jueves, 5 de marzo de 2009

¡Monos arriba, micos abajo! ¡Micos arriba, monos abajo!

Con el debido permiso del compañero Sorrow, editamos su fábula. Dedicado a los partidarios del «nacionalismo defensivo» y de la «discriminación positiva»...

Érase un exuberante cocotal habitado por una comunidad de simios. Dicha comunidad estaba basada en la estricta división en dos grupos sociales: los monos y los micos. Los monos se distinguían de los micos porque eran de mayor tamaño y mayor fuerza física mientras que los micos eran más pequeños, más ágiles y de pelaje más fino y vistoso. Los monos, aprovechando su descomunal fuerza bruta, habían conseguido dominar el palmeral, controlaban la recolección de cocos y habían impuesto un rey: Banano IV. Esta situación, ni que decir tiene, soliviantaba a los micos que eran sistemáticamente marginados y oprimidos. Éstos, con el tiempo y una vez superado cierto complejo de inferioridad, acabaron por tomar conciencia de su explotación, organizándose para combatir la tiranía de los monos. Los micos incluso habían llegado a proclamar un Día de Fiesta Nacional Mica en la que exaltaban —clandestinamente, pues era ilegal— la exquisita elegancia mica frente a la estúpida brutalidad de los monos.

Habitante del fértil cocotal, Primitivo era un mono harto avispado. De niño siempre se había preocupado por el porqué de las cosas. Y de tal modo era así, que un buen día preguntó a sus progenitores por la causa de la injusta situación en la que se hallaban los micos, a lo que éstos respondieron: «Los micos están sufriendo un justo castigo por oprimir a los monos en el pasado, durante el sanguinario reinado del rey mico Coquito V, al cual nuestros antepasados monos derrocaron al grito revolucionario de "monos arriba, micos abajo".» Todo esto dio que pensar a Primitivo, que no era, ciertamente, un mono de repetición.

Primitivo era, por lo demás, un mono atípico. No demasiado alto, ni fuerte y de pelaje más bien suave, había sufrido las bromas de profesores y alumnos en sus años de escuela. Convencido de su papel de outsider en el colectivo mono, buscó alguien con quien asociarse para luchar contra el orden imperante, y entonces fue inevitable toparse con las organizaciones rebeldes de micos. Primitivo intentó desde el primer momento hacer causa común con ellos y luchar por expulsar del palmeral cualquier tipo de opresión, independientemente de quién la ejerciera o la sufriera. Al principio, se topó con el rechazo de los sectores más intransigentes de la resistencia mica que no le perdonaban que fuera un «mono», es decir, un miembro de la «casta opresora», pero más tarde fue aceptado en el seno del movimiento opositor gracias al fuerte peso de sus facciones más pragmáticas que juzgaron más inteligente integrar a potenciales enemigos para allanar el camino que conducía a los micos al poder.

Pasaron los años y llegó el esperado día de la Revolución en que el poder establecido por los monos saltó por los aires a manos de coléricas masas de micos y también de no pocos monos disidentes, como Primitivo. Éste, no obstante, pudo comprobar cómo, tras un primer instante de eufórica libertad, los dirigentes micos, bajo el eslogan «micos arriba, monos abajo», se lanzaron a reprimir a todo individuo que pudiera ser identificado como «mono», etiqueta cuyo uso se hizo extensible a todo aquel que cuestionara al nuevo gobierno mico, que, por cierto, tomó la forma de monarquía, desvaneciéndose el sueño de una república igualitaria por el que, en principio, luchaba la oposición al régimen anterior.

Sintiéndose engañado Primitivo, protestó enérgicamente; mas un antiguo compañero de sus años de lucha clandestina le contestó amenazante: «Cierra la boca, mono asqueroso.» Y tras enterarse de que alguien muy poderoso había puesto precio a su cabeza bajo la acusación de «contrarrevolucionario», Primitivo se exilió en un remoto platanar. Allí se encontró con otros disidentes huidos de la represión del nuevo régimen —monos unos, micos otros— con los que acordó fundar la soñada República de Simios —ya nunca más «monos» o «micos»—. Libres al grito de «¡Simios arriba!»

En conclusión y a modo de moraleja:

* El «nacionalismo defensivo» de hoy será —si no encuentra freno a su desarrollo— el imperialismo de mañana.
* La «discriminación positiva» crea nuevos grupos de discriminados.
* Para el nacionalismo no hay disidentes si no traidores a la patria.
* La discriminación siempre es negativa.
* Las naciones son un invento de una élite de poder.
* Todo lo expuesto se resume en lo siguiente: la verdadera Revolución no consiste en que el que estaba oprimido pueda llegar a oprimir sino en que nadie oprima.

SORROW

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