Es muy frecuente que los guionistas de cine y televisión nutran su creatividad con las ideas que emanan de la investigación social, o utilicen ideas del mundo de la psicología para dar interés a sus tramas. Lo que no es tan frecuente es que reproduzcan en una película un experimento concreto o que hagan de una investigación psicológica el centro de su trama. Así sucede en la película alemana El experimento. Así, sin más adjetivos ni complementos. Sólo recordamos otra película que utilizara como eje central de la trama un experimento de psicología social. Se llamaba I como Ícaro y estaba protagonizada por Ives Montand en 1979. En aquel film se reproducía el experimento sobre la obediencia de Stanley Milgram. En El experimento se ilustra la también famosa experiencia dirigida por el profesor Philip Zimbardo en la Universidad de Stanford.
El profesor Zimbardo (1972) alcanzó gran celebridad en los años 70, gracias en parte a la extraordinaria difusión que tuvo su experimento. Sus videos sobre «el poder de la situación», como él los denomina, están en casi todas la facultades de Psicología de Europa y América. En estos materiales el propio director del estudio explica en qué consistió su experimento:
Queríamos ver qué ocurría al enfrentar a buenas personas con una mala situación. En este caso, la cárcel. Cada uno de los estudiantes voluntarios para el experimento fue cuidadosamente examinado. Todos tenían que estar física y psicológicamente sanos para poder participar. Un pequeño grupo de estudiantes fue elegido al azar para que hicieran de prisioneros y los otros fueron los guardias. Sorprendimos a los prisioneros arrestándoles en sus casas y en sus dormitorios. Una vez en la cárcel, uniformes y símbolos de estatus, normas y otros detalles, ayudaron a distinguir los dos grupos, que al principio eran indistinguibles. Los prisioneros sufrieron una serie de rituales para establecer su nueva condición de inferioridad. Vivían en celdas minúsculas. Se pasaban las 24 horas del día aquí, alejados de su entorno habitual. Sin embargo, los guardias hacían turnos de sólo ocho horas. Y cuando no estaban de servicio, volvían a su rutina diaria de estudiantes. Lo ocurrido nos sorprendió a todos. La fantasía se convirtió en realidad. El límite entre el personaje que cada uno interpretaba y su verdadera identidad personal, fue eliminado.
El cineasta alemán Oliver Hirschbiegel reproduce la esencia del experimento, pero sólo en sus aspectos básicos. A partir de las premisas originales elabora una trama que no tiene nada que ver con lo que pasó en la universidad de Stanford.
El profesor Zimbardo no acabó el experimento y, por tanto, no contrastó sus hipótesis. Debió pararlo por motivos éticos. Tenía la sensación de que lo que empezaba como pequeñas humillaciones, castigos e insultos podría ir más allá si no se cortaba a tiempo. De esta forma su estudio se convirtió en el ejemplo más claro de cómo lo que podríamos considerar, desde el punto de vista académico, un fracaso, pues no se averiguó qué hubiera pasado si hubierán estado dos semanas encerrados, se puede convertir en un éxito en cuanto al impacto en la opinión pública y en la historia de la disciplina.
¿Qué cree usted que hubiera hecho de haber estado en el papel de carcelero en el experimento de Zimbardo? ¿Y si hubiera sido un preso? Si va a ver El experimento recuerde que lo que va a salir en la pantalla es ficción, pura ficción.
FLORENTINO MORENO MARTÍN, El factor humano en pantalla. 2003
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