03/01/12
A Henry David Thoreau se le conoce sobre todo por su Walden, el relato que publicó en 1854 como diario de su experiencia durante «dos años y dos meses» en una cabaña construida por él mismo junto a la orilla de la laguna de Walden, cerca de la ciudad de Concord, al nordeste de EEUU, allí donde Emerson había formado su grupo de trascendentalistas.
También se han leído sus influyentes escritos políticos sobre la desobediencia civil, sus textos a favor de la abolición de la esclavitud y sus reflexiones acerca de una vida plena. Se pueden encontrar estudios sobre su vida y sus ideas (Thoreau. Biografía esencial, de Antonio Casado da Rocha), pero apenas se conocía, hasta la edición de Los bosques de Maine (Baile del Sol, 2007) y Cape Code (Baile del Sol, 2009), la materia ideológica común a la mayor parte de su obra: la concepción de la naturaleza como el lugar privilegiado en el que el ser humano puede pensarse. Estos libros son anotaciones en forma de diarios de varios viajes, algunos realizados en años diferentes, que tratan de explorar el territorio nororiental norteamericano donde vive Thoreau. Las descripciones de montañas, lagos, ríos; de fauna y flora, de tribus y actividad de cazadores y empresas madereras; los sonidos y sensaciones. Y, sin embargo, estos libros no son los de un «turista» que viera el territorio como lugar de satisfacción ociosa, ni los de un «naturalista» enfrentado a la tarea de catalogar y cartografiar lo que ve.
Desde el primer momento Thoreau intenta ver de otro modo. Este rasgo para el que se requiere «dejar la ciencia de lado y disfrutar de aquella luz», que hace que la naturaleza produzca la expectación de un lugar del conocimiento, es significativo porque está en la base de toda una literatura norteamericana que venía a retirarse del gran proyecto liberal de construcción del capitalismo, sin abandonar por ello esta misma ideología.
Thoreau siguió en este sentido el programa que Ralph Waldo Emerson puso al frente de su Naturaleza: «Nuestra época es retrospectiva. Construye los sepulcros de sus padres. Escribe biografía, historia y crítica. Las generaciones que nos precedieron miraban a la cara a Dios y a la naturaleza; nosotros, miramos con sus ojos. ¿Por qué no tener también el privilegio de una relación original con el universo? ¿Por qué no tener una poesía y una filosofía que inquieran en los arcanos, no en la tradición; y una religión que nos sea revelada, y no la historia de la religión de nuestros padres? Dentro del seno de la naturaleza por un tiempo, con su afluencia de vida correteando alrededor y a través nuestro, invitándonos con sus poderes a toda acción proporcionada a su naturaleza, ¿por qué andar a ciegas buscando entre los huesos del pasado, o hacer escarnio de todo lo viviente por lo ajado de sus ropas? También hoy luce el sol. Hay más lana y lino en nuestros campos. Hay tierras nuevas, hombres nuevos, ideas nuevas. Exijamos nuestras propias obras, y leyes, nuestro propio culto». Es por ello que Thoreau ensaya una vida libre «de los puros artificios e innecesarias labores», donde construir «considerando qué fin guardan en relación con la naturaleza del hombre una puerta, una ventana, un sótano o una buhardilla», buscar la soledad, «mirar lo que ha de ser visto» y entrar en la naturaleza.
Pero esta vida olvida (es también función de la ideología) lo histórico del ser humano, omite las determinaciones y la otra gran enunciación política, 'yo soy por otro', que se opone radicalmente a la del 'yo soy por mí mismo' producida y reproducida hasta la nausea por las ideologías liberales. Así, Thoreau, suscribiendo la conocida anotación de Emerson de que «no hay Historia, sólo biografía», escribe en todos estos libros el nudo fundamental de la ideología liberal: «vivir deliberadamente, enfrentarse sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si puedo aprender lo que ésta tenga que enseñarme». Entrar en la naturaleza, como entrar en lo salvaje, es para Thoreau absorber lo vivo de ella, lo no sometido a la humanidad, entrar en una edad primitiva. En la película de Sean Penn Hacia rutas salvajes es posible encontrar esta directriz: el viajero abandona su identidad civil, quema el dinero como si fuera un digger, abandona amigos y familiares, y se dispone a llegar al centro de lo salvaje, afrontar qué se es en tanto que individuo. Sólo que Penn restituye lo que falta en Thoreau: a los otros seres humanos.
En los tres libros de viajes de Thoreau los seres humanos apenas son algo más que parte del territorio. Penn los muestra como una relación. Con todo, el gran mito liberal fracasa: Thoreau lee la naturaleza, la comprende y le da un sentido solamente a partir de lo que la cultura y la sociedad ha hecho con él. De lo que otros han hecho de él. La naturaleza es, verdaderamente, un documento de cultura. Las constantes interpretaciones de sonidos, lugares, animales y situaciones a partir de textos literarios como El paraíso perdido de Milton o Robinson Crusoe, de mitos y otras obras científicas (mapas y descripciones de naturalistas de otros viajeros) lo ejemplifican bien. El proyecto de Emerson, que Thoreau emprende, de «retirarse tanto de sus aposentos como del resto de los hombres» para estar solos es imposible.
Los libros de Thoreau lejos de nuestro tiempo en buena medida, nos permiten vislumbrar entre sus páginas el momento crítico en el que la ideología liberal se quebró, el modo en que se produjo la división y la dominación de unas tendencias filosóficas sobre otras, de la disfunción y las contradicciones en que empezó a manifestarse la ideología liberal en un momento histórico en que triunfa el desarrollismo capitalista (sostenido en el liberalismo económico) y el parlamentarismo (sostenido en el liberalismo político). La naturaleza en estos libros trata de invertir la dirección de esa historia. Como residuo ha funcionado contra la sociedad industrial y después contra la sociedad de consumo, influyendo en el anarquismo y en el ecologismo. Años después de Thoreau, otros escritores, como Jack London o Bruno Traven, abordaron la naturaleza como parte de una relación social. Entonces el liberalismo ya había entrado en conflicto con el socialismo y la naturaleza fue desplazada del debate ideológico.
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