Gonzalo Puente Ojea
[...] La antinomía ideología-utopía de K. Mannheim viene a situarse en esa línea interpretativa simplista, según la cual cada clase sólo puede producir una ideología concorde con sus intereses reales.
Sólo en muy determinadas coyunturas de la historia logran las clases inferiores elevarse a formas ideológicas de la conciencia capaces de vehicular impulsos revolucionarios efectivos. Pero estas formas pueden corresponder a una conciencia no directamente socioeconómica, sino a una conciencia aún alienada en representaciones falsas —incluso fantásticas— de la realidad. Las formas religiosas pueden llegar a alterar, en ciertas coyunturas del proceso histórico, su función normal —que es la de brindar satisfacciones ilusorias— y a introducir en la actividad de las masas poderosos estímulos para la acción revolucionaria. Las formas religiosas de la conciencia ofrecen, en general, gratificaciones compensatorias puramente imaginarias, satisfacciones vicarias ilusorias de necesidades reales insatisfechas, constituyendo así un excelente fundamento para la conservación del poder de clase y de la estabilidad social —la cual sólo puede depender en muy escasa medida del uso de la fuerza física—. Sin embargo, ciertas formas de la conciencia religiosa pueden, excepcionalmente, en el marco de situaciones históricas muy concretas y por tiempo relativamente breve, potenciar o desencadenar ideológicamente movimientos subversivos del orden establecido. Así, el mesianismo judío de la época de Jesús cumplió una función eminentemente revolucionaria, en una coyuntura excepcional. Por el contrario, la ideología que comenzaron a imponer las Iglesias cristianas a partir del año 70 d.C. desempeñó la típica función conservadora del orden económico y social vigente —primero, en el seno del Imperio romano; luego, en el curso de la historia de Occidente— que corresponde a las formas religiosas de la alienación. Las clases cristianas inferiores de la época romana se alzarán esporádicamente, impulsadas por la veta quiliástica [milenarista] del mesianismo original; pero normalmente se contentarán con las satisfacciones fantaseadas que les brindaría una cristología despojada del significado histórico original del judeocristianismo y moldeada por las soteriologías sincretistas del helenismo orientalizante.
Sólo en muy determinadas coyunturas de la historia logran las clases inferiores elevarse a formas ideológicas de la conciencia capaces de vehicular impulsos revolucionarios efectivos. Pero estas formas pueden corresponder a una conciencia no directamente socioeconómica, sino a una conciencia aún alienada en representaciones falsas —incluso fantásticas— de la realidad. Las formas religiosas pueden llegar a alterar, en ciertas coyunturas del proceso histórico, su función normal —que es la de brindar satisfacciones ilusorias— y a introducir en la actividad de las masas poderosos estímulos para la acción revolucionaria. Las formas religiosas de la conciencia ofrecen, en general, gratificaciones compensatorias puramente imaginarias, satisfacciones vicarias ilusorias de necesidades reales insatisfechas, constituyendo así un excelente fundamento para la conservación del poder de clase y de la estabilidad social —la cual sólo puede depender en muy escasa medida del uso de la fuerza física—. Sin embargo, ciertas formas de la conciencia religiosa pueden, excepcionalmente, en el marco de situaciones históricas muy concretas y por tiempo relativamente breve, potenciar o desencadenar ideológicamente movimientos subversivos del orden establecido. Así, el mesianismo judío de la época de Jesús cumplió una función eminentemente revolucionaria, en una coyuntura excepcional. Por el contrario, la ideología que comenzaron a imponer las Iglesias cristianas a partir del año 70 d.C. desempeñó la típica función conservadora del orden económico y social vigente —primero, en el seno del Imperio romano; luego, en el curso de la historia de Occidente— que corresponde a las formas religiosas de la alienación. Las clases cristianas inferiores de la época romana se alzarán esporádicamente, impulsadas por la veta quiliástica [milenarista] del mesianismo original; pero normalmente se contentarán con las satisfacciones fantaseadas que les brindaría una cristología despojada del significado histórico original del judeocristianismo y moldeada por las soteriologías sincretistas del helenismo orientalizante.
Ideología e Historia. La formación
del cristianismo como fenómeno ideológico
del cristianismo como fenómeno ideológico
Cap. IV, «Las ideologías cristianas». (pp. 85-86)
Ed. Siglo XXI, 1974
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