Revista Sin Permiso
(2-octubre-2011).
Tal vez hayan oído hablar de las manifestaciones de Ocupad Wall Street, que llegan hoy a su décimo día en Nueva York. Varios cientos de activistas han ocupado el Parque Zuccotti, cerca de Wall Street, y este sábado pasado se les unieron mil más. El Departamento de Policía de Nueva York, desplegando la delicadeza por la que se ha hecho famoso, ha detenido a decenas de activistas, entre ellos a varios miembros del equipo de medios de comunicación de los manifestantes, y llegó inclusó a rociar con gases a inocentes manifestantes (el hashtag de Twitter de la ocupación, #occupywallstreet, y su http://www.livestream.com/globalrevolution proporcionan muchos más detalles). A despecho de estas presiones, los manifestantes se han juramentado permanecer en el parque en un futuro previsible.
Bien es verdad que no se puede andar por Nueva York sin darse de bruces con alguna manifestación, así que ¿merece atención esta protesta? Es fácil decir que se trata (en su mayoría) de chicos universitarios que no tienen nada mejor que hacer, o reírse de sus exigencias, que van desde acabar con la desigualdad en la riqueza a poner fin a la guerra, o utilizar a los manifestantes más extremistas para desacreditar a los demás. Y resulta fácil creer que la causa de los manifestantes se olvidará en cuanto terminen las manifestaciones. Es fácil reaccionar de ese modo, puesto que ese es el éxito que han tenido muchos «movimientos» de protesta han tenido en el pasado. Pero este movimiento es diferente, debido a la sombría situación a la que se enfrenta el país, y en especial los jóvenes.
Las manifestaciones son más fuertes cuando quienes protestan apuntan en su denuncia a un blanco que les afecta directamente. En 1971, la decisión del presidente Nixon de suprimir las prórrogas por estudios desató una nueva ola de protestas antibelicistas en los campus de todo el país. Hay mucha gente que piensa que la inexistencia del reclutamiento forzoso debilitó seriamente las protestas contra la guerra del Vietnam. En 1932, el Bonus Army [1] consiguió reunir a miles de veteranos en Washington porque su causa no era la pobreza de otras personas sino la de ellos mismos.
De forma semejante, estas manifestantes no sólo protestan en favor de una causa sino que lo hacen en interés propio. Al igual que muchos jóvenes de los años 60 y 70 temían convertirse en carne de cañón en el Sudeste asiático, hoy muchos tienen miedo de su futuro. Las cifras son contundentes. Tres años después de que Wall Street hiciera estrellarse a la economía, el desempleo juvenil se encuentra en 18%, el doble de la media nacional, mientras que el empleo juvenil está en su punto más bajo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y dado que el licenciado que pasa un año en paro acaba ganando un 23% menos que sus compañeros de clase una década después, los jóvenes desempleados verán cómo se dejan sentir estos efectos durante años. El licenciado universitario medio soporta una deuda de 27.000 dólares en el momento de terminar la carrera. No es de sorprender, por tanto, que más del 85% de la promoción de 2011 se mudara de nuevo a casa de sus padres, la cifra más elevada de la que haya constancia. Eso por no mencionar que, cuando esta recesión finalmente termine, los jóvenes tendrán que afrontar una Seguridad Social, Medicare y otras prestaciones disminuidas, en buena medida (aunque no completamente, por supuesto) debido a que sus padres y abuelos decidieron dejar que sus descendientes les pagaran sus recortes de impuestos, sus guerras y sus rescates.
En resumen, tal como exigían los candidatos republicanos, los jóvenes se juegan la piel en esto.
De modo que no se trata de un genocidio, de Palestina, de la globalización o de otra causa política o geográficamente lejana que rara vez tiene la posibilidad de afirmarse más allá de un núcleo activista comprometido. Las protestas de Wall Street se alimentan, al menos parcialmente, del hecho conocido de que, por vez primera en casi un siglo, el «nunca lo habéis tenido tan bien» ya no puede aplicarse a la próxima generación. Las víctimas de este derrumbe no están al otro lado de mundo; son los manifestantes mismos, sus amigos y compañeros de clase, hijos e hijas. Se trata de una conexión personal y de una motivación que les vincula a esa causa que no crece de modo artificial.
¿Durará, pues, esta protesta concreta «hasta que se cumplan nuestras exigencias»? Tal vez sí, tal vez no. Pero mientras la aletargada economía continúe golpeando con dureza a los norteamericanos —y especialmente a los jóvenes norteamericanos—, podemos esperar más y mayores manifestaciones del estilo de «Ocupad Wall Street», desenfocadas, a veces excesivas, pero en lo fundamental justificables.
NOTA:
[1] En la célebre Bonus March, uno de los episodios históricos más sonados del periodo de la Depresión en los Estados Unidos, varios miles de veteranos de la Primera Guerra Mundial se dirigieron a Washington en mayo de 1932 para exigir una ley que garantizara la prima que se les había prometido, estableciendo improvisados campamentos en torno al centro de la capital a la espera de que se votara dicha disposición en el Congreso. Ésta fue aprobada por la Cámara de Representantes, pero vetada por el presidente Hoover y rechazada por el Senado. Hoover encargó a finales de julio la represión del movimiento y el desmantelamiento de los campamentos al Ejército, dirigido por el general Douglas McArthur, que veía en todo ello una conspiración comunista, secundado por Eisenhower, con fuerzas mandadas, entre otros, por el entonces mayor George Patton. En los enfrentamientos varias personas resultaron heridas y un bebé muerto por el uso de gases.
James Downie es columnista del diario norteamericano The Washington Post.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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