domingo, 5 de diciembre de 2021

Pandemia de totalitarismo

Se ha abolido el amor / en nombre de la salud.
Ya se abolirá la salud.
Se ha abolido la libertad / en nombre de la medicina.
Ya se abolirá la medicina.
Se ha abolido a Dios /  en nombre de la razón.
Ya se abolirá la razón.
Se ha abolido al hombre / en nombre de la vida.
Ya se abolirá la vida.
Se ha abolido la verdad / en nombre de la información.
Mas no se abolirá la información.
Se ha abolido la Constitución / en nombre de la emergencia.
Mas no se abolirá la emergencia.

(GIORGIO AGAMBEN)

 

GERMÁN VALCÁRCEL

Estos tiempos de coronavirus están poniendo de manifiesto, las tendencias totalitarias que anidan en el seno de las sociedades occidentales (algo intrínseco al capitalismo en todas sus variantes, ya sean la liberal, neoliberal, o las mal llamadas socialista o comunista) donde el exceso de mandato se vuelve cómplice del exceso de obediencia. Los voceros del poder nos insinúan, de forma nada sutil, más bien se nos impone como dogma, que el virus del coronavirus es algo que trasciende a lo sanitario, lo que incentiva actitudes cada vez más polarizadas, fundamentalistas y profundamente ideologizadas que tiñen la cotidianeidad de amenazas, sospechas y denuncias.

El coronavirus es un tema que va más allá de lo sanitario, convirtiéndose, casi exclusivamente, en político. En España, amplios sectores de la izquierda social, afines al gobierno actual, no se recatan en sostener que los que cuestionan la gestión de la crisis covidica están haciendo el caldo gordo a la extrema derecha. Opinar desde posiciones críticas, y hacer públicamente preguntas, sobre dicha gestión, te convierte de inmediato en terraplanista, magufo, conspiranoico, negacionista, antivacunas —da igual el número de ellas que tengas inoculadas en tu cuerpo— anticientífico, feroz individualista neoliberal seguidor de las tesis de la derecha alt-right o de la nueva extrema derecha «QAnonista». Cualquier calificativo sirve para enviar a la hoguera o convertir en un paria social a todo el que cuestione el relato oficial. Todo vale para intentar silenciar o desacreditar la disidencia, el pensamiento crítico. Una vez más eso que se llama izquierda se ahoga en su propia estupidez y mediocridad, una vez más, su cortedad de miras nos pone a los pies de los caballos del neoliberalismo.

Por supuesto que entre los disidentes hay, también, imbéciles, descerebrados, manipulados y egocéntricos que solo saben ver su grasiento ombligo —cuánto daño hacen— pero no en mayor porcentaje que entre los «covidianos». Si lo que se pretende es acabar con la necedad, empiécese por donde es más abundante.

La vacunación, tal como se está planteando, no es un tema sanitario. Muchas personas ya aceptan que lo que realmente molesta no es que los no vacunados sean fuentes de contagio, sino que se resistan a formar parte del acrítico rebaño inoculado, a ser cómplices de políticas liberticidas. Hay que ser muy ciego para aceptar que gobiernos que practican políticas autoritarias —encarcelan a sus propios ciudadanos en sus viviendas— en nombre de una pseudociencia pueden ser compatibles con la democracia.

Las estadísticas del propio Ministerio de Sanidad —a ellas les remito— confirman que ni lo son, ni siquiera son los que más enferman o mueren, particularmente llamativa es la situación del área de salud del Bierzo y Laciana donde la vacunación ha alcanzado a más del 85% del total de la población, el 94% si descontamos los menores de 12 años, y, sin embargo, las hospitalizaciones van en aumento.

Seguramente por eso, en países como Portugal o España, donde con más del 90% de la población menor de 12 años vacunada —en Portugal más del 95%— ahora van a por los niños, convertidos en 'bombas víricas', con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación bastantes más peligrosos para la salud —al menos para la mental— que el propio virus.

En nuestro país, la senda hacia el totalitarismo la está abriendo el gobierno más progresista de la historia de España: ahí tienen, como anticipo de lo que vendrá, a la derecha neoliberal de Euskadi y Galicia, en ambas comunidades autónomas con más del 91% de las personas vacunadas, en la segunda con más del 96%, excluyendo a los menores de 12 años, (más del 82% de la población total vasca está inoculada y el 86% en Galicia, a la espera de empezar con los niños, algo que el amigo de los narcos ya ha autorizado) exigiendo el pasaporte covidico, no solo para entrar en bares y restaurantes, sino incluso para acceder a los hospitales. En definitiva, una clara demostración de lo que nos espera, cuando esa derecha recupere el poder. Pero la responsabilidad será de los poco más de tres millones seiscientas mil de personas mayores de doce años que, a día de hoy, todavía siguen sin vacunar en este país.

 El coronavirus está siendo la oportunidad de poner en marcha nuevos ajustes económicos, nuevas formas de relaciones sociales

La salud pública es algo instrumental en esta «guerra». Lo importante es lograr «ciudadanos ejemplares», según la «norma» vigente. Muchos vacunados reconocen, ya sin ningún pudor, que vacunarse permite seguir tomando cañitas «libremente» y salir de viaje al extranjero, son los mismos que despotrican contra Isabel Díaz Ayuso. Lo conveniente es no salirse del redil y que el delirante metabolismo socioeconómico, del que formamos parte, siga funcionando, aunque ello signifique una catástrofe eco-social.

El virus del coronavirus ha traído otra infección, a la que nadie parece temer. Es una nueva forma de pensar, interactuar y percibir donde la diferencia entre verdad y falsedad se agota o deja de tener relevancia e importancia. Todo puede ser mentira, todo puede ser verdad. Desde ahí se impone una suerte de ideología totalitaria, «políticamente correcta», desde la cual, y eso en un sistema que se formula democrático, se impone la censura tácita de lo que es correcto expresar y aquello que, por el contrario, será sancionado, denunciado y denigrado, sistemáticamente. Es una imposición ideológica que gusta, sin embargo, de presentarse como democrática y, dicen con su redundante hipocresía, pensada para el bien común. La misma se impone desde el Estado, pero también desde movimientos sociales donde la reivindicación de la fuerza y la necesidad de unanimidad implican que cualquier disenso sea perseguido y excluido.

Aunque no es este el espacio, ni el momento, para hablar sobre que es una operación de ingeniería social, sí me atrevo a afirmar que el coronavirus está siendo la oportunidad de poner en marcha nuevos ajustes económicos, nuevas formas de relaciones sociales en todo el mundo. Mientras, las elites dirigentes, conscientes y conocedores de la brutal caída de la tasa neta de energía disponible y de la carencia, cada vez más evidente de materias primas necesarias para el normal funcionamiento de nuestro metabolismo socioeconómico y de la ruptura de los canales de distribución, se preparan y se blindan para el nuevo escenario.

Es necesario abrir el debate sobre si estamos frente a un modelo neoliberal que se renueva desde el discurso sanitario. La ausencia de debate, está permitiendo que los «ajustes» económicos en curso, el expolio y la destrucción ecológica y social que llevan aparejados, no estén despertando indignación ni protestas, y las escasas voces críticas que se levantan son estigmatizadas y descalificadas, no solo por los neoliberales, también, lo más penoso, por las acríticas y sectarias hordas pesoistas y podemitas. Lo preocupante es que estas medidas se presentan como la única posibilidad de reacción y son impuestas como la única solución posible, a efectos de evitar el caos y el descalabro social.

Es necesario señalar como la práctica disciplinante actual es indisociable de una renovada visión capitalista, la que se legitima en el discurso de la emergencia sanitaria para imponer ajustes que precarizan calidad y condiciones de vida. Mientras, se implanta con fuerza una visión economicista basada en privatizaciones (colaboración pública-privada) ahora en nombre de la urgencia sanitaria. Ajustes economicistas que se reciben como inevitables y, aún más, impostergables. Llama la atención como son recibidos con una resignación que raya la apatía y la claudicación.

No duden que los afines al sistema dirán que los «ajustes» es el 'decrecimiento' que algunos defendemos; como sostienen, con la misma desvergüenza, hipocresía y cinismo, que el Green New Deal (Nuevo Pacto Verde) es la transición energética que, también, defendíamos los defensores de las tesis decrecentistas. La ignorancia como argumento, la frivolización como método de descalificar el pensamiento crítico. Son los procedimientos de los todólogos en los medios de comunicación de masas y de los necios que los imitan en las redes sociales.

Ya no hay convencimiento racional, sino imposición desde la amenaza de pánico. Desde ahí, se está imponiendo el disciplinamiento sanitario y las prácticas totalitarias se van generalizando, con ello los efectos de esa lógica totalitaria se imponen, prácticamente sin ninguna oposición.

Nada de lo que ocurre resulta novedoso, aunque actualmente es muy evidente. Ya sostenía, el filósofo francés Michel Foucault, a finales del pasado siglo: «La sociedad de vigilancia quiere fundar su derecho en la ciencia; esto hace posible la suavidad de las penas o, mejor, de los cuidados, las correcciones, pero con ello se extiende su poder de control, de imposición de la norma».

LA OVEJA NEGRA / BIERZO DIARIO
(4/12/2021)
 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Manifiesto por una salida razonable a la crisis de la Covid

16 noviembre 2021
https://salidarazonablecovid.es/

La sociedad española siente en estos momentos un comprensible cansancio en todo lo relativo a la crisis de la Covid. La tensión se ha relajado considerablemente y no pocas personas quisieran pasar página y hablar de otras cuestiones después de 20 meses de monotema. Sin embargo, algunas de las medidas contra la Covid que se aplican en nuestro país o en otros de nuestro entorno (pasaportes sanitarios, vacunación indiscriminada, etc.) no tienen en estos momentos ni verdadera base científica ni justificación sanitaria alguna, pero atentan contra los derechos fundamentales de las personas y han abierto algunas tendencias muy peligrosas para el desarrollo democrático y ecológico de las sociedades contemporáneas.

Por otra parte, es probable que el invierno traiga una nueva subida de casos, como las que están experimentando ya otros países, por ello queremos reivindicar algunas líneas de acción que son todavía muy necesarias y han sido relegadas por las autoridades sanitarias españolas (quienes han centrado prácticamente toda su estrategia en torno a las vacunaciones y las medidas de distanciamiento social). Por ello, las personas abajo firmantes, profesionales de la salud, investigadores en el campo de la medicina y la biología, científicos de otros campos, filósofos, activistas, comunicadores y ciudadanos en general, preocupados por la salud pública, que es nuestra salud, declaramos lo siguiente:

1– Es preciso salir de los enfoques reduccionistas centrados únicamente en la vacunación.

Durante estos meses han sido numerosos los científicos y profesionales de innegable reputación que han planteado la necesidad de abordar la Covid a todos los niveles: profilaxis, tratamiento temprano, tratamiento hospitalario y vacunación. A pesar de la intachable lógica de este planteamiento, nuestros gobernantes, siguiendo recomendaciones de la OMS, apenas han prestado atención al tratamiento temprano. No resulta fácil comprender esta falta de atención, y menos teniendo en cuenta que este virus llegó en distintos momentos a saturar UCIs y hospitales y a desbordar la capacidad del sistema de salud pública.

En estos momentos, son miles los doctores de todo el mundo que comunican resultados no desdeñables en la atención temprana, e incluso en la profilaxis, con protocolos compuestos de medicamentos como la ivermectina, la fluvoxamina, la quercetina, el zinc, la hidroxicloroquina, la melatonina o la vitamina D. En países como México, India, Zimbabue, Madagascar y algunos estados de Perú y Argentina se han usado de forma amplia kits de tratamiento temprano que, según sus defensores, han tenido impactos muy positivos. Es oportuno destacar que la ivermectina y otros fármacos que se han usado en tratamiento temprano de la Covid son bastante económicos, pues están libres de patente, y sus efectos secundarios no son considerables o pueden ser manejados adecuadamente, por ser medicamentos muy utilizados desde hace tiempo.

Sin embargo, el gobierno español y la mayor parte de gobiernos europeos no han prestado atención a estas intervenciones farmacológicas precoces, en consonancia con las directrices de entidades como la OMS y la EMA, unas directrices que nos preguntamos si han podido ser condicionadas por el hecho de que la financiación de esos organismos depende en gran medida de empresas farmacéuticas y otras entidades privadas. Después de 19 meses de intensa investigación y numerosos ensayos clínicos con todo tipo de medicamentos, el tratamiento temprano de las personas enfermas de Covid se sigue limitando al confinamiento en el domicilio y el uso de analgésicos hasta que éstas se encuentran tan enfermas que deben ir a un hospital. En esa fase hospitalaria, según doctores con amplia experiencia en el tratamiento temprano, es mucho más complicado combatir la enfermedad y las posibilidades de curación son mucho menores.

Las organizaciones internacionales relacionadas con la salud, como la OMS, la EMA y la FDA, desaconsejan todos estos tratamientos tempranos con el único argumento de que no hay datos concluyentes sobre su utilidad. Esto contrasta con el hecho de que no se ha empleado la misma cautela con las vacunas, y es, como mínimo, negligente, ya que después de tantos meses de pandemia, ha habido tiempo más que suficiente para analizarlos en profundidad y obtener conclusiones sobre su efectividad.

Estas mismas instituciones internacionales, en cambio, aprobaron en marzo de 2020 el antiviral Remdesivir para el tratamiento del Covid (cuyo precio llegó a ascender a 2.000 euros por paciente) sobre la base de dos estudios clínicos controlados que solo encontraron signos muy modestos de su eficacia. En estas semanas varias empresas farmacéuticas están solicitando autorizaciones de emergencia para la aprobación de nuevos medicamentos sujetos a patente para el tratamiento temprano de la Covid. A pesar de que han recibido atención generosa en los medios, los ensayos que muestran su eficacia son muchos menos que los de otros tratamientos tempranos y su seguridad está muy lejos de tener las garantías de fármacos conocidos desde hace décadas. En cambio, el tratamiento temprano de ivermectina para la Covid sigue sin obtener la aprobación de estas agencias después de 30 estudios clínicos aleatorizados y controlados, de los cuales 27 arrojan resultados claramente positivos, a pesar de ser un medicamento con un perfil de seguridad excelente que fue aprobado para su uso contra la sarna con el respaldo de solo 10 estudios y en las mismas dosis propuestas ahora para la Covid.

Por otra parte, el sistema de salud pública apenas se ha reforzado desde el inicio de esta coyuntura. Más bien al contrario, se ha degradado tanto en la atención primaria como en la hospitalaria. Tampoco se han dedicado esfuerzos sustanciales a la investigación y aplicación de tratamientos tempranos, limitando la acción sanitaria a la vacunación, a la hospitalización de los casos graves, al uso de mascarillas y a las restricciones en movilidad y en el derecho de reunión.

2– Se están considerando las vacunas como una cuestión de salud colectiva sin que exista base científica para ello y se están administrando sin conocer los riesgos a medio y largo plazo ni tener en cuenta las particularidades individuales.

A pesar del alto porcentaje de personas que han sido vacunadas contra la COVID en nuestro país y en otros muchos, el descenso en los índices de contagios y hospitalizaciones no ha sido el esperado. Aunque la situación en España ha mejorado, los datos demuestran que las vacunas no han sido tan eficaces como algunos prometían y todos hubiéramos querido.

Para que las vacunas permitieran alcanzar la inmunidad de grupo deberían ser capaces de reducir significativamente la transmisión del virus. Si esta premisa no se cumple, la vacunación termina siendo una opción individual, respetable, pero sin repercusiones sociales. Esto hace que la urgencia por conseguir vacunar a toda la población o la imposición de pases Covid para acceder a espacios públicos se conviertan en medidas absurdas e, incluso, contraproducentes, porque crean una falsa sensación de seguridad.

En las últimas semanas han salido a la luz diversos datos que confirman que las vacunas contra la Covid no ofrecen, en estos momentos, prácticamente ninguna protección frente al contagio. Destacamos los siguientes:

• Inglaterra ha hecho oficial que, frente a la variante delta (mayoritaria en estos momentos en todo el mundo), no se está observando diferencia alguna en la transmisión del virus entre personas vacunadas y no vacunadas.

• Un estudio comparativo no encuentra ninguna correlación entre la ratio de vacunación en diferentes países y los casos de Covid.  

• Se ha documentado la transmisión entre personas completamente vacunadas y cargas virales similares entre vacunadas y no vacunadas.

• Un estudio realizado en Vietnam llega a la conclusión de que las personas vacunadas pueden contagiar más que las no vacunadas porque soportan más carga viral sin desarrollar síntomas. 

• Países como Singapur, Irlanda o Bélgica con más de un 70% de la población completamente vacunada, han sufrido nuevos brotes con la llegada del otoño. 

• Los datos del último Informe sobre Vigilancia de las Vacunas de la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido muestra que la ratio de contagios entre las personas con pauta de vacunación completa no solo no es menor sino que es mayor (el doble) que entre las no vacunadas. 

• Estudios financiados por las propias empresas fabricantes reconocen que la protección de la vacuna frente a contagios se pierde en pocos meses.

Ante la gran cantidad de datos que demuestran que las vacunas no son capaces de disminuir la transmisión de la Covid, no tiene ningún sentido implantar «pasaportes de vacunación» que discriminan fuertemente a las personas que optan por no vacunarse por cualquier tipo de motivo, ya sea éste de salud, de conciencia o simples dudas acerca de la relación riesgo/beneficio.

Como han denunciado varios europarlamentarios de diversos países y distintos signos políticos el pasado 20 de octubre, este tipo de pases sanitarios socavan derechos humanos básicos y sólo se podrían justificar en circunstancias excepcionales y si estuvieran suficientemente respaldados por datos científicos inequívocos. Constituyen, de hecho, un verdadero apartheid de nuevo cuño que coacciona a la población para que acepte ser tratada con un medicamento experimental cuya eficacia, necesidad y seguridad son, por lo menos, dudosas. La libertad de circulación, empleo, salud, igualdad, libre asociación, educación y libre expresión de pensamiento están siendo gravemente violadas sin motivo y, en algunos países europeos, las protestas pacíficas contra estas medidas inauditas y sin fundamento sanitario están siendo reprimidas violentamente.

Por otra parte, es preciso tener en cuenta que las actuales vacunas han demostrado tener un número de efectos adversos mucho mayor de lo habitual. Algunas fuentes estiman que los sistemas de vigilancia de Eudra Vigilance y Open Vaers han registrado más de 40.000 muertes relacionadas con la vacunación entre EEUU y la UE, lo que está causando que algunos países estén limitando su uso en jóvenes.

Ante este elevado número de efectos adversos detectados en el corto plazo, las instituciones sanitarias competentes deberían ofrecer datos detallados, tanto de los casos y muertes por Covid por edades y estado de vacunación como de todos los efectos adversos que se están produciendo por las vacunaciones. De esa forma, se podría hacer una evaluación de las ratios riesgo/beneficio por edad y los facultativos podrían optar por desaconsejar la vacunación en personas que apenas corren riesgos ante la enfermedad como los niños y jóvenes. Estos datos no se están difundiendo ni tampoco se está pidiendo el necesario consentimiento informado a las personas que se vacunan.

La industria farmacéutica, por otra parte, está promoviendo nuevas campañas de vacunación, supuestamente para suplir la pérdida de eficacia de las dosis anteriores, pero nuestras autoridades sanitarias deberían plantearse exigir a estas compañías un producto de mayor seguridad y mejor efectividad antes de seguir invirtiendo enormes cantidades de dinero público en sucesivas campañas masivas de vacunación, sobre todo si existen evidencias más que suficientes de tratamientos eficaces que pueden ayudar a gestionar de forma mucho más económica y segura esta crisis sanitaria.

No podemos ignorar que este exclusivismo en la estrategia frente a la COVID ha permitido a las grandes industrias farmacéuticas firmar unos contratos multimillonarios por la venta de sus vacunas, disparando sus beneficios de un modo desorbitado. Dichos contratos, además, eximen a los suministradores de toda responsabilidad por sus posibles daños o efectos adversos. Hay que recordar que la Agencia Europea del Medicamento sigue dando a estos tratamientos solo una «autorización comercial condicional» y no una plena autorización, puesto que están todavía en fase experimental y, de hecho, no encajan dentro de la definición clásica de vacunas.

Por contra, tratamientos tempranos con excelentes perfiles de seguridad y aprobados para uso humano desde hace décadas, siguen esperando su aprobación. Ni siquiera se contemplan medidas de profilaxis tan sencillas como hacer un seguimiento de los niveles de vitamina D, a pesar de que varios estudios confirman la relación entre los niveles bajos de esta vitamina y los casos más graves de Covid.

En vista de todo ello reclamamos al Gobierno español y a las instituciones sanitarias de las Comunidades Autónomas:

1. La inclusión de los tratamientos tempranos en la estrategia para afrontar la Covid, especialmente todos aquellos basados en fármacos de reducido coste que han sido usados exitosamente en otros países. Reclamamos, también, atención y apoyo al desarrollo de otras posibles vacunas independientes de las grandes industrias farmacéuticas, de las que ya hay proyectos en nuestro país.

2. Solicitamos que no se contemple la vacunación infantil, dado que en menores de edad la incidencia de la infección es muy reducida y los efectos adversos de la vacunación son más habituales y graves y llegan a ser más los riesgos que los beneficios. Solicitamos también la moratoria en la vacunación de otros colectivos más susceptibles a los efectos adversos, como las mujeres embarazadas. Exigimos que se aplique el principio de consentimiento informado en todas las vacunaciones.

3. Los intentos de establecer algún tipo de «pasaporte Covid» y la discriminación de las personas no vacunadas en todo tipo de espacios y servicios públicos deben ser desestimados, tanto por el escaso éxito que las vacunas están teniendo en la prevención de la infección, como por el hecho de que violan libertades esenciales que toda democracia debería garantizar y proteger. Consideramos que no existe justificación alguna para la actual presión institucional y mediática para vacunar a toda la población y que la segregación de las personas no vacunadas es contraproducente (por crear una falsa sensación de protección) y profundamente antidemocrática.

4. No nos parece lógico seguir destinando el grueso del gasto público en salud a nuevas compras de vacunas ni de otros tratamientos caros y poco probados mientras no se estudien otras posibilidades de tratamiento con fármacos de menor coste y de probada seguridad.

5. Reclamamos el libre acceso público a los textos íntegros de los contratos ya establecidos con las multinacionales farmacéuticas. En cuestiones tan importantes para la vida de todos, el secretismo y la opacidad no son de recibo.

6. Exigimos un mayor esfuerzo de inversión en el sistema de salud pública, tanto en medios materiales como en personal. Debe garantizarse, con las oportunas medidas de seguridad, la atención presencial del médico al paciente en todos los casos. Hay que acabar ya con los múltiples efectos negativos que esta falta de atención está provocando.

7. Reclamamos, en cuanto sea posible, la eliminación de las medidas de control restrictivas de la movilidad y de las relaciones interpersonales, por los daños sociales, económicos, psicológicos y sobre la salud que comportan.

Por otra parte, queremos dirigirnos, también, a los medios de comunicación.

Hemos observado con gran preocupación la escasa presencia en las grandes instituciones periodísticas de espacios que den voz a todos los actores relevantes, y de debates constructivos sobre esta crisis sanitaria. Existe una preocupante homogeneidad en los contenidos que se publican y una ausencia casi total de voces críticas. Toda objeción a cualquier mínimo aspecto de las vacunaciones es calificada de «negacionista», cuando no de «conspiranoica» o «ultraderechista» y se propicia un clima de segregación y culpabilización injustificado hacia quienes no son partidarios de vacunarse. Vemos que numerosas figuras relevantes de la medicina de otros países que han sido críticas con el discurso oficial han estado ausentes completamente de los medios españoles y la información que se ha ofrecido ha ignorado los resultados de numerosos estudios científicos.

Pedimos, por tanto, a los medios de comunicación, una posición más imparcial y respetuosa con su propia deontología en estos temas. Existen numerosas voces que, desde la ciencia y la experiencia clínica, están ofreciendo críticas muy valiosas que no están llegando a la sociedad. Instamos a los medios de comunicación a que acudan directamente a las fuentes de la información científica y a los profesionales que trabajan sobre el terreno y no se queden únicamente con las versiones de las instituciones oficiales o las empresas farmacéuticas. Pedimos también al conjunto de la sociedad el cese de la discriminación de los disidentes y del encasillamiento de toda opinión crítica en esos estrechos estereotipos en los que se ha visto metida durante estos meses.

Con todo esto queremos defender el derecho de toda la ciudadanía a los mejores tratamientos disponibles para hacer frente a la enfermedad de la Covid. Tenemos derecho a todos los tratamientos eficaces y a los mejores frutos de la investigación científica, independientemente de los intereses económicos que se vean involucrados. Queremos, asimismo, reivindicar las libertades de opinión, de expresión y de autonomía sobre la salud propia, y que dejen de utilizarse medidas coercitivas que no tienen justificación alguna como medidas sanitarias con la excusa de que sirven para defender la salud pública.

Por ello, animamos a todas las mentes libres, y muy especialmente a quienes están comprometidos en la promoción de la salud, en la defensa de los derechos humanos y de la democracia, a adherirse a este manifiesto.

Siguen centenares de firmas

martes, 23 de noviembre de 2021

La represión de los NO vacunados y la inutilidad de los pasaportes de vacunación

MIGUEL JARA

¿Se puede ser provacunas (o estar, en general, a favor de la vacunación) y estar totalmente en contra de medidas coercitivas contra no vacunados? Claro que sí y cualquier persona que ame la libertad y se considere democrática debería estar en contra de la represión de quienes no acepten determinado tratamiento sanitario. Y más con tantas dudas como plantean las actuales vacunas Covid-19.

El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, se ha vuelto a mostrar partidario de que se obligue a vacunar a todo el mundo «por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar».

Se una así a la catarata represiva contra quienes han elegido libre y legalmente no vacunarse contra la Covid-19.

Comparte así frente antiNoVacunados con su homólogo el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo, quien insiste en que «no tiene ningún sentido» que el pasaporte Covid, el certificado que acredita que una persona está vacunada con la pauta completa frente al coronavirus, solo sirva «cuando un español sale de España».

Galicia obliga a presentar bien este certificado u otros que acrediten haber dado negativo en las últimas horas o haber superado la enfermedad, para acceder al interior de la hostelería.

En Europa destaca por la agresividad de sus medidas Austria que aplica ya el confinamiento parcial para los no vacunados. Dichas personas sólo podrán salir de sus hogares para comprar productos esenciales, ir a trabajar o visitar a un médico.

Parto de la base de que siempre defenderé la libertad de quienes elijan vacunarse y por cualquier razón no les dejen o no puedan (los vacunados con tres dosis en los países ricos superan a la población con una en los más pobres).

Las vacunas en general y las del Covid-19 no son una excepción son una elección individual, NO son obligatorias, se ponen de manera voluntaria. Pese a que son voluntarias —así lo garantiza la Ley de autonomía del paciente, hay quienes no pierden la oportunidad para intentar hacer realidad sus sueños húmedos de una vacunación de la Covid obligatoria (lo hacen siempre que las circunstancias se lo ponen fácil).

Y esta vez la mentalidad reaccionaria está muy crecida auspiciada por el miedo que a diario generan los grandes medios de comunicación que en buena medida es lo que mueve a los políticos a tomar medidas impopulares.

En Bélgica, por ejemplo, en cada instalación y en cada bar donde entras te piden hoy el certificado de vacunación (nunca antes la Humanidad fue tratada en masa como ganado, literalmente además pues vacuna viene de vaca, ya que fueron descubiertas gracias a estos animales).

En España, como observamos, las comunidades autónomas quieren avanzar por ese camino. Según los expertos, es una medida fácil de aplicar pues bastaría con un Decreto ley del Gobierno que puede conseguirse en unas pocas semanas.

Pero ¿es totalmente efectiva la medida o directamente absurda y sólo se entiende desde el ansia del Poder por el control social?

Los vacunados pueden seguir contagiando. Y se observa que estar rodeado de personas vacunadas hace que bajes la guardia por ejemplo usando menos la mascarilla.

Las vacunas Covid son las menos útiles de la historia (no obstante se hicieron a toda prisa). Estos productos apenas previenen la infección ni detienen la transmisión viral por lo que no existe justificación médica para hacerlas obligatorias.

Sí reducen la gravedad de la enfermedad y la mortalidad, además de las hospitalizaciones. ¿Es motivo ello como para justificar la obligatoriedad? Nuestra legislación es clara, no se puede obligar a una persona sana a recibir un tratamiento médico que no desee.

Se apela entonces a la «solidaridad» de los vacunados con el resto de la población pero es falso. Las vacunas Covid no producen inmunidad de grupo. Para que las vacunas permitieran alcanzar la inmunidad de grupo deberían ser capaces de reducir significativamente la transmisión del virus.

Si esta premisa no se cumple, la vacunación termina siendo una opción individual, respetable, pero sin repercusiones sociales. Y hay que tener algo muy importante en cuenta, que en conjunto el descenso de la inmunidad postvacunal es bastante rápido en la población.

Por ello, se insiste en la tercera dosis y como en unos meses se reduce de manera muy notable la inmunidad se dan cada vez más casos de vacunados que siguen infectándose, lo que hace más discriminatorio aún que sean reprimidos sólo los no vacunados: en meses un vacunado se convierte en un no vacunado si no vuelve a vacunarse. Un bucle vacunal que parece que no va a tener fin…

Escrito de otro modo, que un vacunado enseñe su pasaporte Covid NO quiere decir que no esté en ese momento infectado ni que no vaya a infectar a quienes le rodean. De ahí su inutilidad desde el punto de vista sanitario… otra cosa será el control social ya apuntado.

La urgencia por conseguir vacunar con estos productos a toda la población o la imposición de pases Covid para acceder a espacios públicos se conviertan en medidas absurdas e, incluso, contraproducentes, porque crean una falsa sensación de seguridad (los vacunados han de guardar las mismas medidas de seguridad que los que no han elegido «protegerse»).

Aún así, la autorización para la tercera dosis de la vacuna contra la Covid-19 sigue llegando a más capas de la población. Hay un repunte de casos. Es la prueba de que estas vacunas no funcionan en una amplia capa de la población.

En torno al 30% de los ingresados hoy en las Unidades de Cuidados Intensivos, están vacunados, según comentaba ayer un médico en un espacio televisivo), Pedro Sánchez ha anunciado que los mayores de 60 años y el personal sanitario serán vacunados de nuevo.

¿Se entiende lo del bucle vacunal? Esto, como comenta Juanlu Sánchez, analista de elDiario.es:

«Es un salto cualitativo, ya que hasta ahora la tercera vacuna estaba limitada a personas especialmente vulnerables y mayores de 70 años.»

Esta escalada represiva contra no vacunados nos lleva de nuevo a otro capítulo de desigualdad insoportable.

18 noviembre 2021

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Una pandemia en la cultura de la culpa


Una vez que un gobierno decreta el cierre generalizado, o la obligatoriedad de mascarillas, si los contagios aumentan, la culpa se endosa a los ciudadanos que no cumplen las normas

JUAN MANUEL BLANCO

¡Dios mío, ya está aquí la pandemia!, exclamó Maurice Hilleman, jefe del servicio de enfermedades infecciosas del Ejército de los Estados Unidos, el 17 de abril de 1957 al leer una noticia en el New York Times. Veinte mil personas esperaban delante de los dispensarios de Hong Kong para ser atendidas por una gripe especialmente virulenta. Tras recibir muestras del virus, Hilleman confirmó sus peores temores: no había inmunidad ante esa cepa. Nada podía frenar la Pandemia de Gripe Asiática, que acabaría causando cuatro millones de muertos en una población mundial que no llegaba al 40% de la actual.

Se recomendó a los enfermos permanecer en casa y solo acudir al hospital si los síntomas se agravaban. Escuelas y empresas permanecieron abiertas, descartándose medidas extremas como confinamientos o uso obligatorio de mascarillas por considerarse ineficaces y contraproducentes. No hubo fractura social, ni pánico generalizado, presiones o bandos enfrentados, ni insultos o acusaciones, ni dogmas o herejías. Nadie vigiló o denunció a sus vecinos. Y la pandemia no condujo a pérdida de libertades ni a grandes daños psicosociales.

Aunque la pandemia de 2020 ha constituido una amenaza similar, la política, la conducta de la gente y la actitud de la opinión pública fueron diametralmente opuestas, como si contemplásemos dos civilizaciones de galaxias distintas. La estrategia de 2020 iba a apartarse inesperadamente de la senda prevista, con medidas draconianas, extremas, nunca antes experimentadas, nada respetuosas con derechos y libertades. Muy pocos países, como Suecia, siguieron la línea de siempre, con medidas básicamente voluntarias. Curiosamente, la opinión pública percibió lo contrario: que era Suecia la que se apartaba del guion. El mundo se había vuelto súbitamente del revés.

Finalmente, el virus no pareció entender de leyes o restricciones pues los contagios describieron olas similares con medidas laxas o draconianas, con mascarillas o sin ellas. Las novedosas restricciones se mostraron irrelevantes y contraproducentes, como ya advertía la sabiduría del pasado. Entonces, ¿por qué casi todos los gobiernos reaccionaron con tal exageración en 2020? En buena medida porque así evitaban ser culpados por la pandemia, transfiriendo la acusación a otros. Y aquí está la clave: en 1957 nadie hubiese culpado a los gobernantes por los fallecidos en una epidemia, hoy sí.

Una catástrofe natural, sin culpables

En Risk and Blame (1992), Mary Douglas explica que, para las sociedades tribales, premodernas, ninguna desgracia ocurría porque sí: siempre había culpables. Las muertes eran causadas por algún conjuro de brujería; los desastres por la ruptura de algún tabú. Pensaban que todas las calamidades eran evitables, fuera con un sortilegio o persiguiendo como chivos expiatorios a quienes violaron el tabú.

Al superar la magia y la brujería, la sociedad moderna comenzó a identificar ciertos fenómenos como imprevisibles e inevitables, donde no cabe ya buscar culpable. Surgen los conceptos de accidente, muerte natural o catástrofe natural, propios de la mentalidad moderna. Así, la gente identificó la pandemia de 1957 como una catástrofe natural, sin culpables.

Sin embargo, durante el último cuarto del siglo XX el pensamiento occidental sufriría una sorprendente regresión hacia concepciones premodernas, hacia una cultura de la culpa que erosionaría los conceptos de accidente o catástrofe natural. Comenzó a volver la idea de que todas las desgracias son evitables y, por tanto, culpa de quienes no hacen lo suficiente por impedirlas. Como señala Mary Douglas, «hoy consideramos cada accidente como un caso de negligencia criminal, cada enfermedad como una amenaza de enjuiciamiento. Preguntamos siempre ¿de quién es la culpa?, y después ¿cuál será la indemnización?».

Esta curiosa evolución se plasmó en la llamada revolución de los litigios, que afectó especialmente a Estados Unidos. Se dispararon las demandas judiciales por unos daños que, anteriormente, los jueces declaraban accidentales, no culposos. Surgieron los abogados «cazadores de ambulancias», apostados en los servicios de urgencia para animar a los lesionados a litigar, aunque fuera contra quien fabricó el vehículo, construyó la carretera, puso las señales, colocó carteles que distraían la atención o no advirtió del peligro de circular con nieve.

Arreciaron también las demandas por negligencia médica en muchos fallecimientos que antaño se consideraban naturales e inevitables, impulsando a muchos facultativos a adoptar la medicina defensiva, una estrategia para guardarse las espaldas ante un posible litigio. Consiste en prescribir muchas más pruebas de las necesarias, recetar medicamentos en exceso, hospitalizaciones prescindibles y, sobre todo, atenerse a protocolos muy rígidos, que permiten cubrir el expediente. El criterio del profesional acaba sustituido por meras formalidades, extremadamente costosas en tiempo y presupuesto, perjudiciales para el paciente, pero muy eficaces para una defensa legal.

Un proceso de infantilización

La novedosa cultura de la culpa forma parte de un proceso general de huida de la responsabilidad personal, de creciente infantilización de una sociedad que no acepta el infortunio, la enfermedad o la muerte. Donde abunda una personalidad que se desahoga con la queja, el pataleo o la transferencia de culpa a los demás, que ansía un mundo completamente previsible, sin incertidumbres, de riesgo cero, con muchos derechos y pocas responsabilidades.

La pandemia de 2020 golpeó a una sociedad dominada ya por estas actitudes premodernas, empujando a los gobernantes a responder con una sanidad defensiva, con medidas sobrepasadas, que no resistían un análisis coste-beneficio pero servían muy bien como coartada ante cualquier acusación. Una vez que un gobierno decreta el cierre generalizado, o la obligatoriedad de mascarillas, si los contagios aumentan, la culpa se endosa a los ciudadanos que no cumplen las normas. Si descienden, el mérito es del gobierno. Por el contrario, los pocos gobernantes que basan su estrategia en medidas voluntarias son culpados directamente de los fallecimientos aunque logren una tasa de mortalidad sensiblemente inferior.

En esta tesitura, casi todos los políticos apostaron por la estrategia más conveniente… para ellos mismos. Incluido Boris Johnson, que no resistió tamaña presión más que un par de semanas. Porque mantener una política sensata, que preserve libertades y derechos requiere hoy día unos niveles de convicción, responsabilidad y valentía tales que son prácticamente inexistentes en la clase política. Las exageradas medidas cumplen a la perfección el papel de conjuro de hechicero: ineficaces para resolver el problema, pero muy apropiadas para endosar la culpa a otros.

Escapar del presente oscurantismo implica aceptar que nadie es culpable de una enfermedad; ni las autoridades, ni la gente. Y que no es lícito perseguir o señalar a quienes deciden no vacunarse porque, aunque la vacuna resulte recomendable para los adultos, la presión y la descalificación generan una ruptura de la convivencia, una violación de derechos y una regresión hacia un asfixiante régimen de intolerancia tales, que los estragos causados a la sociedad acaban siendo muy superiores al beneficio que produciría la inoculación forzada de estas personas. Es una mera decisión personal; no la rotura de un tabú.

Este pensamiento premoderno es completamente disfuncional en una sociedad tecnológica pues la culpa acaba asignándose de manera absurda y arbitraria, diluyéndose la responsabilidad por actos conscientes y deliberados. Así, no se exigirá cuentas a los gobiernos por las graves consecuencias políticas, sociales, económicas y sanitarias que sus sobrepasadas restricciones han causado y van a causar. Al fin y al cabo, se trata de una cultura de la culpa; no de la responsabilidad.

VOZPÓPULI
(10-octubre-2021)

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

¿Libertad de prensa? Censura en ‘El Salto Diario’

 

«Si la libertad significa algo, es el derecho
a decirle a la gente lo que no quiere oír».

 GEORGE ORWELL.
Prefacio inédito a Rebelión en la granja

 

Dicen que las primeras víctimas que se cobran las guerras son la verdad y la libertad de prensa. Desde hace un año, cuando se volvió común ver a políticos y personajes públicos invocar metáforas bélicas [1] con el fin de aleccionarnos sobre la necesidad de cerrar filas en la lucha contra la pandemia, hemos visto en efecto cómo medios de comunicación de todo perfil ideológico ofrecían una visión monocolor acerca de la crisis sanitaria, ignorando y silenciando voces y opiniones que abogaban por un abordaje diferente, secuestrando así toda posibilidad de un debate público y plural. Ahora, El Salto Diario acaba de desempeñar el papel de censor.

En los últimos meses, el médico José R. Loayssa, la jurista Paz Francés y el historiador Ariel Petruccelli han trabajado en un análisis del primer año de pandemia, desde el punto de vista científico y médico, como el político y social. El resultado ha sido el libro Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo. Los autores habían propuesto a El Salto Diario un artículo a modo de resumen de las tesis desarrolladas en el ensayo, y había sido aceptado. Un día antes de su aparición, los responsables de El Salto Diario han decidido no publicarlo. Prueba del volantazo en el último minuto es que el artículo llegó a estar publicado durante unas horas en la web de El Salto, como puede comprobarse en este enlace [2].

El libro publicado es un estudio exhaustivo, de 440 páginas, donde se pasa revista a las cuestiones más discutidas acerca del virus y la enfermedad, examinando decenas de artículos científicos; ofreciendo, además, una lectura en clave política sobre la gestión llevada a cabo por las autoridades. El artículo que los autores propusieron a El Salto Diario, «Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada», síntesis del libro, ha sido rechazado por el medio arguyendo que:

1. El contenido del artículo no es compatible con la postura de El Salto.

2. Se mezcla análisis científico y opiniones políticas, siendo un formato incompatible con el del medio (¿?).

3. Se podría herir la sensibilidad de miles de personas que han perdido a seres queridos.

4. El artículo contendría «afirmaciones falsas».

En su respuesta a El Salto Diario, los autores proponían que el medio añadiera una nota afirmando no compartir lo expuesto en el artículo; aducían que entre los autores también ha habido pérdidas personales fruto de la pandemia; e instaban a El Salto a explicar cuáles serían esas «afirmaciones falsas» y por qué. En este último punto, aún no ha habido respuesta, y El Salto ha reafirmado su voluntad de no publicar el artículo.

Para quien no lo sepa, durante las primeras semanas de confinamiento, uno de los autores, el médico José R. Loayssa, publicó varios artículos en El Salto críticos con la gestión de la pandemia; y, en octubre, junto al historiador Ariel Petruccelli, escribieron un artículo donde se hacía balance de lo ocurrido hasta entonces: «Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada», un texto que se leyó masivamente y que, al parecer, levantó ampollas entre algunos responsables de El Salto, irritando a quienes no sólo no compartían el análisis expuesto, sino que además y sobre todo niegan la posibilidad de un debate abierto, plural y polémico sobre la pandemia.

No debería sorprender que, en general así como en lo que atañe a la crisis del coronavirus, los grandes medios de comunicación secuestren la opinión pública privándola de una discusión libre, llegando incluso a la censura estricta [3]; el viejo adagio «la libertad de prensa es la libertad de los dueños de la prensa» sigue siendo igual de cierto.

Pero que un medio como El Salto Diario, nacido de los movimientos sociales como «contrapoder» y medio de «contrainformación», que está financiado en buena medida por sus socios, lleve a cabo este acto de censura, impidiendo un debate sobre la pandemia tanto más urgente precisamente por la falta de pluralidad de voces que ofrezcan otras perspectivas, amén de resultar desolador, constituye un ataque frontal a la libertad de expresión.

Desde la casa editorial responsable de la publicación del libro se ha considerado necesario hacer públicos estos hechos, y que cada cual pueda formarse su opinión al respecto.

Ediciones El Salmón
9 de mayo de 2021



 
[1] Se llegó, incluso, al punto de ver a gobernantes y científicos rodeados de militares en las comparecencias públicas.

[2] En otros sitios de internet se ha replicado el artículo, con la paradoja de no figurar los nombres de los autores y quedando, entonces, como un artículo de opinión del propio El Salto (https://towla24.com/opinion-covid-19-ano-uno-balance-de-una-pesadilla-autoritaria-y-de-una-gestion-fracasada-el-salto/).

[3] El filósofo italiano Giorgio Agamben, una de las pocas voces críticas con las autoridades por su gestión de la pandemia, recibió el encargo de Le Monde de escribir un artículo sobre la cuestión, que luego se negaron a publicar.

sábado, 21 de agosto de 2021

La ayuda mutua entre las hormigas

Por P. KROPOTKIN

Los casos de ayuda mutua entre las termitas, hormigas y abejas son tan conocidos para casi todos los lectores, en especial gracias a los populares libros de Romanes, Büchner y Lubbock, que puedo limitarme a muy pocas citas. Si tomamos un hormiguero, no sólo veremos que todo género de trabajo —la cría de la descendencia el aprovisionamiento, la construcción, la cría de los pulgones, etc.— se realiza de acuerdo con los principios de ayuda mutua voluntaria, sino que, junto con Forel, debemos también reconocer que el rasgo principal, fundamental, de la vida de muchas especies de hormigas es que cada hormiga comparte y está obligada a compartir su alimento, ya deglutido y en parte digerido, con cada miembro de la comunidad que haya manifestado su demanda de ello. Dos hormigas pertenecientes a dos especies diferentes o a dos hormigueros enemigos, en un encuentro casual, se evitarán la una a la otra. Pero dos hormigas pertenecientes al mismo hormiguero, o a la misma colonia de hormigueros, siempre que se aproximan, cambian algunos movimientos de antena y, «si una de ellas está hambrienta o siente sed, y si especialmente en ese momento la otra tiene el papo lleno, entonces la primera pide inmediatamente alimento». La hormiga a la cual se dirigió el pedido de tal modo, nunca se rehúsa; separa sus mandíbulas, y dando a su cuerpo la posición conveniente, devuelve una gota de líquido transparente, que la hormiga hambrienta sorbe.

La devolución de alimentos para nutrir a otros es un rasgo tan importante de la vida de la hormiga (en libertad) y se aplica tan constantemente, tanto para la alimentación de los camaradas hambrientos como para la nutrición de las larvas, que, según la opinión de Forel, los órganos digestivos de las hormigas se componen de dos partes diferentes; una de ellas, la posterior, se destina al uso especial de la hormiga misma, y la otra, la anterior, principalmente a utilidad de la comunidad. Si cualquier hormiga con el papo lleno, mostrara ser tan egoísta que rehusara alimento a un camarada, la tratarían como enemiga o peor aún. Si la negativa fuera hecha en el momento en que sus congéneres luchan contra cualquier especie de hormiga o contra un hormiguero extraño, caería sobre su codiciosa compañera con mayor furor que sobre sus propias enemigas. Pero, si la hormiga no se rehusara a alimentar a otra hormiga perteneciente a un hormiguero enemigo, entonces las congéneres de la última la tratarían como amiga. Todo esto está confirmado por observaciones y experiencias sumamente precisas, que no dejan ninguna duda sobre la autenticidad de los hechos mismos ni sobre la exactitud de su interpretación.

De tal modo, en esta inmensa división del mundo animal, que comprende más de mil especies y es tan numerosa que el Brasil, según la afirmación de los brasileños, no pertenece a los hombres, sino a las hormigas, no existe en absoluto lucha ni competencia por el alimento entre los miembros de un mismo hormiguero o de una colonia de hormigueros. Por terribles que sean las guerras entre las diferentes especies de hormigas y los diferentes hormigueros, y cualesquiera que sean las atrocidades cometidas durante la guerra, la ayuda mutua dentro de la comunidad, la abnegación en beneficio común, se ha transformado en costumbre, y el sacrificio, en bien común, es la regla general. Las hormigas, y las termitas repudiaron de este modo la «guerra hobbesiana», y salieron ganando. Sus sorprendentes hormigueros, sus construcciones, que sobrepasan por la altura relativa, a las construcciones de los hombres; sus caminos pavimentados y galerías cubiertas entre los hormigueros; sus espaciosas salas y graneros; sus campos trigo; sus cosechas, los granos «malteados», los «huertos» asombrosos de la «hormiga umbelífera», que devora hojas y abona trocitos de tierra con bolitas de fragmentos de hojas masticadas y por eso crece en estos huertos solamente una clase de hongos, y todos los otros son exterminados; sus métodos racionales de cuidado de los huevos y de las larvas, comunes a todas las hormigas, y la construcción de nidos especiales y cercados para la cría de los pulgones, que Linneo llamó tan pintorescamente «vacas de las hormigas» y, por último, su bravura, atrevimiento y elevado desarrollo mental; todo esto es la consecuencia natural de la ayuda mutua que practican a cada paso de su vida activa y laboriosa. La sociabilidad de las hormigas condujo también al desarrollo de otro rasgo esencial de su vida, a saber: el enorme desarrollo de la iniciativa individual que, a su vez, contribuyó a que se desarrollaran en la hormiga tan elevadas y variadas capacidades mentales que producen la admiración y el asombro de todo observador.

Si no conociéramos ningún otro caso de la vida de los animales, aparte de aquellos conocidos de las hormigas y termitas, podríamos concluir con seguridad que la ayuda mutua (que conduce a la confianza mutua, primera condición de la bravura) y la iniciativa personal (primera condición del progreso intelectual), son dos condiciones incomparablemente más importantes en el desarrollo del mundo de los animales que la lucha mutua. En realidad, las hormigas prosperan, a pesar de que no poseen ninguno de los rasgos «defensivos» sin los cuales no puede pasarse animal alguno que lleve vida solitaria. Su color les hace muy visibles para sus enemigos, y en los bosques y en los prados, los grandes hormigueros de muchas especies, llaman la atención en seguida. La hormiga no tiene caparazón duro; su aguijón, por más que resulte peligroso cuando centenares se hunden en el cuerpo de un animal, no tiene gran valor para la defensa individual. Al mismo tiempo, las larvas y los huevos de las hormigas constituyen un manjar para muchos de los habitantes de los bosques.

No obstante, las mal defendidas hormigas no sufren gran exterminio por parte de las aves, ni aun de los osos hormigueros; e infunden terror a insectos que son bastante más fuertes que ellas mismas. Cuando Forel vació un saco de hormigas en un prado, vio que «los grillos se dispersaban abandonando sus nidos al pillaje de las hormigas; las arañas y los escarabajos abandonaban sus presas por miedo a encontrarse en situación de víctimas»; las hormigas se apoderan hasta de los nidos de avispas, después de una batalla durante la cual muchas perecieron en bien de la comunidad. Aun los más veloces insectos no alcanzaron a salvarse, y Forel tuvo ocasión de ver, a menudo, que las hormigas atacaban y mataban, inesperadamente, mariposas, mosquitos, moscas, etc. Su fuerza reside en el apoyo mutuo y en la confianza mutua. Y si la hormiga —por no hablar de las termitas, todavía más desarrolladas— ocupa la cima de una clase entera de insectos por su capacidad mental; si por su bravura se puede equiparar a los más valientes vertebrados, y su cerebro —usando las palabras de Darwin— «constituye uno de los más maravillosos átomos de materia del mundo, tal vez aun más asombroso que el cerebro del hombre», ¿no debe la hormiga todo esto a que la ayuda mutua reemplaza completamente la lucha mutua en su comunidad?

El Apoyo Mutuo
(1902)