Un grupo de científicos ha presentado una serie de fotografías de un gorila salvaje que se vale de una rama como bastón para adentrarse en el agua. Las fotos producen la extraña impresión de que el enorme animal parece humano y, una vez más, destacan la proximidad de los grandes simios con sus parientes más cercanos.
Para comprender la causa, debemos examinar atentamente las imágenes. A diferencia de nosotros, los gorilas no pueden nadar y suelen tener mucho miedo al agua. Por tanto, esta gorila hembra en particular, que se encontraba en el claro de un bosque llamado Mbeli Bai, en el Congo, estaba haciendo algo extraordinario por el simple hecho de acercarse al agua.
Asustada, sin duda, pues temía resbalar, estiró el brazo y cogió una larga y fina rama que luego utilizó tanto para mantener el equilibrio como para tantear la profundidad del cauce. No estaba sola. Otra hembra, que se alimentaba en el terreno pantanoso, cogió un arbusto seco y lo usó como bastón para apoyarse. Tras clavarlo con fuerza en la tierra blanda, se apoyó en él con un brazo mientras pasaba la otra mano por el suelo en busca de alimentos. Luego, levantó el arbusto, lo colocó sobre un charco y caminó erguida sobre él a modo de puente para atravesar el agua.
EL PRIMER PASO
Lo que presenciamos en estas imágenes es el nacimiento de la tecnología de los gorilas. Y es posible que sólo sea el primer paso de un largo trayecto en el que nosotros, los humanos, ya hemos avanzado un millón de kilómetros. Pero de todos modos, es un primer paso y resulta imposible decir que el hombre es capaz de fabricar herramientas y el gorila no.
En el pasado, muchas personas han intentado definir nuestra especie afirmando que ésta u otra facultad es del dominio exclusivo del ser humano y que, por tanto, no comparte con ningún otro animal.
El Museo de Historia Natural de Londres publicó en 1949 un folleto titulado Man: The Toolmaker (El hombre: fabricante de herramientas), que comenzaba así: «El hombre es un animal social, que se distingue por su cultura, por su capacidad de fabricar herramientas y comunicar ideas». Desde entonces, todas estas cualidades supuestamente exclusivas de la Humanidad, han sido descubiertas en otras especies estrechamente relacionadas con la del ser humano. Por ejemplo, un grupo de científicos japoneses descubrió que el hombre no es el único ser que desarrolla culturas diferentes, cada una con sus propias tradiciones. También algunas colonias de monos salvajes japoneses tenían sus propios comportamientos de alimentación, que variaban de un grupo a otro. Una colonia lavaba sus alimentos en el mar, otra no lo hacía.
Posteriormente se descubrió que en algunos grupos de chimpancés los machos dormían en la copa de los árboles con sus hembras, mientras que en otros los machos reposaban en el suelo, junto al tronco de los árboles, dispuestos a defender a sus hembras y crías que se encontraban en las ramas. De modo que las variaciones culturales no son exclusivamente de la especie humana.
Más tarde, cuando Jane Goodall comenzó sus estudios de campo sobre los chimpancés salvajes halló que éstos fabricaban herramientas y las usaban para buscar y comer termitas. Cogían una rama, le quitaban las más pequeñas hasta dejar el tronco liso y recto, y luego lo introducían en el nido de termitas. A continuación lo extraían, lleno de termitas furiosas y se lo pasaban por los labios para ingerir un rico bocado.
También observó que los chimpancés de la selva empleaban un mazo de hojas como esponjas para obtener agua de los charcos que se forman entre las ramas de los árboles tras una tormenta. Mojaban las hojas, y luego apretaban el mazo sobre la boca para extraer un refrescante trago de agua. Otros chimpancés utilizaban piedras a modo de yunques y martillos para romper nueces. De modo que la fabricación y el uso de herramientas no es una facultad únicamente humana.
Un descubrimiento aún más sorprendente se produjo cuando un equipo de investigadores estadounidenses, frustrados por no poder hablar con sus simios, decidió probar una versión simplificada del lenguaje de signos que emplean los humanos sordos. Para su sorpresa, los simios pronto pudieron comunicarse con ellos. Un joven chimpancé, Nim, aprendió 125 signos, que podía combinar para formar frases como «plátano yo comer», «más beber», «dar pelota», o «hacer cosquillas aquí». Al hacerlo, destruyeron la preciada creencia de que combinar palabras y comunicar ideas era una facultad exclusivamente humana.
TAMBIÉN DIBUJAN
Todo lo que nos quedaba para diferenciarnos de los simios era la creencia de que nosotros, a diferencia de todas las especies, tenemos sensibilidad estética. Podemos realizar obras de arte y sabemos apreciarlas. A partir de ahí, en los años 50 comencé a realizar experimentos con un chimpancé llamado Congo. Le di materiales de dibujo y el simio demostró la capacidad de crear diseños visuales controlados (los interesados pueden acudir a la exposición de sus cuadros en la Mayor Gallery de Londres hasta el 14 de octubre de 2005).Congo tenía sentido del equilibrio y de la composición, y una vez que desarrollaba un tema visual, como la forma de un abanico o una curva, hacía distintas variaciones. Es decir, revelaba la capacidad de los simios para comenzar a lidiar con los principios del sentido estético. Incluso la capacidad de dibujar y de crear arte no era únicamente humana.
Lo que todo esto significa es que en realidad resulta imposible definir a la especie humana por ningún atributo exclusivo. Nuestro éxito consiste en haber ampliado las antiguas facultades de los simios y haberlas magnificado de una manera espectacular.
Los simios pueden utilizar un bastón; nosotros podemos ir a la Luna. Ellos pueden combinar un par de palabras; nosotros podemos escribir grandes obras literarias. Ellos pueden dibujar formas abstractas; nosotros podemos pintar obras maestras… Es posible que entre nosotros y los simios sólo existan diferencias de grado, pero son diferencias enormes.
No obstante, observar cómo los simios dan sus primeros pasos titubeantes hacía la tecnología, el lenguaje y el arte nos recuerda, una vez más, lo cerca que estamos de ellos. Es posible que seamos los animales más sorprendentes del planeta, pero seguimos siendo animales.
En una ocasión me criticaron por decir que somos «simios erguidos, no ángeles caídos». Lo sigo creyendo, si cabe, con mayor firmeza. Aceptar esto significa que debemos vernos como parte de la naturaleza, no por encima de ella.
En el pasado, muchos han afirmado que «las bestias brutas» están aquí simplemente para nuestra comodidad. Y la tierra, simplemente para ser domada y explotada. Sólo ahora hemos comenzado a ver lo absurdo de esta idea y a darnos cuenta de que, a menos que nos aceptemos a nosotros mismos como sólo una parte de un sistema de vida limitado en la Tierra, en lugar de sus amos, las generaciones futuras podrían verse intentando sobrevivir en un planeta contaminado y agonizante.
MÁS RESPETO
Pero si nos vemos como parte de la naturaleza, ¿no es nuestro deber mostrar cada vez más respeto por el bienestar de las otras formas de vida con las que compartimos este mundo, especialmente las que están tan cerca de nosotros como los simios? ¿No debería convertirse la conservación de los grandes simios en una prioridad aún más acuciante? ¿No pasaría a ser el consumo de la llamada carne del bosque por parte de algunas comunidades africanas algo cercano al canibalismo? ¿Y no plantearía cuestiones un tanto molestas sobre los derechos de los animales y, en particular, sobre la experimentación con ellos?
En ciertas fases del desarrollo humano los niños comienzan a utilizar herramientas simples, pueden pronunciar unas cuantas palabras y garabatear algunas formas abstractas. Ni en sueños se nos ocurriría llevar a cabo un ensayo médico con niños. Ahora sabemos lo que los chimpancés pueden hacer y, sin embargo, seguimos realizando investigaciones médicas con ellos.
Observaciones del comportamiento animal, como las recientes de los gorilas de los pantanos del Congo, son por tanto importantes, porque nos obligan a reconsiderar nuestras actitudes.
En diciembre del 2005 se estrenará una nueva versión del clásico del cine King Kong. La película de Peter Jackson volverá a mostrar un simio poderoso y gigantesco que se enamora de una rubia aterrorizada. En la realidad, nosotros somos los poderosos gigantes y los simios son nuestras víctimas aterrorizadas.
En la película, la rubia se salva. Esperemos que en la vida real podamos tener compasión para salvar a los simios.
Para comprender la causa, debemos examinar atentamente las imágenes. A diferencia de nosotros, los gorilas no pueden nadar y suelen tener mucho miedo al agua. Por tanto, esta gorila hembra en particular, que se encontraba en el claro de un bosque llamado Mbeli Bai, en el Congo, estaba haciendo algo extraordinario por el simple hecho de acercarse al agua.
Asustada, sin duda, pues temía resbalar, estiró el brazo y cogió una larga y fina rama que luego utilizó tanto para mantener el equilibrio como para tantear la profundidad del cauce. No estaba sola. Otra hembra, que se alimentaba en el terreno pantanoso, cogió un arbusto seco y lo usó como bastón para apoyarse. Tras clavarlo con fuerza en la tierra blanda, se apoyó en él con un brazo mientras pasaba la otra mano por el suelo en busca de alimentos. Luego, levantó el arbusto, lo colocó sobre un charco y caminó erguida sobre él a modo de puente para atravesar el agua.
EL PRIMER PASO
Lo que presenciamos en estas imágenes es el nacimiento de la tecnología de los gorilas. Y es posible que sólo sea el primer paso de un largo trayecto en el que nosotros, los humanos, ya hemos avanzado un millón de kilómetros. Pero de todos modos, es un primer paso y resulta imposible decir que el hombre es capaz de fabricar herramientas y el gorila no.
En el pasado, muchas personas han intentado definir nuestra especie afirmando que ésta u otra facultad es del dominio exclusivo del ser humano y que, por tanto, no comparte con ningún otro animal.
El Museo de Historia Natural de Londres publicó en 1949 un folleto titulado Man: The Toolmaker (El hombre: fabricante de herramientas), que comenzaba así: «El hombre es un animal social, que se distingue por su cultura, por su capacidad de fabricar herramientas y comunicar ideas». Desde entonces, todas estas cualidades supuestamente exclusivas de la Humanidad, han sido descubiertas en otras especies estrechamente relacionadas con la del ser humano. Por ejemplo, un grupo de científicos japoneses descubrió que el hombre no es el único ser que desarrolla culturas diferentes, cada una con sus propias tradiciones. También algunas colonias de monos salvajes japoneses tenían sus propios comportamientos de alimentación, que variaban de un grupo a otro. Una colonia lavaba sus alimentos en el mar, otra no lo hacía.
Posteriormente se descubrió que en algunos grupos de chimpancés los machos dormían en la copa de los árboles con sus hembras, mientras que en otros los machos reposaban en el suelo, junto al tronco de los árboles, dispuestos a defender a sus hembras y crías que se encontraban en las ramas. De modo que las variaciones culturales no son exclusivamente de la especie humana.
Más tarde, cuando Jane Goodall comenzó sus estudios de campo sobre los chimpancés salvajes halló que éstos fabricaban herramientas y las usaban para buscar y comer termitas. Cogían una rama, le quitaban las más pequeñas hasta dejar el tronco liso y recto, y luego lo introducían en el nido de termitas. A continuación lo extraían, lleno de termitas furiosas y se lo pasaban por los labios para ingerir un rico bocado.
También observó que los chimpancés de la selva empleaban un mazo de hojas como esponjas para obtener agua de los charcos que se forman entre las ramas de los árboles tras una tormenta. Mojaban las hojas, y luego apretaban el mazo sobre la boca para extraer un refrescante trago de agua. Otros chimpancés utilizaban piedras a modo de yunques y martillos para romper nueces. De modo que la fabricación y el uso de herramientas no es una facultad únicamente humana.
Un descubrimiento aún más sorprendente se produjo cuando un equipo de investigadores estadounidenses, frustrados por no poder hablar con sus simios, decidió probar una versión simplificada del lenguaje de signos que emplean los humanos sordos. Para su sorpresa, los simios pronto pudieron comunicarse con ellos. Un joven chimpancé, Nim, aprendió 125 signos, que podía combinar para formar frases como «plátano yo comer», «más beber», «dar pelota», o «hacer cosquillas aquí». Al hacerlo, destruyeron la preciada creencia de que combinar palabras y comunicar ideas era una facultad exclusivamente humana.
TAMBIÉN DIBUJAN
Todo lo que nos quedaba para diferenciarnos de los simios era la creencia de que nosotros, a diferencia de todas las especies, tenemos sensibilidad estética. Podemos realizar obras de arte y sabemos apreciarlas. A partir de ahí, en los años 50 comencé a realizar experimentos con un chimpancé llamado Congo. Le di materiales de dibujo y el simio demostró la capacidad de crear diseños visuales controlados (los interesados pueden acudir a la exposición de sus cuadros en la Mayor Gallery de Londres hasta el 14 de octubre de 2005).Congo tenía sentido del equilibrio y de la composición, y una vez que desarrollaba un tema visual, como la forma de un abanico o una curva, hacía distintas variaciones. Es decir, revelaba la capacidad de los simios para comenzar a lidiar con los principios del sentido estético. Incluso la capacidad de dibujar y de crear arte no era únicamente humana.
Lo que todo esto significa es que en realidad resulta imposible definir a la especie humana por ningún atributo exclusivo. Nuestro éxito consiste en haber ampliado las antiguas facultades de los simios y haberlas magnificado de una manera espectacular.
Los simios pueden utilizar un bastón; nosotros podemos ir a la Luna. Ellos pueden combinar un par de palabras; nosotros podemos escribir grandes obras literarias. Ellos pueden dibujar formas abstractas; nosotros podemos pintar obras maestras… Es posible que entre nosotros y los simios sólo existan diferencias de grado, pero son diferencias enormes.
No obstante, observar cómo los simios dan sus primeros pasos titubeantes hacía la tecnología, el lenguaje y el arte nos recuerda, una vez más, lo cerca que estamos de ellos. Es posible que seamos los animales más sorprendentes del planeta, pero seguimos siendo animales.
En una ocasión me criticaron por decir que somos «simios erguidos, no ángeles caídos». Lo sigo creyendo, si cabe, con mayor firmeza. Aceptar esto significa que debemos vernos como parte de la naturaleza, no por encima de ella.
En el pasado, muchos han afirmado que «las bestias brutas» están aquí simplemente para nuestra comodidad. Y la tierra, simplemente para ser domada y explotada. Sólo ahora hemos comenzado a ver lo absurdo de esta idea y a darnos cuenta de que, a menos que nos aceptemos a nosotros mismos como sólo una parte de un sistema de vida limitado en la Tierra, en lugar de sus amos, las generaciones futuras podrían verse intentando sobrevivir en un planeta contaminado y agonizante.
MÁS RESPETO
Pero si nos vemos como parte de la naturaleza, ¿no es nuestro deber mostrar cada vez más respeto por el bienestar de las otras formas de vida con las que compartimos este mundo, especialmente las que están tan cerca de nosotros como los simios? ¿No debería convertirse la conservación de los grandes simios en una prioridad aún más acuciante? ¿No pasaría a ser el consumo de la llamada carne del bosque por parte de algunas comunidades africanas algo cercano al canibalismo? ¿Y no plantearía cuestiones un tanto molestas sobre los derechos de los animales y, en particular, sobre la experimentación con ellos?
En ciertas fases del desarrollo humano los niños comienzan a utilizar herramientas simples, pueden pronunciar unas cuantas palabras y garabatear algunas formas abstractas. Ni en sueños se nos ocurriría llevar a cabo un ensayo médico con niños. Ahora sabemos lo que los chimpancés pueden hacer y, sin embargo, seguimos realizando investigaciones médicas con ellos.
Observaciones del comportamiento animal, como las recientes de los gorilas de los pantanos del Congo, son por tanto importantes, porque nos obligan a reconsiderar nuestras actitudes.
En diciembre del 2005 se estrenará una nueva versión del clásico del cine King Kong. La película de Peter Jackson volverá a mostrar un simio poderoso y gigantesco que se enamora de una rubia aterrorizada. En la realidad, nosotros somos los poderosos gigantes y los simios son nuestras víctimas aterrorizadas.
En la película, la rubia se salva. Esperemos que en la vida real podamos tener compasión para salvar a los simios.
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