martes, 22 de octubre de 2019

Principio de Kropotkin


Por CARLOS DE CASTRO CARRANZA


«¡No compitas! … la competición es siempre
perjudicial para las especies, y tú tienes
cantidad de recursos para evitarla»


Ante el problema de la evolución y el comportamiento de la naturaleza en relación a la moralidad humana existen tres posturas posibles. La de Huxley, en la que la naturaleza nos puede ayudar como guía moral para saber justo lo que no debemos hacer. El principal objetivo social sería evitar o mitigar la lucha por la existencia darwinista. El tópico de la lucha de la existencia visto como nos cuenta el verso de Tennyson «la naturaleza roja en dientes y garras», lo que nos ayuda es a saber a qué se debe sobreponer nuestra moral. Danilevsky critica nuestra tradición filosófica y política diciendo que la guerra de todos contra todos de Hobbes se transforma en la competencia de la teoría económica de Adam Smith. Malthus la aplica a las poblaciones humanas y finalmente Darwin la extiende al mundo orgánico, a la naturaleza entera.

La moral pues lo tendrá difícil, pues debe sobreponerse a nuestras raíces biológicas, a nuestra «naturaleza».

En respuesta a esta filosofía pesimista, surgen o existen dos visiones diferentes. Una, quizás la que tendría el propio Darwin, es aquella en la que se concluye que no debemos extrapolar el comportamiento que interpretamos en la naturaleza a la moral humana. En esta visión, no tiene sentido, por excesivamente antropocéntrico, hablar de crueldad o de amor entre los organismos o en la naturaleza; lo que es metáfora o debe serlo, frecuentemente se usa como si la naturaleza fuese así. En este sentido no se debería hablar de egoísmo o de generosidad; e incluso es peligroso pues hablar de competencia, conflicto o cooperación.

Darwin advertía que él entendía la lucha por la existencia en un sentido metafórico, el éxito en la reproducción o la supervivencia de los nietos puede ser por cooperación entre organismos; pero la realidad es que él mismo se olvida luego de ésta última forma de verlo y, quizás por ser más visual, sencilla o llamativa, los ejemplos que abundan son los de la competencia pura y dura. Y sus primeros intérpretes y defensores, como Huxley, perdieron el carácter metafórico y lo convirtieron en el dogma que apoyaba indirectamente ciertas visiones del capitalismo liberal, de ahí que Huxley dijera que los más fuertes, los más rápidos y los más inteligentes vivían para luchar al siguiente día[*].

Por esto, y por la oposición ideológica al capitalismo económico, surgen opositores al darwinismo en el mundo ruso de finales del siglo XIX y principios del XX. A Tolstoi no le gusta el darwinismo por razones morales. A Kropotkin, exponente del anarquismo, por razones ideológicas.

Pero este último caso, el de Kropotkin, es muchísimo más interesante de lo que se suele imaginar. Kropotkin no niega del todo el darwinismo, lo que niega es que la relación fundamental que se establece entre organismos sea una relación de competencia bajo la visión sobre todo de Huxley. En 1902 publica su Mutual Aid (Ayuda Mutua) como una teoría de la evolución basada en la selección natural pero en la que la cooperación es la relación fundamental entre los animales. Para Kropotkin la lucha por la existencia conduce en general a la ayuda mutua y no al conflicto. Es la cooperación la que permite casi siempre el éxito reproductivo. Gould nos advierte del porqué las propuestas de Kropotkin, lejos de ser las ideas descabelladas de un anarquista, son las de un observador atento de la naturaleza. La diferencia, según Gould, del énfasis de Darwin en la competencia y del de Kropotkin en la cooperación, se debe a que el primero fue influido por los ecosistemas tropicales exuberantes de organismos. En ella, la competencia en todo caso estaba entre organismos. Los organismos en Siberia morían de inanición, por tormentas, por frío, no por competir contra otro organismo. Al revés, era mejor colaborar para resolver los problemas que enfrentaban.


Para Kropotkin además, en los organismos dentro de cada grupo son superiores aquellos que más cooperan. Escribe: «así, encontramos entre los superiores de cada clase de animales, a las hormigas, los loros y los monos, todos combinando la más grande sociabilidad con el más grande desarrollo de la inteligencia». La cooperación lleva el avance. El más apto es el que más y mejor ayuda, no el que compite mejor. Se es más apto cuanto más sociable se es. La sociabilidad no solo asegura el bienestar de la especie sino que, indirectamente, favorece el crecimiento de la inteligencia. La inteligencia, al menos como capacidad de adaptación, es pues para Kropotkin una consecuencia de la cooperación y la evolución.

Kropotkin busca infructuosamente, en aquellos sitios de abundancia de vida que visitó, la lucha competitiva entre individuos de la misma especie.

En su libro, Kropotkin nos regala ejemplos que serían rocambolescos de explicar bajo el principio de la competencia, pero muy sencillos de entender bajo el principio de cooperación:

¿Cómo explicar que durante más de dos horas varios cangrejos traten de voltear a otro cangrejo que se había quedado de espaldas y que «viendo» que no consiguen su objetivo va a llamar más cangrejos para la tarea?

¿Cómo explicar el comportamiento de la hormiga que da de comer a otra hormiga «enemiga» y que a partir de entonces ésta es considerada amiga?

¿Y los nidos conectados de termitas donde conviven dos o tres especies diferentes?

¿Y los escarabajos enterradores que se ayudan para enterrar a un ratón aunque solo uno de ellos depositará los huevos en él?

Y mi favorito, que extrae del propio Darwin:

¿Cómo explicar aquel pelícano ciego alimentado por otros pelícanos que tenían que recorrer más de 50 km para hacerlo?

¿No vemos estas cosas a menudo en los documentales porque son conductas raras?

¿Cuántas veces hemos visto en cambio pelearse a los leones por la comida?

El caso es que las ideas de Kropotkin son ignoradas, aunque muchas de ellas fueran equilibradas y razonables, porque provenían de un anarquista.

Hoy deberíamos de hablar de 'kropotkismo' o del Principio de Kropotkin, por su valor científico. Y lo estaríamos haciendo, sin duda, si el mundo fuera «regido» por el anarquismo. O incluso por las ideas políticas de Thoreau, Tolstoi o Gandhi.

Una vez rescatado a Kropotkin, alguien debería preocuparse de algunas observaciones naturales inquietantes que hace. Repetidas veces dice que la sociabilidad de los animales tiende a perderse por las perturbaciones del ser humano, cita muchos ejemplos, entre ellos a la comadreja, el zorro ártico y los osos. Algunos proceden de observaciones suyas y otras de otros naturalistas.

El Principio de Kropotkin y su ley de la naturaleza

Hemos llamado Principio de Kropotkin a la idea de que los organismos huyen por todos los medios de tener que competir. Es un principio pues de inteligencia adaptativa. Así, la naturaleza «inventa» la cooperación, la coordinación, la migración[**], el sexo (que reduce la tasa de crecimiento geométrico), la misma complejidad e incluso la muerte de los organismos. Todos ellos efectos de este principio.

La naturaleza, siempre que pueda, tratará de no competir entre sus partes (organismos, ecosistemas, células,…) y solo si las relaciones entre sus partes están muy simplificadas será casi inevitable la competencia. Dijimos que la competencia se daba en los estados iniciales del desarrollo de un ecosistema o del cerebro humano. Pero una vez maduro, las relaciones competitivas desaparecen o eran totalmente secundarias.

Si esto es así, el mundo actual esconde una cierta paradoja. Al simplificar la mayoría de los ecosistemas, especialmente durante el último siglo, el ser humano, sobre todo en las sociedades industrializadas capitalistas y excomunistas, ha provocado un retroceso en las relaciones de la naturaleza y las ha llevado hacia la competencia. Es, como dijimos ya, la profecía que se autocumple. El darwinismo competitivo aplicado a la economía mundial ha ayudado a crecer geométricamente (exponencialmente) el impacto ambiental. Este impacto ha sustituido ecosistemas complejos y maduros por ciudades, carreteras, centrales hidroeléctricas, campos de (mono)cultivo, pastos, deforestación, sobrepesca y un largo etcétera que suponen una simplificación de los ecosistemas primigenios. Así, los científicos actuales quizás estén observando más competencia de la que durante millones de años previos a nuestra llegada explosiva hubo. No debemos minimizar la capacidad simplificadora del ser humano, ya en la época de Kropotkin este observa: «cuando los rusos tomaron posesión de Siberia, ellos la encontraron tan densamente poblada de ciervos, antílopes, ardillas y otros animales sociables, que la verdadera conquista de Siberia no fue otra cosa que una expedición de caza». Observación que se puede hacer también para la conquista del Oeste americano, donde una población de 150 millones de bisontes se llegó a reducir un millón de veces a base de tiros (o donde se extinguió en 1914, también por la caza, a la paloma migradora, que contaba con más de 2.000 millones de individuos en 1810).


Hacemos pues una predicción: en aquellos ecosistemas menos perturbados o más complejos, habrá menos relaciones competitivas que en los más distorsionados o sencillos. Teniendo en cuenta que aún hoy, la mayoría de los observadores científicos de la naturaleza son occidentales educados en países donde la distorsión ecológica es enorme, uno sospecha que se tenderán a buscar incluso en las zonas menos distorsionadas las relaciones competitivas. Muchos más sencillas además.

Esto explicaría las observaciones de Kropotkin en las que antiguamente se daban más comportamientos gregarios entre aves y mamíferos.

La ley de la naturaleza es para Kropotkin la tendencia hacia la sociabilidad: «a parte de unas pocas excepciones, aquellas aves y mamíferos que no son gregarios ahora, vivieron en sociedad antes de que el hombre se multiplicara sobre la tierra». Pero si esta tendencia es cierta, una vez simplificado el ecosistema, aquellos organismos que consigan adaptarse a los ecosistemas humanos —la mayoría de los terrestres en la actualidad— terminará volviendo al gregarismo, a formar sociedades. Quizás la cigüeña, los estorninos, las palomas y las ratas de nuestras ciudades que son consideradas plagas lo están haciendo.

Como consecuencia de la tendencia a la cooperación, surge la sociabilidad y, para Kropotkin, esto supone un incremento inevitable de la inteligencia, la compasión y la sensibilidad: las relaciones sociales cooperativas al ser más complejas, exigen más inteligencia y sensibilidad. El ejemplo de los pelícanos que alimentaban al pelícano ciego, desde una visión antropocéntrica, se describirían con un comportamiento compasivo, que exige una percepción de lo que pasa a su alrededor muy superior a la que exigiría la competencia. Y para Kropotkin, inteligencia, sensibilidad y compasión son previos a los sentimientos morales.

La evolución lleva a la formación de sociedades y a la inteligencia. No nos engañemos al pensar que solo el Homo sapiens es inteligente. Su alto grado de autoconciencia quizás sea nuestro rasgo más importante. Pero chimpancés, elefantes y delfines parecen mostrar también un cierto grado de autoconciencia.

Los elefantes, por ejemplo, tienen un comportamiento que nos recuerda a la añoranza, en este caso hacia sus muertos. En cualquier caso, no hemos sido la única especie plenamente inteligente que ha existido, el neandertal y quizás el actualísimo hombre de la isla de Flores, han sido en este sentido también humanos, y aunque sean de nuestro mismo género, están extintos y son especies distintas de la nuestra.

Y esta tendencia hacia la sociabilidad y la inteligencia, no se da solamente entre vertebrados superiores como sabemos por la elevadísima sociabilidad de los insectos sociales. Ya hemos dicho que la sociabilidad en los insectos se ha inventado más de una docena de veces distintas. Es tan elevada esta tendencia a la socialización, que en la actualidad se le llama atractor biológico, del lenguaje de la Teoría del Caos.


Las termitas son tan gregarias que sabemos que viven más y mejor juntas que separadas, incluso en condiciones extrañas y extremas. Un sencillo experimento nos enseña esto. Se colocó en situación de privación de recursos (en tubitos de ensayo cerrados) a números distintos de termitas. A pesar de que el primer factor de escasez era el oxígeno, y por lo tanto este debería a priori desaparecer antes en los tubos con mayor número de termitas, el resultado fue que en los tubos con menos termitas éstas morían antes que en los tubos con más termitas. Si las relaciones fueran competitivas el resultado habría sido el asesinato. ¡Lo que en cambio mataba a las termitas aisladas era el estrés de verse solas! ¡Las termitas necesitaban más a sus compañeras que a la luz, al agua o al mismo aire!

Por último señalemos que la sociabilidad hace más difícil la especiación en el sentido darwiniano, pues el aislamiento reproductivo necesario se reducirá.

El origen de Gaia.
Una teoría holista de la evolución
(2008)


  NOTAS:

    [*] Bastian, el protagonista de la Historia Interminable, aprende casi al final de su aventura que: «no quería ser el más grande, el más fuerte o el más inteligente. Todo eso lo había superado. Deseaba ser querido como era, bueno o malo, hermoso o feo, listo o tonto, con todos sus defectos… o precisamente por ellos». ¿Contra inspiración de Ende?
   [**] Una especulación: ¿acaso las plantas, que nos parecen menos evolucionadas que los animales, lo son porque tienen menos oportunidades para evitar la competencia?

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