Ningún militar estadounidense ha tenido más experiencia directa de la intervención en otros países que el mayor general Smedley Butler. Se alistó en los marines a los dieciséis años, en 1899, nada más comenzar la guerra con España. Combatió primero contra los insurgentes filipinos y luego ayudó a acabar con la rebelión de los bóxers de China. Al poco tiempo dirigía una nueva intervención en Centroamérica. Fue la primera de otras muchas. Tras ser condecorado con dos medallas al Honor, comandó el 13er Regimiento en Francia en la Primera Guerra Mundial, lo que le valió la medalla del Ejército por Servicios Distinguidos, la medalla de la Marina por Servicios Distinguidos y la Orden de la Estrella Negra francesa. Butler que era como un pequeño bulldog, escribió un libro titulado War Is a Racket [La guerra es un apaño], que muchos militares aún admiran y citan. Tras su larga y muy condecorada vida de uniforme, hacía la siguiente reflexión:
He prestado servicio activo treinta y tres años y cuatro meses en calidad de miembro de la fuerza militar más ágil de este país: el Cuerpo de Marines. He pasado por todos los grados desde subteniente hasta mayor general. Y la mayor parte de todo este tiempo no he sido más que un matón con clase a sueldo de la gran empresa, Wall Street y la banca. Dicho en pocas palabras: he sido un extorsionador, un gánster del capitalismo.
En 1914 contribuí a que México, y en especial Tampico, se convirtiera en un lugar seguro para el petróleo americano. Luego ayudé a que Cuba y Haití fueran sitios tranquilos donde los chicos del National City Bank pudieran recaudar su dinero. Ayudé también a destruir media docena de repúblicas centroamericanas por el bien de Wall Street. Mi historial de chantajes es largo. Entre 1909 y 1912 colaboré en la pacificación de Nicaragua en beneficio del banco internacional Brown Brothers. Saqué brillo a la República Dominicana en 1916, en aras de los intereses americanos en el azúcar y en China hice todo lo posible para que la Standard Oil trabajara sin que nada la molestase […].
A lo largo de todos esos años, y como dirían los chicos de la trastienda, hice unos buenos apaños. Pensándolo bien, me da la sensación de que podría darle unos cuantos consejos a Al Capone. Al fin y al cabo él montó un tinglado en tres barrios. Yo, en tres continentes. [*]
Mucho después de que Butler se hubiera retirado, el tinglado organizado por las tropas y los servicios de inteligencia de Estados Unidos sigue vigente en todo el mundo para defender los intereses norteamericanos. De vez en cuando sirve para que la vida de las personas a quienes posterga mejore, pero, (…) con mucha mayor frecuencia deja un rastro de vileza y miseria. La historia del imperio americano no es agradable.
La historia silenciada de Estados Unidos
[*] Howard Zinn y Anthony Arnove, Voices of a People’s History of the United States, 2a ed., Seven Stories Press, Nueva York, 2009, pp. 251-252.
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