viernes, 15 de julio de 2011

La caza de brujas de anarquistas

Por Pedro García Guirao
(CNT-SEIS)


Pocas veces sucede que un periódico tradicional recoja puntos de vista anarquistas. Cuando lo hace suele ser de forma negativa, esto es, con intención de demonizar un movimiento de hondas raíces filosófico-políticas. Y en las escasas ocasiones que lo hace de manera positiva, una pregunta atraviesa nuestras malpensadas conciencias libertarias: ¿no será esta repentina visibilidad del anarquismo en la prensa un intento por absorber, asimilar y, en consecuencia, neutralizar la presumible vitalidad e independencia de este movimiento?

Aquí habrá quien diga que conviene que hablen de uno aunque sea mal; contra semejante asunción, Ellie Mae O'Haga publicó recientemente un artículo en The Guardian cuyo título «Anarchists have civil liberties too» [1] nos muestra el verdadero macartismo, o caza de brujas, «siempre ostensiblemente en nombre de la seguridad nacional», al que se está sometiendo a los anarquistas de medio mundo por las protestas contra un modelo global ineficiente, injusto y asesino.

Lo que la autora denuncia, con mayor o menor acierto, viene discutiéndose desde los albores del anarquismo: «la verdad es que el anarquismo no es solamente famoso por sus graves daños criminales. Es una filosofía política importada, una que da cabida a personas con puntos de vista significativamente contrastados». De ahí que sea posible afirmar que el anarquismo ha seducido a gente del Lumpemproletariado, a príncipes (léase Kropotkin), a cristianos y a musulmanes, a gais y a heteros, a famosos y a desconocidos, a punkis, a okupas, a médicos, a intelectuales, a liberales y a conservadores, a ecologistas, a artistas, a vegetarianos, a nudistas, a banqueros (o al menos es lo que nos contaba Fernando Pessoa), a inmigrantes, a amas de casa, a desempleados, a jóvenes y a mayores y, en resumen, a una riquísima variedad de personas que forman la llamada sociedad civil. Entonces, ¿por qué ese linchamiento público al que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación? Mae nos da una respuesta orientativa: «El problema con la narración actual de las protestas en los medios de comunicación es que en su rechazo por entender los matices del anarquismo están usando dicho término como eufemismo de “peligroso”, “violento”, “malo”».

Históricamente, en cada época convulsiva de cambios sociales los poderosos han intentado encontrar un chivo expiatorio al que cargarle las miserias de cada época y de no existir ninguno, lo han inventado; ahora le toca al anarquismo y a los anarquistas ejercer ese rol impuesto por la policía social y, en extensión, por los voceros (también llamados medios de comunicación) del capital. Casi están consiguiendo su objetivo, es decir, crear una opinión pública en la que en el imaginario colectivo se asocie anarquismo y criminalidad. De ahí que hasta nosotros nos veamos abocados a una cuestión vital: ¿Son (o mejor dicho, somos) los anarquistas criminales subnormales peligrosos? Esta pregunta recoge el espíritu del positivismo criminológico de Cesare Lombroso allá por el siglo XIX: «El libro Los Anarquistas, de Cesare Lombroso, es un trabajo [...], concebido básicamente con intención de demostrar que los anarquistas son subnormales, tocados por el síndrome del crimen, hipótesis ésta que se desarrollaría una parte de la escuela penal italiana y que se extendería, durante bastante tiempo, por los estamentos más conservadores del pensamiento y las leyes de Occidente» [2]. Hoy, más que nunca, se aplican esos principios del positivismo criminológico al anarquismo; hoy, más que nunca, la sociología de Canguilhem y su libro Lo normal y lo patológico está presente en las calles. El Estado pretende unificar, disciplinar y, sobre todo, controlar a la población y, para ello, nada mejor que definir al otro, al que no piensa como la mayoría electoral, como un peligroso criminal, como un anormal que debe ser encerrado si no eliminado. Mae no se equivocaba en su diagnóstico: «Hay destellos de macartismo en la manera en que el Estado se hace cargo de quienes percibe como una amenaza. Los potenciales anarquistas son intimidados y calumniados y se les niega la libertad basándose en cargos nebulosos y casi orwellianos».

Las cargas policiales y las detenciones preventivas en Seattle, Praga, Atenas, Génova, Plaza Catalunya, el montaje mediático contra Patricia Heras que acabó en suicidio, no dejan lugar a dudas. Estas prácticas de terrorismo de Estado, nos dice Mae, «inhiben fundamentalmente “el derecho a criticar; el derecho a mantener creencias impopulares; el derecho a protestar; el derecho al pensamiento independiente”» Y aquí la prensa contribuye con su gran grano de arena en el desprestigio de los anarquistas. Basta ojear Intereconomía, por nombrar sólo a uno de los menos sutiles y más groseros, para darnos cuenta de ello. Su diagnóstico del 15-M y del tipo de personas que lo componen es el siguiente: «Son comunistas, socialistas, anarquistas, y de ETA» o bien «antisistema y radicales de izquierda». Comentarios cuya reminiscencia franquista no merecen siquiera una línea para ser rebatidos. También comentarios que nos harían explotar a carcajadas de no ser porque son tenidos muy en serio por determinados sectores sociales a los que, nostálgicamente, se les hace la boca agua cada vez que los antidisturbios aporrean a esas «células terroristas anarquistas» (tomando prestada la expresión de Mae).

Afortunadamente, artículos tan impopulares para el gran público como el de Ellie Mae muestran con cuentagotas que otra manera de concebir públicamente el anarquismo no sólo es posible sino necesaria: «Si de verdad valoran las libertades sociales, deberíamos interrogar el uso peyorativo de la palabra anarquista porque la alternativa parece que sea, según los acontecimientos recientes, que la policía la use como un bastón con el que golpearnos».

CNT, nº 380 (julio de 2011).


[1] En: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/may/02/anarchists-civil-liberties-media-police

[2] Lombroso, C., y Mella, R., Los anarquistas, Madrid, Júcar, 1978.


Página 25 (OPINIÓN).

5 comentarios:

Jesús Ruiz Pérez dijo...

Ante todo, he encontrado la entrada muy interesante. Pone el dedo en la llaga: la estigmatización de los anarquistas hace que no sean percibidos por el resto de la sociedad como titulares de derechos e incrementa su vulnerabilidad ante los abusos. Y además cierra toda opción a que las propuestas surgidas del anarquismo sean siquiera consideradas como una alternativa viable por el resto de la sociedad.
Ya sé que cualquier problema de traducción queda en principio resuelto con el enlace al artículo original de Ellie Mae O'Haga que ofreces en la entrada.
No obstante, me permito sugerir una traducción alternativa para un pasaje del artículo que en principio resulta chocante, las siguientes palabras de Ellie Mae O'Haga: "la verdad es que el anarquismo no es solamente famoso por sus graves daños criminales. Es una filosofía política importada, una que da cabida a personas con puntos de vista significativamente contrastados". Este fragmento resulta chocante, digo, porque no se me ocurre otra forma de que tenga sentido si no es considerándolo una crítica al anarquismo amparada en argumentos nacionalistas (por lo de ideología importada). Se trata, por supuesto, de una desafortunada traducción del inglés. Dejo aquí la que propongo en su lugar: "la verdad es que el anarquismo no es simplemente un sinómino de vandalismo. Es una filosofía política con gran número de seguidores - una que acoge personas con puntos de vista significativamente disímiles".
Salud, y buen trabajo,
Jesús

KRATES dijo...

¡Saludos!

La cuestión es que el texto no lo he escrito yo, lo he puesto del último CNT, y es de un tal Pedro García Guirao.

La tradución tuya es mejor, pero no comparto la concepción del anarquismo que se da a entender. El anarquismo como ideal o concepto tendrá unas particularidades que lo defina, y hay cosas que se repelen, por ejemplo, el nacionalismo. No puede identificarse con el anarquismo y, dentro de su seno, no debe ni debería tener cabida (ni siquiera simpatias).

Jesús Ruiz Pérez dijo...

Saludos, Krates.
En primer lugar: ya sabía el origen del artículo. Simplemente, pensé que convenía ofrecer, al lector apresurado, una aclaración con respecto al fragmento mal traducido.
En segundo lugar: creo que a lo que se refiere Ellie Mae O'Haga, sobre todo, es a diferencias dentro del anarquismo no tanto en lo que se refiere a principios, sino en lo que se refiere a de medios de acción, y, en particular, la división entre los partidarios de la violencia revolucionaria (en sus múltiples variantes) y los partidarios de acciones directas no violentas.

KRATES dijo...

¿Por qué no lo traduces y lo pones en la Red?

El debate no es nuevo, ya en el pasado siglo XIX a los defensores de la vía insurrecionalista se les oponía a la otra más sindical o «legalista», eran distintas maneras de entender el concepto de «acción directa». Concepto que simplemente significa «sin intermediarios», pero que algunos identificaron con acciones más contundentes e incluso violentas. Eran conocidos, y hasta admirados, en el seno del movimiento obrero, los Ravachol, Vaillant o Angiolillo, como también eran criticados. Aunque fuesen criticados sus actos, la total unanimidad de los militantes reconocían que la auténtica responsabilidad de tal violencia, no era únicamente de quienes la perpetraban, sino de quienes la creaban, en este caso el sistema social injusto y desigual en el que vivían, y vivimos aún, el capitalismo.

Incluso fuera del movimiento obrero y el anarquismo tenemos otros ejemplos, como el de los abolicionistas, en este caso norteamericanos, que combatieron la esclavitud. Dos figuras que representan las dos tendencias: la violenta defendida por John Brown, y la pacífista de H. D. Thoreau. Tras la ejecución de Brown, Thoreau en vez de criticarlo lo que hizo fue todo lo contrario. No sé si muchos «pacifistas» de hoy en día lo hiciesen.

http://grupostirner.blogspot.com/2011/06/los-ultimos-dias-de-john-brown.html

Yo, aunque no me considere pacifista, porque defiendo la legítima autodefensa, incluso violentamente, soy de los que considera a la lucha armada y los actos vandálicos como contraproducentes e inútiles, cuyas consecuencias serían perniciosas para quienes las defiendan.

Jesús Ruiz Pérez dijo...

Saludos de nuevo.
Encuentro muy acertadas tus consideraciones sobre el debate acerca del uso de la violencia que, efectivamente, es antiguo y no es exclusivo del anarquismo. También he leído con atención el texto de Thoreau, en algunos aspectos muy actual, y cuya sugerencia te agradezco.
Y acabo con lo mejor: armado de paciencia, pero con la compensación de haber aprendido en el proceso y, quizás, haber hecho algo útil, he traducido el artículo original, que está publicado en mi blog:

http://talvezinutil.blogspot.com/2011/07/ellie-mae-ohagan-los-anarquistas.html

Como explico en la entrada, en el texto confluyen muchas de mis preocupaciones.
Salud,
Jesús