jueves, 14 de febrero de 2019

Porque ella lo valía: Rosa Luxemburg


Por MICHAEL R. KRÄTKE

Hoy en día es casi una santa de la izquierda a escala mundial, pero en vida fue muy controvertida. Una mujer estudiosa, teórica, aguda, instruida, carismática, polémica, jocosa, atrevida, una judía bajita de origen polaco, emancipada, autodeterminada, un horror para muchos en la socialdemocracia alemana, donde, sin embargo, hizo carrera. Se hizo famosa como aquella descarada joven extranjera que había osado atacar con vehemencia a un veterano del marxismo como Eduard Bernstein. También arremetió contra el papa de la teoría marxista Karl Kautsky e incluso se permitió una brillante crítica de Marx. Tampoco tuvo miedo a criticar sin piedad a Lenin y la política de los bolcheviques en Rusia.

Ya desde su etapa de estudiante en la escuela, Rosa Luxemburg, nacida en 1871 en Zamość (Polonia oriental), quería cambiar el mundo. Para poder estudiar en la universidad, tuvo que emigrar y se fue a Zurich, cuya universidad aceptaba a mujeres. Entre 1889 y 1897 vivió allí, estudió economía nacional —fue una de las primeras mujeres, en general— y se doctoró con una tesis sobre el desarrollo industrial de Polonia (magna cum laude), lo que entonces todavía provocaba la indignación de algunos. Su tesis fue publicada, algo muy excepcional en la época. Y escandaloso. Pues Luxemburg argumentaba contra la independencia de Polonia. Decía que el desarrollo industrial había integrado demasiado a Polonia en la economía del Imperio ruso y que una Polonia independiente no sería económicamente viable. Qué fuerte.

En 1906, Rosa Luxemburg tuvo la suerte de que August Bebel en persona, que apreciaba su aguda inteligencia y bendito rigor, la nombrara profesora de economía nacional en la flamante escuela de la SPD. Sus alumnos la querían y admiraban. En esta época se incubó La acumulación del capital (1913), el libro en que critica a Marx y, al tiempo, intenta profundizar en él. El capitalismo moderno, dice la idea fundamental, no puede existir como capitalismo «puro», como sistema cerrado —en contra del supuesto de Marx—. Sin espacios no capitalistas, sin una conquista continua de países, sin expansión colonial en una u otra forma hacia estos espacios, no puede funcionar. De ahí se sigue que pueden determinarse con total exactitud los límites del desarrollo capitalista. Entonces, el capitalismo llega a su inevitable fin cuando ha sometido y se ha anexionado el mundo entero por conquista y ya no queda ningún espacio no capitalista. Este «momento Luxemburg» de la historia mundial no estaba lejos cuando escribió el libro; hoy en día casi hemos llegado a él.

Rosa Luxemburg consideraba El capital de Marx como una gran obra inacabada. A ojos de Luxemburg, sobre todo los volúmenes segundo y tercero de esta obra monumental estaban incompletos, llenos de problemas abiertos y sugerencias; eran un work in progress que debía proseguirse. Eso intentó ella en su igualmente inacabada Introducción a la economía nacional, resultado de sus clases en la Escuela del Partido. Los fragmentos, conservados y publicados después de su muerte, así como los apuntes de sus clases que se han publicado por primera vez en 2017, muestran cómo entendía la economía política: como una ciencia social histórica, más como una «economía mundial» que como una «economía nacional». Lo que actualmente vemos como lo nuevo e importante de la crítica marxiana, la crítica del fetichismo, de la religión cotidiana del capitalismo, el análisis del desarrollo capitalista y de su dinámica global, es también lo que fascinaba a Luxemburg de Marx. Y eso a pesar de que no defendía mucho la célebre exposición «dialéctica» de El capital, como tampoco era amiga de la construcción de modelos económicos. Rosa Luxemburg entendía la economía como una ciencia altamente política, como la clave para la comprensión crítica de la historia económica. La historia del capitalismo moderno desde la primera revolución industrial sólo podía plantearse como la historia de sus pequeñas y grandes crisis. Crisis del mercado mundial como la de 1873-79, que marcó el comienzo de la primera gran depresión, o la crisis financiera mundial de 1907, resultado de la competencia internacional por el dominio del capital financiero. El estallido de la Primera Guerra Mundial, en el verano de 1914, no sorprendió a la economista Luxemburg. Si grandes potencias industriales rivales se entrometían mutuamente en sus territorios de conquista, el conflicto era inevitable. Con la guerra, Luxemburg vio superado el horizonte del desarrollo capitalista. Desde ese momento, se afrontaba la encrucijada de la historia mundial: o transición al socialismo o regresión a la barbarie.

Fue la más decidida opositora a la Guerra Mundial; ahí no había solución de compromiso posible. A causa de su furibunda propaganda antibelicista pronto dio con sus huesos en la cárcel, donde siguió escribiendo y trabajando sin descanso por el renacimiento del movimiento internacional tras la catástrofe de agosto de 1914. En plena guerra, ante la escisión del movimiento obrero internacional, sólo veía una alternativa: transición al socialismo ¡o regresión a la barbarie!

La Revolución rusa, la vivió en la cárcel, donde escribió su crítica a Lenin y los bolcheviques, que abandonaban la democracia en aras de la pura conquista del poder. Sus palabras sobre la libertad política, a menudo citadas, según las cuales ésta debe ser la «libertad de quienes piensan distinto», provienen de esta polémica. Eso no casaba con una política de izquierda basada en la lógica de la guerra civil. En la Revolución alemana de Noviembre vio la oportunidad histórica de una república democrática que abriera por fin de modo pleno el terreno de juego para una política socialista. Fue una de las personas fundadoras, en diciembre de 1918, del Partido Comunista de Alemania (KPD) y sufrió inmediatamente una severa derrota política, ya que la mayoría del Congreso no quiso saber nada de las elecciones a la Asamblea Nacional. Luxemburg consideró una estupidez colosal el levantamiento espontáneo de enero de 1919, y no sólo por razones tácticas. También las masas indignadas en la calle, también los trabajadores revolucionarios pueden equivocarse gravemente. Ante ellos, Luxemburg tuvo tan pocos pelos en la lengua como ante la dirección del Partido o el Congreso. El 15 de enero cayó en manos de las tropas de los Freikorps, en Berlín, y fue asesinada, y su cadáver, arrojado al Landwehrkanal.

SIN PERMISO
19/01/2019

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