Por Manlio Dinucci
La agresión occidental contra Libia no tenía por objetivo apoderarse del petróleo local puesto que las compañías occidentales ya habían sido autorizadas a explotarlo desde la normalización de las relaciones diplomáticas. No se trata pues de una guerra por los recursos. Al contrario, según relata Manlio Dinucci, esta guerra, el reconocimiento precipitado por Francia del Consejo Nacional de Transición (10 de marzo) y la cumbre de Londres (30 de marzo), han permitido a las multinacionales occidentales modificar los términos de sus contratos y no tener que pagar más que derechos de explotación simbólicos. Desde este punto de vista, se trata pues de una guerra colonial clásica.
Fuentes:
La OTAN ha concentrado sus intervenciones de «apoyo aéreo» a los rebeldes armados alrededor de la refinería de Ras-Lanuf, que concentra dos tercios de la capacidad de refinado del país. La invasión de Libia, al contrario de lo que se dice, ya ha comenzado. Las unidades de asalto que desde hace bastante tiempo trabajaban en Libia, prepararon la guerra y ahora ya están llevándola a cabo, son las potentes compañías petroleras y los bancos de inversión estadounidenses y europeos.
¿Qué intereses están en juego? Un artículo del Wall Street Journal, el reputado diario de negocios y finanzas, lo desvela. Después del levantamiento de las sanciones en 2003, las compañías petroleras occidentales afluyeron a Libia con grandes esperanzas, pero se vieron defraudadas. El Gobierno libio, sobre la base de un sistema llamado Epsa-4, concedía licencias de explotación a las compañías extranjeras que dejaban a la compañía estatal National Oil Corporation of Libya (NOC) el porcentaje más elevado sobre el petróleo extraído; dada la fuerte competencia este porcentaje podía llegar hasta el 90%. «Los contratos Epsa-4 eran, a escala mundial, los que tenían las condiciones más duras para las compañías petroleras», dice Bob Fryklund, antiguo presidente de la sociedad estadounidense ConocoPhillips en Libia.
En 2005-2006, después de la normalización de las relaciones de Libia con Occidente, la NOC hizo tres convocatorias de ofertas internacionales para la exploración y la explotación de sus reservas petroleras, las más importantes de toda África. Sin embargo, los contratos firmados con las multinacionales extranjeras tomaron la forma de empresas conjuntas, particularmente favorables a la nación libia. Fue para «liberalizar» este sistema que el Consejo Nacional de Transición creó la LOC (Libyan Oil Company) y que los «voluntarios» le reconocieron el derecho de exportar el petróleo libio, en la cumbre de Londres, el 29 de marzo de 2011. La gestión de la LOC ha sido encomendada a Qatar que, a cambio, puso a disposición de los «voluntarios» su cadena Al-Yazira para desestabilizar Siria.
Afloran así claramente las razones de la creación por el Congreso Nacional de Transición —mediante una operación decidida no en Bengasi sino en Washington, Londres y París— de la LOC: una cáscara vacía, parecida a una de esas sociedades clave en manos expertas en inversiones en paraísos fiscales. Está destinada a sustituir la NOC en cuanto los «voluntarios» hayan tomado el control de las zonas petrolíferas. Su misión, conceder licencias en condiciones extremadamente favorables para las compañías estadounidenses, británicas y francesas. Por el contrario, las compañías que antes de la guerra eran las principales productoras de petróleo en Libia, serán penalizadas: en primer lugar la italiana ENI que pagó en 2007 mil millones de dólares para asegurarse concesiones hasta 2042, y la alemana Wintershall que venía detrás. Aun más penalizadas serían las compañías chinas y rusas a las que Gadafi había prometido el 14 de marzo (2011) concesiones petroleras que retiró a compañías estadounidenses y europeas. Los planes de los «voluntarios» prevén también la privatización de la compañía estatal, privatización impuesta por el FMI a cambio de «ayudas» a la reconstrucción de las industrias e infraestructuras destruidas por los bombardeos de los mismos «voluntarios».
Igualmente claro aparece por qué se creó, al mismo tiempo, en Bengasi, la «Central Bank of Libya», otra cáscara vacía pero con una misión futura importante: Gestionar formalmente los fondos soberanos libios (LIA) —más de 150 mil millones de dólares que el Estado libio había invertido en el extranjero— una vez «descongelados» por EE UU y por las grandes potencias europeas. Está demostrado que la gestión efectivamente la llevará a cabo el coloso bancario británico HSBC, principal «guardián» de las inversiones libias «congeladas» en el Reino Unido (alrededor de 25 mil millones de euros): un equipo de altos cuadros del HSBC ya está trabajando en Bengasi para lanzar el nuevo «Central Bank of Libya». Tendrán muy fácil el HSBC y los otros grandes bancos de inversión orientar las inversiones libias en función de sus estrategias.
Uno de sus objetivos es hundir los organismos financieros de la Unión Africana, cuyo nacimiento fue posible en buena medida por la inversiones libias: el Banco Africano de Inversión, con sede en Trípoli; el Banco Central Africano, con sede en Abuja (Nigeria); el Fondo Monetario Africano, con sede en Yaundé (Camerún). Este último, con un capital programado de más de 40 mil millones de dólares, podría suplantar en África al FMI que, hasta la fecha, venía dominando las economías africanas abriendo la vía a las multinacionales y a los bancos de inversión estadounidenses y europeos. Al atacar a Libia, los «voluntarios» buscan hundir los organismos que un día pudieran hacer posible la autonomía financiera de África.
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