sábado, 3 de enero de 2009

«Supervivencia de los más aptos»


En la primera edición de su obra maestra El origen de las especies (1859), Charles Darwin no emplea en ningún lugar la expresión supervivencia de los más aptos. En realidad, fue acuñada por el filósofo inglés Herbert Spencer en su libro Principios de biología (1864).

Aunque Spencer escribió un volumen sobre evolución biológica, no era naturalista; la evolución le interesaba como «principio universal». Su vaga noción de «los más aptos» se refería a aquellos individuos más capaces de sustentar el progreso y la mejora de su sociedad o especie.

Alfred Russel Wallace, coautor de la teoría evolucionista, estaba sorprendido por la «extrema incapacidad de muchas personas inteligentes» para entender lo que él y Darwin querían decir cuando hablaban de selección natural y sugirió sustituirla por la frase de Spencer. Tras complacerle empleando en ediciones posteriores de El origen la fórmula supervivencia de los más aptos, los lectores siguieron confusos; cada cual parecía tener su propia interpretación de lo que se quería decir con «los más aptos».

No obstante, la frase hizo presa en la imaginación popular y se asoció plenamente a Darwin. Los críticos dijeron que se trataba de una tautología carente de significado —una proposición que se limita a repetirse a sí misma—. Puesto que los aptos son los individuos que sobreviven, argüían, ¿no era otra manera de decir «supervivencia de los supervivientes»?

Hace mucho tiempo que los biólogos evolucionistas son conscientes de esta trampa y muchos han contribuido a hacer que el concepto resulte útil. La aptitud es, obviamente, un término relativo. Los organismos más «aptos» en un entorno pueden resultar un completo fracaso en otro. O podrían gozar de un éxito máximo durante millones de años —como en el caso de los dinosaurios— para acabar siendo eliminados de pronto al producirse un cambio de condiciones.

En términos poblacionales, aptitud significa simplemente éxito reproductivo. La carrera no la ganan los más fuertes o rápidos, sino quienes consiguen producir, por cualquier medio, el mayor número de descendientes. A veces, los «más aptos» serán quienes alcancen el rango social más elevado (y un mayor número de apareamientos) recurriendo a jactancias sin fundamento o mediante subterfugios, más que realizando proezas o demostrando vigor. Otros métodos para eliminar a los rivales de la competición en la producción de descendientes consisten en mostrar un constante atractivo sexual, exhibir un plumaje de cola extraordinario o despeñar los huevos del vecino desde un acantilado.

Los darwinistas sociales tomaron la frase como lema para abogar por una economía totalmente libre de regulaciones. Los barones bandoleros de la Edad Dorada —James J. Hall, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie— comentaban a menudo a los periodistas que sus asesinas prácticas de negocios contribuían a la larga a la evolución de la sociedad. La eliminación de los competidores débiles e ineficientes era la vía hacia el progreso, con beneficios para todos en el futuro. Durante los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, la expresión supervivencia de los más aptos se convirtió en el mantra mil veces repetido del capitalismo industrial.

Pero Thomas Henry Huxley sabía muy bien que un grupo de granujas se estaba apoderando de la biología para ensalzarse a sí mismos. El problema, observaba en su ensayo «Sobre la providencia» (1892), reside «en la desafortunada ambigüedad del termino más aptos de la fórmula supervivencia de los más aptos. Habitualmente empleamos la expresión más aptos en buen sentido, sobreentendiendo una connotación de los mejores… [que] tendemos a tomar en sentido ético. Pero los más aptos, que sobreviven en la lucha por la existencia, pueden ser, y a menudo son, los peores desde un punto de vista moral».

RICHARD MILNER, Diccionario de la evolución.

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