lunes, 25 de junio de 2018

El camello

El camello es más que un solo animal.

Por DORION SAGAN

Prensa aparte, para entender la idea de la génesis biosférica, es esencial comprender la naturaleza comunitaria de todas las entidades biológicas, incluso las más familiares y comunes. Los organismos no se adaptan a entornos inertes y sin vida, sino a entornos vivos, a un medio activo de organismos metabolizantes. Vivimos en casa que, si están hechas de madera, son árboles transformados. Dentro de nosotros viven microbios de los cuales somos nosotros el medio ambiente. Cada hábitat en sí mismo contiene una comunidad de organismos en interacción cuyos residuos metabólicos y continuas transformaciones del medio producen una especie de armonía dinámica en que biota y entorno, seres vivos y morada, no pueden nunca separarse totalmente.

Unas diferentes condiciones medioambientales —mayor o menor pluviosidad, grados diversos de luz solar y composición de nutrientes del suelo— se traducen en comunidades de organismos fuertemente distintas. Aunque no les prestamos mayor atención, las comunidades naturales de la biosfera son muy complejas. En muchos casos parecen ser más sofisticadas, si bien de modo inconsciente, que las realizadas por manos humanas, ya sea por arquitectos, científicos o ingenieros. Por ejemplo, los montículos de las termitas del desierto, enormes conos o pirámides que parecen castillos de arena, están orientados en coordinación con el campo magnético de la Tierra. Estos montículos están construidos de modo que cuando el sol está en su punto más alto y más caliente cae sobre su parte más estrecha, lejos de la parte ancha donde viven los insectos. Algunas termitas que viven en zonas áridas de África «climatizan» sus montecillos, logrando una humedad relativa interior del 98 por ciento. Los conos de las termitas están construidos con materia fecal y saliva —materiales «encontrados»— pegados para formar una sustancia a la de los ladrillos y argamasa. No muy diferentes a las construcciones de barro de los cercanos seres humanos, los conos son soluciones orgánicas para contener al entorno local; ambos regulan la temperatura mejor que esas casas de cemento, superficialmente más avanzadas cuyo interior, cuando están expuestas al sol, se vuelven rápidamente más calientes aún que el ardiente desierto que las rodea.

A diferencia de la mayoría de los animales, algunos ratones y langostas del desierto retienen y reutilizan el agua formada químicamente por la respiración. Esta clase de «tecnología» de reciclado del agua está resumida en el camello, que no orina amoníaco, producto final habitual del metabolismo proteínico, sino que, por el contrario, con ayuda de bacterias simbióticas que viven en su cuajar, el amoniaco es reciclado para formar valiosas proteínas. En la mayoría de los mamíferos, el amoniaco es excretado en forma de urea con el agua de la orina. Pero el camello «individual», sin embargo, no tiene nada de individuo. Es una congregación, una comunidad de organismos interdependientes. Más aún, todos los organismos de la Tierra, desde los mosquitos a los elefantes, muestran esta naturaleza múltiple. Los únicos organismos que podría considerarse singulares, como mónadas, son las bacterias. Pero incluso esta apreciación sería errónea, porque las bacterias de la naturaleza funcionan en conjunción, digiriendo detritus, emitiendo gases, alterando la composición química de la atmósfera y los océanos a escala global.

Millones de bacterías se hallan en el interior del sistema
digestivo de los animales, sin ellas no sobreviviríamos.

Mientras que los mamíferos que no expulsan amoníaco en la orina pueden morir de uremia, la «comunidad» que reconocemos como «un camello» recicla hasta un 95 por ciento de su nitrógeno, utilizando el nitrógeno de este compuesto «residual» para sustituir moléculas de ADN, ARN y proteínicas. Debido a que el camello recicla su nitrógeno, sólo necesita una ración de proteínas alimentarias que es la vigésima parte de lo que de otro modo precisaría. Al mismo tiempo, puesto que las bacterias del cuajar reciclan la urea, no le hace falta expulsar amoníaco y agua, un recurso muy valioso en el desierto gracias a su fisiología recirculatoria.

Para que la vida perdure en el espacio hace falta un artificio parecido, una circulación extraterrestre de la vida terrestre que sea, no obstante, casi intrauterina, como un huevo en cuanto a la circulación y la transformación de residuos dentro de «caparazones» tecnológicos. Tenemos que reconsiderar nuestra relación con la materia de desecho para trasladarnos al espacio. En el entorno extraterrestre se hace flagrantemente evidente que los sobrantes —ya sean metabólicos, industriales o tecnológicos— no pueden ser simplemente eliminados, sino reintroducidos en el ciclo de la existencia. En cierto sentido, los humanos en general representamos un sobrante de la faz biogeológica de la naturaleza: algunos de nuestros productos tecnológicos se han resistido a ser absorbidos por la biosfera. El reto para nosotros reside en integrarnos en la biosfera que está en torno y dentro de nosotros, e implicarnos plenamente en el ancestral sistema de circulación biosférica. No el hombre ni la humanidad, sino todo fluido de la individualidad biosférica transhumana y multiespecie pasa a ser la medida de todas las cosas.

La vida es quimérica. Igual que la biosfera exhibe algunos rasgos característicos de un solo organismo, así el individuo es a un tiempo un agregado de organismos y parte de una agregación. Los organismos que comprenden las células y cuerpos de cada planta y cada animal no eran en origen, y siguen sin serlo en muchos casos, del mismo tipo. Las bacterias primigenias pudieron incluso ser hostiles —invadirse y comerse mutuamente antes que crear grados diversos de tolerancia, armonía y desarmonía—. Pero, con el tiempo, triunfaron las parejas disimilares, y los ménages à trois, y las asociaciones de cuatro y de números aún mayores.

Pero por encima de las notas disonantes de competencia y exclusión, la historia de la Tierra toca una melodía de compañerismo y avenencia. Nadie niega que la vida es la lucha por la existencia. Siempre somos demasiados. Pero todo aquello a lo que llamamos vivo ha resuelto ya, o está en proceso de resolver, sus luchas. También la humanidad, tanto tiempo en apariencia separada de la naturaleza y avanzando por su propia vía tecnológica, debe ponerse a la altura biosférica. Desde la perspectiva de la evolución a largo plazo, parece incontestable que tenemos que someternos, a nosotros y nuestros productos, a los antiguos modos de la vida en la Tierra si hemos de sobrevivir. Como civilización global, tenemos que acompañar a la naturaleza como si fuéramos enamorados.

Biosferas. Metamorfosis del planeta Tierra
(1990)
Si somos lo inteligentes que creemos ser,
tenemos que volver a integrarnos en los ciclos de la vida.
Debemos aprender más de la Naturaleza.

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