sábado, 16 de abril de 2011

La evasión del Gran Muftí de Jerusalén

Los movimientos de liberación nacional antiimperialistas del llamado «Tercer Mundo», aunque tuviesen un talante progresista, y hasta revolucionario (después de los años de la Segunda Guerra Mundial), también tuvieron su pasado filofascista, uno de ellos fue el nacionalismo árabe. Durante los años treinta y la primera mitad de los cuarenta del siglo pasado, muchos nacionalistas asiáticos y africanos, con tal de conseguir la independencia de sus respectivos países, adoptaron el equivocado lema «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» y se aliaron con los regímenes facistas europeos como el italiano y el alemán. Como fue el caso del Muftí de Jerusalén Amin Al-Husseini y otros árabes sometidos al imperialismo británico. Os pongo este texto de un libro del historiador belga, nacionalizado francés, Jacques de Launay.

El 8 de mayo de 1945 un avión alemán se presentó en la vertical del aeródromo de Berna. Después del aterrizaje, cinco hombres descendieron del aparato: dos oficiales nazis, el Muftí de Jerusalén y dos ayudantes de campo árabes.

Los alemanes fueron internados. En cuanto a los árabes, fueron recibidos con los honores debidos a su rango y luego remitidos a los franceses, que se hicieron cargo de ellos con mucho tacto.

Los cuatro grandes, de pleno acuerdo, habían disociado el caso del Muftí del proceso de Nuremberg y los diplomáticos y los policías franceses le concedieron el derecho de asilo.

Conducidos a París por la Sûreté en un convoy del que formaba parte Fernand de Brinon, el Gran Muftí, confiado a los cuidados de la Prefectura de la Policía, fue instalado en una villa de La Varenne en calidad de refugiado político. El comisario Saint-Maur se encargó de su vigilancia. Algunas semanas después, las autoridades francesas pusieron a su disposición, por orden del general De Gaulle, que ganó por la mano a los ingleses, una vasta residencia en Vaucreson: el Gran Muftí estaba protegido por la policía, pero se convirtió en huésped del gobierno. El líder nacionalista no pareció tener ninguna dificultad de dinero.

* * *

Amin el-Husseini es de estatura mediana. No lleva el turbante verde al que tiene derecho en su condición de descendiente del Profeta, sino un hemma de un blanco inmaculado. Va vestido con un caftán guarnecido de pieles y ricamente ornamentado.

Su cara es muy móvil y sus ojos, a veces grises y otras veces verdes, son los de un zorro. La barba, cortada de punta, es rubia.

Nacido en Jerusalén en 1987, ha hecho la gran guerra en el ejército turco y luchado contra los británicos. Cuando vuelve a Jerusalén en 1919, es reclutado en los servicios de policía del alto comisario británico en Palestina. sir Reginald Storrs, ex compañero de Lawrence. Pero Amin juega un doble juego. Está decidido a sabotear la aplicación de la Declaración de Balfour, cuyo objetivo es «el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional judío». En la Pascua de 1920, suscita en Jerusalén unos tumultos entre árabes y judíos que causan doce muertos. Desenmascarado, es despedido por los ingleses y abandona el país. Declarado en rebeldía, es condenado a diez años de trabajos forzados.

Hijo y hermano de muftíes de Jerusalén, durante algunos meses cursará estudios, poco brillantes, en la universidad coránica Al-Azhar, de El Cairo, lo cual no impide que siga alimentando grandes ambiciones.

Cuando regresa a Jerusalén, en abril de 1921, Amin es recibido con entusiasmo por sus amigos y en seguida se convierte en uno de los jefes del movimiento nacionalista palestino, antibritánico y antisionista.

El nuevo alto comisario británico, sir Herbert Samuel, cree poder desarmarle aceptando su designación en calidad de Gran Muftí de Jerusalén. Amin acepta este cargo religioso del cual es poco digno, pero que satisface sus ambiciones. Aparentemente neutral, prosigue en su ascensión política: en marzo de 1922 se convierte en presidente del Consejo musulmán.

Entre bastidores, durante catorce años, Amin estimula todas las acciones, todas las violencias contra la inmigración judía y la Declaración Balfour.

En agosto de 1929 se alcanza un objetivo: los musulmanes, impulsados por el Muftí, deciden impedir acudan a rezar al Muro de las Lamentaciones. El motín ya es casi una guerra civil; se cuentan 133 muertos y 300 heridos judíos, y 100 muertos y 200 heridos árabes. Los ingleses tienen que traer refuerzos de Egipto y sus tribunales condenan a tres árabes a la horca. Nadie se atreve a tocar al Gran Muftí, por temor a atraer todas las maldiciones de los musulmanes.

A pesar de todas las declaraciones oficiales, los judíos que desembarcan en Palestina son cada vez más numerosos. Se produce una aceleración después de la toma del poder por Hitler. De 1933 a 1936, 60.000 refugiados han venido a engrosar la población judía, que era 350.000 personas. En 1934, Amin solicita de Londres, pero en vano, el acta de independencia de la Palestina árabe.

En abril de 1936 Amin crea un Alto Comité Árabe que declara la huelga general contra la inmigración judía, reclamando la interrupción de ésta, la prohibición de la venta de tierras a los judíos y la creación de un ejército palestino árabe. Los ingleses se niegan, provocando unos tumultos que durarán hasta agosto. Un antiguo oficial turco, Fawzi al-Qawuqji, ya condenado a muerte por los franceses cuando la rebelión de los drusos, agita a los beduinos de Siria. Los ingleses ponen a precio su cabeza.

Fawzi al-Qawuqji durante la revuelta árabe de 1936

El 7 de agosto de 1936 Londres anuncia la creación de una comisión real de investigación, presidida por lord Peel. Este grupo de expertos entrega su informe el 7 de julio de 1937: lord Peel saca la consecuencia de la necesidad de una división de Palestina y de la constitución de un Estado judío de 5.000 km².

Por la misma época, la policía ha establecido la responsabilidad de los miembros del Alto Comité Árabe y los británicos deciden su deportación y la de algunos de sus partidarios a un campo de concentración de las islas Seychelles. Una revista árabe de El Cairo, inspirada por los ingleses, publica la fotografía de un cheque de 20.000 libras remitido por los alemanes a uno de los dirigentes del comité.

El 30 de julio de 1937, día en que los líderes palestinos son detenidos, el Gran Muftí, que se encuentra en la mezquita de Omar, consigue huir por unos subterráneos. Disfrazado de descargador, llega al puerto de Haiffa, donde embarca en una goleta. Al día siguiente, pone pie en tierra en la costa siria y se instala luego en Beirut, desde donde dirige la resistencia palestina, provocando sangrientos incidentes hasta octubre de 1939. El jefe de la Sûreté francesa, el señor Colombani, le protege. Desde entonces ha quedado establecido el hecho de que el Gran Muftí sostenía unas relaciones continuadas con Berlín y con Roma.

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El 4 de abril de 1941, la situación se extiende por el Cercano Oriente. Un nacionalista iraquí, Rashid Alí el-Kailani, ha tomado el poder en Bagdad mediante un golpe de Estado. Es la tercera vez que tiene acceso a la dirección del gobierno, pero ahora está decidido a quedarse en ella. Está en relación con agentes alemanes, entre ellos el arqueólogo Max von Oppenheim, de Colonia, que escapa así de la persecución de los judíos, pero sin tener en cuenta las consignas de la prudencia.

Sin esperar a que los alemanes terminen sus operaciones en Creta, pasa a la acción. Rashid Alí proclama la deposición del regente Abdul Ilah, que ha huido en un avión británico. Dota a Irak de una constitución fascista y de un nuevo regente, amigo del Muftí, Sherif Sharaf, e inicia un nacionalsocialismo árabe. Los ingleses no quieren que corte la ruta de la India, pero Rashid Alí moviliza al ejército y pone sitio a la base británica de Habbaniyah. Después pide ayuda a su amigo el Gran Muftí.

Amin el Husseini, que vive en Beirut, amistosamente vigilado por los franceses, a pesar de una extradición de los ingleses, se dirige inmediatamente a Bagdad, donde predica la «Guerra Santa» contra los ingleses, amigos de los judíos. Fawzi al-Qawuqji, que le acompaña, se pone al frente de una columna motorizada y ataca a los ingleses. En Bagdad, todos los residentes británicos son molestados o metidos en la cárcel. Los bienes británicos, capitales, pozos de petróleo y oleoductos, son incautados. Alemania promete su apoyo a Rashid Alí.

Toda esta acción, mal preparada, se desarrolla en un gran desorden, y cuando el enviado especial de Keitel, el hijo del general Von Blomberg, desembarca en Bagdad, es fusilado por error por los hombres de Rashid Alí.

La insurrección se desvía. Al-Qawuqji, avistado por unos aviones de la RAF, es ametrallado en su coche y gravemente herido. Es evacuado a Alemania, donde tardará un año en reponerse de sus heridas. El 30 de mayo, los ingleses tienen de nuevo la situación en sus manos y los rebeldes se ven obligados a huir.

Rashid Alí atraviesa la frontera turca. Von Papen, el embajador alemán en Ankara, le pone bajo su protección y, algunos meses después, le ayudará a salir hacia el Reich a bordo de un avión alemán en compañía del doctor Schmidt (Paul Carell), colaborador de Ribbentrop. El Gran Muftí, al que los turcos se niegan a recibir cuando los ingleses ofrecen 20.000 libras de recompensa a quien lo entregue, se va a Irán, donde el embajador de Italia le da un pasaporte diplomático a nombre del conde Mazzolini; vestido a la europea, Alí llega a Rodas, y luego a Tirana, donde volverá a ponerse sus ropas religiosas antes de visitar, en junio, a Mussolini y a Hitler.

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El Gran Muftí y sus dos amigos forman algunas pequeñas unidades árabes, constituidas por voluntarios musulmanes de Bosnia-Herzegovina y Albania. Amin el Husseini reside en Berlín, jugando sutilmente entre la Abwehr, la Wilhelmstrasse y el SS-Hauptamt. Consigue que le subvencionen los unos y los otros. Por una orden especial del Führer, el Gran Muftí y Rashid Alí son tratados como amigos, es decir, que pueden pedir lo que quieran.

El Gran Muftí revisando la tropa de voluntarios musulmanes
de la División Handschar de las SS, en 1943

Rashid Alí, a través de las emisiones árabes de Radio Stuttgart, lanza llamamientos a la rebelión árabe. El Gran Muftí promete mucho, pero da poco. En vísperas de la batalla de El-Alamein, utilizando sus redes árabes de información y de acción, junto con su agente en El Cairo, Anwar el-Sadat, hombre de gran futuro, prepara un vasto alzamiento de los nacionalistas egipcios. Como es sabido, el asunto fracasa y Sadat es encarcelado por los ingleses. Más adelante, organiza unas operaciones de paracaidistas que tampoco tienen éxito. Amin el Husseini sabe, sobre todo, hacerse apreciar por los estímulos verbales y escritos que da a Himmler y a Eichmann en su persecución antisemita, y sólo pide a cambio la promesa del Reich de destruir el Hogar Nacional judío en Palestina. Es el Muftí, por ejemplo, el que hace fracasar el proyecto de canje de los judíos de Budapest.

Por lo demás, es cierto que el «Buró der Grossmufti» (Al-Maktab Al-Arabi) de Berlín tiene una gran necesidad de dinero y que está es satisfecha sin discusión. Sólo de la Wilhelmstrasse, Amin el-Husseini ha recibido 25 kilos de oro y 50.000 dólares, que se ha transferido a Zurich; y el SS-Hauptamt no se ha quedado atrás.

En la navidad de 1943, cuando Berlín está sometido a una ofensiva aérea ininterrumpida, el Gran Muftí y Rashid Alí son evacuados a Sajonia, donde vivirán el final de la guerra. Rashid Alí conseguirá perderse en el desastre final y, con diversos disfraces, llegar a Marsella, donde se enrolará como pañolero a bordo del carguero Marrakech. Cuando llega a Beirut, será conducido en automóvil, por unos amigos sirios, hasta Jeddah, ciudad de la Arabia Saudí, donde será huésped de Ibn Saud.

1943, el Gran Muftí con Rashid Alí en el refugio alemán,
entre ellos el nacionalista indio Chandra Bose

En cuanto a Qawuqji, casado con una diseñadora alemana a su salida del hospital y que había servido de consejero militar del Gran Muftí, se presentó a las autoridades francesas de ocupación en Berlín. Obtuvo un visado de entrada en Siria y, junto con su mujer, su guardaespaldas y un locutor árabe, tomó el avión para París. Vivió algunos días, hasta fines de marzo de 1947, en un gran hotel de la capital, y luego tomó otro avión para Damasco, haciendo escala en El Cairo y en Tel Aviv sin ser molestado por los británicos.

* * *

En su dominio de Vaucresson, Amin el-Husseini recibía pocas visitas: su abogado J. L. Aujol, el embajador soviético Bogomolov y unos hermanos musulmanes llegados de El Cairo. Hizo venir fondos de Zurich, procedentes de su «tesoro de guerra, mil millones de francos» de la época, como él decía.

A veces iba a París en coche. Se hizo cortar por Lanvin un traje a medida y, vestido a la europea, iba a tomar el té al Quai d’Orsay con Georges Bidault, el ministro de Asuntos Exteriores. Este ministro jugaba entonces la carta árabe. Pensaba a la vez en el futuro del Magreb y en la querella franco-inglesa del Próximo Oriente: Francia evacuaría el Líbano el 30 de junio de 1946; Ferhat Abbas explotaba los incidentes sangrientos del Setif [en Argelia] con miras a las elecciones de junio de 1946; Burguiba, llegado clandestinamente a El Cairo en marzo de 1946, situó la cuestión tunecina en el escenario internacional.

A las peticiones de extradición del Muftí «criminal de guerra», presentadas por Bevin, secretario del Foreign Office, y por Tito, Bidault opuso una negativa categórica, arguyendo el hecho de que Amin el-Husseini no figuraba en la lista de los criminales de guerra.

Durante la conferencia árabe de 1944 en Alejandría,
un año antes de crearse la Liga Árabe

El 7 de junio de 1946 una noticia de agencia anunció la llegada del Gran Muftí a Damasco. Había viajado, provisto de un pasaporte sirio, a bordo de un avión francés procedente de El Cairo.

Gran revuelo en Londres. El Colonial Office dirigió al Quai d’Orsay una protesta categórica. Los archivos de la policía nos permiten seguir hoy las reacciones de las autoridades francesas.

El prefecto de policía Charles Luizet, encargado de la investigación, consiguió reconstruir el esquema de la investigación. El 29 de mayo de 1946, a las 11 de la mañana, Maaruf al-Dawalibi, abogado en el tribunal de apelación de Alepo, residente por entonces en la villa La Roseraie de Louveciennes, se presentó en el aeropuerto de Orly provisto de un pasaporte sirio en regla, expedido en noviembre de 1945, y de un billete de avión París-El Cairo. Después del registro de su equipaje, se dirigió a la sala de espera y, cuando se llamó a los pasajeros, subió a bordo del Constellation TWA de la línea Nueva York-El Cairo.

Poco después de la instalación de los viajeros en la carlinga, un hombre con traje de paisano, imberbe, subió los escalones de la pasarela: era el Gran Muftí. Se dirigió al abogado, que le entregó el pasaporte y el billete de avión. Luego el abogado Dawalibi salió de la cabina y busco la salida más próxima.

¿Quién había permitido que el Gran Muftí burlase los controles? Nadie, razón de Estado. Aparentemente, la policía judicial, cuyo director, M. Desvaux, fue «bruscamente» relevado de sus funciones. En realidad siguió siendo director de la policía judicial hasta octubre de 1952, en cuya fecha fue nombrado inspector general de los servicios de la Prefectura de Policía.

Después de una breve estancia en Damasco, el Gran Muftí se instaló en El Cairo, donde fue huésped del rey Faruq, no sin haber reanudado un estrecho contacto con su antiguo corresponsal, Sadat, uno de los «oficiales libres» conspiradores que condujeron al poder a Nasser el 23 de julio de 1952.

Congreso Islámico Mundial de 1946 en El Cairo,
el Gran Muftí sentado (segundo por la izquierda)
entre el libio Idris al-Senussi y el pakistaní Alí Jinnah

El rastro del Muftí es difícil de seguir. Desde 1946 residió en Heliópolis, cerca de El Cairo, en una villa bien guardada, en el número 6 de Shariat Assiut. Durante el verano, algunas veces, iba de vacaciones al Líbano. Cuando se proclamó, el 15 de mayo de 1948, la independencia de Israel, los británicos abandonaron Palestina y los ejércitos de los países árabes pasaron al ataque. Inmediatamente, Amin el-Husseini invitó a todos los árabes de Palestina a salir de Haifa, Jaffa y las demás ciudades para dejar que los soldados árabes expulsasen de Palestina, manu militari, a las «bandas judías». Y se produjo el éxodo, y después el nacimiento del problema de los refugiados palestinos.

Los árabes perdieron la primera guerra de independencia de Israel, pero los 5.000 hombres de Qawaqji continuaron con sus acciones de guerrilla.

El Gran Muftí, gracias a diversas intrigas, adquirió el control de la Liga Árabe y la representó en las manifestaciones de solidaridad del mundo musulmán, en Karachi, en Kabul y hasta en Yakarta. Llevaba siempre la misma política, antibritánica y antisionista, pero sin reparar en los medios. Se apoyaba también en los comunistas, algo que fue muy discutido. Pensaba en la constitución, bajo su presidencia, de un Estado árabe en Palestina.

Los ingleses decidieron entonces contar con el rey de Jordania, Abdulah I, con el que se comprometieron a asignarle una considerable renta. Abdulah dejó que aplastasen a las tropas egipcias sin que su Legión Árabe, mandada por Glubb Pasha, disparase un solo tiro. Después, tras haber recibido en Amman, el 10 de mayo de 1948, en vísperas del conflicto, a un enviado especial de los israelíes, Golda Meir, disfrazada de mujer árabe. Abdulah mantuvo, en marzo de 1949, negociaciones secretas con Israel. El 29 de abril de 1950 se anexionó la zona árabe de Palestina, convertida por un reparto provisional en una no man’s land («tierra de nadie»). Pero Abdulah cometió un error fatal: destituyó a Amin el-Husseini de su cargo de Gran Muftí de Jerusalén y confió la mezquita de Omar a un pacífico anciano, Hussam Eddin Jarallah. Algunos días después, el 20 de julio de 1951, Abdulah fue asesinado en el umbral de la mezquita de Omar. La investigación estableció que el asesino era un pariente del Muftí y que los planes del atentado habían sido trazados en la villa de Heliópolis.

El rey Abdulah I de Jordania visita
a Hussam Eddin Jarallah en Jericó, 1948

El ex Primer Ministro del Líbano, Riad el-Solh, que simpatizaba con Abdulah, fue asesinado también. Entonces el rey Faruq, sintiéndose inquieto, decidió poner fin a la intrigas del Muftí. Hizo registrar el cuartel general de éste, que no reaccionó, pero el rey se jugó y perdió su trono. El Muftí dio luz verde a sus amigos los «oficiales libres» Sadat y Nasser, y a los jóvenes palestinos de El Cairo, Shukeiri y Arafat, del cual volveremos a hablar. A Faruq ya sólo le quedaba un año.

Con Nasser, al que le gustaba tomar solo sus decisiones, el Gran Muftí permaneció aparentemente silencioso. El sutil juego mantenido con Moscú y las querellas palestinas estaban demasiado dentro de su línea par que podamos ignorar su papel entre bastidores, tanto más cuanto que hizo ir a El Cairo como consejeros a muchos de sus amigos alemanes de la guerra.

Amin al-Husseini junto a Sadat y Nasser, y entre ellos
el primer presidente de la República de Egipto, el general Naguib (1953-54)

Después de la Guerra de revancha de los Seis Días, que concluyó con la derrota de Nasser, el 18 de septiembre de 1967, en Amman, el Gran Muftí dio una conferencia de prensa: era un nuevo llamamiento a la Guerra Santa. Será escuchado después de la muerte de Nasser (28 de septiembre de 1970) y de la subida de Sadat al poder. La lucha de su discípulo Arafat contra el rey Hussein, nieto de Abdulah, llevará su marca. La guerra de Sadat (octubre de 1973) la llevará también.

Se advierte una constante: contra viento y marea, el Gran Muftí y sus amigos parecen haber evitado siempre los roces con Francia. Los buenos oficios de la diplomacia y de la policía francesas lo habrían, por tanto, compensado.

El Movimiento de Liberación Árabe condenó la actividad del Gran Muftí durante la guerra mundial*. Nuestros informadores no precisan si se trataba o no de una simple táctica.

JACQUES DE LAUNAY, Policía secreta, secretos de policía, 1989

* Las organizaciones palestinas de la resistencia le reprochaban su espíritu religioso tradicional y sus concepciones feudales. Pero cuando murió, el 4 de julio de 1974, rindieron homenaje «al Gran Líder que dedicó su vida a luchar por la causa palestina y la nación árabe».

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