Cuando vienen mal dadas, el que sobrevive no es el más bestia; es el que busca mejor entre la basura
JAVIER SAMPEDRO
Hay una tradición tremebunda de la comunicación de la ciencia, y de la ciencia en sí misma, que identifica la evolución biológica con sus metáforas más encarnizadas: la lucha por la vida, la supervivencia del más apto, la «naturaleza roja en diente y garra» con que lord Tennyson tasó el darwinismo, incluso 10 años antes de la publicación de El origen de las especies por Charles Darwin. Tennyson era muy consciente de que la ciencia de su época contradecía la narración bíblica de la creación del hombre, y escribió ese verso en uno de los poemas más memorables de la literatura inglesa, In memoriam AHH, bajo la inmensa pesadumbre intelectual que le producía la evolución, la idea de que el ser humano no ocupaba un lugar especial en la creación, que no era más que una desviación adaptativa de la mente de un mono. Y que, encima, las fuerzas que lo habían creado se encontraban entre las más rastreras imaginables. La naturaleza roja en diente y garra. Una verdad poética.
Pero hay mecanismos evolutivos que no dependen tanto de los dientes y las garras como del palmito y las agarraderas. Casos en que gustar es más eficaz que morder. Como estrategia evolutiva, me refiero. Uno de los ejemplos más espectaculares es el de la invención de las plumas, que evolucionaron en un grupo de dinosaurios mucho antes de que sus descendientes echaran a volar y se convirtieran en las actuales aves. Y en cualquier caso, las plumas por sí solas no bastan para volar, como demuestra el caso de una gallina. ¿Para qué evolucionaron las plumas, entonces?
La respuesta es: para el amor, estúpido. Nacieron como vistoso adorno para atraer al sexo opuesto. Vean el grado de estupidez —y de belleza— que ha alcanzado el pavo real en este terreno.
Y el ejemplo del lobo que hemos conocido hoy puede ser menos espectacular, incluso menos romántico, pero desde luego ofrece una nueva pista inesperada: que, cuando vienen mal dadas, el que sobrevive no es el más bestia, ni el que tiene más dientes y garras y causa heridas más rojas. Es el que busca mejor entre la basura. Si hay pan, pareció decir el lobo, ¿quién se pelea por un filete? Amor e inmundicia, querido Tennyson.
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