viernes, 18 de febrero de 2011

Cuentos de viejas

ENCICLOPEDIA DE LA VIDA. Tomo V.
Ed. Bruguera, 1970.

Las falsas creencias en torno a las funciones del organismo han existido siempre. Aunque desprovistas de fundamento, en ocasiones contienen algo de verdad

A mediados del siglo XIX, Louis Pasteur demostró concluyentemente que muchas afecciones humanas se debían a unos organismos microscópicos que denominó gérmenes, inaugurando el camino para su tratamiento efectivo.

De manera extraña, sin embargo, la teoría de los gérmenes no fue aceptada por todos. Tuvieron que transcurrir unos cuarenta o cincuenta años para que la mayoría de médicos creyesen en ella. Lord Lister, el gran cirujano inglés que introdujo la antisepsia en la sala de operaciones, luchó toda su vida con muchos colegas suyos, imbuidos de ideas ridículas sobre los gérmenes.

Si la profesión médica tardó tanto en convencerse, no es sorprendente que hoy día haya aún tantas personas con ideas absurdas sobre las afecciones causadas por microorganismos. La gente se muestra reacia a creer que los trastornos gástricos con diarrea y vómitos se deben frecuentemente a gérmenes existentes en la comida y la bebida. En cambio, afirman que «algo les ha hecho daño», o que sufren un «ataque de bilis», lo cual constituye una descripción muy poco acertada, puesto que tales infecciones no tienen nada que ver con la bilis.

Hace unos años se creía que unas sustancias denominadas ptomaínas eran producidas por ciertos alimentos, y que las mismas causaban también desórdenes gástricos. Aunque en la actualidad es bien sabido que esto es totalmente falso, la gente todavía habla de la «intoxicación ptomaínica».

Esta falta de realismo se debe también a lo poco que la gente sabe de su propio organismo. Mientras exista tanta ignorancia, habrá mitos y leyendas, especialmente debido a la lentitud con que los conocimientos científicos tardan en llegar al público.

Tal vez, una de las tendencias más alentadoras de los últimos años haya sido el auge de los programas populares de televisión, de libros, revistas y artículos de prensa dedicados al tema de la salud. Naturalmente, todavía quedan incluso en los países más avanzados creencias populares, atrasadas respecto a los conocimientos médicos actuales. Por ejemplo, tomemos el tema del estreñimiento. Durante siglos, la defecación era una de las pocas funciones orgánicas que los médicos pudieron regular. De ahí que llegaron a creer que era de tremenda importancia vaciar los intestinos con «regularidad», y muchos se pasaban gran parte de su tiempo recetando medicamentos o dietas contra el estreñimiento.

El público respondió a estas ideas con gran entusiasmo y, sobre todo en la época victoriana, la gente estaba obsesionada por el estado de sus intestinos. Se hacían colosales esfuerzos para mantener la mencionada regularidad; se ingerían alimentos especiales a toneladas y se recetaban decalitros de medicamentos laxantes. Se castigaba con severidad a los niños que dejaban de «cumplir con su deber» cada mañana. Se les felicitaba por la vivacidad de sus pupilas y el buen color de tez cuando visitaban el retrete cada mañana. Médicos y legos unieron sus esfuerzos para imaginar toda clase de afecciones, como dolor de cabeza, cansancio, irritación y dolor de espaldas, supuestamente debidas al estreñimiento. Vaciar los intestinos cada mañana se convirtió en una especie de alta meta moral.

Todo esto, claro está, era una gran necedad. Con el advenimiento de la psicología y la psiquiatría a comienzos del siglo XX se puso de manifiesto que existían unas razones muy definidas, relacionadas con la enseñanza de modales higiénicos enla infancia, para que el ser humano se obsesionase con la regularidad funcional de sus intestinos. Eventualmente, resultó evidente para los médicos que no ir a diario al retrete no podía causar daño alguno. Pero el mal ya estaba hecho, y hasta bien avanzado el siglo, muchos tratados sobre la salud aún declaraban con toda solemnidad que mantener vacíos los intestinos era condición indispensable para gozar de buena salud y para el tratamiento de muchas enfermedades.

Todavía existen centenares de miles de personas, sobre todo, claro está, entre los individuos de edad madura o senil, preocupadas indebidamente por su «limpieza interior». El virtuoso del jazz Louis Armstrong (recientemente fallecido), por ejemplo, declaró con frecuencia su gran fe en los laxantes, que tomaba copiosamente, y que creía le ayudaban a mantenerse perennemente joven.

Quienes suelen verse más libres de tales prejuicios son los jóvenes, pero todavía existen muchos hogares donde hay un frasco de laxante en el botiquín, que suele administrarse aún con cierta regularidad a los niños.

La ignorancia también es responsable de toda clase de creencias extrañas respecto al cáncer. Este es un tema que, hasta hace poco, muy pocas personas deseaban siquiera discutir. En efecto, la educación pública respecto al cáncer sigue siendo terriblemente inadecuada en casi todos los países del planeta. Por esto, la gente afirma y cree que el cáncer no puede curarse (lo cual es falso, si se detecta a tiempo, en una gran mayoría de casos), que el cáncer es hereditario (no lo es, pero la gente cree este mito porque tal enfermedad es tan común que, en casi todas las familias, al menos dos miembros la han padecido), y que existen «casas con cáncer», en las que los sucesivos inquilinos han fallecido de tal dolencia (puesto que el cáncer produce una de cada cinco muertes en los países occidentales, todas las coincidencias son posibles).

Como el cáncer, las enfermedades mentales también se han visto sujetas a mitos y leyendas en todo el mundo. En la mayoría de países, la gente creía (y cree aún) que la persona mentalmente enferma es víctima de la brujería o que está poseída por fantasmas, malos espíritus o demonios. Esta idea de la posesión demoníaca se repite tesoneramente en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Todavía se sustentaba firmemente en el mundo «civilizado» en la Edad Media, y en 1487, dos célebres inquisidores publicaron un ensayo que afirmaba categóricamente que la pérdida súbita de la razón era sintomática de la posesión diabólica. Los protestantes aceptaron esta doctrina con igual facilidad que los católicos. Giordano Bruno, filósofo italiano, fue lo bastante imprudente como para decir que a su juicio la gente mentalmente enferma no tenía por qué estar embrujada, y no tardó en pagar caras sus opiniones, ya que en el año 1600 fue condenado a la hoguera.

Aunque las ejecuciones de las ancianas mentalmente trastornadas decrecieron rápidamente en Europa y América después de 1700, la idea de la posesión por los espíritus aún continúa vigente en algunos países. En las islas del Caribe, los campesinos temen aún que los espíritus de los muertos puedan penetrar en sus organismos, enloqueciendo como resultado de ello. A los que más se teme son a los fantasmas de las personas de raza india. Se hallan creencias semejantes en algunas regiones de África, donde el brujo del lugar tiene como misión arrojar los malos espíritus del cuerpo del demente. Como tanto el paciente como el brujo creen en esta clase de exorcismos, esta forma primitiva de psiquiatría suele producir buenos resultados.

Sin embargo, las misma ignorancia respecto a las enfermedades mentales se halla aún hoy día en los países occidentales, donde la educación debería dar como resultado una actitud más inteligente. La inmensa mayoría de seres humanos ya no asocia las enfermedades mentales con la posesión diabólica, pero subsisten ciertas reacciones irracionales. La gente cree que es preferible mantenerse lejos de los dementes. De manera similar, muchas personas están convencidas de que los trastornos mentales no pueden curarse, lo que no es cierto.

Naturalmente, la ignorancia desempeña un papel preponderante en la creación de mitos relativos a temas «tabú», como la excreción, el sexo, el embarazo y otros por estilo. La educación de la masa respecto a dichos temas estuvo durante largo tiempo gravemente limitada y sólo únicamente la gente tiene a su alcance una información amplia y fidedigna. Tomemos un asunto tan simple como la lactancia natural. Este tema se ve aún rodeado por multitud de mitos. Algunas mujeres creen que no deben comer calabaza u otros vegetales con semillas durante la lactancia. Piensa que éstas se mezclan con la leche y pueden asfixiar al lactante. Esto es totalmente imposible. Todo lo que comemos se descompone en el aparato digestivo en diversos elementos químicos antes de ser absorbidos por la sangre. Ninguna semilla de calabaza podría ser asimilada de otra forma y, aun en caso contrario, no tendría la menor posibilidad de viajar por la sangre hasta los senos.

Otros mitos respecto a la lactancia se refieren a la creencia de que sí la leche de una madre parece azul y débil, ella debe suspender la lactancia a pecho. Naturalmente, estos fenómenos son completamente normales en muchas mujeres. También es falsa la idea de que la leche materna no les sienta bien a muchos recién nacidos, por lo que éstos deben dejar el pecho. Otras madres creen que hay que suspender la lactancia a pecho si se restablece el periodo menstrual, lo cual constituye otro error. Pero tal vez el mito más perjudicial de la lactancia sea la tan extendida leyenda de que una madre no puede volver a concebir mientras alimenta a pecho a su hijito. Claro que puede…, y esta falsa creencia es seguramente responsable de muchos de los hijos no deseados. Existen muchos errores relacionados con la concepción y la anticoncepción. Muchas personas creen que es imposible que una mujer quede encinta durante su periodo menstrual, seguridad que ha llegado a darse en letra impresa, pero que no es cierta. En determinadas circunstancias, una mujer puede quedar embarazada en cualquier momento del mes, motivo por el cual el método del «ritmo» para el control de natalidad es tan poco eficiente.

Otros errores incluyen la creencia de que no es posible concebir realizando el coito en posición erecta (de pie), impidiendo que la mujer llegue al orgasmo, sentándose, tosiendo, estornudando u orinando después del coito, y finalmente que no se concibe si el himen, o membrana virginal, no se rompe (por desgracia, casi siempre hay una grieta en el himen).

Todos estos errores, y otros semejantes, conducen sólo a una cosa: a los hijos no deseados. La tremenda ignorancia respecto al sexo y al embarazo que todavía prevalece entre gran parte de la población mundial crea y perpetúa esos mitos.

BOOK OF LIFE (1969)

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