Peter Handke estuvo entre el 23 y el 29 de abril en la antigua Yugoslavia cuando la OTAN bombardeaba distintos enclaves serbios durante la llamada guerra de Kosovo. Desde Belgrado se dirigió hacia el sur, y se detuvo en el pueblo de Aleksinav, donde las bombas habían machacado el 6 de abril «un barrio entero de bloques de pisos de mediana altura». Hubo diecisiete muertos, y por eso a Handke le extraña que nadie llore, ni siquiera al revivir la masacre. También subraya que nadie quiera «hablar de verdad», y luego se pregunta: «¿Es que estos serbios, a diferencia de los pueblos balcánicos vecinos, no tienen ninguna capacidad de sufrimiento, ninguna cultura del luto?». Siguen impertérritos moviendo los escombros de un sitio a otro, limitándose a mirar al cielo o al suelo. Poco más. Handke narra el episodio en Preguntando entre lágrimas (Alento; traducción y prólogo de Cecilia Dreymüller). El título procede de un encuentro que tuvo poco después, después de haber regresado a Belgrado y ya de camino de vuelta a casa. Se detuvieron a comer en un pueblo de Vojvodina y «una hermosa mujer de aspecto urbano» se sentó a la mesa con ellos. Era oncóloga, trabajaba en un hospital de Novi Sad. «¿Realmente somos tan culpables?», les preguntó. «Para que haya un sufrimiento así, debe de haber antes una culpa. No puede ser de otro modo, debemos ser culpables. ¿Pero de qué? ¿Y por qué?». Eso les decía, y apunta Handke: «Entre lágrimas preguntando, preguntando».
El libro, del que se dice en la faja que no se había querido publicar antes en España, reúne varios textos relacionados con aquella terrible guerra. Dos de ellos, los primeros, dan cuenta de sendos viajes que hizo Handke a la antigua Yugoslavia durante la guerra de Kosovo. Luego hay otros dos que se ocupan del Tribunal Internacional de La Haya y del juicio a Slobodan Milosevic. El volumen se cierra con un artículo que publicó en un periódico alemán y con unos apéndices que sirven para contextualizar la materia tratada. Hay una clara obsesión del escritor austriaco por denunciar la manera con que la prensa informó del conflicto. «¿Qué verdades son esas que consisten sobre todo en primeros planos y consignas de guerra?», se pregunta. Antes había observado cómo en los periódicos se habló de «éxodo» para evitar «expulsión» o «deportación» a la masiva llegada de habitantes de Kosovo a las fronteras albanesas, macedonias y montenegrinas. Mostró también cómo se informó en primera página del asesinato de dos líderes albano-kosovares a manos serbias y cómo, cuando la noticia se desmintió, la nota se colocó medio perdida en las últimas páginas de los diarios. Fórmulas estereotipadas, propaganda, una ametralladora de consignas en blanco y negro. Nunca el matiz, la zona de grises. Handke conocía desde antes muy bien la antigua Yugoslavia, y le irrita su desmembración, que atribuye a intereses externos, y le duele el dolor de sus pueblos. Metido en el corazón de la destrucción, sigue asombrándose de la «milagrosa y sofisticada hospitalidad de los Balcanes».
En una de sus anotaciones de Ayer, de camino (Alianza; traducción de Eustaquio Barjau), Handke escribió: «No quisiera pertenecer nunca a la arrogante sociedad de los que saben, siempre a la infantil de los que presienten. No quiero saber en absoluto de qué va esto, pero quiero tener una idea, esto es todo». ¿Qué significa «saber» y qué significa «presentir» y qué significa «tener una idea»? No es fácil pronunciarse sin correr el riesgo de tergiversar lo que quiere decir el escritor austriaco. Por eso, de nuevo, conviene volver sobre su manera de hacer las cosas. Acercarse a los sitios, preguntar, mirar cada uno de los detalles, dar vueltas alrededor, empaparse de cada instante. Es lo que hizo cuando supo que la OTAN bombardeaba a los serbios. Fue allí. Pasó con ellos unos cuantos días. Le asombra «la lógica cruel, o mejor dicho, el nihilismo total de las expulsiones mutuas por parte de los pueblos autóctonos del lugar: en el caso de la región y el obispado de Banja Luka, la expulsión sin escrúpulos de musulmanes y croatas por parte de distintos grupos de la mayoría serbia».
Quizá Handke cometió alguna torpeza a la hora de sacar a la luz su beligerancia contra el ataque de la OTAN a los serbios. Es posible que se equivocara colocándose tan cerca de Milosevic. Cuando se lee Preguntando entre lágrimas, se escucha de cerca la voz de un escritor que quiere formular correctamente unos interrogantes que le están haciendo daño. Es entonces cuando resulta intolerable la campaña que se orquestó contra Handke por haber tomado la palabra en dirección opuesta a la corriente del pensamiento políticamente correcto.
El libro, del que se dice en la faja que no se había querido publicar antes en España, reúne varios textos relacionados con aquella terrible guerra. Dos de ellos, los primeros, dan cuenta de sendos viajes que hizo Handke a la antigua Yugoslavia durante la guerra de Kosovo. Luego hay otros dos que se ocupan del Tribunal Internacional de La Haya y del juicio a Slobodan Milosevic. El volumen se cierra con un artículo que publicó en un periódico alemán y con unos apéndices que sirven para contextualizar la materia tratada. Hay una clara obsesión del escritor austriaco por denunciar la manera con que la prensa informó del conflicto. «¿Qué verdades son esas que consisten sobre todo en primeros planos y consignas de guerra?», se pregunta. Antes había observado cómo en los periódicos se habló de «éxodo» para evitar «expulsión» o «deportación» a la masiva llegada de habitantes de Kosovo a las fronteras albanesas, macedonias y montenegrinas. Mostró también cómo se informó en primera página del asesinato de dos líderes albano-kosovares a manos serbias y cómo, cuando la noticia se desmintió, la nota se colocó medio perdida en las últimas páginas de los diarios. Fórmulas estereotipadas, propaganda, una ametralladora de consignas en blanco y negro. Nunca el matiz, la zona de grises. Handke conocía desde antes muy bien la antigua Yugoslavia, y le irrita su desmembración, que atribuye a intereses externos, y le duele el dolor de sus pueblos. Metido en el corazón de la destrucción, sigue asombrándose de la «milagrosa y sofisticada hospitalidad de los Balcanes».
En una de sus anotaciones de Ayer, de camino (Alianza; traducción de Eustaquio Barjau), Handke escribió: «No quisiera pertenecer nunca a la arrogante sociedad de los que saben, siempre a la infantil de los que presienten. No quiero saber en absoluto de qué va esto, pero quiero tener una idea, esto es todo». ¿Qué significa «saber» y qué significa «presentir» y qué significa «tener una idea»? No es fácil pronunciarse sin correr el riesgo de tergiversar lo que quiere decir el escritor austriaco. Por eso, de nuevo, conviene volver sobre su manera de hacer las cosas. Acercarse a los sitios, preguntar, mirar cada uno de los detalles, dar vueltas alrededor, empaparse de cada instante. Es lo que hizo cuando supo que la OTAN bombardeaba a los serbios. Fue allí. Pasó con ellos unos cuantos días. Le asombra «la lógica cruel, o mejor dicho, el nihilismo total de las expulsiones mutuas por parte de los pueblos autóctonos del lugar: en el caso de la región y el obispado de Banja Luka, la expulsión sin escrúpulos de musulmanes y croatas por parte de distintos grupos de la mayoría serbia».
Quizá Handke cometió alguna torpeza a la hora de sacar a la luz su beligerancia contra el ataque de la OTAN a los serbios. Es posible que se equivocara colocándose tan cerca de Milosevic. Cuando se lee Preguntando entre lágrimas, se escucha de cerca la voz de un escritor que quiere formular correctamente unos interrogantes que le están haciendo daño. Es entonces cuando resulta intolerable la campaña que se orquestó contra Handke por haber tomado la palabra en dirección opuesta a la corriente del pensamiento políticamente correcto.
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