miércoles, 2 de marzo de 2011

¡QUE ARDAN TODAS LAS PATRIAS! (VI)

Y ésta ya es la sexta de las entregas de este ensayo contra los nacionalismos todos. Aquí nos hablan de lo que en el entorno anarquista entendemos como «federalismo».


(Otra globalización es posible)

VI

El federalismo, ese gran desconocido

Frente a la visión nacionalista de un mundo dividido en estados-nación, el anarquismo propone la organización federal [54]. Pero ¿conocemos el verdadero significado e implicaciones del término «federalismo»? Recurramos a los clásicos. Según Ángel J. Cappelletti, en su libro La ideología anarquista:

«“Federalismo” significa, para los anarquistas, una organización social basada en el libre acuerdo, que va desde la base local (…) hacia el plano universal de la humanidad.» [55]

Si el federalismo se basa en la unión de individuos sobre la base del «libre acuerdo» decir desde el Movimiento Libertario que

«Estamos (…) a favor de que los pueblos vascos, catalanes, palestinos, saharauis, tibetanos, kurdos... (…) se asienten en territorios más o menos delimitados, (…) que se federen como quieran, que se independicen de los estados…»

es un completo contrasentido, por la sencilla razón de que etiquetas como, por ejemplo, «vasco», «catalán» o «gallego» han sido impuestas por el poder de élites regionales imbuidas de un nacionalismo que, por lo demás, tiene sus raíces en los reinos «cruzados» de la Reconquista, es decir, que están inspirados por la Iglesia Católica. ¿Se puede concebir algo más liberticida y reaccionario? Es curioso que si se discute del tema con un simpatizante del independentismo vasco lo más probable es que acabe exaltando como paradigma político el Reino de Navarra y no la Cuba castrista, un Reino de Navarra convenientemente mitificado como una especie de república «socialista» independiente… ¡en pleno medievo! No puede haber mayor anacronismo. En definitiva, la identidad vasca, catalana, gallega, etc. es un invento del Poder (al igual que lo es la identidad española, francesa o alemana) y organizar a seres humanos en torno a esta arbitrariedad contraviene los fundamentos del federalismo ácrata basados en la no imposición, de tal manera que de nada sirve que se afirme a renglón seguido que

«… pero igualmente nos opondríamos a la creación de un Estado vasco, palestino, saharahui, kurdo... con su policía, ejército, moneda, gobierno, y aparato represivo» [56]

puesto que lo vasco, lo palestino, lo saharaui, lo kurdo, etc. lo crea y lo mantiene la autoridad de un Estado, tenga éste existencia plena o exista en estado embrionario en la estructura de poder que supone un partido independentista.

A veces, sin embargo se argumenta, desde posiciones pseudolibertarias a favor de la independencia de las nacionalidades más o menos históricas de la península para luego formar una suerte de federación ibérica con ellas. Esto ya fue planteado por parte de los republicanos federales del siglo XIX, pero fue rechazado por los padres de los nacionalismos patrios que no les parecía suficiente «independencia» la defendida por la postura cantonalista y optaron por el separatismo puro y duro (ya hemos visto la base racista de este nacionalismo y su fobia al mestizaje). De todas maneras, el cantonalismo es un federalismo burgués que, como tal, presupone la creación de un Estado. De ahí que Cappelletti nos recuerde que

«el «federalismo», tal como lo entienden los bakuninistas (y, posteriormente, Kropotkin, Malatesta, etc.), no debe confundirse, en modo alguno, con el federalismo puramente político o con la mera descentralización administrativa, que muchas veces ha sido postulada por ciertos sectores del liberalismo y otras ha servido inclusive como careta de la reacción aristocrática y clerical. Recuérdese que durante la Revolución Francesa los girondinos se proclamaron partidarios de la república federal y que en nuestro siglo [XX] la Action Française defendía (no sin citar a Proudhon) la idea de una Francia federal (por oposición a la Francia centralista, que presumía de origen jacobino).» [57]

Y no sólo Cappelletti. Anselmo Lorenzo se refirió en su libro El proletariado Militante al Partido Republicano «Federal» patrio en estos términos:

«Hasta ahora no conocemos de su programa otro sistema que el de delegación o representación con el fraccionamiento del Estado, o formación de muchos Estados pequeños, que él llama pomposamente sistema federal y cree, quizás de buena fe, que amenguará la fuerza del poder político; mas nosotros opinamos, por el contrario, que servirá sólo para apretar los tornillos de esa máquina gubernamental, montada con el único objeto de sostener la esclavitud social, máquina de despotismo de clase que tan útil es en manos de la burguesía.

»(...) Entre la República parlamentaria de Thiers y Julio Favre, y la República representativa que los burgueses quieren establecer en España, no acertamos a ver la más leve diferencia; allí significa el mando de las eminencias de la burguesía, aquí no sería otra cosa que el imperio del caciquismo, y de cualquier modo la explotación del trabajo por el Capital y la servidumbre inicuas del trabajador. No conocemos ningún republicano federal que admita que el pueblo puede gobernarse por sí solo, sin delegar su soberanía y muy pocos aceptan el mandato imperativo. Así es que, sin temor de equivocarnos, podemos asegurar que si los republicanos subieran al poder y les pidiéramos la aplicación rigurosa de los principios democráticos, nos contestarían ni más ni menos que sus correligionarios de Francia, por la boca de los cañones y expulsándonos de los comicios, que para eso sin duda han tenido la prudencia de no rechazar de su seno el elemento militar, representado por unos cuantos generales que merecen toda la confianza del partido.» [58]

De todas formas, es irónico que nuestros nacionalistas vociferen contra el «centralismo de Madrid» y se apropien del término «federalismo», desvirtuando su semántica, cuando ellos dentro de sus feudos promueven un centralismo, a veces, más férreo que el que ellos critican. En efecto, no hay mayor hipocresía por parte de quienes tanto defienden «el derecho de autodeterminación de los pueblos» que negar ese derecho cuando la autodeterminación va en contra de la integridad territorial de sus propias patrias. Así, el nacionalismo catalán es centralista con respecto al nacionalismo del Valle de Arán, que pretende hablar la lengua occitana [59] conocida como aranés y separarse de Cataluña para formar parte de una nación occitana con otros territorios situados al norte de los Pirineos. Como España hizo en su momento con Cataluña, Cataluña con el Valle de Arán ha esgrimido el argumento de que la «unidad de la patria no se cuestiona» y le ha concedido a regañadientes cierta autonomía dentro del Estatut catalán. Para el nacionalismo catalán el Valle de Arán no tiene el derecho a la autodeterminación del que goza Cataluña y, además, argumentará que el separatismo aranés está alimentado por Madrid, negándole de esta manera su realidad misma. Igualmente, el castellanista negará el derecho de León a separarse de Castilla, y León al Bierzo, que también cuenta, por cierto, con nacionalismo propio (y así sucesivamente, porque el derecho a autodeterminación llevado al extremo podría llevar a la atomización total del cuerpo social). Más sangrante aún es que las nacionalidades históricas, después de rasgarse las vestiduras porque el centralismo de Madrid no les deje ejercer su derecho a la autodeterminación, nieguen a otras zonas de España lo mismo que ellos reclaman del gobierno central. Un ejemplo de esto se vio en un debate televisivo en 2007 coincidiendo con la autoproclamación de Andalucía como «realidad nacional» (que no «nación»), en el parlamento autonómico correspondiente, debate en el que el periodista catalanista de La Vanguardia José María Brunet, tras defender que los catalanes tenían el legítimo derecho a la autodeterminación, negó este mismo derecho a los andaluces porque Andalucía no era una «nacionalidad histórica» como Cataluña, País Vasco y Galicia. Esto es algo peor que ser centralista, es propiamente ser imperialista [60].

En consecuencia, el federalismo ácrata no debe tener en cuenta los intereses de ninguna nación pequeña, mediana o grande, independizada o por independizar, sino la libertad del individuo. De hecho, desterrada la idea de nación, la articulación del territorio bajo un sistema federal y anarquista debería llevarse a cabo sobre bases funcionales y prácticas teniendo en cuenta las necesidades concretas (materiales e intelectuales) de los individuos [61] y no abstracciones metafísicas como la «patria» o la «etnia», o incluso, puesto que vivimos una realidad cada vez más cosmopolita, la «cultura». Todo ello implicaría borrar las fronteras y los nombres de las antiguas naciones (términos como España, Euskadi, Galicia, Cataluña, etc. deberían pudrirse en el basurero de la historia). Desde aquí proponemos rescatar el tipo de nomenclatura universalista, válida para toda la humanidad, que emplearon los socialistas «utópicos» para nombrar los primeros experimentos de vida comunal. ¿Por qué no Nueva Armonía en honor a Owen? ¿O Progreso? ¿O Libertad? ¿O Igualdad? ¿O Fraternidad?


NOTAS:

[54] Federal, por etimología significa «libre», por lo que un sistema federalista es aquél que garantiza la libertad total del individuo.



[57] V. nota 8


[59] La lengua catalana es también un dialecto occitano procedente del Pirineo que fue imponiéndose por la fuerza al árabe a medida que avanzaba la Reconquista. No sólo el castellano se impuso, cono nos quieren hacer creer los nacionalistas catalanes.

[60] De hecho, no sólo Castilla tiene, como los catalanistas siempre nos recuerdan, tradición imperialista. Cataluña tiene un pasado expansionista bastante sanguinario en el Mediterráneo, donde los almogávares catalanes, soldados cristianos que combatieron contra los árabes de la península, dejaron Grecia sembrada de cadáveres, en lo que se llamó por aquellas tierras la «venganza catalana».

[61] «(…) el federalismo anarquista se refiere, ante todo, a la organización económica: la toma de los medios de producción por parte de los productores libremente asociados. Y esto supone, evidentemente, la autogestión.» Cappelletti dixit en la Ideología anarquista.


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