los efectos descubiertos fueren interesantes para las Ciencias o las Artes, podrá el Estado adquirirlos por su justo precio, que se distribuirá en conformidad a lo declarado.» (Artículo 351, Código Civil.)

«El descubridor y el propietario del lugar en que hubiere sido encontrado el objeto tienen derecho, en concepto de premio en metálico, a la mitad del valor que en tasación legal se le atribuya, que se distribuirá entre ellos por partes iguales. Si fuesen dos o más los descubridores o los propietarios se mantendrá igual proporción.» (Artículo 44.3, Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico.)

Pero se lo deniegan la Consejería de Cultura y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana. Y por otra parte, los empresarios para los que trabajaba, también exigen el botín.

Tras ocho años de litigios y pleitos con sus antiguos jefes y la administración pública autonómica, el Tribunal Supremo da la razón al obrero. Él, que halló el tesoro, y no su ex empresa, debe recibir la recompensa o premio (un 25% del valor estimado), el hecho de haber sido contratado por los hermanos Felipe no implica que la condición de descubridor se traspase a la constructora. ¡Pero que gentuza son estos patronos! Todo lo quieren, los muy codiciosos.

Según se comenta el albañil iba a ir al paro... pues cuando cobre seguramente la recompensa (solamente unos 9.000 euros —del resto, ni idea—), debería visitar a sus ex jefes bailando en pelotas, con una corona de flores sobre su cabeza y tocando una flauta, para hacerles rabiar. Y que se fastidien mucho, muchísimo... Por lo menos, una noticia alegre.

lunes, 8 de junio de 2009

sábado, 6 de junio de 2009

ABSTENCIÓN

Aprovechando que estamos en la llamada «jornada de reflexión» para las elecciones del Parlamento Europeo de mañana 7 de junio, os pido que no vayáis a votar.

El Parlamento Europeo no tiene función legislativa alguna, sólo la tiene consultiva para la Comisión y el Consejo de Europa.

No hay un ejecutivo europeo elegido por sufragio universal sino la Comisión y el Consejo de Europa donde se reúnen los gobernantes de los estados miembros, llevan la voz cantante los países más poderosos y se toman decisiones que afectan negativamente a los países y a las regiones más atrasadas.

El presidente del Banco Central Europeo además de no ser elegido por sufragio universal no es responsable ante nadie, sino ante Dios y la historia, como Franco.

Por tanto, lo mejor que podéis hacer mañana es quedaros en casa y dormir hasta muy tarde.

El único voto viable es LA ABSTENCIÓN.

viernes, 5 de junio de 2009

Tiananmen

Esta pasada madrugada del 4 de junio se cumplió el vigésimo aniversario de la matanza de la plaza de Tiananmen, en Pekin-Beijing (1989). Una protesta de varias semanas, iniciada por estudiantes que exigían reformas políticas, apoyadas por obreros descontentos por el camino que llevaba el régimen (mayor incremento de las desigualdades sociales), y todos bajo el lema «Más democracia y menos corrupción». Fue brutalmente aplastada por los tanques del Ejército chino en esa fatídica fecha.

Con la benevolencia, o la formal condena, de las democracias occidentales —con tal de que el capitalismo floreciese en el gigante asiático— fueron vilmente asesinados centenares de ciudadanos chinos, que solamente exigían mejores condiciones de vida.

La República Popular China, es actualmente una potencia mundial cuyos gobernantes se definen como comunistas, pero con una economía capitalista fortísima, en donde las violaciones de los derechos humanos campan a sus anchas. En estos últimos días, por temor a lo que pudiese surgir, las autoridades han ordenado la detención de varios disidentes políticos, o el confinamiento domiciliario, y ha aumentado la censura. ¡Y se autodenominan comunistas... Menuda gentuza!

Mi más honesto respeto por las víctimas... y mi absoluto desprecio a la hipocresía de Occidente y al autoritarismo del régimen de un país, dos sistemas.

jueves, 4 de junio de 2009

Razones por las que no deberíamos poner nombres a las razas humanas

La taxonomía es el estudio de las clasificaciones. Aplicamos reglas taxonómicas rigurosas a otras formas de vida, pero cuando llegamos a la especie que mejor deberíamos conocer, nos encontramos con problemas de toda índole.

Normalmente dividimos nuestra propia especie en razas. Bajo las leyes de la taxonomía, todas las subdivisiones formales de las especies son denominadas subespecies. Las razas humanas, por consiguiente; son subespecies de Homo sapiens.

En el transcurso de la pasada década [los años 60], la práctica de dividir las especies en subespecies ha ido siendo gradualmente abandonada en muchos sectores, ya que la introducción de técnicas cuantitativas sugiere métodos diferentes para el estudio de la variabilidad geográfica en el seno de las especies. La designación de las razas humanas no puede y no debe quedar divorciada de las cuestiones sociales y éticas que conciernen exclusivamente a nuestra especie. No obstante, estos nuevos procedimientos taxonómicos añaden una argumentación general y puramente biológica a un antiguo debate.

Yo defiendo la idea de que la clasificación racial, que aún continúa vigente, de Homo sapiens representa un enfoque obsoleto al problema general de la diferenciación dentro de una especie. En otras palabras, rechazo la clasificación racial de los humanos por las mismas razones por las que prefiero no dividir en subespecies a los caracoles terrestres, prodigiosamente variables, de las Indias Occidentales que constituyen el tema de mis propias investigaciones.

Se ha planteado esta argumentación en contra de las clasificaciones raciales en multitud de ocasiones, de modo notable por parte de once autores en The Concept of Race, libro editado por Ashley Montagu en 1964 (reeditado en 1969 como edición rústica por Collier-Macmillan). Y no obstante, estos puntos de vista no lograron una aquiescencia general porque las prácticas taxonómicas de hace una década seguían apoyando la designación rutinaria de subespecies. Por ejemplo, en 1962, Theodosius Dobzhansky expresó su sorpresa ante el hecho de que «¡algunos autores se hayan convencido a sí mismos de que la especie humana carece por completo de razas!… Del mismo modo que los zoólogos observan una gran diversidad de animales, los antropólogos se ven confrontados por una variedad de seres humanos… Las razas son un tema de estudio científico y de análisis simplemente porque constituyen un hecho de la naturaleza». Y Grant Bogue, en su debate con Ashley Montagu, escribió recientemente: «Algunos académicos inadaptados han dicho que no, que todo esto es un error… y algunos de ellos han llegado incluso a sugerir que hasta el concepto mismo de raza existe tan sólo en nuestras cabezas… Ante semejante afirmación existen varias respuestas posibles. Una de ellas es expresada a menudo: las razas son evidentes por sí mismas.»

En todas estas argumentaciones existe una falacia escandalosa. La variabilidad geográfica, y no las razas, es lo que es evidente por sí mismo. Nadie puede negar que Homo sapiens es una especie fuertemente diferenciada; pocos combatirán la observación de que las diferencias en el color de la piel constituyen el signo externo más llamativo de esta diferenciación. Pero el hecho de la variabilidad no requiere la designación de razas. Existen mejores modos de estudiar las diferencias entre los humanos.

La categoría de especie tiene un status especial en la jerarquía taxonómica. Bajo los principios del «concepto de especie biológica» cada especie representa una unidad «real» en la naturaleza. Su definición refleja este status: «una población de organismos entrecruzables potencial o realmente que comparte el mismo pool genético». Por encima del nivel de la especie, nos encontramos con una cierta arbitrariedad. El género de un hombre puede constituir la familia de otro. No obstante, existen ciertas reglas que hay que seguir en la construcción de jerarquías. Así, no se pueden situar dos miembros del mismo taxón (por ejemplo del mismo género) en diferentes taxones de rango más elevado (familia u orden, por ejemplo).

Por debajo del nivel de la especie, tan sólo disponemos de la subespecie. En Systematics and the Origin of Species (Columbia University Press, 1942), Ernst Mayr definió esta categoría: «La subespecie, o raza geográfica, es una subdivisión geográficamente localizada de la especie, que difiere genética y taxonómicamente de otras subdivisiones de la especie». Necesitamos satisfacer dos criterios: (1) Una subespecie debe ser reconocible por rasgos morfológicos, fisiológicos o de comportamiento, esto es, debe ser «taxonómicamente» (y, por inferencia, genéticamente) diferente de otras subespecies; y (2) Una subespecie debe ocupar una subdivisión de la distribución geográfica total de la especie. Cuando decidirnos caracterizar la variación en el seno de una especie estableciendo subespecies, dividimos todo un espectro de variaciones en paquetes discretos con límites geográficos definidos y características reconocibles.

Las subespecies difieren de todas las demás categorías taxonómicas en dos aspectos fundamentales: (1) sus límites nunca pueden ser fijos y definidos ya que, por norma, un miembro de una subespecie puede hibridarse con los miembros de cualquier otra subespecie dentro de su especie (un grupo que no pueda hibridarse con otras formas cercanas a él deberá ser designado como especie); (2) La categoría no tiene por qué ser necesariamente utilizada. Todos los organismos deben pertenecer a una determinada especie, cada especie a un género, cada género a una familia, y así sucesivamente. Pero no existe necesidad alguna de que la especie sea dividida en subespecies. La subespecie es una categoría de conveniencia. La utilizamos tan sólo cuando juzgamos que nuestra comprensión de la variabilidad se verá incrementada al establecer paquetes discretos, geográficamente determinados, en el seno de una especie. Hoy en día muchos biólogos argumentan que no sólo resulta inconveniente, sino también definitivamente engañoso imponer una nomenclatura formal a los esquemas dinámicos de variabilidad que observamos en la naturaleza.

¿Cómo podemos hacernos cargo de la rica variabilidad geográfica que caracteriza a tantas especies, incluyendo a la nuestra? Como ejemplo del enfoque antiguo, se publicó una monografía en 1942 acerca de la variación geográfica del caracol arborícola hawaiano Achatinella apexfulva. El autor dividió esta especie asombrosamente variable en setenta y ocho subespecies formales y sesenta «razas microgeográficas» adicionales (aplicada a unidades demasiado indistintas como para ostentar un rango subespecífico). Cada subdivisión recibió un nombre y una descripción formal. El resultado constituye un voluminoso y casi ilegible tomo que entierra uno de los fenómenos más interesantes de la biología evolutiva bajo una maraña impenetrable de nombres y descripciones estáticas.

Y aún así, existen esquemas de variación en el seno de esta especie que fascinarían a cualquier biólogo: correlaciones entre la forma de la concha con la altitud y las precipitaciones, variaciones finamente ajustadas a las condiciones climáticas, rutas de migración reflejadas en la distribución de marcas coloreadas de la concha. ¿Acaso nuestra aproximación a semejantes variaciones ha de ser la de un catalogador? ¿Debemos dividir artificialmente un esquema tan dinámico y continuo en unidades disjuntas con nombres formales? ¿Acaso no sería mejor trazar un mapa de esta variabilidad de un modo objetivo sin imponer sobre él el criterio subjetivo de subdivisión formal que todo taxónomo se ve obligado a utilizar al nombrar subespecies?

En mi opinión, la mayor parte de los biólogos responderían hoy «sí» a esta pregunta; creo también que habrían respondido lo mismo hace treinta años. ¿Por qué entonces continuaron abordando la variación geográfica estableciendo subespecies? Lo hicieron así porque no se habían desarrollado aún técnicas objetivas para trazar el mapa de la variación continua de una especie. Podían, desde luego, trazar la distribución de caracteres únicos, por ejemplo, el peso corporal. Pero la variación en rasgos aislados es un pálido reflejo de los esquemas de variación que afectan simultáneamente a multitud de caracteres. Más aún, el problema clásico de la «incongruencia» se planteaba también. Los mapas construidos para rasgos únicos casi invariablemente presentan distribuciones diferentes: el tamaño puede ser grande en los climas fríos y pequeño en los cálidos, mientras que el color puede ser claro en el campo abierto y oscuro en los bosques.

Un mecanismo satisfactorio para la elaboración de mapas exige que se trate simultáneamente la variación en multitud de caracteres. Este tratamiento simultáneo es denominado «análisis de multivariables». Los estadísticos desarrollaron las teorías básicas del análisis de multivariables hace muchos años, pero su uso rutinario no pudo ser contemplado antes de la invención de las grandes computadoras electrónicas. Las computaciones que implica son extremadamente laboriosas y están fuera de la capacidad de las calculadoras de mesa y de la paciencia humana; pero una computadora puede realizarlas en segundos.

En el transcurso de la última década, los estudios de la variación geográfica se han visto transformados por la utilización del análisis de multivariables. Casi la totalidad de los defensores de este tipo de análisis han declinado la nominación de subespecies. No puede trazarse un mapa de una distribución continua si todos los especímenes deben ser previamente asignados a subdivisiones discretas. ¿Acaso no es mejor limitarse a caracterizar cada muestra local por su propia morfología y buscar regularidades interesantes en los mapas que así surgen?

El gorrión común (Passer domesticus), por ejemplo, fue introducido en Norteamérica en los años 1850. Desde entonces, se ha extendido geográficamente y se ha diferenciado morfológicamente hasta un grado notable. Previamente, esta variación se abordaba por medio de la creación de subespecies. R. F. Johnston y R. K. Selander (en Science, 1964, p. 550) se negaron a utilizar este procedimiento. «No estamos convencidos», argumentaban, «de que la estasis de la nomenclatura resulte deseable para un sistema patentemente dinámico». Por el contrario, hicieron un mapa de los esquemas de variación de multivariables. He reproducido uno de sus mapas, que refleja una combinación de dieciséis caracteres morfológicos que representan el tamaño general del cuerpo. La variación es continua y ordenada. Los gorriones grandes tienden a vivir en las áreas tierra adentro del norte, mientras que los gorriones pequeños habitan en las zonas del sur y las costeras. La fuerte relación entre el tamaño corporal y los climas invernales fríos es evidente. ¿Pero la habríamos visto con la misma claridad, si la variación se hubiera visto expresada por una serie de nombres en latín que dividieran artificialmente el continuum? Más aún, este esquema de variación refleja la operación de un principio fundamental de la distribución de los animales. La regla de Bergmann asevera que los miembros de una especie de sangre caliente tienden a ser de mayor tamaño en climas fríos. La explicación habitual de este fenómeno invoca la relación entre el tamaño y la superficie relativa. Los animales grandes tienen relativamente menos área superficial que los pequeños. Dado que los animales pierden calor por radiación a través de su superficie externa, un decrecimiento de la superficie total relativa contribuye a que puedan mantener su cuerpo caliente. Por supuesto, los esquemas de variación geográfica no son siempre tan ordenados. En muchas especies, ciertas poblaciones son notablemente diferentes a grupos inmediatamente adyacentes. Sigue siendo mejor trazar los mapas de estos esquemas objetivamente que asignar nombres estáticos.

El análisis de multivariables empieza a tener el mismo efecto en los estudios de la variación humana. En las últimas décadas, por ejemplo, J. B. Birdsell escribió varios distinguidos libros que dividían la humanidad en razas, siguiendo la práctica aceptada por aquel entonces. Recientemente, ha aplicado el análisis de multivariables a las frecuencias de los genes de los grupos sanguíneos entre los aborígenes australianos. Rechaza toda subdivisión en unidades discretas y escribe: «Bien podría ocurrir que la investigación de la naturaleza y la intensidad de las fuerzas evolutivas sea el objetivo a perseguir, mientras los placeres de clasificar al hombre se desvanecen, tal vez para siempre.»

martes, 2 de junio de 2009

¡Este clero...!

Cada vez que abre la boca es para meter la pata. Con tal de no reconocer y condenar abiertamente los abusos y maltratos a menores efectuados por clérigos católicos en Irlanda, salen condenando el aborto. Y claro es, que la culpa es de todos, pero no de la jerarquía que lo ha permitido...