jueves, 9 de abril de 2009

Agnosticismo

Búsqueda de pruebas para la fe

El evolucionista Thomas Henry Huxley (1825-1895) puede que no haya sido el primer agnóstico, pero sí fue el primero en llamarse así. Los intereses de Huxley, fisiólogo comparatista, pedagogo innovador y «perro dogo de Darwin», abarcaban ampliamente la ciencia, la religión y la filosofía. Huxley acuño el término agnóstico en 1869, al ingresar en la Sociedad Metafísica de Londres, un grupo de destacados teólogos, científicos e intelectuales varios que se juntaban para estudiar problemas relativos a la verdad y la fe.

Al preguntarle si era ateo, cristiano, deísta, materialista, idealista o panteísta, Huxley no supo qué partido tomar. Más tarde recordaría que no tenía «ni un retal con que cubrir[me]», y se sintió como la zorra de la fábula que, tras dejar el rabo en un cepo, no fue reconocida por sus compañeras.

«La sola cosa en que estaba de acuerdo la mayoría de aquellas buenas gentes —escribió— era la única en que yo difería de ellos. Se sentían completamente seguros de haber alacanzado cierta “gnosis”, es decir, un conocimiento revelado de la verdad acerca de la existencia.»

Así pues, me puse a reflexionar e inventé el título de agnóstico (con el sentido de «sin conocimiento revelado»), que consideré apropiado. Me vino al pensamiento como un sugerente antónimo de los «gnósticos» de la historia de la Iglesia, que declaraban saber tanto sobre aquellos mismos asuntos en los que yo era un ignorante, y aproveché la primera oportunidad para exhibirlo ante nuestra sociedad y mostrar también que yo tenía rabo, como las demás zorras. Para mi mayor satisfacción, el término arraigó.

Huxley se esforzó en resaltar que el agnosticismo «no es un credo, sino un método», una manera escéptica y experimental de entender tanto la fe personal como la ciencia. «En asuntos intelectuales —aconsejaba—, sigue tu propia razón hasta donde te lleve, sin tener en cuenta ninguna otra consideración», y «no pretendas tener por ciertas las conclusiones que no se han demostrado o no son demostrables». En tal caso, nadie «deberá avergonzarse de mirar de frente al universo, sin que importe lo que le reserve el futuro».

Huxley, no obstante, creía en «la santidad de la naturaleza humana», tenía «un sentido profundo de la responsabilidad» de sus actos y fue capaz de alimentar un profundo sentimiento religioso, con absoluta exclusión de la teología. Al morir en su juventud el hijo de Huxley, el reverendo Charles Kingsley le preguntó si no lamentaba en esos momentos la falta de fe en la inmortalidad del alma.

En una carta conmovedora y sin concesiones, Huxley le respondió:

Si un demonio burlón me preguntara qué beneficio me había reportado haberme despojado de las esperanzas y consuelos que abriga la masa humana… [respondería] que la verdad es mejor que muchas otras ventajas. He indagado las razones de mi creencia y, aunque tuviera que perder mujer, hijos, nombre y fama, uno tras otro…, no querría mentir… Me niego a depositar mi fe en lo que no esté fundado sobre una prueba suficiente; no puedo creer que los grandes misterios de la existencia se me puedan abrir de otra manera.

Richard Milner, DICCIONARIO DE LA EVOLUCIÓN.

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