martes, 20 de diciembre de 2011

Racismo nórdico

Extraído del Historia del racismo en España de José María del Olmo Gutiérrez




Jawohl Mein Führer! Catalunya Über Alles!

La región septentrional de España era –y es– tenida por la zona más noble del país, puesto que allí, según se creía, no habían llegado los moros y se conservaba de forma incólume la fe “antigua”, la sangre sin contaminación infiel y la vida de los godos originarios. Los visigodos eran concebidos como la raíz de la nobleza y el punto de referencia a partir del cual se había forjado la unidad política y religiosa española. Haber nacido en el Norte o ser hijo de asturianos, montañeses o vascongados equivalía a tener la consideración de hidalgo y la posesión de un linaje "cristiano viejo". El racismo nórdico adquirió a finales del siglo XIX un carácter laico y biologicista. La idea de "pureza" cristiano-católica se vio paulatinamente sustituida por un prejuicio fisonómico arianista de influencia europea y por la reclamación cultural de un pasado celta.

El racismo nórdico híbrida en su haber concepciones de tipo religioso, geo-histórico y anatómico. La España septentrional estaba identificada originariamente con el cristianismo pero posteriormente fue cada vez más equiparada a las ideas de europeidad y arianidad. La imagen que se tiene del humano septentrional es la de un prototipo con valor, carácter noble y capacidad de mando, lo que le contrapondría al habitante del centro y del sur, destacado por su inmoralidad, su desdeño por el trabajo y su falta de palabra. Fisonómicamente hablando, el hombre del norte aparece representando como un ser de alta estatura, piel blanca y frecuentemente con cabeza arrubiada, mientras que el meridional, por el contrario, es visto como un tipo de pequeña estatura y piel morena, herencia del dominio musulmán. Dicho cliché racial se puede resumir en una frase muy utilizada en Cantabria a la hora de marcar diferencias con la meseta: "De Reinosa para abajo son todos moros".

La idea de diferenciación georracial aparece en otros países mediterráneos, como Portugal, Francia o Italia. En esta última nación existe la creencia generalizada de que el norte y el centro-sur están habitados por razas diferentes y desiguales. Aquí, al igual que en España, se repite la contraposición entre norte-europeidad-piel blanca y sur-africanidad-piel morena, unido a sus correspondientes tópicos psicológicos y morales. En Italia el racismo regional fue muy difundido por la prensa y la literatura entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX, siendo bien acogido por la nobleza y la burguesía. Los italianos del Mezzoggiorno (Mediodía) a veces son denominados con el vocablo despectivo de "terroni", en referencia a su pigmentación cutánea. Durante la dictadura fascista la propaganda del régimen postulaba que todos los italianos descendían de un arquetipo ario originario. El cine y la prensa de la época solían promocionar de sobremanera a los individuos pelirrubios y ojiclaros.

Los tópicos regionalistas han quedado retratados en un sinfín de tratados y obras literarias desde el siglo XV hasta la actualidad. Miguel Herrero García en su obra Ideas de los españoles en el siglo XVII demuestra la importancia que la ascendencia goda tenía para las familias oriundas del País Vasconavarro, Asturias, Cantabria, Galicia y las montañas leonesas. El Marqués de Dosfuentes recoge en El Alma Nacional (Madrid, 1915, Pág. 71) el goticismo tradicional al afirmar que "los solares de los nobles españoles se encuentran todos, como es sabido, en el Norte".

El goticismo –reinstaurado durante la etapa franquista– se ve suplantado a comienzos del siglo XX por un racismo ario. En este sentido, el autor catalán Pompeyo Gener amplía la idea de nobleza al noreste de España. En su libro Cosas de España, Herejías Nacionales (Barcelona, 1903, Pág. 20) sostiene que sólo en estas provincias hay verdaderos elementos de "raza pura", de los que se puede esperar grandes hallazgos en todos los campos. Ello no sucede en el Centro y el Sur, porque exceptuando varias individualidades "hemos notado el predominio del elemento semítico, y más aún el presemítico y el bereber". A tal definición se añaden los estereotipos antimoriscos tradicionales: morosidad, mala administración, desprecio del tiempo y de la vida, caciquismo, hipérbole en todo, dureza y falta de medios tonos en la expresión, adoración del verbo, etc.

Misael Bañuelos, catedrático de la facultad de Medicina de Valladolid, en su exaltación de la raza hispana defiende que Castilla La Vieja es la que presenta caracteres raciales "más limpios y puros", al estar constituida casi exclusivamente por elementos nórdicos. Aquí se ve como el campo de acción del norte se amplía según la conveniencia e intereses de los distintos autores. En el caso de Bañuelos la superioridad nórdica estribaría en:

- Primeramente en su talento intelectual y crítico, pues "es capaz de someter a su juicio todos los problemas, todas las teorías y todas las doctrinas, cualquiera que sea su categoría y origen".
- El "sentimiento del deber", que es cualidad que se inculca sobretodo en el seno de la familia.
- El hombre nórdico posee también una atracción especial por la vida en plena naturaleza.
- En la aristocracia de todos los países, y desde luego en España, descubrimos inmediatamente la sangre nórdica.
- El hombre del norte destaca por su espíritu guerrero y por su capacidad para conducir soldados en todas las campañas militares.
- Por último, el español del norte destaca por el amor al hogar y por la creación del derecho individual familiar.

Los clichés raciales regionales fueron muy propagados durante la etapa franquista. Numerosos teóricos anteriores o contemporáneos afines al régimen mezclaron el biologicismo europeo con el prejuicio nórdico castizo peninsular. Un ejemplo de ello es José Antonio Primo de Rivera, que en los apartados 2 y 3 de su opúsculo España: germanos contra bereberes escribe:

"2. Con esta previa delimitación de conceptos cabe resumir la cuestión inicial: ¿qué fue la Reconquista? Ya se sabe: desde el punto de vista infantil, el lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido. Pero la cosa no fue así. En primer lugar, los moros (es más exacto llamarles "los moros" que "los árabes"; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora) ocuparon la casi totalidad de la Península en poco tiempo más del necesario para una toma de posesión material, sin lucha. (…) toda la inmensa España fue ocupada en paz, naturalmente, con los "españoles" que habitaron en ella. Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los recién llegados. Es más, sentían muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos. Esto fue el principio de la Reconquista; al final no hay ni que hablar. Después de seiscientos, de setecientos, de casi (en algunos sitios) ochocientos años de convivencia, la fusión de sangre y usos entre aborígenes y bereberes era indestructible; mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante doscientos años por la dualidad jurídica y, en el fondo, rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial. (…).

3. En esquema –abstracción hecha de los mil Acarreos e influencias recíprocas de todos los elementos étnicos removidos durante ochocientos años–, la Monarquía triunfante de los Reyes Católicos es la restauración de la Monarquía gótico-española, católico-europea, destronada en el siglo VIII. (…). Por otra parte, considerables extensiones de España, singularmente Asturias, León y el Norte de Castilla, habían sido germanizadas sin solución de continuidad, durante mil años (…) sin contar con que su afinidad étnica con el norte de África era mucho menor que la de las gentes del sur y levante. La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista, y la culminación de la obra de germanización social y económica de España. (…)".

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