Se ha abolido el amor / en nombre de la salud.
Ya se abolirá la salud.
Se ha abolido la libertad / en nombre de la medicina.
Ya se abolirá la medicina.
Se ha abolido a Dios / en nombre de la razón.
Ya se abolirá la razón.
Se ha abolido al hombre / en nombre de la vida.
Ya se abolirá la vida.
Se ha abolido la verdad / en nombre de la información.
Mas no se abolirá la información.
Se ha abolido la Constitución / en nombre de la emergencia.
Mas no se abolirá la emergencia.
(GIORGIO AGAMBEN)
Estos tiempos de coronavirus están poniendo de manifiesto, las tendencias totalitarias que anidan en el seno de las sociedades occidentales (algo intrínseco al capitalismo en todas sus variantes, ya sean la liberal, neoliberal, o las mal llamadas socialista o comunista) donde el exceso de mandato se vuelve cómplice del exceso de obediencia. Los voceros del poder nos insinúan, de forma nada sutil, más bien se nos impone como dogma, que el virus del coronavirus es algo que trasciende a lo sanitario, lo que incentiva actitudes cada vez más polarizadas, fundamentalistas y profundamente ideologizadas que tiñen la cotidianeidad de amenazas, sospechas y denuncias.
El coronavirus es un tema que va más allá de lo sanitario, convirtiéndose, casi exclusivamente, en político. En España, amplios sectores de la izquierda social, afines al gobierno actual, no se recatan en sostener que los que cuestionan la gestión de la crisis covidica están haciendo el caldo gordo a la extrema derecha. Opinar desde posiciones críticas, y hacer públicamente preguntas, sobre dicha gestión, te convierte de inmediato en terraplanista, magufo, conspiranoico, negacionista, antivacunas —da igual el número de ellas que tengas inoculadas en tu cuerpo— anticientífico, feroz individualista neoliberal seguidor de las tesis de la derecha alt-right o de la nueva extrema derecha «QAnonista». Cualquier calificativo sirve para enviar a la hoguera o convertir en un paria social a todo el que cuestione el relato oficial. Todo vale para intentar silenciar o desacreditar la disidencia, el pensamiento crítico. Una vez más eso que se llama izquierda se ahoga en su propia estupidez y mediocridad, una vez más, su cortedad de miras nos pone a los pies de los caballos del neoliberalismo.
Por supuesto que entre los disidentes hay, también, imbéciles, descerebrados, manipulados y egocéntricos que solo saben ver su grasiento ombligo —cuánto daño hacen— pero no en mayor porcentaje que entre los «covidianos». Si lo que se pretende es acabar con la necedad, empiécese por donde es más abundante.
La vacunación, tal como se está planteando, no es un tema sanitario. Muchas personas ya aceptan que lo que realmente molesta no es que los no vacunados sean fuentes de contagio, sino que se resistan a formar parte del acrítico rebaño inoculado, a ser cómplices de políticas liberticidas. Hay que ser muy ciego para aceptar que gobiernos que practican políticas autoritarias —encarcelan a sus propios ciudadanos en sus viviendas— en nombre de una pseudociencia pueden ser compatibles con la democracia.
Las estadísticas del propio Ministerio de Sanidad —a ellas les remito— confirman que ni lo son, ni siquiera son los que más enferman o mueren, particularmente llamativa es la situación del área de salud del Bierzo y Laciana donde la vacunación ha alcanzado a más del 85% del total de la población, el 94% si descontamos los menores de 12 años, y, sin embargo, las hospitalizaciones van en aumento.
Seguramente por eso, en países como Portugal o España, donde con más del 90% de la población menor de 12 años vacunada —en Portugal más del 95%— ahora van a por los niños, convertidos en 'bombas víricas', con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación bastantes más peligrosos para la salud —al menos para la mental— que el propio virus.
En nuestro país, la senda hacia el totalitarismo la está abriendo el gobierno más progresista de la historia de España: ahí tienen, como anticipo de lo que vendrá, a la derecha neoliberal de Euskadi y Galicia, en ambas comunidades autónomas con más del 91% de las personas vacunadas, en la segunda con más del 96%, excluyendo a los menores de 12 años, (más del 82% de la población total vasca está inoculada y el 86% en Galicia, a la espera de empezar con los niños, algo que el amigo de los narcos ya ha autorizado) exigiendo el pasaporte covidico, no solo para entrar en bares y restaurantes, sino incluso para acceder a los hospitales. En definitiva, una clara demostración de lo que nos espera, cuando esa derecha recupere el poder. Pero la responsabilidad será de los poco más de tres millones seiscientas mil de personas mayores de doce años que, a día de hoy, todavía siguen sin vacunar en este país.
El coronavirus está siendo la oportunidad de poner en marcha nuevos ajustes económicos, nuevas formas de relaciones sociales
La salud pública es algo instrumental en esta «guerra». Lo importante es lograr «ciudadanos ejemplares», según la «norma» vigente. Muchos vacunados reconocen, ya sin ningún pudor, que vacunarse permite seguir tomando cañitas «libremente» y salir de viaje al extranjero, son los mismos que despotrican contra Isabel Díaz Ayuso. Lo conveniente es no salirse del redil y que el delirante metabolismo socioeconómico, del que formamos parte, siga funcionando, aunque ello signifique una catástrofe eco-social.
El virus del coronavirus ha traído otra infección, a la que nadie parece temer. Es una nueva forma de pensar, interactuar y percibir donde la diferencia entre verdad y falsedad se agota o deja de tener relevancia e importancia. Todo puede ser mentira, todo puede ser verdad. Desde ahí se impone una suerte de ideología totalitaria, «políticamente correcta», desde la cual, y eso en un sistema que se formula democrático, se impone la censura tácita de lo que es correcto expresar y aquello que, por el contrario, será sancionado, denunciado y denigrado, sistemáticamente. Es una imposición ideológica que gusta, sin embargo, de presentarse como democrática y, dicen con su redundante hipocresía, pensada para el bien común. La misma se impone desde el Estado, pero también desde movimientos sociales donde la reivindicación de la fuerza y la necesidad de unanimidad implican que cualquier disenso sea perseguido y excluido.
Aunque no es este el espacio, ni el momento, para hablar sobre que es una operación de ingeniería social, sí me atrevo a afirmar que el coronavirus está siendo la oportunidad de poner en marcha nuevos ajustes económicos, nuevas formas de relaciones sociales en todo el mundo. Mientras, las elites dirigentes, conscientes y conocedores de la brutal caída de la tasa neta de energía disponible y de la carencia, cada vez más evidente de materias primas necesarias para el normal funcionamiento de nuestro metabolismo socioeconómico y de la ruptura de los canales de distribución, se preparan y se blindan para el nuevo escenario.
Es necesario abrir el debate sobre si estamos frente a un modelo neoliberal que se renueva desde el discurso sanitario. La ausencia de debate, está permitiendo que los «ajustes» económicos en curso, el expolio y la destrucción ecológica y social que llevan aparejados, no estén despertando indignación ni protestas, y las escasas voces críticas que se levantan son estigmatizadas y descalificadas, no solo por los neoliberales, también, lo más penoso, por las acríticas y sectarias hordas pesoistas y podemitas. Lo preocupante es que estas medidas se presentan como la única posibilidad de reacción y son impuestas como la única solución posible, a efectos de evitar el caos y el descalabro social.
Es necesario señalar como la práctica disciplinante actual es indisociable de una renovada visión capitalista, la que se legitima en el discurso de la emergencia sanitaria para imponer ajustes que precarizan calidad y condiciones de vida. Mientras, se implanta con fuerza una visión economicista basada en privatizaciones (colaboración pública-privada) ahora en nombre de la urgencia sanitaria. Ajustes economicistas que se reciben como inevitables y, aún más, impostergables. Llama la atención como son recibidos con una resignación que raya la apatía y la claudicación.
No duden que los afines al sistema dirán que los «ajustes» es el 'decrecimiento' que algunos defendemos; como sostienen, con la misma desvergüenza, hipocresía y cinismo, que el Green New Deal (Nuevo Pacto Verde) es la transición energética que, también, defendíamos los defensores de las tesis decrecentistas. La ignorancia como argumento, la frivolización como método de descalificar el pensamiento crítico. Son los procedimientos de los todólogos en los medios de comunicación de masas y de los necios que los imitan en las redes sociales.
Ya no hay convencimiento racional, sino imposición desde la amenaza de pánico. Desde ahí, se está imponiendo el disciplinamiento sanitario y las prácticas totalitarias se van generalizando, con ello los efectos de esa lógica totalitaria se imponen, prácticamente sin ninguna oposición.
Nada de lo que ocurre resulta novedoso, aunque actualmente es muy evidente. Ya sostenía, el filósofo francés Michel Foucault, a finales del pasado siglo: «La sociedad de vigilancia quiere fundar su derecho en la ciencia; esto hace posible la suavidad de las penas o, mejor, de los cuidados, las correcciones, pero con ello se extiende su poder de control, de imposición de la norma».
LA
OVEJA NEGRA / BIERZO DIARIO
(4/12/2021)
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