lunes, 16 de marzo de 2015

¿Por qué Venezuela?

 

El artículo desmonta las excusas que se presentan para esconder la verdadera razón por la que Venezuela se ha convertido en el objetivo tanto de los ataques de la derecha y la oligarquía latinoamericana como de la amenaza estadounidense: el petróleo.

Ángel Cappa

«EEUU debe enviar tropas de inmediato a Venezuela.
Debemos garantizar el flujo petrolero.»
(John McCain. Senador republicano. Febrero de 2014)

Lo han logrado y no es la primera vez. Utilizando un sinfín de mentiras, tergiversaciones, ocultamientos de información objetiva y visión parcial e interesada de una realidad manipulada a su medida, consiguen demonizar una palabra hasta tal punto que con solo mencionarla asusta. Decir «Venezuela» hoy es pensar en dictadura. Es la primera imagen que le aparece a cualquier persona que no dispone del tiempo necesario para contrastar la información de los principales medios de comunicación con otros alternativos y, en comparación, muy minoritarios.

¿Por qué dictadura?

Claro que para aceptar que Venezuela es una dictadura hay que desconocer que el chavismo ganó 18 de 19 consultas electorales (entre Chavez y Maduro), todas supervisadas por observadores internacionales —entre ellos, españoles—, quienes declararon que fueron ejemplares. Hay que creer que la prensa la controla el Gobierno, aunque el 80% de los medios esté en manos privadas y de la oposición. Hay que aceptar que Maduro encarcela opositores e ignorar que se trata de líderes pertenecientes a grupos que pretenden derribar al Gobierno violenta e ilegalmente. También podemos hablar de la «dictadura venezolana» si no sabemos que Estados Unidos, como ha hecho decenas de veces en Latinoamérica, interviene directamente en las conspiraciones para derribar el Gobierno electo financiando a grupos opositores, impulsando una guerra económica para generar escasez de alimentos (tal cual hicieron en Chile con Allende) y boicoteando la actividad del país para provocar un caos que incite a la población a rebelarse.

Y si no sabemos que la oposición (la oligarquía venezolana, por cierto) cuenta con los medios de comunicación de mayor difusión en la misma Venezuela, Chile, Colombia, Argentina, España, EEUU, México y otros países, quienes publican a la vez las mismas y falsas noticias sobre la situación venezolana en una guerra mediática coordinada y planificada, quizá pensemos que el país vive en un desastre a causa de su Gobierno. Pero para aceptar que el chavismo castiga a su población habría que desconocer que, desde 1999 hasta la actualidad, el porcentaje de gente que vive en la pobreza ha pasado del 49% al 27%; la desnutrición del 13,5% al 5%; la tasa de desempleo del 16% al 7%; que Venezuela es el segundo país de Latinoamérica en número de universitarios; o que la UNESCO ha declarado a Venezuela libre de analfabetismo, es decir, que millones de «invisibles» recuperaron el carácter de persona que les habían arrebatado.

Venezuela como obsesión

Pero supongamos que no sabemos nada de nada. Que, inocentemente, creemos lo que nos cuentan esos medios sobre Venezuela y que admitimos consternados que se trata de una dictadura. Aun en ese caso, hay una pregunta que surge espontáneamente de la misma inocencia: ¿Por qué esa obsesión de los medios y los partidos de derecha, empresarios poderosos y multimillonarios «democráticos» por Venezuela? Incluso desde el desconocimiento absoluto podemos comprobar que no pasa un solo día sin que aparezca alguna noticia, entrevista o artículo sobre la «tiranía» de Venezuela. Sin embargo, a esos mismos crédulos inocentes les resultará curioso que dictaduras como las de Marruecos, Arabia Saudí, Guinea Ecuatorial o China no merezcan nunca ni una sola línea reprobatoria. Y más aún que el Gobierno de España mantenga con ellas las más cordiales relaciones sin objeción alguna. Es más, la primera visita del nuevo rey español fue a Marruecos para estrechar vínculos, y al presidente de Guinea Ecuatorial le invitaron el año pasado a asistir a actos oficiales y a dar conferencias en el Instituto Cervantes. Es como si de pronto en el mundo solo hubiera una sola dictadura, Venezuela, en medio de un oasis democrático.

Amores que van y vienen

Continuemos suponiendo que, a pesar de las dudas metódicas que provoca esa obsesión antibolivariana, optamos por dejarlas en el olvido. Aun así, no podríamos reprimir otra pregunta que no nos dejaría en paz: ¿será real la preocupación del Poder por la democracia? Entrando en precisiones históricas y detalles concretos, aparecen ciertos personajes y situaciones lo suficientemente claras como para no confundirnos con la respuesta. Por ejemplo Sadam Husein, quien fue aliado de Estados Unidos hasta que se pasó al lado de los malos por «esconder» armas de destrucción masiva (que todavía no encontraron), junto con una enorme cantidad de petróleo, casualmente. El más malo —yo diría malísimo— fue siempre Gadafi, hasta que de la noche a la mañana se volvió tan amigo que Ruiz-Gallardón lo honró con las llaves de oro de la ciudad de Madrid, mientras que él devolvía tanto cariño haciéndole regalos ecuestres nada menos que a Aznar, quien los aceptaba con abrazos y sonrisas cómplices. Pero, nuevamente, y sin aviso, volvió a engrosar la lista de los malos y hubo que derrocarlo y ejecutarlo. Incluso Sarkozy olvidó el dinero que le había dado el dictador para su campaña política y lo juzgó con dureza.

Hay más ejemplos que demuestran que el amor del Poder hacia la democracia no es todo lo sincero que lo hacen aparentar los principales medios. Entre 1976 y 1983 el Gobierno de España otorgó 56 condecoraciones a los responsables de la dictadura militar argentina. El mismo Videla recibió la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar con Distintivo Blanco, de manos del entonces rey Juan Carlos. El Gobierno español actual oculta las pruebas sobre la complicidad de España con esa dictadura, así como que hubo una colaboración económica, especialmente, y política como consecuencia. Y hace menos de tres años, Pedro Morenés, actual ministro de Defensa, apoyó la venta de tanques de guerra al Gobierno de Arabia Saudí. «¿Y la ética, ministro?», le preguntaron. «Juzgar políticamente al régimen saudí es algo complicado», respondió, «porque cada país tiene su manera de establecer el bienestar de su población». Cada país menos Venezuela, se le olvidó decir.

Y para no abundar en ejemplos, recordaré por último que Ollanta Humala —presidente de Perú— fue duramente criticado durante la campaña electoral de su país por sus discursos de carácter nacionalista. Ni bien asumió la presidencia, y tras apresurarse a aclarar su adhesión a las bondades del libre comercio y su fidelidad a las leyes del mercado, los principales medios españoles no demoraron en disculparse por el error de haberlo incluido en la lista de los malos. Y cuando Ollanta Humala dio vía libre a las multinacionales para que siguieran devastando su país lo situaron inmediatamente en la de los buenos.

O fijémonos en Cuba, histórico país enemigo número uno de los «demócratas» internacionales, ahora desplazado por Venezuela. Desde que Estados Unidos levantó la barrera y las multinacionales pudieron abalanzarse sobre la isla para llegar primero a la línea de los posibles y futuros negocios (Moratinos y Rodríguez Zapatero anticiparon la jugada), los medios comenzaron a modificar los calificativos hacia los dirigentes cubanos. Uno de los periodistas radiales más rabiosamente anticomunista, anticastrista, antibolivariano y anti todo lo que se oponga al orden establecido por el mercado todopoderoso, sorprendió a sus más fieles oyentes, cuando desde La Habana abandonó súbitamente sus epítetos mas contundentes contra «los Castro» para llamarlos, con un respeto inaudito hasta ese momento, «las autoridades cubanas».

El dinero «democrático»

Yo creo que hasta el más inocente de los ciudadanos, el menos crítico con los medios y el más leal seguidor del pensamiento único, sería capaz de plantearse —en vista de este panorama— que tal vez no sea tanto la defensa de la democracia lo que enerva al Poder contra Venezuela, sino quizá —y sin pecar de demasiado perspicaces— los negocios, el dinero. Y como Venezuela es la mayor reserva de petróleo del mundo y la vanguardia de un movimiento en Latinoamérica en defensa de la soberanía de los países —tantas veces atropellada y pisoteada— la han convertido en el enemigo principal. Ni el más iluso de los ciudadanos puede confiar en la pasión democrática de los medios, los tertulianos de primera línea, los políticos de las puertas giratorias o los empresarios del Poder económico. Es el negocio lo que los mueve. Mientras Venezuela siga poniendo freno al expolio de las empresas en esa región, seguirán empeñados en derrocar su Gobierno apelando a todos los recursos a su alcance; sobre todo ilegales, aunque, llegado el caso, también legales. Así lo han hecho siempre y así lo seguirán haciendo.

Esa —y no otra— es la razón dialéctica de la obsesiva preocupación antibolivariana. La democracia es una excusa que encontraron por el camino para justificar la agresión a un país soberano y con el derecho de elegir el sistema de vida que le parezca. Al Poder le da exactamente igual el régimen político. Solo le importa que no pongan límites a sus beneficios económicos ni reparos a su modo de obtenerlos. Su único fin es el dinero; un dinero que recoge a costa de la miseria de millones de personas y combatiendo ferozmente a quienes se opongan a tan «nobles» propósitos. El último botón de muestra es la impertinente amenaza de Obama. Una larguísima historia de intervenciones militares y conspiraciones, encubiertas o descubiertas, la hace creíble.

15/03/2015

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