12 octubre 2014
A Mary Merritt la mandaron a trabajar en una de las lavanderías de las Magdalenas en Dublín cuando era adolescente. El trabajo era tan arduo y el régimen tan cruel, que rompió una ventana y se escapó.
Llegó a donde un sacerdote a pedirle ayuda. El cura la violó.
Cuando la policía la apresó y la llevó de vuelta a la lavandería, las monjas no le creyeron. La encerraron en una celda.
El año pasado, una investigación sobre lo que pasó en las lavanderías de las Magdalenas, un sistema de asilos dirigidos por monjas católicas en Irlanda, en las que durante décadas miles de mujeres fueron forzadas a trabajar bajo duras condiciones, no encontró ninguna evidencia de abuso.
Sin embargo, quienes vivieron entre las paredes de las lavanderías rechazan esa conclusión e insisten en que las monjas deben rendir cuentas por sus actos.
Los pecados
«¡Dios mío! Esto me trae tantos recuerdos», exclama Elizabeth Coppin, de 65 años, al abrir la puerta de la iglesia que está al lado de la lavandería de las Magdalenas, a donde la mandaron a trabajar cuando tenía 14 años de edad.
«Solíamos ir a confesarnos una vez por semana», rememora frente a los micrófonos de la BBC, al pasar ante el confesionario.
«El sacerdote se sentaba ahí y nosotras le contábamos nuestros pecados... pero, ¿qué pecados podíamos haber cometido? Trabajábamos todo el tiempo».
«Ellos eran los pecadores, no nosotras: nos estaban torturando».
Durante décadas, Irlanda ignoró a las antiguas trabajadoras de las lavanderías de las Magdalenas y sus denuncias.
Después de todo, ¿no habían dicho los curas que ellas no eran más que mujeres de mala vida o criminales dementes, que merecían estar encerradas la mayor parte de sus vidas y trabajar sin sueldo para purgar sus pecados?
Coppin había sido víctima del abuso sexual de su padrastro y enviada a un orfanato, una de las varias instituciones de beneficencia administradas por la Iglesia en nombre del Estado.
De ahí, cuando todavía era una niña, fue introducida en la red de lavanderías de las Magdalenas y forzada a trabajar desde las 8.00 hasta las 18.00 todos los días, menos domingos y feriados.
En uno de esos lugares fue erróneamente acusada de robar dulces, por lo que la encerraron durante tres días en la celda de castigo, sin cama ni colchón.
Pero eso no era nada comparado al castigo por tratar de escaparse: la enviaron a otra lavandería donde el régimen era más estricto.
«Me cambiaron el nombre por uno de hombre. Me raparon la cabeza y obligaron a usar un uniforme: me quitaron mi identidad. ¿Cómo puede manejar eso una niña?», se pregunta.
No fue sino hasta que Coppin y otros acudieron al Comité Contra la Tortura de la ONU, el cual presionó al gobierno irlandés para que investigara, que el senador Martin McAleese, un antiguo miembro del Senado irlandés y devoto católico, fue puesto a la cabeza de una pesquisa sobre lo que pasó exactamente tras los muros del convento.
Para el asombro de las sobrevivientes, el informe concluyó que «maltrato, castigo físico y abuso (...) no ocurrió en las lavanderías de las Magdalenas».
Ahora, el Gobierno irlandés ordenó que se haga una investigación sobre lo que ocurrió en otra institución administrada por la Iglesia: los hogares para madres no casadas y sus bebés.
A principios del año fue revelado el hallazgo de casi 800 tumbas sin nombre de niños pequeños que databan de 1925 a 1961 en un convento en el occidente de Irlanda.
Algunos de los restos de los menores fueron encontrados en un tanque de concreto.
Las sobrevivientes de las lavanderías de las Magdalenas están solicitando que esta pesquisa sea más amplia para que revisen su caso de nuevo.
Mary Merritt, de 83 años, nació en uno de esos hogares, pues era hija de una madre soltera, pasó años en un orfanato y terminó en una lavandería: todas instituciones administradas por monjas.
«En uno de los orfanatos, a los que en ese entonces los llamaban "escuelas industriales", un día tenía tanta hambre que me robé unas manzanas del huerto».
«Las monjas me mandaron a la lavandería High Park en Dublín y me dijeron que me quedaría ahí hasta que aprendiera a no robar. Estuve trabajando ahí sin sueldo durante 14 años», relató a la BBC.
«No habría recibido esa pena en esa época ni por haber matado a alguien».
Años de cautiverio
Según el informe de McAleese, el promedio de estancía de las mujeres en las lavanderías era de siete meses.
«¡Tonterías!», exclama Merritt cuando vamos a visitar la fosa común de las antiguas empleadas de la lavandería de las Magdalenas High Park, en el cementerio central de Dublín.
«Yo estuve en la lavandería durante 14 años y sé de al menos una mujer, mi mejor amiga, que estuvo durante 50 años» dice, señalando su nombre, uno de los 160 grabados en la lápida de granito.
Los investigadores del grupo de presión Magdalene Names Project indicaron a la BBC que, según su investigación centrada en un período de 10 años —de 1954 a 1964— en la lavandería High Park, la mayoría de las mujeres pasaron al menos ocho años en cautiverio.
El informe de McAleese alega además que las lavanderías nunca se beneficiaron económicamente, otra idea que desestiman las mujeres.
«Yo era una trabajadora esclava», dice Coppin, quien pasó cuatro años en tres lavanderías.
«Las monjas tenían contratos con todos los hoteles y negocios locales así como conventos y seminarios», denuncia.
Es difícil confirmar la afirmación de que se trataba de una operación «sin ánimo de lucro», pues las cuentas que las órdenes religiosas presentaron para la pesquisa gubernamental, preparada por sus propios contadores, no están abiertas al escrutinio público.
No obstante, la BBC encontró un libro de contabilidad de la lavandería High Park en un museo de Dublín, que data de 1980.
Las meticulosas cuentas muestran que sus clientes incluían conventos y restaurantes, así como el aeropuerto, la estación central de tren en Dublín y ministerios gubernamentales.
Esto explica por qué los sindicatos y las lavanderías comerciales se quejaban en esa época: estaban teniendo que competir con unas monjas que se beneficiaban de trabajo forzado y gratuito.
El diario The Irish Examiner, que ha investigado las finanzas de las órdenes religiosas involucradas en la administración de las lavanderías, señala que en 2012 sus activos eran 1.900 millones de dólares.
La fortuna de las monjas incomoda no sólo a las sobrevivientes, quienes sienten que fueron explotadas injustamente, sino también cada vez más a los contribuyentes irlandeses.
A pesar de las carencias del informe McAleese, el gobierno irlandés se excusó por el sufrimiento de las mujeres y nombró a un respetado juez para implementar un sistema de compensación.
La cuenta final de esa compensación probablemente excederá los 190 millones de dólares, y las órdenes religiosas se rehúsan a contribuir.
La BBC le preguntó a la viceprimer ministra de Irlanda, Joan Burton, por qué el gobierno no estaba presionando a las monjas para que pagaran.
«La conversación está en curso», respondió.
¿Escuchará el Gobierno a las sobrevivientes de las lavanderías y extenderá la nueva investigación para incluirlas?
«Se incluirán los elementos relevantes. Aún no hemos terminado de definirlo», respondió.
Las sobrevivientes de las lavanderías de las Magdalenas no se dan el lujo del optimismo.
«La ideología religiosa está muy arraigada en la sociedad irlandesa», lamenta Coppin.
«Yo quiero que alguien diga la verdad y se disculpe», reclama Merritt. «Las monjas, la Iglesia, los sacerdotes... alguien que me pida perdón antes de que me muera».
No hay comentarios:
Publicar un comentario