TIERRA Y LIBERTAD
Nº 363 - octubre 2018
Los hechos están claros y son incontestables.
Los abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero se han revelado como un aluvión en el espacio y en el tiempo en parroquias, colegios, instituciones y estructuras de antigua y tradicional fidelidad a la Iglesia.
Y no se sabe realmente cuánto se ha extendido el fenómeno. Con dolor y vergüenza quien ha decidido denunciar la violencia se ha encontrado con un muro de silencio de quienes teóricamente se presentan como paladines de los indefensos. La postura del vértice clerical es apabullante: ley del silencio, encubrimiento, ojos alzados al cielo e indulgencia hacia los culpables.
Curas y prelados reciclados, puestos un poco al margen o simplemente trasferidos a otra parte; víctimas y familias presionadas y obligadas al silencio, a soportarlo, a resignarse, algunas veces tras una indemnización económica. Ante la extensión del escándalo la curia romana se ve obligada a reaccionar. La máquina propagandística se pone en marcha.
Se habla de complots laicistas, de campañas denigratorias, de fenómenos marginales, de pequeños porcentajes, de casos de debilidad momentánea remediables.
Se confeccionan y se comunican fantásticas declaraciones oficiales… concentrar las acusaciones solo sobre la Iglesia falsea la perspectiva, la revolución sexual ha tenido reflejos negativos incluso en ambientes eclesiásticos. La pedofilia es un fenómeno difundido en la sociedad, por lo que la Iglesia no tiene mayor responsabilidad que los demás…
Al final un as en la manga: el diablo.
¡Ay, ay, ay! Cuando está por medio Lucifer se trata de fenómenos que trascienden los límites de la experiencia y del conocimiento humano.
Si alguien hace porquerías es por culpa de un diablo que pasaba por ahí, no de los malditos pedófilos ensotanados; nos encontramos ante un guion conocido. Lo que cuenta, sobre todo, es salvar al cura en dificultades que con su comportamiento pone de hoja perejil el buen nombre de la institución; no se piensa en primer lugar en las víctimas.
Entre diablos y rezos la jerarquía eclesiástica pide y endosa al sobrenatural culpas y remedios. «La verdad de los prelados es muy diferente de la que vivimos nosotros», afirman muchas víctimas reunidas en asociaciones. «Estamos marcados de por vida por los abusos, preferimos definirnos como supervivientes». Quedarse tranquilo e indiferente ante todo esto es muy difícil.
Tranquilos; los demás prelados se están empeñando en perdonar a las víctimas.
Saltamontes
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