Por estos días, en “Comentarios”, me han preguntado qué
opino sobre la demanda de formación de un sindicato de policías (también de gendarmes,
prefectos, personal del servicio penitenciario). Dirigentes gremiales de la CTA y la CGT se han manifestado a favor
de la idea; incluso ya hay un embrionario sindicato de la policía, que tiene el
apoyo de Pablo Micheli. También algunos partidos de izquierda están reclamando,
desde hace años, el derecho a la sindicalización de la policía. Naturalmente,
el tema se ha puesto en primer plano con el conflicto de los gendarmes y
prefectos. En esta nota presento algunas reflexiones sobre el asunto, y explico
por qué entiendo que los socialistas no deberían apoyar la demanda.
“Compañeros
trabajadores que enfrentan el ajuste”
El argumento central de los dirigentes sindicales que
abogan por la formación de sindicatos del personal de las fuerzas de seguridad,
es que se trata de trabajadores que deben gozar de los mismos derechos que
cualquier otro asalariado. En los partidos de inspiración marxista que
defienden la idea, el argumento es un poco más sofisticado. Se sostiene que, si
bien los policías y gendarmes forman parte de los cuerpos represivos del
estado, provienen del pueblo y venden su fuerza de trabajo. Por eso, habría una
contradicción entre el rol represivo del aparato del que forman parte, y el
hecho de que son asalariados, con intereses y demandas comunes con el resto de
los trabajadores. ¿Por qué no aprovechar esta contradicción y ganarlos para la
causa de la clase obrera o del socialismo? Después de todo, dice el argumento
pro sindicato, los gendarmes y prefectos están enfrentando el plan de ajuste
del gobierno K, igual que otros asalariados. El movimiento tiene la misma
progresividad de cualquier otra lucha de los trabajadores.
Más en general, y debido a la crisis capitalista, en
muchos países los policías han comenzado a rebelarse. Para citar algunos
ejemplos: en Portugal, el Sindicato Unido de la Policía planteó que
estaría del lado de los manifestantes, porque “somos ciudadanos antes que
policías”. En Grecia, a principios de septiembre, se llegó a un enfrentamiento
entre policías en huelga y policías anti motines, porque los primeros querían
impedir que los anti motines salieran de sus cuarteles para ir a reprimir
manifestantes. En Inglaterra, la policía ha participado en manifestaciones y
está amenazando con una huelga (que está prohibida) porque el gobierno ha
adelantado un programa de recortes de salarios, despidos y aumento de la edad
de jubilación de los policías. En Brasil, hubo huelgas en varios estados y en
Río de Janeiro, por aumentos de salarios; en Bahía se produjeron choques de la
policía con las fuerzas de seguridad enviadas por el gobierno. En Bolivia, hubo
acuartelamientos y manifestaciones, por reivindicaciones salariales; en 2003 se
produjeron violentos enfrentamientos con la guardia presidencial. En
conclusión, sigue el razonamiento, no hay motivo alguno para no estar detrás de
estos reclamos: son parte de la lucha general contra las políticas de
austeridad y ajuste del capitalismo.
Antes que
trabajadores, policías
El elemento de verdad que tiene el anterior razonamiento
es que ubica correctamente la naturaleza de la protesta de los gendarmes,
prefectos y policías en Argentina: es un movimiento por salario, y no un golpe
de estado, como quieren presentarlo el gobierno, y sus partidarios.
Por otra parte, y más importante, es cierto que existe una
contradicción entre la necesidad de la clase dominante de tener fuerzas
represivas consolidadas, y las condiciones miserables en que mantiene al
personal subalterno de esas fuerzas, en Argentina y otros países de América
Latina. Sin embargo, y aquí está el nudo de la equivocación de los defensores
socialistas del sindicato de policías, hay que decir que esta contradicción no
puede resolverse, dentro del sistema capitalista, hacia el lado del pueblo, o
del socialismo. Para ver por qué, recordemos que hace poco la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos de la OEA
expresaba muy bien el objetivo que deberían proponerse los gobiernos en materia
de fuerzas policiales: “mejorar las condiciones de trabajo y la situación de
estos funcionarios” para cumplir con su “servicio social”. Pero este “servicio
social” tiene como componente fundamental la defensa de la propiedad del
capital. Esta es la función que domina y determina el carácter del policía o
del gendarme. Para utilizar una noción de Marx, por encima de su origen y del
hecho de que sea asalariado, tienen una “existencia funcional”. Su función,
como integrantes del cuerpo represivo, predomina por sobre todo lo demás. Por
eso, al acompañar las demandas por mejores condiciones de trabajo y salariales
de las fuerzas de seguridad, no se está fortaleciendo al trabajo frente al
capital, como pretende el discurso reformista, sino se está contribuyendo al
perfeccionamiento del aparato represivo. Dar buenos salarios a los policías,
mejorar su equipamiento, levantarles la moral, es un objetivo de la clase
dominante. Podrá tener dificultades presupuestarias para lograrlo, pero en la
medida en que lo cumpla, mejora y aceita los mecanismos represivos. Y no hay
manera de que el policía se acerque al trabajador, o al socialismo, por este
camino. Es sencillo de entender: su existencia funcional determinará su
actuación y postura en la lucha de clases.
Es interesante recordar que a principios de los años 1930,
en Alemania, la socialdemocracia confiaba en que la policía detendría, en
última instancia, a Hitler, porque los policías eran trabajadores, e incluso
muchos eran socialistas. En oposición a esta idea, acertadamente Trotsky alertó
que “el obrero, convertido en policía al servicio del estado capitalista, es un
policía burgués y no un obrero”. Agregaba que esos policías se habían
enfrentado muchas veces con los obreros revolucionarios, que nadie pasa por
semejante escuela sin quedar marcado, y que “lo esencial es que todo policía
sabe que los gobiernos pasan, pero la policía continúa” (Escritos sobre
Alemania, enero de 1932). Pienso que la idea tiene vigencia. Después de todo,
la naturaleza del estado capitalista, y de su policía, no han variado, y esto
es lo que debería retener todo trabajador o militante. Además del desempeño en
“función de la sociedad” (digamos, atrapar al violador serial que anda suelto
por el barrio), las fuerzas de seguridad constituyen un pilar del dominio de
clase. Los gendarmes que participaron del operativo X (espionaje a
manifestantes y activistas); o los policías que balearon a los qom en Formosa,
no son compañeros trabajadores confundidos, sino “policías burgueses”, que
actúan según la naturaleza del organismo que integran.
Por supuesto, podemos suponer que en una coyuntura
revolucionaria, una parte importante del personal de las fuerzas armadas pasará
del lado de los trabajadores. Pero se trata de un escenario muy especial,
-cuando los explotados “toman el cielo por asalto”- caracterizado por la
ruptura del estado. En cualquier otra condición, no hay que hacerse ilusiones.
La existencia de la policía depende de la existencia del estado capitalista y
de las relaciones sociales de producción capitalista. Los policías no van a ser
ganados progresivamente para las ideas del socialismo, o la causa de los
trabajadores. Por eso, también es ingenua la propuesta -la adelantó un
dirigente de izquierda- de que se forme el sindicato de policías o gendarmes,
pero con el compromiso de que sus miembros no van a reprimir a los
trabajadores. Estas promesas son papel mojado. La lucha de clases no deja lugar
a estas ensoñaciones.
Lucha de clases y
experiencia histórica
Seguramente muchos verán mi análisis como poco sutil y
sofisticado; pero en estas cuestiones lo que importa es “el trazo grueso”, la
divisoria de clases. Si se pierde de vista esta brújula, terminaremos en graves
problemas. Y la discusión no es meramente teórica, tiene consecuencias
prácticas, inmediatas. Relato una experiencia: en 1975 yo militaba en un
partido trotskista, que se dio como orientación hacer trabajo político entre
los policías. Como todos sabemos, era la época en que la Tiple A asesinaba a
diestra y siniestra. Pues bien, recuerdo que una compañera me contó la
siguiente experiencia: se presentó en una comisaría y reclamó su “derecho
democrático” a vender la la prensa del partido entre los policías. ¿Por qué no
iba a hacerlo, si se trataba de “compañeros trabajadores”? Por suerte, un
oficial se apiadó de ella, y le aconsejó, de la mejor manera, que se fuera de
allí, antes de que le pasara algo grave. Algunos dirán que es un caso extremo,
pero lo importante es que expresa un error de caracterización.
La experiencia histórica también demuestra que el estado
capitalista no se erosiona paulatinamente, y que los sindicatos policiales son
perfectamente asimilables por el sistema. Incluso huelgas y movimientos
bastante radicales, han sido absorbidos. Por caso, hubo huelgas de policías en
Boston, en 1919, en Montreal, en 1971, en Nueva York, en 1971 o en Baltimore,
en 1974. En EEUU, España, Italia y otros países adelantados, los sindicatos de
policías funcionan desde hace años. No hay evidencia de que la policía de esos
lugares tenga un comportamiento más democrático y considerado hacia los que
“cuestionan” o los que considera “enemigos del sistema”. Un caso histórico
famoso es el de las huelgas de policías en Inglaterra, de 1918 y 1919, que
estallaron en medio de una intensa agitación revolucionaria, cuando los
trabajadores llegaron a elegir consejos. Aquellos policías huelguistas fueron
llamados los Bolshevik Bobbies. Pero el movimiento revolucionario decayó, y los
policías fueron integrados perfectamente al estado. Como resultado, se
estableció un sindicato, aunque sin derecho de huelga. A partir de allí, no
representó un problema para el capitalismo; incluso, el sindicato se constituyó
en un canal más o menos normal de negociación de las condiciones laborales de
los policías. Un sindicato puede contribuir al logro de un aparato policíaco
más eficiente, consolidado y con alta moral, que no deja de ser un reaseguro
para el sistema de explotación. Podemos imaginar incluso un sindicato pidiendo
asistencia psicológica, mejores equipos y compensación económica para los
“compañeros” que tienen que reprimir manifestaciones obreras o, tarea aún más
penosa, picanear a un detenido para obtener información. ¿Por qué no, si se
trata de “trabajadores asalariados”? El absurdo al que se llega es revelador de
la inconsistencia del planteo, desde un punto de vista socialista.
En conclusión, no
encuentro nada progresivo en apoyar la demanda de un sindicato de policías o
gendarmes. Habría que recordarlo, un trabajador puesto a policía, no es un
trabajador, sino un policía.
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