¿Quién dijo que los dinosaurios tenían ese tono gris verdoso, fangoso, macilento y aburrido como una tarde de domingo?
Por JAVIER SAMPEDRO
El evolucionista neoyorquino Stephen Jay Gould apoyó en líneas generales Parque jurásico, la película de 1993 que inauguró la fiebre moderna de los dinosaurios, basada en la visionaria novela de Michael Crichton con el mismo título, pero desde su estreno le puso cuatro objeciones que tal vez sigan vigentes. La primera, que el personaje del matemático del caos, interpretado por Jeff Goldblum, le parecía un pelmazo, y que no entendía por qué no se lo había comido un dinosaurio en la primera media hora. La segunda, que los dinosaurios reconstruidos de manera tan brillante por el equipo de efectos especiales de Spielberg no pertenecían al Jurásico, sino a la era geológica inmediatamente posterior, el Cretácico, que acabó precisamente con la extinción de aquellos grandes reptiles entre una vorágine volcánica rematada por la caída de un gigantesco meteorito en el Yucatán mexicano.
La tercera pega de Gould tiene más enjundia. En la película, como en la novela, los dinosaurios son reconstruidos a partir del ADN de los mosquitos que les habían picado en la época, que luego se conservaron en ámbar; y, como ese ADN no estaba completo, los científicos del parque rellenaron los huecos con el genoma de una rana actual. Este fue seguramente el mayor error de Crichton, o al menos el más incomprensible. Porque, pese a lo que las apariencias puedan indicar, los dinosaurios tienen realmente muy poco que ver con las ranas; y en cambio hay un montón de seres vivos actuales que guardan una relación directa con aquellos temibles reptiles extintos: las aves, que evolucionaron justo a partir de los dinosaurios. Digo que el error es incomprensible porque Parque jurásico es precisamente la primera obra de ficción que recoge esas evidencias evolutivas, y la que más ha hecho por popularizarlas. Según Gould, los científicos del parque debieron usar genomas y huevos de avestruz para completar su trabajo. No ranas, por el amor de Dios.
Y la cuarta objeción es tal vez la más curiosa, porque pone el foco en un prejuicio en el que todos hemos incurrido de manera automática. ¿Quién dijo que los dinosaurios tenían ese color gris verdoso, fangoso, macilento y aburrido como una tarde de domingo con el que aparecen hasta en los juguetes de los niños? Vale que nadie sabía de qué maldito color eran aquellos monstruos carniceros, pero precisamente por ello Spielberg se podía haber inventado los tonos que le hubiera dado la gana, en lugar de caer de nuevo en ese topicazo lúgubre. Pues bien, este año hemos aprendido algo nuevo sobre el asunto, y aquí se lo resumo.
Un equipo encabezado por Julia Clarke, de la Universidad de Texas en Austin, publicó hace unos meses en Nature un ingenioso método que les ha permitido saber de qué color eran los dinosaurios. Resulta que hay una correlación muy precisa entre el color y la forma de los melanosomas, las estructuras internas de las células de la piel que fabrican los pigmentos. ¿Y saben qué? Que los dinosaurios manirraptores —los ancestros directos de las aves— eran de todos los colores del arco iris. De hecho, fueron ellos quienes inventaron todo ese espectáculo sensual que ahora nos sobrevuela, o al que encerramos en una jaula. Así es, amigos.
2 agosto 2014
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