Pero si uno de los mitos de la heroína concierne a su abuso obligado, otro, quizá más relevante, concierne a su toxicidad. «No hay droga que no tenga efectos tóxicos», afirma uno de los principales libros de texto de farmacología contemporáneos, aunque oscilen de la trivialidad a la letalidad. El término toxicidad se refiere naturalmente a los efectos perjudiciales o dañinos que una droga puede producir. Según la sabiduría popular, la toxicidad de la heroína es muy grande y suele calificársela de «droga asesina». Esta ominosa reputación se debe en parte a las fuentes oficiales de información sobre el abuso de drogas que relacionan habitualmente el consumo de heroína con el espectro de las «muertes por sobredosis».
Las cifras son ciertamente espeluznantes. Durante 1971, por ejemplo, se registraron unas 1.200 muertes relacionadas con los opiáceos, solamente en Nueva York. En la mayor parte de estos casos se trataba de heroína, la droga que aparecía con mayor frecuencia en los decesos de varones comprendidos entre los quince y los treinta y cinco años. No puede dudarse como Jerome H. Jaffe ha subrayado, de que «la tasa promedio de mortalidad entre los adultos jóvenes adictos a la heroína es varías veces superior a la de no adictos de similar edad y entorno étnico». Lo que no indican estas alarmantes estadísticas, sin embargo, es que tan sólo una pequeña parte de las muertes relacionadas con la heroína puede achacarse a la heroína propiamente dicha, incluyendo las así llamadas muertes por sobredosis, en razón de que hace falta una dosis muy grande de heroína para matar a una persona y de que además no hay heroína pura en el mercado negro de la calle.
Es obvio que una dosis lo suficientemente grande matará incluso al adicto de mayor tolerancia, pero podría afirmarse que los opiáceos se encuentran entre las drogas con menor toxicidad intrínseca de las conocidas por la farmacología. A diferencia del alcohol, que en cantidades relativamente pequeñas es sumamente tóxico para el hígado y otros órganos internos, la heroína no produce daño tisular aparente, ni grandes trastornos en el juicio o en la coordinación, ni el consumidor se siente inclinado a conducirse violentamente. Por lo que respecta a quienes la consumen habitualmente, el mecanismo de tolerancia mismo incrementa el volumen de la dosis necesario para producir toxicidad o letalidad.
La heroína no es una droga asesina, pero en la sociedad americana contemporánea resulta frecuente que la gente que la consume termine muerta. ¿Por qué? Sobre todo en razón de las circunstancias, clandestinas y delictivas, que invariablemente rodean su producción, distribución y uso. La gran mayoría de las muertes calificadas de «muertes por sobredosis», por ejemplo, son atribuibles a las impredecibles fluctuaciones en la composición de lo que se vende como heroína en el mercado negro, a las sinergias (interacciones) con otros productos consumidos simultáneamente, tales como el alcohol y los barbitúricos, o la alteración («cortado»), con quinina, talco u otros productos pulverulentos, práctica rutinaria que sirve para aumentar el «bulto» de lo que se vende. Otros factores potencialmente tóxicos o letales incluyen el uso comunal y antihigiénico de agujas, jeringuillas u otros adminículos que pueden ser vehículo de transmisión de hepatitis u otras enfermedades infecciosas, así como la posibilidad de salir herido o muerto en una disputa relacionada con la droga o de una redada de la policía. Cuando se producen muertes por las causas que acabamos de enumerar, son clasificadas oficialmente como «muertes ligadas al consumo de narcóticos», pero aun en el caso de todas y cada una de las 1.200 muertes fueron atribuibles a la heroína per se, su estatus de droga asesina no sería particularmente elevado. En la ciudad de Nueva York, en 1971, hubo una droga implicada en más de 6.000 muertes (cantidad cinco veces superior a las muertes relacionadas con los narcóticos): el alcohol.
No deseo que esto se considere una defensa del uso gratuito o indiscriminado de los opiáceos. Si he pasado revista a los aspectos farmacológicos precedentes ha sido únicamente a fin de mostrar que no hay demasiado que justifique la selección de la heroína como objetivo principal de los esfuerzos de prevención del abuso de drogas. Puede decirse en realidad que existen muchas drogas, incluyendo los barbitúricos, las anfetaminas o el alcohol, cuyos efectos potencialmente perjudiciales para el organismo y la conducta humanos podrían ser, más apropiadamente, el principal motivo de preocupación. La razón por la que esto no es así es porque en la guerra contra la heroína el tema real es el delito...
Stephan L. Chorover, Del Génesis al genocidio, 1979.
5 comentarios:
He citado este texto del libro Del Génesis al genocidio. La sociobiología en cuestión del neurofisiólogo Stephan L. Chorover, porque es el que estoy leyendo actualmente, lo tengo desde finales de la década de los ochenta, y no me dí cuenta de él desde entonces.
El libro en cuestión es un ataque al uso que hace el Poder para controlar la conducta de sus "subditos", demuestra que los científicos no son para nada objetivos, están condicionados por sus prejuicios personales y los de las clases dominantes.
Habla de Platón y Aristóteles, el creacionismo cristiano y muchas creencias dominantes del pasado que utilizaban todos los medios disponibles para manipular a la gente y justificarlo, como la esclavitud y el racismo. Con el siglo XVIII, el papel de la ciencia ocupa el lugar que tenía antes la religión, y hace que los prejuicios dominantes se conviertan en científicos. Tenemos el caso de la eugenesia de Francis Galton, que se inculcó en los EE.UU. mucho antes que en la Alemania nazi. Los médicos alemanes quisieron aplicar la higiene racial durante la República de Weimar, pero fue con Hitler cuando se aplicó el exterminio de los disminuidos psíquicos y las "razas inferiores". También hace una crítica al mal uso de los test de CI, para legitimar las desigualdades sociales. Habla sobre las drogas y el papel del Estado en su guerra contra ellas. Y el papel de los psicólogos para vigilar y manipular el comportamiento de los presos...
Este libro es de la línea de otros como La falsa medida del hombre de Stephen Jay Gould y No está en los genes. Crítica del racismo biológico de Richard C. Lewontin junto a Steven Rose y Leon J. Kamin, libros que atacan al determinismo biológico.
Ya que sigo con este interesante libro, el capítulo sexto titulado: El abuso de las drogas: ¿una vida mejor gracias a la química?. acaba de esta manera.
(...)No es fácil convencer a la gente de que abandone el enfoque estructural, con sus conceptos concomitantes de control basados en "la ley y el orden", en favor del enfoque de sistemas, más sofisticado y científico, en el cual consideramos a los individuos no como unidades aisladas, sino como partes de un contexto más amplio que los configura y que es configurado por ellos. En muchas familias, por ejemplo, si un miembro muestra una conducta anormal o inesperada, los otros miembros pueden cerrar filas y acordar que la persona desviada "tiene problemas", "necesita ayuda" o "debe ser atendida". Pueden incluso recabar ayuda exterior y poner al familiar "extravagante" en manos de una persona o de una institución supuestamente competentes para ayudar a resolver el problema. No se trata de si esta ayuda hace o no volver a sus cauces a la conducta trastornada. La familia presupone demasiadas cosas cuando centra la causa del problema únicamente en el individuo afectado, ignorando la posibilidad de que se halle profundamente enraizada en el todo del sistema familiar. Con esta actitud podrá protegerse la coherencia inmediata del grupo, pero puede provocar un desastre a largo plazo, al empujar más y más a la persona identificada y etiquetada como paciente hacia el rol de desviado social.
Ya se trate del problema de las drogas o de los niños problemáticos, la desviación no es tanto una propiedad de la conducta misma cuanto un juicio de valor formulado sobre ciertas relaciones dentro del grupo de referencias. La desviación, considerada bajo esta luz, es un conjunto de relaciones entre los miembros del grupo y no meramente un síntoma de trastorno personal que el grupo reputa peligroso, embarazoso o irritante y que decide sancionar. Esto es importante, porque establece una base para distinguir la desviación de la enfermedad. Aunque los significados sociales y culturales que conllevan los diferentes tipos de enfermedades pueden variar con las circunstancias históricas (gota en el siglo XVIII, tuberculosis y epilepsia en el XIX), las enfermedades biológicas continúan siendo entidades definidas, mientras los tipos de desviación tienden a cambiar con la evolución de la sociedad. El desviado en un contexto social puede ser la bruja o el hereje y en otro, el esclavo huido, el delincuente juvenil, el homosexual, el judío, el yonqui o el "niño problema".
Tanto en las familias como en las sociedades puede servirse a los intereses prácticos y políticos adjudicando culpas, identificando los síntomas con las causas y controlando a los individuos cuyo comportamiento es definido como peligroso o molesto. Pero pretender que tales prácticas poseen justificación científica es negar el objeto mismo de la ciencia y confundir el significado con el poder.
Lo he puesto porque me suena mucho el tema.
Si la droga es mala porque mata: ¿No ocurre lo mismo con el coche y el trabajo?
Señor Curio, cuanta razón tiene usted
Eso digo yo...
Si en los paquetes de tabaco nos ponen la advertencia sobre la mortandad del mismo, ¿por qué no hacen lo mismo con los contratos de trabajo, advirtiémdonos de los graves riesgos que tienen contra la salud?
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