martes, 10 de julio de 2012

La guerra de los Grandes Lagos


En una serie de suplementos especiales (REPORTAJES DE INVESTIGACIÓN) que acompañaba a algunos números de la revista La Clave, junto al número 257, de marzo del 2006, salió uno titulado Conflictos olvidados, que trataba sobre los conflictos armados de varias partes del mundo como el Cáucaso, América Latina o el Sudeste asiático, entre otros. En el artículo «África: la maldición de las potencias» se dice que «es el continente más azotado por la violencia y el que menos espacio recibe en los medios. Las tensiones étnicas, la corrupción y la competencia entre las multinacionales y ciertas potencias mundiales desencadenan las guerras».

Durante la década de los noventa del siglo pasado los intereses francófonos y anglófonos estaban enfrentados (hoy en día, ya no tanto, cómo vimos en Libia), y ese enfrentamiento acarreó varias guerras en la región. Uno de ellas fue en Ruanda (en cuyo contexto hay que incluir el genocidio tutsi efectuado por el gobierno hutu pro francés) y, por extensión, al Congo. Aquí reproduzco unos extractos del artículo que habla sobre estos dos países centroafricanos de la región de los Grandes Lagos:


Tras el fin de la guerra fría, los aliados, Gran Bretaña y Estados Unidos por un lado y Francia por otro, se disputan el control de los recursos africanos y la influencia sobre el continente. Casi nunca de manera pacífica, casi siempre con intermediarios nativos. El veredicto por ahora: París está perdiendo la partida.

La guerra civil ruandesa conmovió al mundo, atrajo la atención mediática durante un tiempo y provocó una serie de guerras como la que aún hoy se libra en el Este de la República Democrática del Congo (RDC). Como siempre, la verdad fue la primera víctima, y aún hoy quedan por explicar muchas cuestiones, como la del asesinato conjunto de los dos presidentes hutus de Ruanda y Burundi, el 6 de abril de 1994, que fue la chispa que incendió toda la región de los Grandes Lagos. La tensión racial incubada durante siglos por hutus y tutsis, y la guerra civil iniciada por el actual presidente ruandés, Paul Kagame, fueron el preludio para el genocidio de 1994 y la desestabilización de los Grandes Lagos.

En 1990, proveniente de Uganda, con el apoyo de este país, de Estados Unidos y Gran Bretaña, el Frente Patriótico Ruandés (FPR) de Kagame invadió Ruanda y desató la guerra civil. En el bando contrario, Francia apoyaba al gobierno hutu económica y militarmente. Estaba en juego la influencia en la zona, sus recursos naturales y una extraña carrera en la estaban embarcadas las grandes potencias: la de asegurarse el mayor número de votos entre los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Desatado el genocidio de los tutsis en el interior de Ruanda en 1994, las cadenas de televisión internacionales mostraban largas filas de refugiados huyendo del terror impuesto por el ejército de mayoría hutu, demonizado hasta la saciedad. La situación dio pronto un vuelco y el FPR, presentado como un moderno séptimo de caballería de los trópicos, liberaba Ruanda en pocos meses. Las largas filas de desgraciados que huían hacia la RDC, a los campos de refugiados de Goma y Bukavu, eran ahora hutus. Entonces la información comenzó a llegar con cuentagotas a Occidente.

De pronto, las comunicaciones se interrumpieron, pero no la guerra. En 1996 y desde suelo ruandés, se bombardeaban campos de refugiados hutu bajo bandera de la ONU, ubicados en suelo congoleño. En 1997, el nuevo ejército de Ruanda y el de Uganda, con la excusa de perseguir a los posibles responsables del genocidio —algo que la comisaria europea Emma Bonino calificó de «gran farsa internacional»— invadieron el inmenso territorio de la República Democrática del Congo y junto a Estados Unidos apoyaron al rebelde congoleño Laurent Kabila contra el dictador Mobutu. Laurent Kabila llegó al poder en Kinshasha en pocos meses, pero una vez instalado, dio la espalda a sus hasta entonces aliados. Las tropas de Ruanda, Burundi y Uganda, lejos de retirarse de la RDC, inciaron los combates contra Kabila, que recibió por su parte el apoyo militar y económico —a cambio de contratos y contrapartidas de explotación de los recursos naturales— de Robert Mugabe —presidente de Zimbabue—, Namibia y Angola. Era lo que se conoce como primera guerra mundial africana. Sus combates aún se libran en el este del país.

Lo que allí ha estado en juego durante todo este tiempo, entre otras cosas, es el dominio y la venta a las empresas occidentales de minerales escasos y caros en el mundo, pero muy abundantes en la zona. Así, el comercio del coltán —utilizado en la fabricación de teléfonos móviles, ordenadores, videoconsolas, equipos electrónicos de armamento o turbinas de aviones—, el oro, la plata, el cobre, el zinc, los diamantes, el cobalto, el uranio, el manganeso o el tungsteno se convirtieron en la gasolina que alimentó el conflicto.

Con la guerra enquistada, Laurent Kabila fue asesinado en una confusa trama, pero le sucedió su hijo, Joseph Kabila, que heredó los mismos amigos y enemigos de su padre. Cansados de un conflicto sin solución posible, Namibia y Angola anuncaron su intención de retirar sus tropas. Después lo hicieron Ruanda, Uganda y Burundi y más tarde Zimbabue. Era el año 2002. Tropas de interposición de la ONU entraron en la RDC para tratar de imponer una paz que aún hoy nadie respeta, pero al menos el conflicto ha perdido intensidad. La guerra de la RDC arroja un balance estimado de cinco millones de muertos.

LA CLAVE, 17 de marzo de 2006.

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