domingo, 18 de abril de 2010

Villalar, los comuneros y el fracaso en la construcción de una nueva identidad


Cientos de miles de personas, puños en alto, banderas moradas y rojas, gritos de «¡Castilla entera se siente comunera!», «¡Castilla y León por su liberación!», discursos regionalistas encendidos, los grupos Candeal y Nuevo Mester de Juglaría cantando a los comuneros, flores en el monolito para homenajear a los capitanes decapitados… El ritual regionalista castellano y leonés, celebrado desde 1977 cada 23 de abril, no podía tener otro escenario que la campa de Villalar de los Comuneros, epicentro dramático del episodio histórico devenido en mito. Oficializada como fiesta de la Comunidad en 1986, nació promovida por el Instituto Regional como instrumento para generar una identidad colectiva regionalista en torno, inicialmente, a dos demandas básicas: democracia y autonomía.

Conseguida esta última de manera oficial el 25 de febrero de 1983, la fiesta de Villalar se ha ido consolidando como símbolo dirigido, a través de un ritual concreto, a galvanizar el débil sentimiento regionalista castellano y leonés y contribuir a la construcción de la nueva identidad autonómica. Sin embargo, a diferencia de los nacionalismos periféricos, en Castilla y León, este proceso de construcción identitaria, apoyado, entre otras medidas, en la promoción de rasgos culturales autóctonos, carecía de tradición alguna. Es más, como hemos podido comprobar, la misma utilización como mito del episodio de las Comunidades de castilla había servido más bien de apoyo legitimador a proyectos políticos de corte liberal, republicano, federalista y democrático antes que para construir y promocionar una identidad colectiva regionalista.

Este último cometido, en efecto, surgió como nueva necesidad hacia 1976, siguiendo un proceso similar al de los años 30, esto es, urgido por el clima de reivindicación autonomista impulsado desde los nacionalismos periféricos. De ahí, por ejemplo, el mimetismo que algún autor ha establecido entre la fiesta de Villalar y la Diada catalana. Lo importante, a los efectos de nuestro trabajo, es resaltar cómo la creación ex novo de la fiesta de Villalar como ritual simbólico dirigido a agrupar a la colectividad castellana y leonesa en torno al nuevo proyecto regionalista siguió, sobre todo en los momentos iniciales, las pautas culturales propias del proceder nacionalista: el empleo del episodio histórico de las Comunidades de Castilla, convenientemente devenido en mito, es utilizado como argumento de autoridad para legitimar las reivindicaciones del presente.

En Castilla y León, este uso se centrará, básicamente, en la interpretación clásica de los comuneros como luchadores contra la opresión y, sobre todo, de la derrota de Villalar como momento en el que Castilla perdió sus libertades de manos del absolutismo. La explicación es sencilla: impulsada la fiesta masivamente por los colectivos antifranquistas, ésta se convirtió en un lugar privilegiado para reivindicar el retorno de la democracia en España; a su vez, la denuncia del centralismo permitía yugular las acusaciones vertidas contra Castilla desde instancias periféricas y zaherir al gobierno de la UCD, al que se acusaba de mantener a Castilla económicamente sojuzgada; de paso, se intentaba generar a la contra un sentimiento autonomista castellano y leonés hasta entonces inexistente.

De hecho, ya el arranque conflictivo de la fiesta de Villalar contribuyó a presentarla ante la opinión pública como la expresión más genuina del mito comunero liberal y revolucionario. Y es que, la primera convocatoria, proyectada para el 24 de abril de 1976, pretendía aunar, a través de un encendido homenaje a la figura de Padilla, Bravo y Maldonado, la doble reivindicación ya mentada: por la libertad y por la autonomía. Sin embargo, se saldó con una carga policial bastante sonada: impulsada por el Instituto Regional, el gobernador no la autorizó pretextando que «aún no había sido aprobada la nueva ordenación legal para el ejercicio del derecho de reunión y manifestación» y que los actos del organismo convocante «no eran los propios de las finalidades de una sociedad anónima» que decían ejercitar sus socios.

Pese a todo, acudieron 400 manifestantes; la exhibición de una bandera morada en un árbol cercano desató la carga de los policías a caballo. Automáticamente, en el imaginario político del momento el suceso revistió un significado no menos mítico: los policías hacían las veces de la caballería realista y los miembros del Instituto Regional, de esforzados aunque derrotados y heroicos comuneros. Además, la represión desatada incentivó aún más la identificación entre la fiesta y la izquierda intelectual y política, restando eficacia, por tanto, a la función movilizadora conferida.

Al año siguiente, los colectivos convocantes, motivados por la inminente consecución de la preautonomía, emplearon el episodio histórico de Villalar para denunciar el abandono de Castilla y León, denostar el centralismo y, desde luego, pujar por una conciencia regionalista más extendida, que fuera capaz de movilizar a la ciudadanía para combatir el yugo centralista:

«Hace 456 años Castilla y León perdieron sus libertades con la derrota de los comuneros en Villalar. Desde aquella fecha Castilla y León han sido víctimas de un centralismo destructor que ahogó su voz y sus derechos propiciando el estado de ruina y abandono en que está sumido nuestro pueblo.
¡Castellanos y leoneses! Sólo con unión y solidaridad podemos recuperar las libertades perdidas. Castilla y León reclama justicia, libertad y autonomía.»

Comprometidos los partidos y colectivos del momento con la concesión de la preautonomía como paso previo y necesario para llevar a buen puerto el proyecto autonómico, su estrategia de agrupar a los castellanos y leoneses en torno al nuevo regionalismo se basaba, como vemos, en el recurso al agravio centralista. Esto explica el hecho de que el mito comunero fuera empleado en el más clásico sentido de la pérdida de las libertades ocurrida tras la derrota de Villalar. Poco cambiará al año siguiente, como vemos en la convocatoria:

«El 23 de abril, Día de Villalar, los castellano-leoneses vamos a celebrar la fecha de la derrota de las fuerzas comuneras representantes de las libertades castellanas frente al emperador Carlos I y que se ha convertido hoy en símbolo de la lucha del pueblo castellano-leonés contra la situación que padece nuestra región, por recuperar su identidad regional y en defensa de sus derechos como pueblo.»

Claro que, al borde de las elecciones municipales de 1979, las primeras auténticamente democráticas en España tras la muerte del general Franco, Julio Valdeón, como representante del Instituto Regional, se refirió a los precedentes democráticos que podían extraerse de las demandas comuneras para que el emperador Carlos V respetase las antiguas instituciones representativas de las ciudades de Castilla. Pero, eso sí, sin olvidar el valor que adquiere Villalar en ese afán de «resurgimiento de una región abandonada y maltratada».

Ciertamente, el recurso al agravio centralista como estrategia movilizadora y su proyección hacia el pasado a través del empleo del episodio comunero mitificado obedecía, en cierto modo, a la oposición existente entre la izquierda convocante y el signo político del partido gobernante (UCD). Por eso el cambio político experimentado en 1982 a raíz del triunfo electoral del PSOE, su reedición al año siguiente en las elecciones autonómicas castellanas y leonesas, la aprobación del Estatuto de Autonomía en febrero de 1983 y la oficialización de la fiesta tres años después fueron factores que provocaron una sensible variación en el mensaje de la misma: frente al agravio comparativo anterior comenzó a incidirse en el sentido reivindicativo, a la vez que solidario, del episodio comunero, desprovisto ya de enemigo a batir.

Sin embargo, es preciso reconocer la escasa operatividad del mito de las Comunidades a la hora de erigirse en referente cultural de la autonomía castellano y leonesa, aspecto que contrasta con su rentable utilización a la hora de reivindicar, en aquellos años de la Transición, el retorno de la democracia y el rechazo del centralismo. Para esto último, en efecto, los regionalistas de los anos 70 encontraron —previa criba y previsible selección— útiles argumentos de legitimidad histórica en unos comuneros mitificados y presentados como precoces luchadores contra el absolutismo. Otra cosa muy distinta era hallar antecedentes regionalistas en dicho episodio: ni siquiera mitificado era capaz de aportar precedentes históricos con los que incentivar un sentimiento colectivo mayoritario de pertenencia a una comunidad diferenciada.

El mismo Julio Valdeón, uno de los promotores del movimiento regionalista castellano y leonés que tanto se esforzó en enlazar el ejemplo comunero con las luchas democráticas de los años 70, señalaba, a la altura de 1999, que la reivindicación de la revolución comunera «se inscribe en la lucha mantenida en el transcurso de la historia por los seres humanos para acabar con la opresión (…) o, lo que es lo mismo, en pro de la dignidad humana». Por eso la rebelión de las Comunidades, más que motivo de reivindicación regionalista o autonomista, es presentada ahora en Villalar como «un hito significativo en el camino, largo camino, que ha llevado a la humanidad a la conquista de la democracia».


3 comentarios:

Sorrow dijo...

Y mientras los nacionalistas castellanos celebren el 23 de abril en Villalar los nacionalistas leoneses quemarán pendones de Castilla. Y que luego digan los nacionalistas de izquierda que el internacionalismo es

"un movimiento político que aboga por una mayor cooperación política y económica entre las naciones para el beneficio mutuo."

... por favor, no nos hagan reír.

Sorrow dijo...

Si los trabajadores de Castilla y León tienen un débil sentimeinto nacional tanto mejor para ellos, menos impedimento a la hora de tomar conciencia de clase. Por otra parte, parece que el poder quiere a toda costa hacer crecer el nacionalismo donde sea, incluso donde nunca lo ha habido. Eso obedece claramente a una estrategia de "divide y vencerás". Cada oveja debe estar integrada en su rebaño... y si no que se atenga a las consecuencias. Por cierto, excelente texto.

KRATES dijo...

Lo que en realidad se conmemora el 23 de Abril, más que un suceso histórico es su mito, la idealización usada con otros fines. Los comuneros eran del siglo XVI y hacer interpretaciones comparándolas con el presente es completamente estúpido. Los liberales del siglo XIX los utilizaron como encarnación de la nación española, los republicanos los convirtieron en antecedentes democráticos y descentralizadores, los conservadores los vieron como representantes del oscurantismo medieval, los nacionalistas como señal de identificación, etc. ¡Un desconcierto inútil!