Por Enrique Wulff Alonso
Las lenguas, como organismos vivos que son, no solo cambian, sino que además pueden desaparecer en un momento dado. Desde la extinción de aquellas que en tiempos pasados dieron vida a culturas florecientes hasta la desaparición de las que en su día emplearon pequeños grupos marginados, encontramos sobrados ejemplos de un proceso —la muerte de las lenguas— tan viejo como la misma historia de la humanidad. Caso muy diferente es el de aquellas otras, como el griego clásico y el latín, que, aunque habiendo desaparecido en tanto que lenguas vivas, viven todavía como vehículos culturales a través de las muchas y hermosas obras que de ellas conservamos. Pero veamos a continuación algunos ejemplos de lenguas extinguidas.
El sumerio es la lengua escrita más antigua de la que se tiene noticia, pues sus testimonios se remontan a más de cinco mil años. Dejó de hablarse hacia el 2000 a. C., cuando fue sustituida como idioma oral por el acadio, si bien su forma escrita seguiría siendo utilizada y estudiada hasta el comienzo de nuestra era como vehículo de la literatura sagrada. El acadio, la más antigua de las lenguas semíticas, era, con sus dialectos asirio y babilónico, el idioma de Mesopotamia hasta que fue a su vez sustituido por el arameo entre los siglos VII y VI a. C. El babilónico continuaría usándose en su forma escrita en temas matemáticos y astronómicos, pero a comienzos de nuestra era ya había desaparecido por completo. El hebreo, convertido en lenguaje religioso y literario desde el siglo III a. C. (Cristo y sus apóstoles empleaban el arameo, la lengua corriente en Palestina), renació como lengua hablada durante los siglos XIX y XX, y ha pasado en la actualidad a convertirse en el idioma nacional del Estado de Israel.
Nuestro conocimiento de otras lenguas extinguidas, aunque más recientes, es mucho más pobre. Del galo apenas quedan algunas inscripciones, unos cuantos topónimos y determinadas palabras recogidas en el francés, por lo que se puede afirmar que nuestra ignorancia de aquella lengua es total. Otro enigma lo constituye el íbero, que alcanzó una notable difusión en el tiempo y en el espacio, y cuyos restos arqueológicos nos han dejado muestras estimables de su cultura. Mucho más cerca de nuestra época se encuentra el gótico, lengua de los godos, originarios de Escandinavia, que se extendieron por Europa oriental y meridional. El ostrogodo y el visigodo eran dos dialectos suyos: el primero se extinguió a la caída del reino del mismo nombre, en Italia, a mediados del siglo VI; el segundo no debe haber sobrevivido a la conquista árabe de la Península Ibérica iniciada el año 711, si bien se tienen noticias de que los godos de Crimea conservaban su idioma todavía a mediados del XVI. El texto más antiguo que permite el estudio de esta lengua es la traducción de la Biblia que hacia la mitad del siglo IV hizo el obispo arriano Ulfilas. Aunque se trate de un lenguaje religioso, influido por el griego, y alejado por tanto del habla normal, su valor es decisivo a la hora de estudiar las lenguas germánicas, dada su antigüedad.
El córnico, lengua céltica hablada en Cornualles, dejó de emplearse a finales del siglo XVIII a causa de la presión del inglés. Mucho antes, en los siglos V y VI, el ataque de los sajones había obligado a emigrar a pueblos celtas de esta zona, que llegaron a la Bretaña francesa, donde conservarían su lengua (el bretón).
Una de las lenguas romaces desaparecidas es el dálmata, cuyo último hablante, Antonio Udina, murió en 1898. Se usaba en la costa de la actual Croacia, desde la isla de Krk hasta Dubrovnik, y de ella se conservan documentos redactados entre los siglos XIII y XVI. Con su extinción se perdió una lengua romance más de la península de los Balcanes, y que servían de enlace con el rumano, última avanzada oriental en Europa de los idiomas derivados del latín.
A los casos antes mencionados hay que añadir los de las lenguas desaparecidas junto con los últimos grupos que la hablaban, de las que el continente americano nos ofrece una multiplicidad de ejemplos. Este proceso continúa en nuestros días, y es fácilmente predecible toda vez que conocemos la existencia de lenguajes cuyos hablantes se cuentan apenas por unos centenares, cuando no son solo algunas decenas o hasta unos cuantos individuos los que las utilizan.
Lenguaje y lenguas, SALVAT, 1981.
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