España tiene mucha experiencia en combatir el terrorismo. Pero el enemigo es hoy más difícil que nunca.
19 agosto 2017
España es un país tristemente familiarizado con el terrorismo. Durante décadas ha sufrido el azote de ETA, una organización terrorista independentista vasca que en su casi medio siglo de actividad armada segó la vida de 829 personas. Además, el terrorismo yihadista también golpeó violentamente a Madrid en 2004, dejando casi 200 muertos en una macabra serie de explosiones en trenes de pasajeros, en un 11 de Marzo que nadie olvida. Por todo ello, las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia en España demuestran a estas alturas una eficacia excelente, fruto del duro aprendizaje mediante la experiencia y de una necesaria alerta que ha ido sofisticando y afinando sus métodos de prevención y sus protocolos de trabajo policial.
Sin embargo, el mundo se encuentra ahora frente a un tipo de terrorismo difícil de atajar, en una situación en la que es imposible garantizar la seguridad ciudadana al 100 %, en una realidad compleja en la que las organizaciones terroristas no están integradas por miembros claramente identificables, sino que consisten en una ideología agresiva y dispersada que contagia a individuos que pueden radicalizarse en silencio, actuar por su cuenta y causar innumerables víctimas empleando en atentados que ni siquiera requieren el uso de armas convencionales.
La inventiva maligna del terrorismo llega tan lejos como la imaginación de los asesinos, y ese alcance es a veces imposible de reducir. Cuando un elemento de uso tan cotidiano como una furgoneta o un camión se utilizan como arma de destrucción, es fácil entender hasta que punto es difícil prevenir los atentados.
¿Por qué España, por qué Barcelona?
En el imaginario yihadista, España es aún Al-Andalus, un territorio ilegítimamente arrebatado al gran califato que el Estado Islámico intenta imponer al mundo. En varias ocasiones, la organización terrorista ha amenazado con ataques violentos cuya justificación es el intento de recuperar Al-Andalus.
España, como hemos visto, es además una importante punta de lanza en la lucha contra el terrorismo, y esa realidad podría haber alentado un resentimiento que se suma a un odio más antiguo, basado en la afinidad de España con gobiernos que han impulsado políticas agresivas en territorios musulmanes. De hecho una de las interpretaciones más comúnmente aceptadas de la barbarie del 11-M en Madrid es que fue una venganza por la participación de España en la invasión de Irak, históricamente simbolizada en la famosa «foto de las Azores».
Por si todo esto fuera poco, España está ubicada en un punto clave de los flujos migratorios, y eso debilita hasta cierto punto la capacidad del estado Español de detectar, entre la gran cantidad de inmigrantes que recibe, a aquellos que presentan un perfil potencialmente peligroso en términos de terrorismo. Con todo, la eficacia de la inteligencia española en este sentido es excelente.
La amenaza yihadista pesaba sobre Barcelona desde hacía varios años. Un artículo de finales de 2015, firmado por un periodista catalán llamado Xavier Rius, comenzaba con estas palabras: «Supongo que todo el mundo sabe que, tarde o temprano, nos tocará a nosotros». En el mismo artículo cita a un político local, el conseller de Interior de la Generalitat, Jordi Jané, que pocos días antes había admitido: «Es muy probable que se produzca un ataque terrorista».
El texto de Rius enumera los motivos por los que era previsible este ataque. Barcelona es una de las ciudades europeas con mayor concentración de fundamentalistas islámicos con peligro de actividad terrorista. Además es una importante ciudad costera llena de turistas, entre los que abundan norteamericanos.
Cabe señalar que las relaciones entre España y Cataluña están en un punto máximo de tensión debido a los intentos de secesión del gobierno catalán —de mayoría independentista—, y todo ello añade a la situación un matiz caótico que no existiría en ningún otro punto de España. Es imposible saber hasta qué punto este factor importa a los yihadistas, y es probable que no sea en absoluto determinante de la decisión de llevar a cabo este tipo de acciones, pero desde luego, en este momento, complica la coordinación política a la hora de dar una respuesta bien articulada. Con todo, y hasta donde se han desarrollado los acontecimientos, ambos gobiernos —el español y el catalán— han sabido aparcar sus diferencias y se han reunido de inmediato.
DAVID ROMERO
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