miércoles, 13 de agosto de 2014

Lauren Bacall, los ojos más turbadores de la historia del cine

 

Bacall fue una mujer comprometida. Junto a su marido, Humprey Bogart, se significó por su lucha contra la caza de brujas del Macarthismo y no era fácil esa postura en aquel período castrador


Se tienen que esforzar en explicar que fue «una diosa de la era dorada del cine» porque vivimos en una época que olvida todo lo ocurrido anteayer. En todos los sentidos. Lauren Bacall —que acaba de morir a los 89 años— ha sido, en efecto, una de las grandes actrices de la historia del cine y también hay que anotarla entre sus arrolladoras personalidades.

Nació en 1924 en Nueva York, hija de padre polaco y madre rumana. Como Betty Joan Perske, nombre con poco futuro para la carrera que quería emprender. Ella, lo tenía enorme. Nació en un raro tiempo que autorizaba a las mujeres, a algunas mujeres, a brillar y desarrollarse libres. Duró poco, cracks económicos, fanatismos ultraderechistas y guerras cortaron —también— esas alas.

Alta (1,74), de pecho escaso y pies grandes, elegancia innata, inteligente, una seducción irresistible y los ojos más bellos y turbadores del cine, Lauren Bacall respondía a ese prototipo de mujer independiente, decidida, dueña de sus actos. Con Katherine Herburn, sin duda. Ambas coincidieron en el rodaje de La Reina de África (1951) de John Huston, Lauren, como consorte de Bogart. Herburn llegaría a escribir un libro con los sinsabores que vivió en aquella película. Luego, ambas mujeres terminaron siendo amigas.

Había comenzado como modelo y... acomodadora de cine. Después, llegaría el teatro. Su foto publicitaria atrajo —cómo no— la atención de Howard Hawks que le da el papel protagonista en Tener o no tener (1944). Acaba de llegar y ya conoce a Humprey Bogart, el mito, el deseado. El flechazo fue instantáneo. «¿Sabes silbar, verdad? Solo pones los labios juntos y soplas...» Y Humprey y millones de seguidores silbaron por muchos años.

Cayo Largo, La senda tenebrosa, para culminar esa fase con El sueño eterno, película que fundía símbolos indelebles, como ella misma, el detective Philip Marlowe que interpretaba Bogart, Raymond Chandler como autor de la novela, o nada menos que William Faulkner solo para adaptar el guión. Sí, aquel tiempo fue de oro macizo.

Color, cinemascope y glamour, para ser la chica lista que también quiere casarse —como la tierna Marylin Monroe— con un millonario.

Más de 40 películas, dos autobiografías. En ellas explicó y evidenció lo que no es poco frecuente: el personaje de mujer fuerte, esconde fragilidad y temores. Ya lo cantó más tarde Bob Dylan, las mujeres de una pieza que se rompen en sensibilidad.


Bacall fue una mujer comprometida. Junto a Bogart se significó por su lucha contra la caza de brujas del Macarthismo y no era fácil esa postura en aquel período castrador. Dicen que tardó más de dos décadas en reponerse de la muerte de Humprey —un segundo marido, lejos de aminorar el dolor, lo aumentó—. Tuvo 3 hijos. Y siguió demostrando en el cine y en la vida que se puede envejecer con alta lucidez. Le dieron un Oscar, uno solo. Por toda una vida, a pesar de que había estado nominada por su trabajo. A veces, a Hollywood no le gustan las mujeres muy espabiladas. A veces.

Aquella chica judía del Bronx, se apegó a Nueva York y vivió en el Edificio Dakota, pegado a Central Park West, santuario de mitos por el asesinato allí de John Lennon. «Con gran pesar pero con una enorme gratitud por una vida maravillosa, confirmamos la muerte de Lauren Bacall», ha dicho su familia. Seguro, tuvo suerte en aspectos fundamentales.

Las miradas inolvidables no se improvisan. Como casi nada, no surgen por casualidad. La inteligencia, la ironía, las forman. A trompicones si se quiere, las mujeres frágiles que parecen fuertes, lo son mucho más de lo que piensan. Soporte sólido que marca las distancias con tiempos de hojalata. 

Rosa María Artal

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