[Ahora que en Tunez la gente de la calle se ha cargado el régimen cleptocrático de Ben Alí y señora, he leído este texto en El País y lo reproduzco. (Es curioso que en este periódico definan ahora a ese gobierno corrupto como una dictadura, y antes no hubiesen dicho nada.) El texto titulado «Lecciones tunecinas para Europa» es de Ignacio Cembrero:]
Veintisiete días de revuelta popular han dado al traste con el régimen supuestamente más estable del norte de África porque era, junto con Libia, el que gozaba del más alto nivel de vida y había además aniquilado a los islamistas. Así era descrita la dictadura de Ben Ali en las cancillerías de Francia, Italia y España, los tres países europeos más afines a Túnez.
Si algo ha quedado claro tras el derrocamiento de Ben Ali es la enorme fragilidad de los sistemas políticos norteafricanos cuyos rasgos, de nuevo con la excepción de Libia, son bastante similares. Todos ellos reciben, sin embargo, un ciego apoyo de Europa, liderada por Francia, la principal antigua potencia colonial, y con el pleno respaldo de España e Italia.
Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores español hasta octubre pasado, se enorgullecía de haber logrado que la Unión Europea otorgara a Marruecos, en 2008, esa relación privilegiada llamada «estatuto avanzado». Lamentaba, en cambio, que a la presidencia española de la UE no le hubiera dado tiempo, en 2010, a conceder a Túnez el mismo trato aventajado.
Esa apuesta ciega por Ben Ali Francia la mantuvo prácticamente hasta el viernes, el mismo día de su huida, casi como España. El 11 de enero por la noche, tres días antes del derrocamiento, el Ministerio de Exteriores español emitía un primer comunicado timorato en el que no condenaba el uso desproporcionado de la violencia por la policía ni tampoco pedía la liberación de los detenidos.
Antes de la caída de Ben Ali los pronunciamientos de París, Madrid y Roma ya se quedaban cortos, en comparación con los de Catherine Ashton, en nombre de la UE, y más aún de los emitidos por las diplomacias de EE UU y Canadá. Después del derrumbe de la dictadura tampoco «aplaudieron», con el entusiasmo de Barack Obama, «la valentía y la dignidad del pueblo tunecino».
Desde hace más de dos décadas, Europa no movió un dedo para animar a Ben Ali a flexibilizar su régimen —nunca amenazó con recurrir a la cláusula de derechos humanos del tratado de asociación de abril de 1995— ni tampoco ayudó a la oposición democrática a prepararse para el relevo. Para Ben Ali el camino quedó expedito. Su estrecha relación con la UE no le impidió dar nuevas vueltas de tuerca.
A finales de 1995, el presidente Felipe González viajó a Túnez, en plena represión de los socialdemócratas tunecinos, para firmar el tratado de amistad y cooperación bilateral. En público omitió denunciarla y solo recibió a sus correligionarios socialistas unos minutos, de pie, durante la recepción que ofreció en la residencia del embajador de España. Quince años después, el Ministerio de Exteriores negó, en noviembre, visados a varios disidentes tunecinos a los que IFEX, una ONG canadiense, había dado cita en Madrid.
Si en Túnez la oposición ha sido laminada es ante todo culpa de Ben Ali, pero también del sur de Europa incapaz de tender la mano a los demócratas. En otros continentes España actuó de otra manera. Los gobiernos, partidos y sociedad civil española jugaron un papel en el ocaso de las dictaduras de varios países de América Latina y lo intentaron también, en vano, en Guinea Ecuatorial, pero Teodoro Obiang resistió los embates.
El aplastamiento de la oposición dificulta ahora la transición en Túnez. La ausencia de una corriente democrática consolidada puede animar a algún colaborador del derrocado presidente a adueñarse del poder o dejar la vía libre a los islamistas. En Túnez tienen ahora poco peso, pero en Egipto (Hermanos Musulmanes) y en Marruecos (Justicia y Caridad), constituyen el grueso de la oposición.
A lo largo de los 23 años del régimen de Ben Ali, Europa no ha respaldado una auténtica estabilidad sino que ha apuntalado una dictadura que deja en herencia un erial político en el que pueden crecer las malas hierbas. Convendría que revise sus relaciones con los demás países norteafricanos y que secunde a los demócratas para que no suceda allí lo mismo en breve.
IGNACIO CEMBRERO
El País (16/01/2011).
El País (16/01/2011).
2 comentarios:
Muy acertado está aquí Tommaso della Macchina, en este texto suyo sobre Tunez:
http://vorticeinmediaista.blogspot.com/2011/01/tunez-la-dictadura-invisible-y-el.html
TÚNEZ: LA DICTADURA INVISIBLE Y EL SILENCIO CÓMPLICE DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Es curioso lo poco que aparecía un país como Túnez en nuestros medios de comunicación en comparación con otros países del norte de África. De Túnez sabíamos que era uno de los destinos turísticos preferidos de los turistas europeos por su buen clima, sus hermosas playas y sus precios económicos. Pero no conocíamos que su gobierno era una férrea dictadura desde hacía décadas, ni que muchos tunecinos se habían visto obligados a vivir en el exilio. No lo sabíamos porque a los medios de comunicación les interesaba más hablar de las maldades del «régimen» marroquí —paradójicamente, quizá el más aperturista del Magreb—, sobre todo desde que a comienzos de la década pasada se descubriera una importante bolsa de petróleo submarino en aguas del antiguo Sahara español, petróleo que ambiciona la petrolera española Repsol, quien sabe que para hacerse con él habría que forzar a Marruecos a «redefinir» sus fronteras como cuando aquel episodio del islote Perejil o bien apoyar el independentismo saharaui para después hacer negocios con el gobierno de un futuro Sahara occidental emancipado de Marruecos.
¿Por qué este silencio informativo en torno al régimen tunecino? Por lo mismo que no se habla de la dictadura militar argelina —salvo la información intoxicada con que nos bombardearon en los 90 nuestros medios, que culpaban a supuestos islamistas del genocidio perpetrado por los militares argelinos—, o del Egipto del presidente «vitalicio» Mubarak —quien sospechosamente gana todas las elecciones desde 1981— o del régimen de partido único de Gaddafi —quien desde que se ha hecho prooccidental y regala caballos a gobernantes españoles como José María Aznar ya no es del eje del mal—, porque la lista de empresas europeas y norteamericanas que invierten en estos países es interminable. En el caso de Túnez, el hecho de que el depuesto Ben Alí corriera a refugiarse primero en Francia y luego en Italia —en ambos casos sin éxito— nos da una pista de quiénes son los principales inversores en el país magrebí, aunque España tampoco se queda atrás. Los pingües beneficios que generan para nuestras multinacionales una mano de obra domesticada por una cruel dictadura son más que suficientes para cerrar la boca a nuestros periodistas, periodistas que prefieren señalar con el dedo a líderes del Tercer Mundo que se lo ponen más difícil al Capital español, como Chávez o Morales.
Resulta que la población tunecina se echa a la calle contra el supuesto gobierno de «reconciliación», porque en él hay miembros del régimen anterior junto a gente de la oposición, y debido a la presión popular los componentes de la oposición se desmarcan de tal gobierno.
Comportamiento lógico y honesto, ¿cómo se va a colaborar con los sinvergüenzas de la dictadura anterior? Es normal que la gente se cabree y proteste. Y que los componentes de la oposición se distancien de los otros es digno de mérito. (Ya veremos lo que pasa en el futuro, pues los políticos, como siempre, lo joderan todo.)
Veo el ejemplo tunecino y lo comparo con el español, y se me revuelve el estómago. La Transición democrática española fue un descomunal acto de desvergüenza, iniciado por los franquistas, y el rey a la cabeza, con la colaboración de destacados representantes de los partidos políticos de la oposición, con el pueblo como mera comparsa de tal estafa, ¿y nos la vendan como ejemplar y modélica? ¡Da asco!
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