martes, 6 de diciembre de 2011

Contra la psiquiatría (III)

Revista anarquista Amor y Rabia, nº 39
28/02/1997

(Continuación)



2.2. Corrientes de la Antipsiquiatría.

2.2.1. Corriente dinámico-existencial: R. D. Laing


Ronald D. Laing es, sin lugar a dudas, el más conocido representante de la Antipsiquiatría, como parecen demostrar las constantes reediciones de sus obras. La base teórica de su argumentación se compone de una amalgama de ideas, entre las que destacan las ideas de Freud, Klein, Biswanger y Jung, en el terreno de la psiquiatría; de Kierkegaard. Jaspers, Heidegger, Sastre y Tillich, en el campo filosófico; de Marx, por un lado, y los americanos Goffman. Scheff, Levinson, etc., por otro, en el sociológico; y finalmente de la herencia de Wiener en su aplicación al estudio de la pragmática de la comunicación humana, esto es, de Bateson, Watzlawick y colaboradores (Escuela de Palo Alto).

Nacido en Glasgow en 1927, Laing estudió medicina en la universidad de esta ciudad. Trabajó en el Glasgow Royal Mi i Hospital y en la Tavistock Clinic para más tarde convertirse en director de la Langhan Clinic. En 1965, tras romper con la psiquiatría oficial, Laing crea la Philadelphia Association junto con D. Cooper y A. Esterson estableciendo una red de comunidades terapéuticas para personas profundamente angustiadas que, en palabras del propio Laing, “creen que la sociedad las va a destruir”. Estas comunidades pretendían demoler las relaciones de poder psiquiatra-paciente que se daban en el interior de los hospitales psiquiátricos para convertirse, según rezaba un folleto de la asociación, en “crisoles para los que viven en ellas, cualesquiera que sean sus roles, donde se funden preconcepciones al tacto con la experiencia directa del roce diario, de la agonía y de la alegría, de la excitación y del aburrimiento, de la esperanza y del desespero de la convivencia”.

Ronald Laing es, ante todo, el iniciador de la gigantesca tarea que supone liberar a la psiquiatría del imperialismo de la medicina clínica y del razonamiento científico objetivo. Para G. C. Rapaille, Laing ha provocado en la historia de la psiquiatría “un cambio tan importante y no menos radical como el que representó el abandono del punto de vista demonológico por el punto de vista clínico hace trescientos años" (G. C Rapaílle, op. cit.). El pensamiento de Laing arranca del rechazo a toda visión fragmentaria del ser humano. Para este autor, el estudio del ser humano debe ser abordado desde un punto de vista que destierre dualismos falsos y deformantes del estilo “psique-soma”. Según Laing, seria más correcto hablar de dos formas de percibir al ser humano (como organismo y como persona), tal y como ocurre con la siguiente “Gestalt” (=forma) ambigua.





Según se mire la figura, podemos percibir dos caras o un jarrón, sin embargo no deja de haber un único ente. De manera similar, el ser humano es una única entidad con dos “Gestalts” experíenciales, organismo y persona, con cada una de las cuales uno tiene una relación necesariamente distinta. Si aceptamos este esquema, tendremos por fuerza que reconocer que las ciencias humanas sólo pueden estudiar a los seres humanos en cuanto personas, lo cual deja al descubierto el flagrante error en el que ha venido incurriendo la psiquiatría oficial: observar al paciente como un organismo que es mero portador de los síntomas de una determinada patología. Esto es, precisamente, lo que queríamos decir, cuando señalábamos más arriba que la visión objetivista de la psiquiatría tradicional “cosificaba” al ser humano. Todo ello, no obstante, no significa que Laing niegue la existencia de un correlato neuroquímico de la conducta humana; muy al contrario, Laing va a afirmar que “es muy probable que las alteraciones bioquímicas, relativamente constantes, puedan ser la consecuencia de situaciones interpersonales de una naturaleza especial, relativamente constantes” (R.D. Laing, Locura, cordura y familia).

Asimismo, Laing va ser crítico con la tendencia de la psiquiatría oficial a estudiar la locura aislada de su entorno social. Según el padre de la Antipsiquiatría, para evitar ofrecer una visión distorsionada del ser humano es necesario observarlo en conexión con los otros y con el mundo, es decir, estudiar su "ser-en-el-mundo" (como dirían los existencialistas), pues es sólo en el marco existencial del loco donde su “extraña conducta” adquiere el sentido que se oculta a los ojos de la psiquiatría tradicional. Así, Laing va a opinar al respecto lo siguiente: "El no ver la conducta de una persona en relación con la conducta de la otra ha llevado a muchas confusiones. En una secuencia de interacción entre ‘p’ y ‘o’, ‘p 1—> o 1; p 2 —>o 2; p 3 —> o 3; etc.’, la contribución ‘p 1’, ‘p 2’ a ‘p 3’ se extraen del contexto y se crean vínculos directos entre ‘p 1 —> p 2 —> p 3’. Esta secuencia artificialmente deducida se estudia entonces como una entidad o proceso aislado y se puede intentar ‘explicarla’ (hallar la ‘etiología’) en términos de factores genéticos-constitucionales o de patología intrapsíquica” (R. D. Laing, op. cit.).




Para Laing es evidente que el fenómeno de la locura está conectado con las relaciones interpersonales. De hecho, se podría decir que la esquizofrenia no es más que un mecanismo de defensa que tiene por objeto preservar la identidad del sujeto en cuestión, una identidad que se siente amenazada por la “normalidad” despersonalizadora de su entorno social. De ahí que Sartre en la citada carta a Laing y Cooper afirmara: “La experiencia y el comportamiento esquizofrénico representan una estrategia particular que alguien inventa para poder soportar una situación insostenible” (prólogo a R. D. Laing y D Cooper, op. cit.). Pero dentro del entorno social del sujeto es la institución familiar la que, según Laing, está directamente involucrada en el desencadenamiento de este proceso. Para Laing, la familia muy frecuentemente imposibilita el desarrollo del verdadero “yo” del niño impidiendo su “realización existencial” con la imposición de roles hechos a medida de los deseos de sus progenitores. En este proceso de “socialización” del la niño, el “amor” (en realidad, una forma falsa y prostituida de éste) es el principal instrumento de chantaje del que se vale la institución familiar. A propósito de las reflexiones de Laing, G. C. Rapaille nos dice: “Es por amor hacia su madre por lo que el niño debe obedecerla, lo cual es mucho más poderoso que el querer obtener el mismo resultado por la fuerza. De esta manera, el niño quedará encerrado en uno de los principales círculos viciosos de su vida afectiva. Asumirá el chantaje porque los padres utilizarán el chantaje contra él; y sus padres actuarán así por que no son personas que estén realmente implicadas en una relación auténtica, sino que, muy a menudo, son seres que se encuentran en un estado de inseguridad y que intentan adquirir una seguridad, ya socializando a sus niños (es decir, enseñándoles a cosificar y a practicar el chantaje afectivo) o bien rechazándolos por anormales y enfermos. Y es que si los padres han llevado a buen término su trabajo de socialización y a pesar de ello los niños no se han socializado, es que éstos son enfermos” (G. C. Rapaille, op. cit. ). De todas formas, Laing huye de fáciles simplificaciones a la hora de tratar la relación entre psicosis y grupo familiar y postula algo más complejo que una relación causa-efecto, al analizar el proceso sociogenético como “resultado de la interacción dialéctica entre interior y exterior, objetivo y subjetivo, individuo y familia” (R.D. Laing, El cuestionamiento de la familia). Ante esta aplastante realidad, algunos individuos inician una desesperada huida hacia sí mismos que puede desembocar en una pérdida severa del contacto con la realidad. La locura se nos revela así, como una trágica paradoja: por haber negado la alienación de un sistema que le quería destruir, el individuo esquizofrénico se crea otro sistema que, en principio, pretendía preservar su identidad pero que acaba por desintegrar su “yo”.

Según Laing, de este callejón sin salida, el individuo esquizofrénico sólo puede salir mediante una relación terapéutica verdaderamente humana, es decir, una relación basada en el respeto de la identidad del paciente. En este sentido, Laing propone que el terapeuta “se vuelva artificialmente loco” y se introduzca en el mundo del esquizofrénico para poder adoptar su punto de vista. En palabras de Laing, "/.../ el terapeuta debe tener la facultad de inserirse en otra concepción del mundo que le es extraña. Al actuar así, recurre a sus propias potencialidades psicóticas sin tener que renunciar por ello a su salud mental” (R. D. Laing, El yo dividido). El poder hacer llegar al esquizofrénico que se le comprende, el demostrarle que uno puede ver las cosas desde su punto de vista es para Laing, el primer paso en el proceso de “curación” del paciente. “El esquizofrénico”, dice Laing recogiendo una idea clásica de Jung, “deja de ser esquizofrénico cuando se encuentra con alguien que cree que le comprende" (R. D. Laing. op. cit). A partir de aquí paciente y terapeuta deberán iniciar un “viaje” intrapsíquico en el que este último proporcionará al primero los elementos necesarios para el proceso de recomposición de su “yo” que debe terminar en un auténtico “renacimiento existencial” del paciente. Por supuesto, este proceso curativo no está exento de dificultades pues “la familia, la sociedad y la psiquiatría (con su incomprensión y ceguera) lo imposibilitan al máximo” (R. D. Laing, Experiencia y alienación en la vida contemporánea). El marco en que transcurre este proceso de curación es lo que Laing llama “comunidad terapéutica”, un pequeño grupo de pacientes y terapeutas que, alejados de las relaciones autoritarias que se dan en el clásico hospital psiquiátrico, mantienen una auténtica relación de ayuda mutua entre iguales, en que ambas partes interaccíonan y sacan provecho de la experiencia: los pacientes alcanzan su plenitud existencial y los terapeutas obtienen un más profundo conocimiento del psiquismo humano. Tales fueron las características del “Pabellón 21”, una comunidad terapéutica experimental fundada por Laing y Cooper en Shenley (Londres).

En último término, Laing, al afirmar el origen social de la locura va a lanzar un violento ataque contra toda la civilización occidental, de ahí que nos diga: "No ha sido sino con la violación más escandalosa de nosotros mismos como hemos adquirido la capacidad de vivir en armonía relativa con una civilización que tiende aparentemente a su propia destrucción" (R. D. Laing, op. cit.).

2.2.1. Corriente político-social: Cooper, Basaglia, Deleuze y Guattari, S. P. K. y "The Radical Therapist"

La rama político-social de la Antipsiquiatría pretende hallar la conexión entre la alienación mental y la alienación social, entre lo individual y lo político. Para los integrantes de esta corriente antipsiquiátrica la enfermedad mental no sólo hay que estudiarla en relación con el microcosmos de la familia o la escuela sino también en relación con las macroestructuras sociales, políticas y económicas en que nos hallamos inmersos, por lo cual estos autores van realizar una critica más o menos radical al orden capitalista y autoritario imperante. Entre ellos destacan D. Cooper, F. Basaglla, G. Deleuze y F. Guattari, T. Szasz y dos colectivos: S.P.K. y el grupo responsable de la publicación de “The Radical Therapist”.

David Cooper es junto con Ronald Laing el autor más emblemático del movimiento antipsiquiátrico. Fue precisamente este autor quien acuñó el término "Antipsiquiatría" al publicar en 1967 su influyente libro Psiquiatría y Antipsiquiatría. Cooper, que comenzó junto con Laing y Esterson investigando (a conexiones entre la locura y el contexto familiar, fue extendiendo su objeto de estudio desde el microgrupo familiar a la sociedad entera.




En su libro La gramática de la vida Cooper habla de tres tipos de locura socialmente condicionada. La primera corresponde a la locura como “estigmatización social”, esto es, la producida por acciones más o menos conscientes del grupo contra uno de sus miembros. Esto se ve claro en la paranoiogénesis, en la que un integrante del grupo es sometido a una conspiración por parte del resto para preservar ciertos intereses de éstos, conspiración que le es negada como tal al individuo. Según este mecanismo, el individuo cada vez se va a sentir más inseguro de sus percepciones de persecución y mientras la verdadera persecución es eficazmente encubierta, la "falsa conspiración", es decir, la “enfermedad mental”, es forzada a existir. Para Cooper este tipo de locura no requiere que el individuo vaya a través de un “viaje interior” significativo. La segunda, es la forma de locura del “viaje interior”, en la que el individuo va desde la desestructurante experiencia alienada hacia la reestructurante experiencia no alienada (en esta forma de locura el grupo tiene menor significación causalista que en el caso anterior). La tercera forma de locura, hay que buscarla en el nivel social de las masas y es una locura de consecuencias catastróficas que se da entre personas normales alienadas. Desgraciadamente, los ejemplos de este tipo de locura abundan en la historia de la humanidad (el nazismo, el imperialismo, etc. ). Como en el microgrupo familiar, esta locura macrogrupal se rige por el mismo principio de no tolerancia de la autonomía de sus miembros.

Así las cosas, Cooper sólo ve tres alternativas básicas en nuestra sociedad. La primera es la de la “persona normal alienada”. En el extremo opuesto se situarían las alternativas de la persona sana y de la loca, siendo la única diferencia entre estas dos ultimas que la persona sana conserva aún estrategias de apariencia (pero no de la sociedad conformista) para evitar la estigmatización. De ahí que muy agudamente Cooper afirme “la única táctica que debe seguir quien quiera volverse loco en nuestra sociedad es la de la discreción”.

Para Cooper, por tanto, sanar ya no podrá ser más devolver al loco al conformismo y la miopía mental del hombre “normal” sino elevarlo hacia la transposición social de un problema personal. En este proceso el antipsiquiatra mantendrá siempre postura antiautoritaria y de no interferencia tal y como llevó a cabo Cooper en el “Pabellón 21” (con Laing) y en Kingsley Hall.

El italiano Franco Basaglia, el más conocido representante del “Movimiento de la Psiquiatría Democrática”, va defender, sin embargo, un posicionamiento más moderado. Basaglia no va a llegar tan lejos como Cooper en sus extrapolaciones desde la enfermedad mental al mundo de la política ni va a negar la locura como proceso morboso pero si va a denunciar que “desde el momento en que los limites de la norma se han fijado en términos de productividad, la enfermedad mental como cualquier tipo de inferioridad que margine del campo productivo sólo asume socialmente una significación irremisible y estigmatizadora para la clase más pobre /.../ Toda ideología especifica –sea del sector que sea– no sirve más que para definir técnicamente la diferencia" (F. Basaglia, ¿Psiquiatría o ideología de la locura?).

Según Basaglía, lo verdaderamente relevante en la relación terapéutica es la relación de poder médico-paciente, pasando así la enfermedad a un segundo plano. Esta relación de poder va a llegar a su culmen en el seno del hospital psiquiátrico. “Lo que el ingresado llegará a ser en el seno de la institución psiquiátrica”, nos dice Basaglia, “poco tiene que ver con la enfermedad que podía aquejarle, sino que al contrario, está en relación directa con el carácter de exclusión y de discriminación de la institución cuya función es la de controlar explícitamente unos elementos de perturbación social que no pueden ser absorbidos en el ciclo productivo” (F. Basaglia, op. cit).


Franco Basaglia


Para Basaglia está claro que estas relaciones de poder que se dan en el seno de la institución psiquiátrica no son más que un reflejo de la explotación y la marginación que imperan en nuestra sociedad y que la psiquiatría y otras formas tecnificadas relacionadas con la psicología están dirigidas a “mistificar la violencia a través de la técnica, sin llegar a cambiar por ello la propia naturaleza de manera que el objeto de la violencia se adapte a la violencia de que es objeto, sin llegar nunca a tomar conciencia de ello, y no convertirse a su vez en sujeto de violencia real contra lo que lo violenta” (F. Basaglia, La institución negada). La Psiquiatría Democrática reconoce, por tanto, un fuerte vínculo entre la psiquiatría y otras formas de exclusión social. Así, la primera propuesta de acción del “Programa del Movimiento de la Psiquiatría Democrática” consiste en “continuar la lucha contra la exclusión, analizando y denunciando los esquemas de actuación en los aspectos estructurales (relaciones sociales y de producción) y supraestructurales (normas y valores) de nuestra sociedad”.

En cuanto a la alternativa terapéutica, Basaglia propone que, puesto que en la relación terapéutica tradicional tienen más peso las relaciones de poder psiquiatra-paciente que la enfermedad misma, lo prioritario es hacer tomar conciencia al paciente de los mecanismos sociales que le han llevado a su situación de exclusión.

Por su parte Gilles Deleuze y Félix Guattari también han contribuido al movimiento antipsiquiátrico con su Antiedipo, un libro absolutamente sorprendente por su audacia y profundidad, máxime si tenemos en cuenta que ninguno de estos dos autores proviene de medios psiquiátricos. El Antiedipo. Esquizofrenia y capitalismo constituye un violento ataque no ya contra la psiquiatría tradicional (esto hay que darlo por supuesto) sino contra el mismísimo psicoanálisis. Para empezar, Deleuze y Guattari pretenden poner de manifiesto cómo el complejo de Edipo del psicoanálisis freudiano supuso la reducción de la experiencia del individuo a la constante triangulación papá-mamá-yo: “Al enmarcar la vida del niño en el Edipo, al convertir las relaciones familiares en la universal medición de la infancia, nos condenamos a desconocer la producción del propio inconsciente y los mecanismos colectivos que se asientan sobre el inconsciente, principalmente todo el juego de la represión originaria de las máquinas deseantes y del cuerpo sin órganos” (G. Deleuze y F. Guattari, op. cit.). Además estos autores van a hablar del psicoanálisis como de un intento de seguir hablando de la enfermedad mental como un fenómeno individual, idea ésta típica del pensamiento burgués represivo. En sus propias palabras: “El psicoanálisis se une a la obra de represión burguesa más general, la que consiste en mantener a la humanidad europea bajo el yugo de papá-mamá, lo que impide acabar con aquel problema” (Deleuze y Guattari, op. cit.).

Para Deleuze y Guattari, la sociogénesis es entendida como un proceso histórico, interminable, que subyace a la humanidad y que es el resultado de la constante interacción entre “máquinas deseantes” y “máquinas sociales”: “si el deseo es reprimido se debe a que toda posición de deseo, por pequeña que sea, tiene motivos para poner en cuestión el orden establecido de una sociedad: no es que el deseo sea asocial, sino al contrario. Es perturbador: no hay máquina deseante que pueda establecerse sin hacer saltar sectores sociales enteros /.../ Ninguna sociedad puede soportar una posición de deseo verdadero sin que sus estructuras de explotación, avasallamiento y jerarquía no se vean comprometidas” (ídem). En definitiva, para estos autores “/.../ la esquizofrenia es el universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras” (ídem).


Deleuze y Guattari


Así pues, Deleuze y Guattari admiten estar fascinados por el delirio esquizofrénico, resistiéndose a ver en él una mera reificación de la “novela familiar”: “Todo delirio posee un contenido histórico-mundial, político, racial; implica y mezcla razas, culturas continentes, reinos” (id.). Según este esquema, el delirio podría ser definido como "la matriz general de toda cátexis social consciente” (id.). Bien sea en el polo que ellos llaman “paranoico-fascista –si soy de los vuestros, de la clase y raza superior–”, bien sea en el polo “esquizofrénico-revolucionario –no soy de los vuestros, desde la eternidad soy de la raza inferior, soy una bestia, un negro–” (id.), el proceso delirante representa, pues, un intento de protesta y liberación inscrito en la profundidad de la historia del ser humano.

Finalmente, Deleuze y Guattari proponen sustituir el psicoanálisis por lo que ellos denominan el “esquizoanálisis”, el cual es definido de la siguiente manera: “El esquizoanálisis se propone deshacer el inconsciente expresivo edípico siempre artificial, represivo y reprimido, mediatizado por la familia, para llegar al inconsciente productivo inmediato /.../ El esquizoanálisis no oculta que es un psicoanálisis político y social, un análisis militante y ello, no porque generalice Edipo en la cultura, en las condiciones ridículas mantenidas hasta ahora, sino por el contrario, porque se propone mostrar la cátexis libidinal inconsciente de la producción social histórica, distinta de las cátexis conscientes que coexisten con ella” (id.).

Asimismo, el Socialistisches Patienten Kollektiv (S.P.K.), o lo que es lo mismo, el Colectivo de Pacientes Socialistas, también se inscriben en la línea más revolucionaria de la Antipsiquiatría. El S.P.K. fue un grupo de unos 60 pacientes de una clínica universitaria de Heidelberg (Alemania) que se constituyeron en colectivo a principios de 1970. Sus planteamientos parten de la siguiente idea: "Nos dimos cuenta del hecho de que /.../ es insuficiente hablar simplemente de las causas sociales de la enfermedad y simplificar el problema imputando la 'culpa' de la enfermedad y del sufrimiento al ‘malvado capitalismo’ /.../. Hemos partido, empíricamente, de tres hechos:

1. la sociedad capitalista, el trabajo asalariado y el capital;
2. la enfermedad y las necesidades insatisfechas,
3. la categoría de la historicidad, la categoría de la producción" (S.P.K., Faire de la maladie une arme)




A partir de aquí los integrantes del S. P. K. pasan a afirmar que el individuo se encuentra sometido a la violencia de la sociedad capitalista y que esta violencia surge del enfrentamiento interno entre las necesidades de plusvalía del capital y las necesidades de los individuos, para concluir que “el síntoma es la unidad sensible, inmediata y perceptible de esta contradicción" (S. P. K., op. cit.). Según esto, la enfermedad es la condición y el resultado de las relaciones de producción capitalistas es la sola forma de ‘vida’ bajo el capitalismo” (S. P. K., op. cit.).

Para el S.P.K., por tanto, la enfermedad mental es la prueba inequívoca de que el capitalismo existe, por lo cual proponen que el enfermo tome conciencia de su condición de explotado y “haga de su enfermedad un arma” (como dice el título del manifiesto del S.P.K.). Por otra parte, la salud, para este colectivo, no seria más que un concepto burgués para mistificar la rebelión que la toma de conciencia del verdadero significado de la enfermedad provocaría en los enfermos, quedando así invalidada la experiencia revolucionaria de la enfermedad al quedar transformada en un simple defecto biológico. Por tanto, los pasos que el pensamiento del S.P.K. recorre desde las estructuras socio-económicas capitalistas hasta la alienación mental del individuo serían los siguientes: relaciones de producción en la sociedad capitalista -> alienación económica del ser humano -> insatisfacción profunda -> alienación mental o enfermedad.

Muy en la línea radical del S. P. K. la publicación norteamericana “The Radical Therapist” (más tarde “Rough times") también ha supuesto una valiosa aportación a la vertiente política del movimiento antipsiquiátrico. Fundada en abril de 1970, esta revista aglutinó a una serie de personas que si bien estaban inicialmente preocupadas ante todo por la cuestión del tratamiento psiquiátrico, evolucionaron con posterioridad hacia posturas más políticas. Para este colectivo, la psiquiatría y la psicología son manifestaciones de una sociedad opresiva y entienden que su labor como grupo debe ir ligada a un movimiento revolucionario más amplio.




Según el grupo editor de “The Radical Therapist", el tratamiento psiquiátrico en la sociedad capitalista y autoritaria “sirve para calmar a los individuos al desviar su atención desde la sociedad que los jode hacia sus propias ‘neuras’” (“The Radical Therapist”, n° 37). Es decir, que la psiquiatría en vez de tratar de ayudar a comprender a los enfermos los aspectos opresivos de la sociedad que los aliena, lo único que hace es dar una explicación a los “problemas” del individuo desde la perspectiva de su mundo interior, desde las alteraciones biológicas de su cerebro o desde su lado familiar. El propósito de todo esto seria imposibilitar la toma de conciencia social del paciente. El tratamiento psiquiátrico se convertiría así en un poderoso instrumento contrarrevolucionario.

Este colectivo al estudiar la patogenia de las alteraciones psíquicas va a establecer tres postulados:
1. En ausencia de opresión los seres humanos vivirían en armonía con la naturaleza y con ellos mismos.
2. La opresión es la fuente de toda alienación humana y la “alienación es la esencia de la condición psiquiátrica” (id.).
3. El individuo no es consciente de esta opresión porque existe una mistificación de los hechos, que dificulta la comprensión exacta de la situación vivida.

Así las cosas, la terapia sólo tendría sentido si sirve para la toma de conciencia política del enfermo a través del desenmascaramiento de la opresión de que es objeto y del contacto con otros individuos que sufran la misma opresión.

2.2.3 Corriente ético-sociológica: T. Szasz

La corriente ético-sociológica de la Antipsiquiatría tiene en el norteamericano Thomas Szasz su representante más destacado. Szasz basa sus tesis sobre dos pilares fundamentales: la sociología y la ética. Por un lado, Szasz, va a utilizar la sociología como una herramienta de trabajo que le va a llevar a adoptar una visión de la psiquiatría como un instrumento de control y marginación social. Por otro lado, sus planteamientos éticos le van a permitir desenmascarar la función ideológica de la psiquiatría. A través de la vuelta a conceptos como la dignidad, la libertad, la autonomía, etc. Szasz va a proponer desmontar las formulaciones tecnocráticas que, como las usadas por la psiquiatría y la psicología institucionalizadas, difuminan o mistifican dichos principios éticos. “Las profesiones médicas y psiquiátricas”, dirá Szasz, “no sólo ejercen un importante control directo sobre el comportamiento público y la conducta personal, sino que además promueven un sistema ético que ha venido a ocupar la misma posición que el de la religión ocupó antes” (“Psychology Today”, n° de diciembre de 1974). Así, Szasz va a advertir de la creciente “psiquiatrización” de la sociedad que priva al individuo de su capacidad de definirse como sano o enfermo y deja este asunto en manos de un reducido grupo de especialistas. En sus palabras hemos llegado al punto en que vemos la vida como una enfermedad que empieza con la concepción y acaba con la muerte, en que se requiere una asistencia experimentada por parte de los profesionales médicos y de la salud mental en cada etapa del camino" (id).




Ante todo, conviene dejar claro que la obra de Thomas Szasz no va a estudiar cómo el individuo “enferma” en contacto con las estructuras sociales o familiares sino la manera en que la sociedad ha creado la etiqueta “enfermedad mental” y cómo una parte de sus miembros son sancionados al serles impuesta esta etiqueta. De hecho, Szasz va a negar la existencia de lo que comúnmente se llama “enfermedad mental” (la metáfora médica “enfermedad mental”, como diría el sociólogo T. Scheff). Para Szasz la única forma en que existe la enfermedad mental es como “estigma social”, estigma que una parte de la sociedad es forzada a usar frente a otra parte. “La enfermedad mental es un mito”, afirma Szasz , “/…/ la idea de que una persona ‘tiene una enfermedad mental’ es nociva desde el punto de vista científico, pues ofrece apoyo profesional a una racionalización popular, consistente en creer que los problemas vivenciales experimentados y expresados en función de signos o sentimientos corporales –o de otros ‘síntomas psiquiátricos’– son significativamente similares a las enfermedades orgánicas” (Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental). En realidad lo que Szasz quiere denunciar En realidad lo que Szasz quiere denunciar es el enmascaramiento de los problemas humanos a través de la psiquiatría como ideología, lo cual, según este autor, no es sino “una vieia trampa con nuevos adornos /.../”. Y añade: “/.../ ciertamente la retórica justificatoria con la que el opresor oculta y desfigura sus verdaderos fines y métodos es más efectiva –como lo fue antes el caso por el que la tiranía era justificada por la teología y lo es ahora en que la tiranía es justificada por la terapia– el opresor no sólo logra subyugar a su víctima, sino que además le priva de un vocabulario para articular su victimación, haciéndolo por consiguiente un prisionero incapaz de cualquier tipo de evasión” (T. Szasz, Ideology and Insanity). Esta equiparación de fines y medios entre la teocracia, y más concretamente, entre la Inquisición y la psiquiatría, entre el hereje o la bruja medieval y el paciente mental moderno y cómo éstos cumplen la función de chivos expiatorios de la sociedad es estudiado en profundidad por Szasz en su libro La fabricación de la locura.

Para Szasz, la problemática asociada al fenómeno de las enfermedades mentales se deriva en gran parte de la asimilación que se hizo de ellas con las enfermedades orgánicas. De este modo, la psiquiatría se convierte en una rama más de la medicina y la mente es confundida con el cerebro. Szasz niega todo esto: “La mente es una abstracción que nos ayuda a describir ciertas experiencias humanas /.../. Aunque tenemos un concepto llamado “mente”, no se desprende de ello que exista un objeto físico o entidad biológica que se llame así. Si así lo creemos, tratar a la mente como un órgano es cometer un “error categórico”. (T. Szasz, The Ethics of Psychoanalisis). Para Szasz, por tanto, cuando hablamos de “enfermedad mental”, “usamos el lenguaje metafóricamente y hablamos como el poeta o el político, no como el físico o el científico" (id.).

Szasz parece coincidir con el punto de vista del sociólogo T. Scheff, según el cual, las sociedades tendrían previsto cómo actuar frente a transgresiones de una serie de normas sociales etiquetando a los transgresores de terroristas, delincuentes, borrachos, etc., pero que ante ciertos comportamientos no existiría ninguna etiqueta explícita. Este tipo de transgresiones, que son llamadas por Scheff “transgresiones de reglas residuales”, son las que a menudo acaban siendo etiquetadas como “enfermedades mentales”, mereciendo por ello dichos comportamientos un tipo de trato especial acorde con esta idea de enfermedad.

Frente al totalitarismo de la institución psiquiátrica, T. Szasz, a diferencia de otros antipsiquiatras va a plantear un alternativa reformista que consistiría en fomentar la promulgación de leyes verdaderamente democráticas que limitaran el excesivo poder que la psiquiatría institucionalizada tiene en las sociedades modernas. Así, Szasz, en su lucha legalista contra la represión psiquiátrica llegaría a fundar el “Board of Directors of the Association for the Abolition of Involuntary Mental Hospitalization”, dedicada a la denuncia de las hospitalizaciones involuntarias y a velar por el cumplimiento de la legalidad vigente en los hospitales psiquiátricos.

(Leer IV parte aquí)

4 comentarios:

Martín Rabezzana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
KRATES dijo...

El compañero que escribió y publicó este texto ya no está con nosotros, por lo cual dudo que pueda hacer algo al respecto, pero de todas maneras se lo diré. Como también te digo que para nada él ha dicho, o dé a entender, que los estadounidenses sean los únicos americanos, porque americanos son como lo son los mexicanos, los brasileños o los argentinos, por ejemplo. Americanos del Norte o americanos del Sur todos son americanos, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Y culturalmente América es la confluencia de tres grandes zonas culturales: la africana, la europea y la indígena, con diferentes matices dependiendo de las zonas.

De lo que estoy seguro es que el compañero Sorrow para nada ha dicho, y ni siquiera lo ha pensado, que los «americanos» seáis inferiores, ni mucho menos se considere «antiamericano». ¡Lo habrás malentendido!

Y sobre los denominados «latinos», los verdaderos latinos son los habitantes del Lacio (centro de Italia), lo demás es invención de Luis Napoleón Bonaparte.

¡Salud!

Utópica Anónima dijo...

Buenísimo el texto y qué bueno sería poder conversar algunos aspectos con su autor, o con alguien que conceptualice la familia de modo similara como lo hizo R.D.Laing (llevo décadas luchando x mantener mi identidad en la estructura esquizoide de mi familia de origen y soy jodidamente resistente pero no sé si tanto como para no acabar perdiendo la cabeza). La familia como institución represiva es deleznable y repugnante, uno más de los brazos coaccionadores del sistema. No encuentro cómo suscribirme al glog, me gustaría.

Utópica Anónima dijo...

Leer teorías asi ayuda mucho a mantener la cordura en un mundo psicopático. La toma de conciencianos salva, nos ayuda a ser si no "dueños", sujetos de nosotros mismos.