lunes, 14 de noviembre de 2011

El canibalismo azteca

Por MARVIN HARRIS

Antes de la aparición del Estado muchas sociedades practicaban el sacrificio humano y consumían ritualmente todo o parte de los cuerpos de los prisioneros de guerra. Carentes de medios políticos para aplicar impuestos y reclutar grandes poblaciones, las jefaturas tenían escaso interés en preservar las vidas de sus enemigos vencidos. Sin embargo, con la llegada del Estado, estas prácticas tendieron a desaparecer. Como hemos visto, los territorios conquistados fueron incorporados al Estado y la mano de obra procedente de las poblaciones vencidas fue explotada por medio de impuestos, reclutamiento y ofrendas. De esta forma, la conservación de vidas de la gente vencida se convirtió en una parte esencial del proceso de expansión del Estado.

Sin embargo, los aztecas fueron una excepción a esta pauta general. En vez de tabuizar los sacrificios humanos y el canibalismo y estimular la caridad y la amabilidad hacía los enemigos vencidos, el Estado azteca hizo del sacrificio humano y del canibalismo el principal foco de las creencias eclesiásticas y rituales. A medida que los aztecas se hicieron más poderosos, el canibalismo aumentó en vez de disminuir. Como los cráneos de las víctimas eran colocados unos al lado de otros en estanterías de madera muy altas una vez que los cerebros eran sacados y comidos, fue posible para los miembros de la expedición de Cortés contar por lo menos una categoría de víctimas. Aseguraron que en una de estas estanterías en el centro de Tenochtitlán, había 136.000 cabezas, pero fueron incapaces de contar otro grupo de víctimas cuyas cabezas se había apilado en dos torres bastantes altas, hechas en su totalidad a base de cráneos y mandíbulas, así como tampoco pudieron contar los cráneos exhibidos en cinco estanterías más pequeñas que estaban situadas en la misma zona central. Según cálculos realizados por Ortiz de Montellano, la estantería principal no podía contener más de 60.000 cráneos. Suponiendo que esta última cifra, más baja, fuese más exacta, el número de sacrificios humanos y de canibalismo practicado en Tenochtitlán es único en la historia humana.

Aunque es muy discutida, la explicación de Michael Harner sobre las características únicas de la religión caníbal del Estado azteca, merece un serio análisis. Harner arranca del hecho de que como resultado de milenios de intensificación y crecimiento de la población, las tierras altas del centro de México habían perdido sus herbívoros domesticables y los pecaríes. A diferencia de los incas, que obtenían su alimento animal de la llama, alpaca y de las cobayas —o de los estados del Viejo Mundo, que disponían de ovejas, cabras, cerdos y ganado vacuno—, los aztecas solamente criaban patos semidomésticos, pavos y perros sin pelo. La fauna salvaje, tal como los ciervos y aves acuáticas migratorias, no era la suficientemente abundante como para proporcionar a los aztecas más de uno o dos gramos de proteína animal per cápita y día (comparado con los más de 60 gramos de los Estados Unidos). La situación de agotamiento de la fauna natural queda demostrada por la prominencia en la dieta azteca de insectos, gusanos y «pasteles de verdín» (Tecuitlatl), que estaban hechos de algas procedentes de la superficie del lago Texcoco.

La teoría de Harner es que debido al intenso agotamiento de los recursos animales resultaba muy difícil para el Estado azteca prohibir el consumo de carne humana con vistas a facilitar sus intereses expansionistas. Debido a ello, carne humana, en vez de carne animal, era distribuida como una forma de premiar la lealtad al trono y la valentía en el combate. Además, el hacer siervos o esclavos a base de cautivos no habría hecho más que empeorar la escasez de alimento animal. Prohibiendo el canibalismo había mucho perder y poco que ganar.

Desde un punto de vista etic, no se podría afirmar que los aztecas iban a la guerra para obtener prisioneros y carne. Como todos los estados, los aztecas fueron a la guerra por razones asociadas con la naturaleza inherentemente expansionista del Estado. Sin embargo, desde un punto de vista emic, se podría afirmar que e deseo de capturar prisioneros para el sacrificio y consumo era un importante objetivo de los participantes en el combate.

Como ya se ha discutido anteriormente, con referencia al agotamiento de la caza y su relación con la guerra de los Yanomami, el alimento de procedencia animal es un compacto paquete de nutrientes esenciales para el crecimiento, salud y vigor humanos extremadamente valioso. La carne y otros productos de procedencia animal son muy apropiados para el ser humano no sólo por sus proteínas de alta calidad sino por sus grasas, minerales y vitaminas. De aquí que la teoría de Harner no pueda ser completamente desechada diciendo que los aztecas podían haber obtenido todos esos aminoácidos esenciales (los 9 o 10 bloques de construcción de proteínas que no pueden ser sintetizados por el cuerpo humano) de los gusanos e insectos, de las algas, y del maíz, judías y otros alimentos vegetales. Los gusanos e insectos son unidades alimenticias pequeñas y dispersas que ocupan una posición baja en la cadena alimentaria. De acuerdo con la teoría de la optimización del forrajeo es más eficaz dejar que organismos superiores tales como las aves, peces y mamíferos, cacen y recojan gusanos, insectos y comer luego estas especies superiores en vez de comer sus presas. De la misma forma es mucho más eficaz dejar que el pescado coma algas y nosotros comer el pescado, en vez de recoger y procesar las algas y de esta forma privar al pescado de su alimento.

Un adulto sano puede obtener todos los aminoácidos esenciales comiendo exclusivamente grandes cantidades de cereales. Pero tales dietas son deficientes en minerales (por ejemplo, hierro) y vitaminas (por ejemplo, la vitamina A). Además los niveles de proteínas que son adecuados para los adultos normales y que pueden obtenerse exclusivamente de los cereales o de combinar el maíz con judías resultan un tanto dudosos cuando se tiene en cuenta las necesidades de los niños y de las mujeres embarazadas y lactantes; lo mismo ocurre para cualquiera que sufra de una infección parasitaria o vírica y otras enfermedades y traumas físicos causados por accidentes o heridas. De ahí que el gran valor que los aztecas daban al consumo de carne humana no se debía a una consecuencia puramente arbitraria de sus creencias religiosas (es decir, las insaciables ansias de sangre humana de sus dioses) reflejaban la importancia de los alimentos de origen animal en relación con las necesidades de la dieta humana y el agotamiento del suministro de animales no humanos en su hábitat. (Hay que hacer notar que la mayoría de las llamadas «culturas vegetarianas» son lactovegetarianas u ovovegetarianas, es decir, desprecian la carne pero ingieren productos lácteos y huevos).

Antropología cultural, Cáp. 12 (1983).

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