José Manuel Naredo
En los últimos tiempos hemos oído que la economía española necesita reformas estructurales que la ayuden a salir de la crisis. Pero cuando ese clamor favorable a las reformas se concreta, sólo una acostumbra a proclamarse con unanimidad: la reforma del mercado de trabajo. Atendiendo a las noticias de prensa, esta fue la principal recomendación que hizo el presidente del Banco Central Europeo en su visita a España, remachada, además, por el gobernador del Banco de España y el presidente de la patronal. Parece como si se trataran de ocultar las más graves irresponsabilidades y debilidades empresariales, financieras o inmobiliarias que provocaron la crisis mirando para otro lado, hacia ese chivo expiatorio del mercado de trabajo.
Merece la pena recordar que el salario medio y el coste laboral por hora trabajada se sitúan en España muy por debajo, no ya de la media de la UE de los 15, sino también de la media de la UE ampliada de los 27 países. Porque la evolución de los salarios en España arrastra todavía la enorme pérdida de poder adquisitivo que sufrieron con la inflación y la represión de la posguerra, que se recuperó durante el tardo-franquismo, para moderarse de nuevo con los pactos de la democracia y con el reciente aumento del trabajo precario. Por lo tanto, puestos a buscar responsabilidades, no son los modestos costes salariales los que han venido lastrando la competitividad y haciendo tan deficitaria la balanza comercial en nuestro país, sino la escasa productividad y vocación exportadora de las empresas. En este contexto —y con una tasa de paro que dobla a la de los países de nuestro entorno— parece una broma de mal gusto hablar de que hay que flexibilizar el mercado de trabajo, abaratar el despido o desvincular la evolución de los salarios de la del coste de la vida, para hacer que el coste laboral caiga todavía más por debajo de la media europea a la vez que se da rienda suelta a las inversiones especulativas y/o improductivas engrasadas con dinero público, atentando contra la convergencia de ingresos y la cohesión social.
En suma, que se habla de reforma laboral pero se silencia lo que de verdad motiva la baja productividad y capacidad exportadora de la economía española. Pues se hace la vista gorda sobre la responsabilidad que tiene el contexto socio-institucional que ha venido primando operaciones especulativas y «pelotazos inmobiliarios» y, como consecuencia, un empresariado más preocupado de cuidar sus relaciones que de orientar bien sus inversiones hacia la eficiencia de los procesos y la calidad de los productos. El propio presidente de la patronal viene a ejemplificar este tipo de empresariado cuyo éxito pecuniario no es fruto de producciones, sino de relaciones que facilitan pingües operaciones, privatizaciones y contratas que poco tienen que ver con la épica del «empresario innovador», la competitividad y las mejoras.
Mientras tanto, se silencian las reformas pendientes de la economía española que van, desde las relacionadas con esos dos protagonistas de la crisis que son el ladrillo y las finanzas… hasta las ligadas a la agricultura, el agua o el territorio.
Público, 20/12/2009.
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