Por Michel Collon
1ª) ¿«Humanitaria»? ¡De eso nada!
¿Ustedes creen en la razones «humanitarias» de Obama, Cameron y Sarkozy, salvadores de Libia, cuando ellos mismos apoyan el envio de tropas saudíes para masacrar a los demócratas de Bahrein? ¿Occidente preocupado por la «democracia» mientras protege la represión del dictador de Yemen? ¿Alguien cree que Bernard-Henri Levy se preocupa realmente de «salvar a los árabes», él mismo que aplaudía los bombardeos sobre civiles en Gaza?: «Lo más extraordinario, lo verdaderamente admirable, no es la ‘brutalidad’ de Israel. Es, literalmente, que se haya contenido tanto tiempo», decía entonces B-H Levy.
2ª) ¿Quién tiene el derecho de cambiar un régimen?
El pueblo libio merece sin duda un mejor líder y no un dictador que ha llenado las cuentas suizas de toda su familia y que también ha apoyado a algunos dictadores africanos detestables.
Pero por otro lado, también apoyó a los palestinos y nacionalizó el petróleo para asegurar servicios sociales de la población. Al contrario que Mubarak y Ben Alí. Por eso el Imperio lo quiere reemplazar por otra marioneta más perfecta.
Si mañana los libios estuviesen gobernados por un Chávez o un Evo Morales, por una verdadera democracia con una justicia social ¿quién no lo aplaudiría? Pero no, es para reemplazar a Gadafi por agentes-USA como Karzai o Al-Maliki y así hundir el país en el caos durante decenios como Irak o Afganistán… ¿Cómo se puede llamar a eso progreso?
Cada pueblo tiene el derecho de desembarazarse de dirigentes que no le convienen, pero este derecho no le pertenece a las grandes potencias imperialistas, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, que no persiguen más que sus propios intereses. En realidad, los intereses de sus multinacionales.
3ª) Los objetivos ocultados
Si Libia no tuviera petróleo, Occidente nunca habría intervenido. No hay que olvidar que la mayoría de los dictadores africanos fueron puestos y protegidos por EE UU o por Francia o por ambos a la vez.
El verdadero objetivo de esta guerra, como la de Irak, es mantener el control del petróleo, a la vez que fuente de enormes recursos, instrumento de chantaje para controlar todas las economías. De hecho, EE UU no utiliza él mismo el petróleo del Oriente Medio, pero quiere controlar el oro negro en el mundo entero como instrumento de hegemonía. Para ello necesita salvar a toda costa a Israel. A este fin, le asegura un cordón protector de regímenes árabes corruptos, pero que tienen tres cualidades: a) docilidad a Washington, b) conciliadores con Tel Aviv, c) rechazo a la aplicación de la voluntad de sus pueblos de hacer respetar los derechos de los Palestinos.
4ª) ¿Existe la «comunidad internacional»?
Manipulada por el dinero y los chantajes de EE UU, la ONU no es democrática y no representa a los pueblos. Las grandes potencias (neo)coloniales —Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña— pretenden hablar en nombre de la «comunidad internacional».
Pero su agresión no es apoyada ni por Rusia, ni por Alemania, ni por China. Además, el Consejo de Europa había exigido que la Unión Africana diera su acuerdo para una tal intervención; pero ésta lo rechazó.
Toda América Latina apoyó la idea de una mediación lanzada por Chávez. ¿Por qué los occidentales la rechazaron? Porque lo que les interesaba no era salvar a la gente sino apoderarse del petróleo. De hecho, los agresores son una minoría. Como por puro azar, se trata de potencias las más ricas y colonialistas, y el término «comunidad internacional» es un puro término de marketing. Porque la política de las multinacionales (robo de materias primas, sobreexplotación de la mano de obra, destrucción de la agricultura y sus recursos naturales, apoyo a las dictaduras, provocación de guerras civiles…) mantiene en la pobreza a una gran parte de la humanidad. Los intereses son pues, los opuestos. Hablar de «comunidad internacional» es una auténtica impostura política. Y cuando los medios emplean esta expresión, se hacen sus cómplices.
Si un pueblo está unido y determinado contra un dictador, encontrará fuerza para derrocarlo. Pero si se trata de una guerra civil (y nadie niega que Gadafi tiene también apoyos muy importantes), la solución de este conflicto no es la agresión por parte de las grandes potencias. En cualquier sitio donde han intervenido (Irak, Afganistán, Yugoslavia), la situación se agravó. No persiguen más que sus intereses indignos; y si ahora ganan, el pueblo libio será empobrecido y, encima, explotado.
En el Tercer mundo, todo esto se entiende perfectamente. Pero en los países ricos, no. ¿Por qué?
5ª) Aprender de los precedentes falsimedias
Incluso en la izquierda europea se constata una cierta confusión: ¿intervenir o no intervenir? El argumento «contundente»: «Gadafi bombardea a civiles» ha sido desmentido por fuentes occidentales y fuerzas de la oposición libia. Pero repetido centenares de veces, termina por imponerse. ¿Quién está en la certeza de saber lo que está pasando de verdad en Libia? Cuando el Imperio decide una guerra, ¿es neutral la información que viene de sus medios? ¿Acaso no hay que recordar que cada gran guerra ha venido precedida de una gran desinformación para atraerse a la opinión? Cuando Estados Unidos atacó Vietnam, pretendió que Vietnam del Norte había atacado a navíos. Totalmente falso, como se reconoció años más tarde. Cuando atacaron a Irak, invocaron al robo de unas incubadoras (durante la primera Guerra del Golfo en 1990-91), a la presencia de Al-Qaeda y las armas de destrucción masiva. ¡Todo falso! Cuando bombardearon Yugoslavia, hablaron de genocidio. ¡Igualmente falso! Cuando invadieron Afganistán, fue con la pretensión de su responsabilidad en el atentado del 11-S. ¡Otro camelo!
Si informar es la clave, es tiempo de conocer las mentiras que hicieron posibles las guerras precedentes.
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