sábado, 28 de junio de 2008

Me pareció haber visto un lindo monstruito

Criptozoología, término acuñado por el belga Bernard Heuvelmans en los años cincuenta, significa: "Ciencia que estudia los animales ocultos" (¿No sé cómo se van a estudiar animales ocultos, sin poderse ver?). Este personaje creó la Sociedad Internacional de Criptozoología, supuesta "Ciencia" multidisciplinar que se basa en los testimonios de particulares y las tradiciones populares.

Aquí os pongo la charla que dio Eduardo Angulo el 7 de noviembre de 2006 en la Quinta Semana de la Ciencia y la Tecnología en Bilbao, bajo el nombre "Me pareció haber visto un lindo monstruito".

jueves, 26 de junio de 2008

viernes, 13 de junio de 2008

Reliquias del Yeti


En los monasterios budistas de Khumjung, Pangboche y Namché Bazam, en Nepal, se dice que conservan como reliquías los cueros cabelludos o escalpos de Yetis —además de una supuesta mano incorrupta (que me parece más bien humana) en el de Pangboche—. En 1961, tras un estudio efectuado de la cabellera de Khumjung, se dio a conocer que pertenecía a otra especie de animal, un pariente de nuestro rebeco, el serau del Himalaya (Capricornis thar) y no un primate desconocido. El objeto en cuestión, es un tipo de caperuza que suelen utilizar en las danzas rituales. La de los otros monasterios estabán igualmente confeccionadas. Y estos artilugios se veneran porque son antiguos, tienen más de trescientos años.


En la fiesta del Manu Rimdu, que se celebra al final de la cosecha, en otoño, que conmemora la llegada del budismo al Tibet y su triunfo sobre el anterior culto rival, la religión Bon. Durante la danza de las máscaras salen unos bailarines disfrazados que representan las fuerzas positivas y negativas de la existencia. Y como dijo Reinhold Messner en una entrevista:

«Ya mucho antes de que fuera conocido en Occidente, el yeti era parte integrante de la vida religiosa de los habitantes del Himalaya. Por ejemplo, en los rituales de la antigua religión Bon, de carácter chamanístico y muy extendida por el Tibet antes de que llegara el lamaísmo budista, la sangre y el escalpo de yeti jugaban un papel importante en determinadas ceremonias de sacrificio. Su sangre o la de un "hombre salvaje" se mezclaba con la de un caballo, un perro, una cabra, un cerdo, un cuervo, un hombre o un oso de collar. El ritual también exigía que la sangre de yeti proviniera de un ejemplar que hubiera sido matado con flechas.»

«... En el monasterio de Khumjung, a los pies del Everest, observé cómo en la fiesta de Mani Rimdu salía un hombre que llevaba una piel de oveja y la réplica cónica de un escalpo de yeti. Estaba armado de arco y flecha. ¡Ah, y otra cosa! Sobre el actor que asume el papel de cazador pesa al parecer una maldición.»


Los sherpas y otros pueblos tibetanos descienden de nómadas de origen mongol, provenientes del norte de China, que se asentaron en el altiplano tibetano en el último milenio antes de la Era Vulgar, o, como se dice, de Cristo. Tendrían unas creencias animistas y chamánicas similares a las de otros pueblos asiáticos. El sacrificio del animal que se efectua mediante flechazos, como hacen algunos pueblos siberianos o los ainos de Sajalin y Hokkaido con el oso pardo. Probable reminiscencia ritualizada (la muerte simbólica con una flecha, en el baile de las máscaras) que todavía conservan en el Himalaya.

Al Yeti los jampas del Tibet oriental lo llaman Jemo, y en el techo de la entrada del monasterio budista de Sosar-Gompa tienen colgados del techo a un jak y un Jemo, un oso pardo. Animal al que consideran casi humano y sagrado.

El oso pardo (Ursus arctos) fue considerado, durante siglos, el animal más parecido a nosotros los humanos. Y uno de los más adorados, antes de que surgiesen las religiones organizadas, como bien define en su libro Michel Pastoureau, Una historia simbólica de la Edad Media occidental:

«Desde la época paleolítica, el culto del oso ha sido uno de los cultos de animales más difundidos en el hemisferio Norte. Su mitología, excepcionalmente rica, se ha prolongado en innumerables cuentos y leyendas hasta pleno siglo XX: el oso ha sido el animal de las tradiciones orales por excelencia. También es el animal con el carácter antropomórfico más consolidado. Entabla con el ser humano, y en particular, con la mujer, relaciones estrechas, violentas, a veces carnales. Oponer o asociar la bestialidad del oso a la desnudez de la mujer es un tema narrativo y figurado corroborado en todas partes. El oso es el animal peludo, la masle beste y, por extensión, el hombre salvaje. Pero también es, sobre todo, el rey del bosque y de los animales que viven allí. En las tradiciones celtas, escandinavas y eslavas, aquella función real del oso —que en otros lugares parece desaparecer temprano— aún está presente en la época medieval. Los dos aspectos "bestialismo y realeza", por otra parte, pueden confundirse: muchos relatos ponen en escena a reyes o jefes que son "hijos de osos", es decir, hijos de una mujer arrebatada y violada por un oso

En Bután, en el monasterio Gangtey Gompa tienen los restos de un joven Migio (es como llaman allí al Yeti) colgado en un espacio tántrico y a sus pies hay restos de otros animales. A este ser lo consideran por encima del resto de los animales. Pero, es solamente un muñeco elaborado con una cabeza con el rostro moldeado como una máscara y con escasos pelos implantados sobre ella. Sus manos y pies que parecen humanos están hechos con hueso y madera a los que se han cosido la piel; éstos cuelgan del pellejo de un animal sin determinar, como atestiguó el alpinista Reinhold Messner ver. Y consideran al Migio estar por encima de los demás animales.

Sobre la mano de Pangboche, por lo poco que se pudo estudiar no han llegado todavía a ninguna conclusión determinada. En 1991, tras un programa de la NBC, la mano fue robada, y deberá estar en posesión de algún coleccionista particular desconocido. Por lo cual, no podemos saber más.

jueves, 12 de junio de 2008

¿Existe o ha existido el unicornio?

El unicornio es un animal mítico al que se le atribuían cualidades mágicas, un mero invento de la imaginación humana.

Pero, la naturaleza nos puede dar sorpresas... En estos días se ha descubierto en una reserva del centro de Italia, en Toscana, un joven ejemplar, de unos diez meses, de corzo (Capreolus capreolus) que posee un único cuerno sobre su frente. Es el resultado de una rara alteración genética que, probablemente, haya podido surgir también, en el pasado o en otros lugares, en otros ungulados; de ahí, que el mito del unicornio hubiese tenido una parte de realidad.

¡Especulaciones mías...!

sábado, 7 de junio de 2008

Yeti. Leyenda y realidad

Reinhold Messner


«Y una y otra vez le dábamos vueltas a la pregunta de cómo los tibetanos llamaban al ser que en Nepal rondaba por la cabeza de nativos y turistas bajo el nombre de Yeti. Llegamos a la conclusión de que le decían Jemo, Jemong o Dremo

[...]

«El Jemo, Jemong o, más hacia al oeste del Himalaya, Dremo era, según lo definían los nativos, un oso de las nieves u hombre-oso, una especie sinántropa y un ser nocturno. Los hombres sólo lo veían por momentos, casi siempre en actitud defensiva o muy erguido, y no apreciaban más que su silueta. Este oso pardo, que no debe confundirse con el oso de collar, solía aparecer como bípedo ante individuos aislados, de modo sorpresivo y amenazante. ¿Era por eso por lo que se había convertido para los nativos en el “monstruo” que la leyenda llamaba Yeti y nosotros “el abominable hombre de las nieves”? Quien alguna vez se haya encontrado con esta fiera no tendrá la más mínima duda sobre su existencia real.»

[…]

«Este país tan desgarrado no sólo había originado una gran diversidad, sino que los hombres también veían las distintas especies con otros ojos según la región. La fauna y la flora del Tibet habían desarrollado una fuerte tendencia a formar variantes propias, y la difusión local de una especie determinaba la concepción que el hombre tenía de la misma, sobre todo en el caso de los animales raros. Muchos géneros primitivos desde el punto de vista de la evolución, como el panda gigante, el takín o el ciervo almizclero, eran para los nativos algo más que meros animales. Así sucedía también con el Jemo. Encerrados en sistemas montañosos de difícil acceso, estos tipos de animales sólo habían logrado conservarse gracias a su alto grado de especialización y seguían siendo para los hombres, vecinos inmediatos de sus reductos, realidad y leyenda al mismo tiempo. Y fue sobre todo el aislamiento casi absoluto en que vivían estos hombres de las inhóspitas regiones de la alta montaña lo que los había llevado a inventar y desarrollar estas leyendas de animales.»

[…]

«Había que entender el nombre “Yeti” como término genérico para todos esos monstruos del Himalaya. El hombre de las nieves, que nuestra fantasía situaba en aquella cadena montañosa, en Siberia y en los bosques de la China meridional, no existía en la realidad. Pero el Jemo o Dremo estaba presente en todas partes. Aunque las teorías más absurdas definían a esos seres como reliquias supervivientes, aunque desconocidas, de una especie humana prehistórica, toda manifestación viva del Yeti correspondía en todas partes al mismo género de animales. A pesar de que otros creyeran haber descubierto con el Yeti un eslabón decisivo en la evolución del hombre, yo sabía que no tenía nada que ver con esto. Una cosa era, el que el hombre, lo mismo que había creado a Dios, hubiera inventado con su fantasía y su pensamiento fruto del deseo, un hombre primitivo, un hombre salvaje, o un superhombre, y otra muy distinta, como había surgido la historia del Yeti.

»Para los europeos, que vivían a ocho mil kilómetros de distancia de las regiones originarias de este ser, mis conclusiones podían parecer descabelladas, pero el Yeti no había nacido sólo de la imaginación del hombre. Fue y seguía siendo extraído de la naturaleza, y sólo con el tiempo y con la transmisión oral se convirtió en figura legendaria. Los narradores ampliaban y envolvían de elementos fabulosos un núcleo de hechos reales.

»¿Y el “hombre de las nieves” de las montañas de Asia? De todas mis exploraciones se desprendía de forma inequívoca que éste correspondía al oso pardo (Ursus arctos). En un viejo dialecto tibetano, la palabra “yeti” quería decir “oso de las nieves”, pero para nosotros los occidentales, los osos eran como quien dice, animales de peluche desde que ya no existían en nuestros países. Sin embargo, nada hará cambiar el hecho de que el “hombre de las nieves” permanezca inmortal como un monstruo de nuestra fantasía.»

[…]

«La solución del enigma en torno al Yeti no consistía en adscribir a la figura legendaria una determinada especie animal, que, por cierto, ya era conocida, sino más bien en vincular dos enfoques completamente diferentes del fenómeno. Los viajeros del Occidente y los montañeses de las apartadas regiones del Himalaya no habían hablado el mismo lenguaje durante cien años, por tener en la cabeza dos imágenes totalmente diferentes del Yeti.

»Descubrí que desde hacía casi dos mil quinientos años, las distintas ideas del Yeti divergían cada vez más y que con la destrucción del medio salvaje a escala universal también perdíamos la posibilidad de penetrar en los mundos imaginarios de culturas cercanas a la naturaleza. La imagen siempre cambiante del Yeti lo presentaba unas veces como neandertalense, otras como hombre de las nieves; Ernst Schäfer había identificado un oso pardo, y muchos khampas [un pueblo tibetano], lo consideraban un monstruo. Para mí, el Yeti era la contrafigura salvaje del hombre en la dialéctica entre la civilización y el medio silvestre.»

Reinhold Messner, Yeti. Leyenda y realidad.
Ediciones Desnivel, 1999.