Interpretación del carácter por la forma del cráneo
Durante el siglo XIX, miles de personas creyeron en la frenología que, pretendidamente, «leía» el carácter humano con exactitud «científica» a partir de las protuberancias craneanas. Algunos llegaron incluso a basar sus decisiones para contratar personal —y hasta planes matrimoniales— en los resultados del análisis de las formas de las cabezas o los rasgos faciales.
La frenología era la «hermana» de la fisiognomía —interpretación de los rasgos del rostro—. Uno de sus adeptos entusiastas fue el joven capitán Robert Fitzroy, que casi rechazó a Charles Darwin como naturalista de a bordo porque su nariz carecía de definición angular. «El capitán dudó —refería Darwin— de que alguien con mi nariz poseyera energía y determinación suficientes para el viaje» (Años después, Darwin encontró divertido que un frenólogo le dijera que tenía «una protuberancia de reverencia lo bastante desarrollada como para diez sacerdotes».)
Franz Joseph Gall (1758-1828), influyente físico y neuroanatomista alemán, fue el primero en desarrollar la teoría de que un conjunto de rasgos de talento y atributos de la personalidad se pueden detectar por las dimensiones relativas de sus correspondientes «centros cerebrales». Los frenólogos creían haber cartografiado los «órganos» mentales que controlaban el «idealismo», la «sublimidad», la «esperanza», la «veneración», la «amabilidad» y el «amor al hogar», por mencionar sólo unos pocos.
Gall y su colaborador Johann Spurzheim se hicieron famosos en la década de 1830 cuando sus ideas se consideraron un importante avance científico. Durante casi un siglo se siguieron publicando libros y revistas sobre frenología; de vez en cuando hay todavía rebrotes en la época actual.
Durante la década de 1870, Fowler and Wells, una empresa familiar de Nueva York, hizo una fortuna ofreciendo interpretaciones individuales de la forma de la cabeza, programas de formación para frenólogos, giras de conferenciantes y publicaciones. (La figura femenina de la compañía, Lydia Folger Fowler, fue la segunda mujer norteamericana doctora en medicina.) Su Phrenological Journal era popular y progresista y solía contener artículos sobre antropología, conducta animal, evolución, psicología y reforma social.
Como método de autoanálisis, la utilización experta de la frenología era, sin duda, tan reveladora como las cartas del Tarot, los horóscopos personales u otras representaciones simbólicas de los rasgos del carácter. Por desgracia, como fundamento científico causó mucho daño social. Los «expertos» decidían solemnemente sobre «capacidades raciales» fundándose en la forma de la cabeza; los «craneólogos» recogían y medían interminablemente cráneos sin ningún resultado útil. Se identificaron «tipos» criminales y se clasificaron por rasgos faciales que ahora consideramos irrelevantes. Lo peor de todo fue que la gente juzgaba a los demás por las «protuberancias craneanas» o la forma de las orejas, más que por sus actos reales y sus auténticas capacidades.
Alfred Russell Wallace, codescubridor con Darwin del principio de selección natural, fue un firme defensor de la frenología. Pero, a principios del siglo XX, los biólogos la rechazaban ya con tanta decisión que negaron que la ciencia le debiera algo, incluso a pesar de haber progresado en la localización de las funciones cerebrales por estimulación mediante electrodos.
«Sin embargo, este mismo hecho de la relación entre ciertas áreas cerebrales definidas y el movimiento muscular no es un descubrimiento nuevo, como parecen suponer los autores modernos —escribía Wallace en 1898—, sino que ya era conocido por el mismo doctor Gall, aunque le faltaran los instrumentos modernos para su plena demostración experimental.» Gall sabía muy bien, decía Wallace, que la estimulación en un punto del cerebro podía provocar una acción muscular, «como si la persona en cuestión fuera tironeada por un alambre».
Casi un siglo después, los historiadores admiten que tenía razón; la frenología fue un preludio necesario para la realización de estudios más complejos sobre la localización de las funciones cerebrales. Por desgracia, el entusiasmo de Wallace le condujo a predecir atrevidamente que resurgiría de manera espectacular en el siglo XX.
Wallace creía que su rechazo se debía a los «prejuicios de las mentes estrechas» de sus colegas científicos contra sus ideas favoritas, la frenología, el espiritismo y el mesmerismo. Durante años arremetió contra los médicos que habían despedido a un cirujano brillante (frenólogo también él) por haber empleado con éxito a un hipnotizador como anestesista. Sin embargo, el mismo Wallace luchó con uñas y dientes contra la difusión de la adopción de una técnica médica que consideraba «absolutamente inútil» y un «peligroso engaño»: la vacuna contra la viruela.
Durante el siglo XIX, miles de personas creyeron en la frenología que, pretendidamente, «leía» el carácter humano con exactitud «científica» a partir de las protuberancias craneanas. Algunos llegaron incluso a basar sus decisiones para contratar personal —y hasta planes matrimoniales— en los resultados del análisis de las formas de las cabezas o los rasgos faciales.
La frenología era la «hermana» de la fisiognomía —interpretación de los rasgos del rostro—. Uno de sus adeptos entusiastas fue el joven capitán Robert Fitzroy, que casi rechazó a Charles Darwin como naturalista de a bordo porque su nariz carecía de definición angular. «El capitán dudó —refería Darwin— de que alguien con mi nariz poseyera energía y determinación suficientes para el viaje» (Años después, Darwin encontró divertido que un frenólogo le dijera que tenía «una protuberancia de reverencia lo bastante desarrollada como para diez sacerdotes».)
Franz Joseph Gall (1758-1828), influyente físico y neuroanatomista alemán, fue el primero en desarrollar la teoría de que un conjunto de rasgos de talento y atributos de la personalidad se pueden detectar por las dimensiones relativas de sus correspondientes «centros cerebrales». Los frenólogos creían haber cartografiado los «órganos» mentales que controlaban el «idealismo», la «sublimidad», la «esperanza», la «veneración», la «amabilidad» y el «amor al hogar», por mencionar sólo unos pocos.
Gall y su colaborador Johann Spurzheim se hicieron famosos en la década de 1830 cuando sus ideas se consideraron un importante avance científico. Durante casi un siglo se siguieron publicando libros y revistas sobre frenología; de vez en cuando hay todavía rebrotes en la época actual.
Durante la década de 1870, Fowler and Wells, una empresa familiar de Nueva York, hizo una fortuna ofreciendo interpretaciones individuales de la forma de la cabeza, programas de formación para frenólogos, giras de conferenciantes y publicaciones. (La figura femenina de la compañía, Lydia Folger Fowler, fue la segunda mujer norteamericana doctora en medicina.) Su Phrenological Journal era popular y progresista y solía contener artículos sobre antropología, conducta animal, evolución, psicología y reforma social.
Como método de autoanálisis, la utilización experta de la frenología era, sin duda, tan reveladora como las cartas del Tarot, los horóscopos personales u otras representaciones simbólicas de los rasgos del carácter. Por desgracia, como fundamento científico causó mucho daño social. Los «expertos» decidían solemnemente sobre «capacidades raciales» fundándose en la forma de la cabeza; los «craneólogos» recogían y medían interminablemente cráneos sin ningún resultado útil. Se identificaron «tipos» criminales y se clasificaron por rasgos faciales que ahora consideramos irrelevantes. Lo peor de todo fue que la gente juzgaba a los demás por las «protuberancias craneanas» o la forma de las orejas, más que por sus actos reales y sus auténticas capacidades.
Alfred Russell Wallace, codescubridor con Darwin del principio de selección natural, fue un firme defensor de la frenología. Pero, a principios del siglo XX, los biólogos la rechazaban ya con tanta decisión que negaron que la ciencia le debiera algo, incluso a pesar de haber progresado en la localización de las funciones cerebrales por estimulación mediante electrodos.
«Sin embargo, este mismo hecho de la relación entre ciertas áreas cerebrales definidas y el movimiento muscular no es un descubrimiento nuevo, como parecen suponer los autores modernos —escribía Wallace en 1898—, sino que ya era conocido por el mismo doctor Gall, aunque le faltaran los instrumentos modernos para su plena demostración experimental.» Gall sabía muy bien, decía Wallace, que la estimulación en un punto del cerebro podía provocar una acción muscular, «como si la persona en cuestión fuera tironeada por un alambre».
Casi un siglo después, los historiadores admiten que tenía razón; la frenología fue un preludio necesario para la realización de estudios más complejos sobre la localización de las funciones cerebrales. Por desgracia, el entusiasmo de Wallace le condujo a predecir atrevidamente que resurgiría de manera espectacular en el siglo XX.
La frenología obtendrá, sin duda, una aceptación general [como] la verdadera ciencia de la mente. Sus aplicaciones practicas en la educación, la autodisciplina, el tratamiento reformador de los delincuentes… y enfermos mentales, le otorgará uno de los puestos más elevados en la jerarquía de las ciencias.
Wallace creía que su rechazo se debía a los «prejuicios de las mentes estrechas» de sus colegas científicos contra sus ideas favoritas, la frenología, el espiritismo y el mesmerismo. Durante años arremetió contra los médicos que habían despedido a un cirujano brillante (frenólogo también él) por haber empleado con éxito a un hipnotizador como anestesista. Sin embargo, el mismo Wallace luchó con uñas y dientes contra la difusión de la adopción de una técnica médica que consideraba «absolutamente inútil» y un «peligroso engaño»: la vacuna contra la viruela.
RICHARD MILNER
Diccionario de la Evolución (1995)
Diccionario de la Evolución (1995)
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