miércoles, 5 de agosto de 2015

La libertad no basta

 

HELENO SAÑA

En parte por convicción pero en parte también por motivos ideológicos procedentes de la Guerra Fría, el mundo occidental ha tendido a fetichizar y absolutizar el concepto de libertad, equiparándolo a un deu ex machina capaz de solucionar por sí solo los problemas del mundo.

Lo primero que hay que consignar es este contexto es que la libertad está siempre expuesta al peligro de ser instrumentalizada con fines bastardos, como ha ocurrido de continuo, también en las 'gloriosas' décadas de la pax americana. Y en segundo lugar, la libertad, aun siendo, sin duda, el supremo bien del humano vivir, es insuficiente para garantizar un desenvolvimiento armónico y justo de la sociedad. Y la mejor prueba de ello son los EEUU, el país occidental que más se ufana de su libertad y el que con más frecuencia la pisotea, como Noam Chomsky ha demostrado con gran acopio de datos en su último libro War Against Peope. También el capitalismo salvaje introducido por los paladines del neoliberalismo hoy en boga, actúa en nombre de la libertad de comercio, y ya sabemos a qué resultados está conduciendo dicha libertad.

Se han equivocado de plano quienes creían que la feliz y radiante sociedad pluralista y hedonista del Primer Mundo estaba en condiciones de florecer y seguir desarrollándose sin conflictos serios hasta el fin de los días, como han venido afirmando con monótona insistencia los apologetas del sistema, desde Francis Fukuyama a los posmodernistas del «anything goes». El trauma del 11 de Septiembre ha puesto bruscamente punto final a esta mezcla de autobombo, inconsciencia e infantilismo mental.

Eso explica que los mismos que más hablaban de libertad sean ahora los primeros en invocar la necesidad de restringirla para protegerla contra quienes atentan o se proponen atentar contra ella. Con ello se corre naturalmente el riesgo de que la 'sociedad abierta' tan apasionadamente defendida por Karl R. Popper en los tiempos de la Guerra Fría se convierta en una 'sociedad cerrada' a cal y canto, especialmente, pero no sólo, para las minorías musulmanas residentes en el hemisferio occidental y para las masas árabes en general. Es en todo caso sintomático que aumente el número de voces pidiendo histéricamente un «Big Brother» orwelliano que, armado de toda clase de poderes constitucionales y no constitucionales, se encargue de controlar y vigilar todas nuestras idas y venidas. La calidad y credibilidad del Estado de derecho se demuestra no cuando todo va viento en popa, sino precisamente cuando el viento sopla en contra.

Es obvio que se debe combatir de raíz todo conato terrorista, pero es también ingenuo creer que la crisis de identidad a que se enfrenta el mundo occidental podrá ser superada perfeccionando los aparatos de seguridad y dando carta blanca a la policía y los servicios secretos. Medidas de esta índole pueden ser útiles para contrarrestar o dificultar las actividades del fundamentalismo islámico o de otra especie, pero no para sentar los cimientos de un orden mundial digno de este nombre, que es lo que la humanidad urgentemente necesita. Lo mismo que la libertad, la seguridad tampoco basta para poner fin a la situación altamente conflictiva y agónica del orbe y salvar a la humanidad de lo que Samir Amin ha llamado en uno de sus libros «el imperio del caos», un objetivo que tampoco se alcanzará con despliegues militares y tambores de guerra. Sin el complemento o correctivo de otros valores como el sentido de responsabilidad o la conciencia ética, la libertad, por sí solo, suele convertirse finalmente en un monopolio de los poderosos y privilegiados, o en el reino de Jauja. La libertad, dijo Rosa Luxemburg respondiendo a Lenin, es siempre la libertad de los que piensan de otra manera. ¿Quién osará afirmar que los países a la cabeza del mundo se han atenido a este noble principio? La verdad es que el llamado 'mundo libre' se ha valido de su superioridad económica, tecnológica y armamentística para imponer una y otra vez su voluntad a otras regiones y comunidades del globo, siempre, claro está, en nombre de la libertad.

Frente a este estado de cosas yo digo: una libertad que sólo sirva para perpetuar la injusticia sobre la tierra y condena a media humanidad a la miseria y la desesperación, pierde automáticamente la legitimidad moral que pretende conferirse a sí misma.

La Clave
Número 27. 19-25 octubre 2001

4 comentarios:

Piedra dijo...

En EEUU la única libertad que hay es una estatua, así que si ese es el ejemplo de libertad, mal vamos.
Por supuesto que la libertad basta, pero es que no se habla de libertad sino de lo que el sistema dice a sus esclavos que es libertad para mantenerlos bajo control y contentos.

KRATES dijo...

¿Sólo en los EEUU? Entiendo libertad como la ausencia de toda coacción y restricción, cosa que en el llamado «mundo libre», brilla por su ausencia. La llamada «libertad política» incluye la capacidad de los gobernados de retirar de sus puestos a sus gobernantes, otra cosa que en este «mundo libre» no existe. ¡Y lo llaman democracia!

Piedra dijo...

EEUU es lo que se menciona en el texto, por supuesto es extensivo al resto del mundo que ellos llaman "el mundo libre" en neo-lengua.

KRATES dijo...

Y como bien se menciona en el texto, EEUU no es el paladín de la libertad. ¡Hay que leerlo bien!:

«Y en segundo lugar, la libertad, aun siendo, sin duda, el supremo bien del humano vivir, es insuficiente para garantizar un desenvolvimiento armónico y justo de la sociedad. Y la mejor prueba de ello son los EEUU, el país occidental que más se ufana de su libertad y el que con más frecuencia la pisotea...»